P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
VII. JESÚS EN JERUSALÉN
LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN DEL TEMPLO
164.- CONTROVERSIAS
CON LOS FARISEOS (continúa)
TEXTO
Juan 10,31-39
Los judíos trajeron
piedras para apedrearle. Jesús les dijo: "Muchas obras buenas que vienen
del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?" Le
respondieron los judíos: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena,
sino por una blasfemia: porque tú, siendo hombre te haces a ti mismo Dios.
"Jesús les respondió: "¿No está escrito en vuestra Ley: "Yo he
dicho: dioses sois"? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la
Palabra de Dios -y no puede fallar la Escritura-, ¿cómo decís que aquel a quien
el Padre ha santificado y enviado al mundo blasfema por haber dicho: "Yo
soy Hijo de Dios"? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si
las hago, creed por las obras, aunque a mí no me creáis, y así sabréis y
conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre."
Querían prenderle,
pero se les escapó de las manos.
INTRODUCCIÓN
Los fariseos y
escribas ya han encontrado lo que buscaban. Es muy claro que habían entendido
perfectamente el sentido de las palabras de Jesús al decir: "Yo y mi Padre
somos una sola cosa". Jesús se proclamaba igual al Padre, igual a Dios; y
esto para ellos, que rechazaban todo testimonio de Cristo, era una verdadera
blasfemia.
Y el blasfemo
estaba condenado a morir apedreado. Por eso cogen piedras para apedrearlo.
Buscaban una razón para poder prender a Jesús y condenarle a muerte, y se
sentirían felices de poder condenar a Cristo por el pecado más grave de la
blasfemia. Desgraciados aquellos escribas y fariseos que no quisieron comprender
ni aceptar la revelación más sublime que Cristo hace de su persona.
MEDITACIÓN
1) "¿Por cuál de las buenas obras queréis
apedrearme?"
Jesús parece no
inmutarse ante la actitud de los fariseos y escribas que cogen piedras para
apedrearle. Jesús muestra siempre una gran superioridad y pleno dominio de la situación.
Solamente cuando le llegue "su hora", la de morir por los hombres, él
mismo se entregará a su sacrificio.
El Señor pretende
ahora hacer caer en la cuenta a sus adversarios de lo absurdo de su proceder.
Jesús había practicado la misericordia con los enfermos, los desvalidos, los
marginados, los pobres, realizando innumerables milagros en favor de ellos. Y
en recompensa a tanta bondad quieren matarle. Por eso, con tristeza mezclada
con ironía les dirá: "Muchas obras buenas que vienen del Padre os he
mostrado. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?"
Y notemos que el
Señor les hace ver con toda claridad que las obras buenas, los milagros que ha
realizado, no son sino obras del Padre. Sólo Dios tiene poder para obrar tales
prodigios. Por eso les dirá al final de su respuesta: "Si no hago las
obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed por las obras, aunque
a mí no me creáis."
Jesús repite el
argumento tantas veces expuesto en sus controversias con los fariseos. Todo su testimonio
tiene la fuerza de la verdad, porque es el Padre quien confirma ese testimonio
a través de las obras milagrosas que el Hijo realiza. Podrían no aceptar las
palabras de Cristo, si sólo fueran palabras sin prueba alguna que las
refrendase; pero sus palabras acompañadas de las muchas obras milagrosas que
realiza, no pueden menos de ser verdaderas; y quien no las crea es por tener
los ojos cerrados a la misma evidencia. Y éste era el caso de los escribas y
fariseos, y por eso, como nos dirá el Señor en otros pasajes, no tienen
disculpa alguna para su increencia. Y seguirán con los ojos cerrados a la
revelación de Dios hasta el final. Y Cristo será definitivamente condenado a
muerte en el Sanedrín por todas las autoridades judías por ser considerado un blasfemo.
(Cfr. Mt 26, 63-65)
Pero el argumento
que da Cristo tiene validez absoluta y es aceptado hasta el día de hoy por
todos aquellos que con corazón puro y humilde están abiertos a la gracia de
Dios. El testimonio de Cristo siempre será suprema Verdad, Luz del mundo, para
todos los hombres de buena voluntad.
2) Cita del salmo 82,6
Jesús añade otro
argumento contra los fariseos, tomado de la Sagrada Escritura. Los fariseos se
escandalizan de que él se llame Hijo de Dios, e incluso Dios mismo, al identificarse
con el Padre.
Y el Señor les
dice que la Escritura llega también a llamar "dioses" e "hijos
del Altísimo" a los jueces de Israel designados para dirimir todo pleito
que pudiera surgir en el pueblo. "¡Vosotros, dioses sois; todos vosotros,
hijos del Altísimo!" (Salmo 82,6)
El contexto de
esta frase de la Escritura es el de una recriminación que Dios hace a los
jueces de Israel que están cometiendo muchas arbitrariedades e injusticias en
el desempeño de su función de jueces. Y les remarca su grave culpa al recordarles
la gran dignidad que tienen de ser "hijos del Altísimo" e incluso
ser llamados "dioses mismos".
Y apoyándose en
esta sentencia de la Escritura, el Señor les argumenta a los fariseos: "Si
(la Escritura) llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios
—y no puede fallar la Escritura—, ¿cómo decís que aquel a quien el Padre ha
santificado y enviado al mundo, blasfema por haber dicho: 'Yo soy Hijo de
Dios'?"
Si, aunque fuese
en un sentido muy amplio y no estricto, era permitido llamar a hombres
meramente terrenos "dioses" e "hijos del Altísimo", ¿por
qué se va a considerar a Cristo como blasfemo, porque se llame a sí mismo
"Hijo de Dios"? El ha probado en muchas oportunidades que viene del
Padre, que ha sido enviado por el Padre, que antes que Abraham existiese ya
existía él junto a su Padre; por consiguiente, con perfecto derecho puede
llamarse "Hijo de Dios". La única actitud razonable ante su
testimonio no es la de condena. sino la de aceptación plena; y aceptándole a él,
aceptan al Padre que le ha enviado y quien le ha concedido todo poder para
obrar milagros.
"A quien el
Padre ha santificado." "Santificar" en la Escritura tiene con
frecuencia el sentido de "consagrar" para el servicio de Dios. Cristo
ha sido consagrado por el Padre desde el momento de su Encarnación para llevar
a cabo la obra de mayor servicio y gloria de su Padre, la obra de la Redención.
Santificado, consagrado para hacer la voluntad de su Padre:
"Sacrificio y
oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios
por el pecado no te agradaron. Entonces dije ‘¡He aquí que vengo —pues de mí
está escrito en el rollo del libro—, a hacer, oh Dios, tu voluntad’."
(Hebr 10,5-7)
Otras veces,
Cristo había puesto como prueba de su testimonio que él nunca buscaba su
gloria, como la buscaban los escribas y fariseos, sino solamente la gloria de
su Padre. Cristo, consagrado por el Padre, nunca buscará otra cosa que cumplir
la voluntad de su Padre llevando a cabo la obra redentora.
3) "Conoceréis que el Padre está en mí y yo
en el Padre."
Así como Cristo
terminaba la primera parte de la controversia con los judíos diciendo:
"Yo y mi Padre somos una sola cosa" (Cfr. meditación anterior), así
ahora también termina toda la discusión con los fariseos y escribas con otra
sentencia equivalente a la anterior: "El Padre está en mí y yo estoy en el
Padre."
El Señor quiere asegurar que sus adversarios
no interpreten mal las palabras que les ha dicho y que crean que él también se
llama a sí mismo "Hijo de Dios" en el sentido amplio, de adopción,
como se aplicaba este título en el Antiguo Testamento, no sólo a los jueces
sino a los profetas, al rey y a cualquiera que tuviera una autoridad dada por
Dios. El es Hijo de Dios en el sentido estricto de la palabra, el Hijo que
comparte la misma naturaleza que el Padre, el Hijo que es "una sola
cosa" con su Padre. Y nos habla de la inmanencia del Padre en él y de la
inmanencia de él en el Padre. Y Cristo ya les había hablado en otras
oportunidades de esta identidad consustancial con su Padre cuando les repetía
que sus palabras y sus obras eran palabras del Padre y obras del Padre. (Cfr.
Jn 5,19; 7,16; 8,2628; 12,40). Y si los fariseos se dejasen iluminar por la
luz de Dios, manifestada a través de su Hijo, llegarían a aceptar el misterio
de su divinidad; conocerían que verdaderamente el Padre está en el Hijo y el
Hijo en el Padre.
Ante estas nuevas
palabras de Jesús, los escribas y fariseos "querían prenderle, pero se
les escapó de las manos." Sabemos que esta huida de Jesús es porque no
había llegado su "hora", como explicamos anteriormente.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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