169. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Parábola del hijo pródigo - segunda parte: el hijo mayor

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VIII. JESÚS EN PEREA

(Diciembre año 29 - Abril año 30)

169.- PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO - SEGUNDA PARTE: EL HIJO MAYOR

TEXTO

Lucas 15, 25-32

"Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: 'Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado un novillo cebado, porque lo ha recobrado sano.' El se irritó y no quería en­trar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: 'Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has ma­tado para él el novillo cebado!'

Pero él le dijo: "Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado'."


INTRODUCCIÓN

Propiamente la parábola del Hijo pródigo termina en el perdón que el pa­dre le concede y en la gran fiesta que celebra para mostrar su gran alegría al recobrar al hijo extraviado. Pero el Señor añade una segunda parte refe­rida al hijo mayor, que pone de manifiesto la actitud inmisericorde que los fariseos tenían con los pecadores, y muestra también la carencia de su amor sincero a Dios que perdona.

Y en los fariseos están representados todos aquellos que intentan servir a Dios por puro interés y les carcome la rabia y la envidia al ver que perso­nas pecadoras, y a veces muy pecadoras, son perdonadas por Dios y col­madas de sus gracias y beneficios.

MEDITACIÓN

1) Actitud del hijo mayor

El hijo mayor se hallaba ausente de la casa cuando llegó el hermano me­nor. Se nos dice que estaba en el campo; probablemente estaría trabajando en alguna de las posesiones del padre. Al llegar a casa, desde lejos oye el ruido de la música y de la fiesta; y al enterarse que había llegado el herma­no menor y que su padre había dado una gran fiesta, siente en su interior una cólera muy grande contra su padre y, por supuesto, un desprecio total hacia su hermano.

El conocía lo que sufría su padre desde la partida del hermano menor. No le importaba el dolor de su padre. Para él su hermano sí había muerto defi­nitivamente y no quería volver a saber nada de él. Y pensaría también que si volvía su hermano, su padre tendría que gastar de nuevo en él y tendría que darle dinero de las riquezas que ya todas las iba a heredar él solo. Co­razón verdaderamente mezquino para con su padre y para con su hermano.

Y cuando el padre sale para hablar con él y le ruega que entre, la respuesta que da muestra todavía más su mezquindad. En su respuesta no aparece ningún rasgo de amor a su padre; no aprecia el haber vivido bajo la protec­ción y cuidado de su padre, haber recibido todo de él y seguir disfrutando de todos los bienes de su padre. Más bien le reclama a su padre por el he­cho de haberle obedecido siempre y, sin embargo, no haber tenido la opor­tunidad de celebrar una gran fiesta con sus amigos. Pareciera como si su actitud de obediencia no naciese de un verdadero amor a su padre, sino que era motivado por el interés. Y muestra hacia su hermano ese despre­cio que mencionábamos antes. No le llama "hermano", sino que habla con desdén de él diciendo "ese hijo tuyo". No le mueve lo más mínimo cono­cer que su hermano se ha arrepentido, que ha dejado el mal camino para incorporarse de nuevo a la casa de su padre. No hace nada más que recal­car los pecados de su hermano: "Ha devorado tu hacienda con prostitu­tas". Con su actitud sabía que hería profundamente el corazón de su pa­dre, pero no le importaba. Prefería manifestar su envidia, su cólera, su re­sentimiento, que sentirse amado por su padre durante toda la vida. Y la decisión que muestra es la más dolorosa para el padre. El ya no quiere entrar en la casa del padre; para que él entre tendrá que salir ese intruso. No va a convivir con él, que no viene sino a perjudicarle.

Jesucristo en la figura del hijo mayor está representando a los fariseos y escribas, que se creían justos, que no debían nada a Dios, y que no tolera­ban el trato con los pecadores. El desprecio y la acusación constante al pe­gador es lo único que brotaba de sus corazones hipócritas y soberbios.

Y en esos fariseos están también representados los que se creen con dere­chos respecto a Dios, los que llevan cuenta de las buenas obras que creen hacer, y no saben sino hablar mal, acusar, despreciar a los pecadores; y si el pecador se convierte, siguen despreciándolo y les parece injusticia que Dios le perdone y que Dios le bendiga con sus gracias y beneficios. La envidia está también en la raíz de estas actitudes. Muchos que se llaman cristianos no saben de verdad perdonar al pecador arrepentido y para ellos será siempre el pecador que fue, siempre estarán recordando sus pecados y, si pueden, echándoselos en cara.

2) Actitud del padre con el hijo mayor

El padre no manifiesta ningún enojo con el hijo mayor. Con amor le llama "hijo" y quiere hacerle ver lo feliz que ha sido siempre estando junto a él y le recuerda que "todo lo que tiene es suyo".

El padre ama igual al hijo mayor que al menor, pero era completamente justo que manifestase su inmensa alegría por la vuelta del hijo extraviado. Lo mismo hubiera hecho si hubiese sido el hijo mayor el que abandonase la casa y hubiera vuelto después arrepentido. Se trata de un acontecimien­to excepcional dentro de la rutina de la vida de hogar, acontecimiento de transcendental importancia para el padre que seguía amando tiernamente a ese hijo "que estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado". La lógica del corazón pedía la celebración de una gran fiesta lle­na de alegría. En la vida humana todos los grandes acontecimientos que alegran el corazón del hombre se celebran con el júbilo de las fiestas. El hijo no podía entenderlo, porque para él no era ninguna alegría que su her­mano menor hubiera vuelto a la casa.

La cólera y enojo que tiene el hijo mayor y la recriminación que hace al padre, suponen que nunca ha valorado el amor de su padre, él estar junto a su padre y gozar de todas las cosas de su padre.

Las palabras que dirige el padre al hijo mayor nos revelan la infinita bon­dad que Dios tiene con los que perseveran en su amor. Son hijos suyos a los que Dios, con su gracia, les ha concedido el mayor bien de todos, vivir en su amor sin apartarse de él, y así poder gozar de todas sus gracias y be­neficios continuamente. Permanecen en la casa del Padre y le tienen a él como el mayor tesoro de la vida y con Dios tienen y poseen todas las de­más cosas. Profunda definición también de lo que será el premio a los jus­tos que mueran en gracia de Dios: Estar con Dios, gozar de su presencia y de su intimidad por una eternidad, poseer al mismo Dios y, con él, todas las cosas.

El que vive aquí en la tierra perseverando en la vida de gracia, sin apartar­se del Señor, debe sentir un profundo agradecimiento, pues es don suyo inestimable. El hombre con sus fuerzas meramente naturales no puede perseverar sin caer en pecado. Y mayor gracia es por parte de Dios el pre­servar un alma de caer en pecado que levantarla después que ha caído. La creatura más amada de Dios fue la Santísima Virgen a la que preservó de todo posible pecado e imperfección moral desde el mismo momento de su concepción.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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