164. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Controversias con los fariseos (continúa)


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VII. JESÚS EN JERUSALÉN

LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN DEL TEMPLO

164.- CONTROVERSIAS CON LOS FARISEOS (continúa)

TEXTO

Juan 10,31-39

Los judíos trajeron piedras para apedrearle. Jesús les dijo: "Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?" Le respondieron los judíos: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo hombre te haces a ti mismo Dios. "Jesús les respondió: "¿No está escrito en vuestra Ley: "Yo he dicho: dioses sois"? Si llama dioses a aquellos a quienes se di­rigió la Palabra de Dios -y no puede fallar la Escritura-, ¿cómo decís que aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo blasfema por ha­ber dicho: "Yo soy Hijo de Dios"? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed por las obras, aunque a mí no me creáis, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre."

Querían prenderle, pero se les escapó de las manos.


INTRODUCCIÓN

Los fariseos y escribas ya han encontrado lo que buscaban. Es muy claro que habían entendido perfectamente el sentido de las palabras de Jesús al decir: "Yo y mi Padre somos una sola cosa". Jesús se proclamaba igual al Padre, igual a Dios; y esto para ellos, que rechazaban todo testimonio de Cristo, era una verdadera blasfemia.

Y el blasfemo estaba condenado a morir apedreado. Por eso cogen piedras para apedrearlo. Buscaban una razón para poder prender a Jesús y condenarle a muerte, y se sentirían felices de poder condenar a Cristo por el peca­do más grave de la blasfemia. Desgracia­dos aquellos escribas y fariseos que no quisieron com­pren­der ni aceptar la revelación más sublime que Cristo hace de su persona.

MEDITACIÓN

1) "¿Por cuál de las buenas obras queréis apedrearme?"

Jesús parece no inmutarse ante la actitud de los fariseos y escribas que co­gen piedras para apedrearle. Jesús muestra siempre una gran superioridad y pleno dominio de la situación. Solamente cuando le llegue "su hora", la de morir por los hombres, él mismo se entregará a su sacrificio.

El Señor pretende ahora hacer caer en la cuenta a sus adversarios de lo absurdo de su proceder. Jesús había practicado la misericordia con los enfermos, los desvalidos, los marginados, los pobres, realizando innume­rables milagros en favor de ellos. Y en recompensa a tanta bondad quieren matarle. Por eso, con tristeza mezclada con ironía les dirá: "Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de ellas queréis apedrearme?"

Y notemos que el Señor les hace ver con toda claridad que las obras bue­nas, los milagros que ha realizado, no son sino obras del Padre. Sólo Dios tiene poder para obrar tales prodigios. Por eso les dirá al final de su res­puesta: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed por las obras, aunque a mí no me creáis."

Jesús repite el argumento tantas veces expuesto en sus controversias con los fariseos. Todo su testimonio tiene la fuerza de la verdad, porque es el Padre quien confirma ese testimonio a través de las obras milagrosas que el Hijo realiza. Podrían no aceptar las palabras de Cristo, si sólo fueran pa­labras sin prueba alguna que las refrendase; pero sus palabras acompañadas de las muchas obras milagrosas que realiza, no pueden menos de ser verdaderas; y quien no las crea es por tener los ojos cerrados a la misma evidencia. Y éste era el caso de los escribas y fariseos, y por eso, como nos dirá el Señor en otros pasajes, no tienen disculpa alguna para su increencia. Y seguirán con los ojos cerrados a la revelación de Dios hasta el final. Y Cristo será definitivamente condenado a muerte en el Sanedrín por todas las autoridades judías por ser considerado un blasfemo. (Cfr. Mt 26, 63-65)

Pero el argumento que da Cristo tiene validez absoluta y es aceptado hasta el día de hoy por todos aquellos que con corazón puro y humilde están abiertos a la gracia de Dios. El testimonio de Cristo siempre será suprema Verdad, Luz del mundo, para todos los hombres de buena voluntad.

2) Cita del salmo 82,6

Jesús añade otro argumento contra los fariseos, tomado de la Sagrada Es­critura. Los fariseos se escandalizan de que él se llame Hijo de Dios, e in­cluso Dios mismo, al identificarse con el Padre.

Y el Señor les dice que la Escritura llega también a llamar "dioses" e "hi­jos del Altísimo" a los jueces de Israel designados para dirimir todo pleito que pudiera surgir en el pueblo. "¡Vosotros, dioses sois; todos vosotros, hijos del Altísimo!" (Salmo 82,6)

El contexto de esta frase de la Escritura es el de una recriminación que Dios hace a los jueces de Israel que están cometiendo muchas arbitrariedades e injusticias en el desempeño de su función de jueces. Y les remarca su gra­ve culpa al recordarles la gran dignidad que tienen de ser "hijos del Altísi­mo" e incluso ser llamados "dioses mismos".

Y apoyándose en esta sentencia de la Escritura, el Señor les argumenta a los fariseos: "Si (la Escritura) llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura—, ¿cómo decís que aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, blasfema por haber di­cho: 'Yo soy Hijo de Dios'?"

Si, aunque fuese en un sentido muy amplio y no estricto, era permitido llamar a hombres meramente terrenos "dioses" e "hijos del Altísimo", ¿por qué se va a considerar a Cristo como blasfemo, porque se llame a sí mismo "Hijo de Dios"? El ha probado en muchas oportunidades que viene del Padre, que ha sido enviado por el Padre, que antes que Abraham existiese ya existía él jun­to a su Padre; por consiguiente, con perfecto derecho puede llamarse "Hijo de Dios". La única actitud razonable ante su testimonio no es la de condena. sino la de aceptación plena; y aceptándole a él, aceptan al Padre que le ha enviado y quien le ha concedido todo poder para obrar milagros.

"A quien el Padre ha santificado." "Santificar" en la Escritura tiene con frecuencia el sentido de "consagrar" para el servicio de Dios. Cristo ha sido consagrado por el Padre desde el momento de su Encarnación para llevar a cabo la obra de mayor servicio y gloria de su Padre, la obra de la Redención. Santificado, consagrado para hacer la voluntad de su Padre:

"Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije ‘¡He aquí que vengo —pues de mí está escrito en el rollo del libro—, a hacer, oh Dios, tu voluntad’." (Hebr 10,5-7)

Otras veces, Cristo había puesto como prueba de su testimonio que él nunca buscaba su gloria, como la buscaban los escribas y fariseos, sino so­lamente la gloria de su Padre. Cristo, consagrado por el Padre, nunca bus­cará otra cosa que cumplir la voluntad de su Padre llevando a cabo la obra redentora.

3) "Conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre."

Así como Cristo terminaba la primera parte de la controversia con los ju­díos diciendo: "Yo y mi Padre somos una sola cosa" (Cfr. meditación ante­rior), así ahora también termina toda la discusión con los fariseos y escri­bas con otra sentencia equivalente a la anterior: "El Padre está en mí y yo estoy en el Padre."

El Señor quiere asegurar que sus adversarios no interpreten mal las pala­bras que les ha dicho y que crean que él también se llama a sí mismo "Hijo de Dios" en el sentido amplio, de adopción, como se aplicaba este título en el Antiguo Testamento, no sólo a los jueces sino a los profetas, al rey y a cualquiera que tuviera una autoridad dada por Dios. El es Hijo de Dios en el sentido estricto de la palabra, el Hijo que comparte la misma naturaleza que el Padre, el Hijo que es "una sola cosa" con su Padre. Y nos habla de la inmanencia del Padre en él y de la inmanencia de él en el Padre. Y Cristo ya les había hablado en otras oportunidades de esta identi­dad consustancial con su Padre cuando les repetía que sus palabras y sus obras eran palabras del Padre y obras del Padre. (Cfr. Jn 5,19; 7,16; 8,26­28; 12,40). Y si los fariseos se dejasen iluminar por la luz de Dios, manifestada a través de su Hijo, llegarían a aceptar el misterio de su divi­nidad; conocerían que verdaderamente el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre.

Ante estas nuevas palabras de Jesús, los escribas y fariseos "querían pren­derle, pero se les escapó de las manos." Sabemos que esta huida de Jesús es porque no había llegado su "hora", como explicamos anteriormente.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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