P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Estas publicaciones que
presentamos no es de lectura espiritual, sino de
meditaciones; no se trata, pues, de una mera lectura de las diversas meditaciones,
sino de llevar a cabo una profunda reflexión sobre el contenido de cada uno de
los pasajes evangélicos que se nos ofrecen.
Es conveniente
aclarar los consejos tradicionales que se refieren a la manera de llevar a cabo
estas meditaciones.
1. Preámbulos
para toda meditación
a) Ponernos en la presencia
de Dios
De ordinario
vivimos con preocupaciones y muy entregados a nuestros trabajos. Hemos de
procurar entrar en la meditación relajados, dejando en manos de la Providencia
amorosa de Dios nuestras preocupaciones y consagrándole nuestros trabajos y
fatigas.
Y para adquirir
esta actitud de concentración ayuda mucho comenzar con un acto dé fe en la
presencia de Dios. Nos detenemos unos momentos para tomar conciencia de que
Dios está presente como Padre Amantísimo, siempre dispuesto a escucharnos,
bendecimos y hablarnos. Y ante El nos ponemos en una actitud de profunda humildad,
la humildad de sentirnos pecadores, de saber que no tenemos derechos ante Dios,
de reconocer nuestra debilidad e impotencia. Y junto con la actitud de
humildad, fomentamos la actitud de total fe y confianza en El.
b) Oración de petición
Hacemos después
una breve oración pidiendo a Dios, nuestro Padre, que nos ayude para hacer con
toda devoción este rato de meditación y que sea para gloria suya y bien
nuestro.
Y por tratarse de
meditaciones sobre la vida y enseñanza de Jesucristo nuestro Señor, debemos
añadir la oración que San Ignacio pone en todas las meditaciones sobre los
misterios de Cristo. Debemos pedir siempre conocimiento interno del Señor,
para que más le ame y le siga.
En esta oración lo
que pedimos es que no nos quedemos en la superficialidad de un conocimiento
meramente externo de la persona de Cristo; sino que profundicemos en el
conocimiento interno del Señor, que lleguemos a penetrar en su naturaleza de
Hijo de Dios, Redentor de todos los hombres, que lleguemos a conocer todo lo
que el Corazón de Cristo nos quiere revelar en cada uno de los pasajes, que
será siempre una revelación de amor y de criterios y enseñanzas divinas que
deben guiar nuestra vida.
Y este
conocimiento de Cristo, interiorizado en nuestra alma, nos llevará con certeza
a un crecimiento en el amor del Señor y a un deseo ferviente de seguirle cada
vez con mayor fidelidad.
2. La Meditación Evangélica
Después de los
preámbulos, que no se deben omitir, pasamos a la meditación concreta de cualquiera
de los pasajes evangélicos.
Comenzamos leyendo
el pasaje del Evangelio que nos proponemos meditar. Se trata de una lectura
reposada. Y terminada la lectura, para llegar a una comprensión profunda de esa
escena evangélica, nos podemos ayudar del comentario que acompaña al texto que
hemos leído. Tampoco se trata de leer de corrido todo el comentario, que suele
estar dividido en varias partes. Sería suficiente leer una primera parte y
después, en trato íntimo con el Señor y, a poder ser, en diálogo con El,
reflexionar sobre la enseñanza que tal escena de la vida de Cristo tiene para
nosotros.
Todo hecho y
palabra del Señor exige de nosotros un cambio de actitud, de mentalidad y de
conducta. Se trata de aplicar las enseñanzas del pasaje a nuestra vida para ver
qué hay en nosotros que tengamos que cambiar, y así poder amar más al Señor y
serle más fiel en su seguimiento. Y conforme avanza la meditación debe
incrementarse el diálogo con el Señor y pedirle su gracia y su fuerza para
poder cumplir con todo lo que El nos enseña.
No tenemos que
tener prisa por terminar de meditar todo el pasaje evangélico. Cada uno de los
pasajes evangélicos que se proponen pueden ser materia de meditación para
varios días. Cuando hayamos quedado satisfechos con la meditación de una parte,
podemos pasar adelante. Lo importante es que vayamos asimilando plenamente el
profundo contenido de todo el pasaje y de cada una de sus partes.
Y una vez que
hayamos acabado de meditar un pasaje, es recomendable repetir la meditación
del mismo usando el método de lo que se llama "contemplación
evangélica".
El que medita
entra a formar parte de la escena que considera: contempla la escena como si él
mismo estuviese participando de ella. Mira a las personas que intervienen en la
escena para ver su manera de actuar, para penetrar en lo que piensan, qué
desean, qué corazón nos muestran. Y de manera muy especial siempre nos fijamos
en la persona del Señor.
Al mismo tiempo
que mira, intenta escuchar lo que cada una de las personas habla y conversa, y
qué pretende con sus palabras, y qué nos revelan esas palabras. Igual que
anteriormente, la principal escucha debe referirse a las palabras del Señor.
Finalmente
contempla su conducta, su modo de actuar, lo que hacen, y lo que esa conducta
revela de cada persona de la escena. Y sobre todo, la manera de actuar de
Cristo, que siempre será para nosotros un modelo y ejemplo.
Notemos que estos
aspectos de ver las personas, escuchar lo que dicen y contemplar lo que hacen,
no significan un orden lógico que haya que seguir. Podemos y debemos
entremezclar los tres aspectos. De lo que se trata es que nos sintamos nosotros
mismos dentro de la escena y tomemos parte en ella, como si realmente
estuviésemos presentes.
Es una manera
sencilla de meditar el Evangelio. Los ejemplos y las enseñanzas de Cristo van
calando en nuestro interior, más que por reflexión, por ósmosis; a través de
esta "contemplación evangélica" nos vamos identificando con Cristo y
vamos asimilando todas sus enseñanzas. La persona que ha ido viviendo con
Cristo su historia y sus enseñanzas, queda envuelta y revestida de los mismos
sentimientos, criterios, virtudes del Señor. Es un revivir en nosotros cada
escena de la vida de Cristo.
Esta
"contemplación evangélica" debe entremezclarse con coloquios sinceros
al Señor, coloquios que deben incrementar nuestra fe y amor al Señor, y la
decisión de imitarle en toda nuestra vida.
La mejor manera de
entender estas maneras de meditar el Evangelio es practicándolas con asiduidad.
Contamos siempre con la gracia del Señor para meditar su Evangelio.
Queremos,
finalmente, añadir una consideración. Muchas veces encontramos muchos pasajes
de la vida del Señor donde se repiten sus mismas enseñanzas y,
consiguientemente, los comentarios a estos pasajes son muy parecidos.
El Señor, que
conoce mejor que nadie la psicología humana, nos ayude para que, meditadas una
y otra vez, lleguen a penetrar en nuestro corazón y convertirse en móvil
interior de nuestra conducta.
Pero, por ser el
Señor la Sabiduría Infinita, sus enseñanzas son un contenido tan profundo que
nunca podremos decir que ya no tenemos nada que aprender de ellas. Siempre una
nueva meditación sobre el mismo pasaje nos descubre nuevas riquezas que van incrementando
nuestra fe y amor al Señor y nos ayudan a contraer un compromiso más serio con
El.
Quien sepa meditar
el Evangelio nunca se cansará de profundizar en su conocimiento; pasarán los
años y el Evangelio seguirá teniendo la misma novedad que el primer día. El
Evangelio es como un pozo inagotable del que nunca podremos acabar de sacar
toda el agua viva que brota de él.
Amemos la
meditación constante del Evangelio.
3. Examen de la oración
Nos ayuda mucho el anotar siempre, después de la oración, en un cuaderno especial que tengamos para eso, lo que siento que ha sido más importante en la oración. Para ello, recomendamos visitar nuestra publicación sobre este tema AQUÍ.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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