ESPECIAL DE LA BIBLIA


 

Domingo XXVI Tiempo Ordinario. Ciclo B – "Jesús advierte gravemente sobre el escándalo."


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P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9, 38 al 43, 45, 47 al 48):

En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.»

Jesús replicó: «No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro. Os aseguro que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin recompensa. Al que sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo echaran al mar. Y si tu mano es ocasión de pecado para ti, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al fuego eterno que no se extingue. Y si tu pie es ocasión de pecado para ti, córtatelo. Más te vale entrar cojo en la vida, que ser arrojado con los dos pies al fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de pecado para ti, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde el gusano que roe no muere y el fuego no se extingue.»

Palabra del Señor


Jesús advierte gravemente sobre el escándalo.

Entre las varias enseñanzas que contiene este párrafo del Evangelio de San Marcos, hay un grupo de ellas que se refiere al escándalo, y a la gravedad de ese comportamiento.

Como la palabra escándalo a veces se usa con significados diversos, es bueno aclarar a qué se refiere Cristo en estas enseñanzas: escándalo es una acción inmoral, que por mal ejemplo, induce a otro al mal. Y Cristo lo reprueba con tal vehemencia que afirma: "El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar".

Es necesario tener muy en cuenta esta lección del Evangelio hoy en día, en que tantos comportamientos que incluso se generalizan infectan el ambiente social, y así se produce el contagio del pecado. 

Tanto se habla de la necesidad de preservar el medio ambiente, y de la importancia que éste tiene para el bienestar de la humanidad. Y es verdad que hay que preservar el medio ambiente para que no se deteriore nuestra vida en el planeta. Pero además de cuidar la "ecología de la naturaleza, del aire y del paisaje", hay que cuidar de esa otra "ecología social", que es el clima de valores, y de principios que creamos a nuestro alrededor, como atmósfera, y que tanto influye en las conductas de los individuos particulares. Cuando arrojamos al medio ambiente social tantos elementos contaminantes, tantos actos de corrupción, estamos produciendo escándalo.

Tenemos que reconocer que en nuestra atmósfera social hay partículas suspendidas, que respiradas por las conciencias, las perjudican y las envenenan. Hay, por ejemplo, un erotismo exagerado, que puede ser causante de muchas desviaciones, y de una desvalorización del amor; esto produce tantas conductas perversas, de las cuales después nos alarmamos hipócritamente. Existe una tremenda permisividad, que confunde libertad con libertinaje. Existe una civilización del dinero, como la meta suprema a la que hay que sacrificar energías, y a veces la propia dignidad y la familia. Hay una pérdida de estima de la vida y de la paz: la violencia, el aborto, el terror, la venganza. Todo esto flota en la atmósfera social que respiramos. Y es patente que las atmósferas sociales son producto de todas las conductas de todos los individuos de una sociedad.

Pero hay algunos más responsables, por la mayor capacidad de influjo que tienen en la sociedad, y por la mayor difusión que alcanzan con sus actuaciones. Es indudable que cuanto más liderazgo ejerce una persona, mayor influjo tiene a su alrededor. Las autoridades (en cualquier ámbito de la sociedad) tienen mayor influjo que los simples ciudadanos. Los medios de comunicación social tienen un poder de influjo enorme, y cada vez mayor. Y pueden hacer atractiva cualquier conducta desarreglada. A veces, por un afán sensacionalista, convierten al "malo de la película" en héroe, por la forma de presentar el personaje.

Todos tenemos una grave obligación de mejorar la atmósfera social que respiramos. Y Jesús, el buen Jesús, es tremendamente duro con los que escandalizan: “más les valdría que les colgasen una piedra de molino y los arrojasen al mar”. Es que inducir al pecado es lo más nefasto que se puede hacer. Y esto termina pervirtiendo de tal forma la sensibilidad de la conducta, que llegamos a llamar progreso a lo que es simplemente degeneración. Esto indica que la contaminación de la atmósfera moral ha abierto un tremendo agujero en el “ozono protector” y que nuestra misma civilización (si es que es civilización) puede ser engullida por sus mismas desviaciones.



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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Teología fundamental. 54. La Vida Eterna - Purgatorio


 

P. Ignacio Garro, jesuita †

Continuación

8. LA VIDA ETERNA - LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y LA VIDA ETERNA 

8.3. EL PURGATORIO 

8.3.1 SU EXISTENCIA 

El Purgatorio es un lugar de purificación, en donde las almas justas que no han expiado completamente sus pecados, los expían con graves sufrimientos antes de entrar al cielo. 

Respecto al purgatorio son verdades de fe: a) que existe como lugar de expiación; b) que podemos ayudar a las almas allí detenidas. 

La existencia del Purgatorio está claramente enseñada en el Magisterio, implícitamente contenida en la Escritura, y confirmada por la misma razón.

1°. Claramente enseñada por el Magisterio eclesiástico. 

Baste citar estas palabras del Concilio de Trento: "La Iglesia Católica enseña que hay un purgatorio y que las almas allí detenidas reciben alivio por los sufragios de los fieles, principalmente por el santo Sacrificio de la Misa" (Dz. 983).

2°. Implícitamente contenida en la Sagrada Escritura. 

En efecto, después de narrar el libro de los Macabeos, cómo Judas envió doce mil dracmas de plata a Jerusalén, "para que se ofreciese un sacrificio por los muertos en el combate", agrega: "Es cosa santa y saludable el rogar por los difuntos a fin de que sean libres de sus pecados" (II Mac. 12, 46). Pues bien, si no hubiera purgatorio, esta práctica no sería santa y saludable, sino inútil; pues ni las almas del cielo necesitan oraciones, ni las del infierno pueden aprovecharlas.

3°. Confirmada por la razón. 

        En efecto, hay almas que mueren en gracia de Dios pero sin haber expiado convenientemente sus pecados. Pues bien, Dios seria injusto al condenarlas, porque están en gracia y sería injusto el introducirlas así al cielo, porque no han satisfecho debidamente a su justicia. Debe, pues existir para estas almas un lugar intermedio, donde se purifiquen antes de entrar al cielo. 

La Reforma, en teoría, no admite el purgatorio, por consiguiente, las oraciones por los difuntos. Pero en la práctica, al menos los luteranos alemanes han vuelto a ellas justificándolas con algunas consideraciones teológicas. Las oraciones por los propios allegados son un impulso demasiado espontáneo para que pueda ser sofocado; es un testimonio bellísimo de solidaridad, de amor, de ayuda que va más allá de las barreras de la muerte. De mi recuerdo o de mi olvido depende un poco de la felicidad o de la infelicidad de aquel que me fue querido y que ha pasado ahora a la otra orilla, pero que no deja de tener necesidad de mi amor" (Card. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC, 1985, p. 162).


8.3.2. PENAS DEL PURGATORIO 

Dos clases de pena se sufren en el purgatorio: la pena de daño o privación de la vista de Dios; y la de sentido, que consiste en el fuego y otros padecimientos. 

a) Respecto a su intensidad, sabemos que son proporcionados al número y gravedad de los pecados; y que son mucho más intensas que los sufrimientos de esta vida; pero que las benditas almas las sufren con resignación, y aun con alegría, por la certidumbre de su salvación. 

b) Respecto a su duración, no tenemos dato cierto. Sin embargo, es claro que socorrer a las benditas ánimas es: 

  • Grato a Dios, quien las ama tiernamente, y quiere verlas pronto en su gloria; 
  • Provecho para ellas, que nada pueden por sí mismas ya que ha pasado el tiempo de satisfacer; 
  • Útil a nosotros, pues se convertirán en poderosas intercesoras nuestras. 

En especial hemos de pedir por aquellas con quienes nos unan vínculos de parentesco, amistad y gratitud; y por aquéllas que puedan estar sufriendo por causa nuestra.

Podemos socorrer a las benditas almas: con oraciones, comuniones, limosnas y buenas obras, por indulgencias ganadas en su favor, y sobre todo por el Santo Sacrificio de la Misa. 



Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.


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Doctrina Social de la Iglesia - 9. La Sociedad I


 

P. Ignacio Garro, jesuita †

CONTINUACIÓN 

3. LA SOCIEDAD

3.1. LA NATURALEZA SOCIAL DE LA PERSONA HUMANA. LA SOCIEDAD HUMANA 

La sociedad humana es una agrupación de hombres organizados de una manera estable en orden a un fin común. Tres elementos constituyen toda sociedad humana:

  • Unión de voluntades que con estabilidad buscan un mismo bien.
  • Un fin común. La sociedad es un todo moral, una especie de cuerpo compuesto de miembros que mutuamente se ayudan, para conseguir un fin con más facilidad. Este fin último se desarrolla en el bien común.
  • Una autoridad. Es imposible para cualquier sociedad conseguir la unión de todos para un fin, si no hay alguien que pueda orientar a todos e indicar lo que deben de hacer.


3.2. LA NATURALEZA SOCIAL DE LA PERSONA

En la persona humana, causa y fin de todas las instituciones sociales, se fundamenta la DSI sobre la sociedad y la convivencia humana: pues la naturaleza del ser humano es social. Y al ser social por naturaleza, debe convivir con otros y procurar el bien propio y el de los demás. La DSI reconoce expresamente que persona y sociedad se relacionan e interactúan mutua y necesaria- mente, reconocer la tensión positiva entre socialización y personalización es evitar la caída o en el liberalismo (individualista), o en el cualquier extremo colectivista o totalitarista (comunismo, socialismos marxistas). Así la Iglesia proclama que el fundamento de toda sociedad y de sus exigencias éticas es la persona humana en cuanto tiende a comunicarse con los demás.

3.2.1. PERTENENCIA DE LA PERSONA HUMANA A LA SOCIEDAD

El desarrollo y crecimiento de la sociedad humana condicionan a la persona humana en su absoluta necesidad de convivir en vida social. Esta forma de convivencia engrandece a la persona y la capacita para responder a su vocación. Actualmente se multiplican sin cesar conexiones e interdependencias de la persona con la sociedad, de las que nacen múltiples asociaciones e instituciones públicas y privadas.

El hombre, de suyo,  pertenece a varias sociedades simultáneamente:

  • La familia: es la primera sociedad y es el fundamento de todas las demás.
  • La comunidad: Es el primer grupo espontáneo que resulta cuando personas o familias participan de las mismas condiciones de vida común.
  • La sociedad civil o política: ésta se origina por la agrupación necesaria y organizada de las familias y grupos y recibe varios nombres: Nación, Patria, Estado.
  • Las asociaciones: dentro de la gran sociedad civil, a diferencia de las comunidades que son espontáneas, se forman otras sociedades menores voluntarias, con fines de cultura, de comercio, deporte, o mejoramiento y defensa de la profesión como: Sindicatos, Colegios de Abogados, Médicos, Arquitectos, Asociaciones folklóricas, etc.
  • La sociedad internacional: Las naciones, como los individuos, tienen entre sí relaciones e intereses comunes y necesitan unas de otras. Las asociaciones entre naciones, responde a una necesidad y a una tendencia de la humanidad.
  • La sociedad "sobrenatural": Por voluntad de Dios y de acuerdo a esta sociabilidad del hombre, también los dones espirituales que la persona humana necesita los recibe de la Iglesia para llegar a la vida plena.

3.2.2. LA PERSONA HUMANA, SER SOCIAL 

La antropología cristiana destaca el carácter social de la persona humana, así, el Papa Juan XXIII en "Mater et Magistra", nº 219, dice: "El hombre (la persona humana) es necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza, y ha sido elevado a un orden sobrenatural". Este es un principio capital de la DSI: la naturaleza social de la persona humana. G. et S. en el nº 25, dice: "El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe de ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza tiene absoluta necesidad de la vida social". (17)

De muchas maneras y desde su origen la Iglesia ha enseñado esta sociabilidad natural de la persona humana. León XIII, en "Inmortale Dei", nº 2 dice: "El hombre está ordenado por la naturaleza a vivir en comunidad social y política: el hombre no puede procurarse en la soledad todo aquello que la necesidad y la utilidad de la vida corporal exigen, como tampoco lo conducente a la perfección de su espíritu. Por esto, la providencia de Dios ha dispuesto que el hombre nazca inclinado a la misión y a la unión y asociación con sus semejantes, tanto doméstica (la familia) como civil (la sociedad), la cual es la única que puede proporcionarle la perfecta suficiencia de la vida". 

Hay que notar que el fundamento de la sociabilidad de la persona humana es precisamente su indigencia o desvalimiento propio; indigencia que opera en el doble plano corporal y espiritual. Esta indigencia es tan patente que el Magisterio de la Iglesia no desciende a detallar esta doble condición, dándola por supuesta. Es un hecho evidente que todos necesitamos de los demás que nos rodean. Hay que desterrar la idea individualista de que uno puede valerse por sí mismo en todo. Esto es un error, una criatura de meses, ¿cómo se alimentaría ella sola?, e igualmente cómo aprenderíamos a leer y escribir y todo lo demás sin la ayuda de otras personas. Somos seres individuales, pero a la vez sociales y sociables. Por eso Aristóteles decía: "Quien es incapaz de vivir en sociedad o no tiene necesidad de ella porque se basta a sí mismo, entonces, o tiene que ser un animal, o un dios". El hombre es social porque Dios así lo ha creado y necesariamente necesita de los demás. Por esto afirmamos la dimensión eminentemente necesaria de la naturaleza social de la persona humana.

La primera sociedad donde la persona humana desarrolla su personalidad es la familia, como unidad societaria primaria y doméstica. Después viene la integración en la sociedad civil, sociedad pública donde completará el desarrollo de sus cualidades personales y las perfeccionará de acuerdo a sus posibilidades.


3.2.3. LA PERSONA HUMANA Y EL "ORDEN SOCIAL"

Se entiende por “orden social” cuando los ciudadanos viven respetuosamente entre sí y respetan las leyes sociales. Hay orden social cuando las autoridades, legítimamente constituidas, mandan lo más conveniente para el bien común, y cuando cada uno de los ciudadanos hace lo que le corresponde y de su actividad se sigue el bienestar común. El orden y la paz social se obtienen si cada uno de los ciudadanos respeta los derechos de los demás y cumple sus deberes; si las familias conservan y transmiten su patrimonio humano y espiritual a sus hijos; si hay abundancia de bienes y éstos se reparten a todos según sus necesidades; si la autoridad hace respetar los derechos, sanciona las faltas y delitos y establece la armonía entre los diferentes intereses de los ciudadanos.


3.2.4. ELEMENTOS QUE DEFORMAN UNA SOCIEDAD

Los elementos que de suyo deforman la buena de una sociedad libre  y legítimamente constituida son dos:  individualismo y  totalitarismo.

  • Individualismo: Cuando se deja al individuo en libertad absoluta, es decir, según su propia conveniencia, y olvida y conculca los derechos de los demás, prescindiendo de toda justicia y vida social. Es la ley del más fuerte, donde el que tiene más poder económico o político  abusa del débil y del que no tiene como defenderse.
  • Totalitarismo: Cuando se niega a la persona todo derecho fundamental. No cuenta su dignidad, ni su carácter personal, todo queda sometido de manera unívoca a los dictámenes del Estado que todo lo piensa, todo lo legisla, todo lo puede. La persona queda borrada individualmente, el Estado viene a ser una gran máquina cuyo engranaje lo decide todo.


3.2.5. PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ORDEN SOCIAL 

Hay ciertos principios fundamentales que son como los cimientos sobre los cuales se tiene que establecer el orden social, pues de otra manera viene la ruina y el caos de todo el edificio social. Estos principios los deduce la razón humana estudiando al hombre, su origen, destino, sus relaciones con los demás hombres de la sociedad y con los bienes naturales de la tierra. Estos principios son las conclusiones de la moral social, y son la base de todo orden social. Todo lo demás es consecuencia de esto y por eso antes de entrar a estudiar las exigencias de la DSI, veremos estos principios fundamentales.


Primer principio. Dios es el Supremo Bien

Dios no sólo es necesario para la religión, sino también para el orden social. Sin Él, no solamente no hay explicación del orden del Universo, sino que no es posible la convivencia humana. "El error más radical de la época moderna es el de considerar la exigencia religiosa del espíritu humano como una expresión del sentimiento humano o de la fantasía, o bien como un producto de la contingencia histórica, que se ha de eliminar como elemento anacrónico o como obstáculo al progreso humano, cuando, por el contrario, en esta exigencia los seres humanos se revelan como verdaderamente son: seres creados por Dios y para Dios". “Mater et Magistra”, nº 43. "Cualquiera que sea el progreso técnico y económico, no habrá en el mundo paz ni justicia, mientras los hombres no vuelvan al sentimiento de la dignidad de las creaturas y de hijos de Dios, primera y última razón de ser de toda realidad creada por Él; el hombre separado de Dios, se vuelve inhumano consigo mismo y con sus semejantes, porque la razón justa de la convivencia supone la ordenada relación de la conciencia de la persona con Dios, fuente de verdad, de justicia y de amor". “Mater et Magistra”, nº 46.


Segundo principio. La Dignidad de la Persona Humana

Sólo una doctrina que ponga como base el respeto de la persona humana podrá salvar a nuestra sociedad en peligro de ruina social y moral. Y es precisamente la persona humana, la más amenazada en la sociedad actual: se le desprecia, se le desvaloriza, se le desconocen los derechos más elementales. El valor de una sociedad depende primero y ante todo del valor personal de sus miembros; una sociedad no puede vanagloriarse de haber llegado a un alto grado de nivel moral, cuando la dignidad humana está envilecida en sus ciudadanos. Creado por Dios, compuesto de alma y cuerpo, capaz de ejercer verdadero señorío sobre sí y sobre las demás creaturas, tiene todavía una dignidad superior: la de ser hijo adoptivo de Dios, miembro del Cuerpo Místico de Cristo, es partícipe de la vida divina y llamado a poseer a Dios eternamente.

Entonces ¿cuáles son las consecuencias sociales de esta dignidad? 

a.- La superioridad del hombre sobre todo lo que no es el hombre. Ningún objeto creado, por maravilloso que sea, puede ser comparado con el ser humano.

b.- La sociedad debe de estar al servicio de la persona humana, para respetar su dignidad, permitirle alcanzar su fin y adquirir su pleno desarrollo. No se puede, por tanto, esclavizar al hombre para engrandecer el Estado (totalitarismo), ni para conseguir el poderío económico (capitalismo), ni para establecer la dictadura del proletariado (comunismo).

c.- "A nadie le está permitido violar impunemente esta dignidad del hombre que el propio Dios trata con tanto respeto", Rerum Novarum nº 26.


Tercer Principio. La igualdad fundamental de todos los hombres

Todos los hombres tienen un solo e idéntico origen en el orden de la naturaleza, que los hace fundamentalmente iguales en su dignidad. Entonces, ¿cómo entender las desigualdades que se ven en la sociedad? Se puede decir que existen  tres razones.

a.- Existen desigualdades que se derivan no del libre capricho, sino de la naturaleza misma de las cosas; no son en absoluto un obstáculo para la existencia y predominio de una auténtico espíritu de comunidad y de fraternidad. "La naturaleza misma ha puesto grandes y muchas desigualdades: no son iguales los talentos de todas las personas, ni el ingenio, ni la inteligencia, ni la salud, ni las fuerzas; y a la necesaria desigualdad de estas cosas se sigue espontáneamente la desigualdad de riqueza. La cual es claramente conveniente y útil, así de los particulares como de la comunidad, porque la vida común necesita para su gobierno de facultades diversas y oficios diversos". “Rerum Novarum”, nº 28.

b.- Existen desigualdades por la diversidad de funciones que según cada persona puede ejercitar en la sociedad, por capacidades, estudios, etc.; o bien por las exigencias de la misma sociedad. No todas las personas están capacitadas para ejercer una misma función.

c.- Existen otras desigualdades fruto del desorden de la sociedad, la ambición desmedida de los hombres y la mala repartición de las riquezas. Son las desigualdades odiosas y perjudiciales al bien común, donde, a veces, unos cuantos hombres opulentos y ricos han puesto sobre la multitud de proletarios un yugo que difiere muy poco del de los esclavos de siglos atrás.


Cuarto Principio. Los derechos y los deberes de la Persona humana

El hombre no es un simple objeto, del cual se puede disponer como se haría con una herramienta cualquiera. Cada uno de los seres humanos es y debe ser, el sujeto de todas las instituciones en las que se expresa y se actúa la vida social. Como consecuencia, todo plan o programa debe de inspirarse en el principio de que el hombre, como sujeto, custodio y promotor de los valores humanos, está por encima de las cosas y por encima de las aplicaciones del progreso técnico. Por tanto, todos aquellos que, bajo cualquier título cooperen en la vida de la economía social tienen derecho a hacer oír su voz en la organización de esta economía, a aportar sus gestiones, sus proyectos, sus experiencias, con vistas a mejoras deseables, porque sus sujetos libres, inteligentes y activos.


Quinto Principio. El Bien Común

Es el fundamento del orden sociopolítico de la sociedad: El Bien Común se puede definir como: "El conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección". Gaudium et Spes, Nº 26. "El bien común consiste y tiende a concretarse en el conjunto de aquellas condiciones sociales que consienten y favorecen en los seres humanos el desarrollo de su propia persona". “Pacem in Terris”, nº 78.

- Exigencias del Bien Común: podemos considerar las fundamentales.

a. Que estén atendidos los derechos primarios de todos los individuos (derecho a la vida, a la integridad personal, al matrimonio, derecho de asociación, vivienda, alimentación, recreación, derecho a la propiedad privada).

b. Que la mayoría de personas pueda desarrollar debidamente sus facultades espirituales y corporales (adquirir un grado de cultura: moral e intelectual, poder practicar los actos que requieren la perfección propia y la convivencia social: el derecho a voto, a opinar, a informar y a ser informado).

c. Que las minorías selectas puedan poner en actividad sus dotes excepcionales (que un  inventor pueda realizar sus estudios y experimentos necesarios para su invento, etc.). Mientras no se realicen estas exigencias no se puede afirmar que existe el bien común.


Sexto Principio. Los bienes materiales son medios y no fin en la vida del hombre

Los bienes materiales no son el fin del hombre y de la vida, sino el medio para obtener bienestar temporal. Es necesaria la actividad económica porque sin ella el hombre, hoy, no puede subsistir; pero no se puede convertir en el supremo valor de la vida, como lo hace el capitalismo liberal. El bienestar colectivo tampoco es la finalidad suprema de la actividad social, como lo pretende el comunismo. Se puede desarrollar un gran esfuerzo técnico para mejorar la producción; pero siempre se debe de subordinar la economía a los valores humanos; jamás se puede convertir al hombre en esclavo de la máquina y de la técnica. Esos bienes abundantemente producidos no están destinados a enriquecer a unos pocos, sino para que todos los hombres puedan disfrutar de ellos, equitativamente.


17. Cfr.- "La enseñanza social de la Iglesia" Calvez, SJ. Herder, 1991. Págs. 42 - 57.



Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


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Textos claves del Nuevo Testamento - 25. "Y éste es su mandamiento..."


 

P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Según palabras de Jesús, la Ley de Moisés en su espíritu, estaba formulada así: “Escucha Israel; el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos” (Mc 12,29-31).

En este sentido Jesús no ha venido a abolir esta ley: “No penséis que yo he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado” (Mt 5,17). Según la expresión del apóstol san Juan su significado sería el siguiente: “Y éste es su mandamiento, que creamos en su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros conforme al precepto que él nos dió. Si guardamos sus mandamientos, permanecemos en Dios y Dios en nosotros, como nos lo hace saber el Espíritu que él nos dió” (l Jn 3,23-24). Y hasta san Pablo llega a utilizar la crítica y antipática palabra “ley”: “Ayudaos mutuamente a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. (...) En una palabra, aprovechemos cualquier oportunidad para hacer el bien a todos, y especialmente a los hermanos en la fe” (Gal 6,2.10).



Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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Domingo XXV Tiempo Ordinario. Ciclo B – "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos..."


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P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9, 30-37)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

Palabra del Señor


Jesús nos da una lección fundamental para que descubramos qué es lo importante en la vida.

En esta lección del Evangelio hay un contraste entre Jesús que está hablando de su voluntad de entrega total, que se llevará a cabo por la traición de Judas  y la crucifixión que va a padecer, y los apóstoles que están frívolamente pensando en quién es el más importante de los doce.

Y Jesús, al darse cuenta de esta mezquindad de sus propios apóstoles, va al problema de fondo: en qué consiste la verdadera importancia; la verdadera importancia consiste en el servicio desinteresado, sin condiciones, y en favor de los más pequeños. Puede parecer una afirmación poco realista decir que en eso está la verdadera importancia; pero se ve claro si nos acordamos de la “importancia” que han tenido para el mundo tantos aparente débiles como los mismos apóstoles, e infinidad de cristianos, cuya vida fue precisamente un servicio a los más insignificantes, a los encarcelados, a los abandonados en las calles, a los enfermos incurables, a los pueblos más alejados y olvidados. Y ahí admiramos una vida que es de verdad importante.

Desde luego que el deseo de destacar, es una actitud permanente en el ser humano, deseo de ser importante, y de ser el más importante. Y depende de cuál es el objetivo que uno se traza, y en el cual quiere destacar. Buscamos ávidamente la fama, el sobresalir, los aplausos, la alabanza que nos puedan dar los demás. Y todo esto pone de manifiesto nuestra forma de entender y de apreciar la vida.

Hay quienes buscan la importancia de su propia vida, fuera de sí mismos. Yo me considero importante en la medida en que estoy en una larga fila, y, al mirar atrás, veo que hay muchos detrás de mí. Mientras haya otros con los cuales compararme y frente a los cuales sentirme superior, me siento contento. Pero así no me contento por lo que soy yo, sino porque otros son (o yo pienso que son) inferiores a mí. Es una importancia superficial, accidental: no me valoro y acepto por lo que yo soy, sino porque hay otros que yo pienso que son o valen menos que yo. Y en ese sentido me peleo para estar entre los primeros de la fila. Es una forma superficial de valorarse.

Otros se sienten contentos cuando los demás le proporcionan aplausos de una u otra forma. Hay personas que viven pendientes de los aplausos, de lo que los demás dicen de él: la fama, que al fin y al cabo es algo exterior a uno, es lo que les proporciona seguridad. Y a muchos no les importa si para obtener el aplauso, adquieren poses teatrales, porque actúan en función de lo que los demás van a aplaudir. Esa persona termina siendo esclavo de la fama, y subordinado al qué dirán los demás; son héroes, pero héroes de papel. Porque la fama, los elogios, son algo completamente exterior e inconsistente. Uno es y vale por lo que es, no por lo que los demás dicen de nosotros.

¿Por qué una persona es importante? A veces juzgamos de nuestra vida por los oficios que desempeñamos. Y evidentemente que hay trabajos que suponen unas cualidades especiales. Pero no siempre acceden a ellos los más capacitados. Y a veces nos importa más el título que el servicio y la responsabilidad. Hay a quienes les llena la vida tener una tarjeta de visita en que figure: "fulano de tal, GERENTE"; aunque sea gerente de un negocio insignificante, en que el único trabajador es él mismo, el pretendido gerente. ¡Qué ridículas son algunas poses importantes! (¡cómo se han multiplicado hoy día los títulos de “ingeniero”, “doctor”, “licenciado”, “gerente”!).

Todas estas formas de entender la importancia suponen una falta de verdaderos valores, proceden de no dirigir los esfuerzos de nuestra vida hacia donde deben encaminarse. La persona que percibe con paz y con claridad lo que realmente vale le pena, y procura poner su persona al servicio de sus hermanos, a través de los distintos trabajos que puede hacer en la vida, ése es de verdad importante, aunque nunca se mire al espejo como Narciso para ver y gozarse de lo bello y de lo importante que es. Lo importante está dentro de la persona, y no fuera de ella; lo importante es gastar la vida en el servicio.

Además Jesús, el modelo, el de verdad “más importante” nos da la la gran lección al entregarse sin límites ni condiciones, al vivir al servicio de los hermanos, hasta el punto de, a veces, no tener ni tiempo para comer. En eso consiste la “importancia” cristiana.


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Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

...

Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Doctrina Social de la Iglesia - 8. La Persona humana V

 



P. Ignacio Garro, jesuita †

2. LA PERSONA HUMANA

CONTINUACIÓN 


2.18. EL DERECHO A LA PARTICIPACIÓN SOCIAL 

La Doctrina Social de la Iglesia considera que la participación en la vida de la sociedad es un elemento ético esencial para el desarrollo de la convivencia humana:. Paulo VI, en la encíclica,  "Octogesima Adveniens", Nº 22, dice: 

"Al mismo tiempo que el progreso científico y técnico continúa transformando el marco territorial del hombre, sus modos de conocimiento, de trabajo, de consumo y de relaciones, se manifiesta siempre en estos contextos nuevos una doble aspiración más viva a medida que se desarrolla su información y su educación : aspiración a la igualdad, aspiración a la participación; formas ambas de la dignidad del hombre en su libertad".

El derecho a la participación social se concreta en el compromiso de los ciudadanos a ejercer la propia responsabilidad en la construcción de la comunidad social. Este derecho, para que pueda ejercitarse en los sistemas democráticos, tiene que aprovecharse de los cauces creados en la vida pública con esa finalidad y presupone la educación y formación del ciudadano en la participación cívica y política.

La participación social, especialmente en su faceta política, está orientada a ejercitar el control de la gestión pública, evitando los riesgos de un crecimiento ilimitado del poder estatal que amenace o controle la libertad de la sociedad en sí o la libertad de los mismos ciudadanos. Su puesta en práctica como derecho fundamental humano, conlleva la pluralidad de ideas y de programas prácticos, diversidad de intereses e ideologías, que hacen posible esa participación ciudadana, a menudo no exenta de tensiones entre las diferentes opciones y sistema de participación civil.

La falta de participación social debe de considerarse como una forma clara de pobreza, en la que el ciudadano queda marginado del dinamismo social.

La participación social se orienta también a la creación de cauces por las que el individuo pueda contribuir al desarrollo social:

"Según la justicia social, las personas deben participar activa y productivamente en la vida de la sociedad en tanto que la sociedad tiene el deber de crear las condiciones para que esa participación sea posible. Esta forma de justicia también se puede llamar "contributiva", ya que insiste que todas aquellas personas que se encuentran capacitadas deben hacer su aporte  a la creación de bienes, servicios y demás valores no materiales o espirituales que son necesarios para el bienestar de la comunidad". (16) 

La justicia fundamental exige se establezcan unos niveles mínimos de participación en la vida de la comunidad humana para todas las personas. La máxima  injusticia ocurre cuando a una persona o a un grupo se le trata activamente o se le abandona pasivamente como si no fueran miembros de la raza humana. Las numerosas formas que este tipo de trato adquieren pueden describirse como variantes de marginación o exclusión de la vida social. Dicha exclusión puede ocurrir en lo político, cuando se coarta la libertad de  expresión, se concentra el poder en pocas manos o el Estado reprime a la ciudadanía de forma abierta. También puede realizarse en forma de presiones económicas, igualmente dañinas.

La participación corresponde a todos los ámbitos de la sociedad y alcanza a todos los niveles: particulares, nacionales  e internacionales. Para que exista verdadera participación es necesario hacer desaparecer los mecanismos que están creando la marginación en que encuentran muchas personas y naciones y abrir nuevos cauces de participación, especialmente en lo político y económico. Muchas naciones se ven bloqueadas en sus aspiraciones de participación en el orden económico internacional, por carecer de los medios necesarios para salir de esa situación de inferioridad respecto de las naciones más favorecidas.

Urge, por tanto, eliminar esta situación de injusticia en la que se encuentran sumidas tantas personas y naciones y construir un orden social que permita la participación activa de todos los pueblos y naciones en la vida económica, política y cultural de la sociedad.


2.19. AMBITOS DE PARTICIPACIÓN SOCIAL. LA PARTICIPACIÓN ECONÓMICA

Es la participación en todos los bienes creados, destinados a todos los hombres, de tal modo que los bienes materiales lleguen a todos los hombres para que haya un mundo más humano fuera de toda opresión que atente contra la dignidad de la persona humana. Esta forma de participación se basa en el destino universal de los bienes y se orienta con arreglo a una serie de principios éticos fundamentales como son:

  • Toda decisión o institución económicas deberán ser juzgadas de acuerdo con su capacidad de proteger o menoscabar la dignidad de la persona humana. La dignidad humana no proviene de nacionalidad, raza, sexo, nivel económico o cualquier otra capacidad humana, sino que proviene de Dios. Cualquier sistema económico debe ser juzgado por el criterio de lo que hace en bien del pueblo, cómo afecta al progreso del pueblo, y hasta qué punto permite la participación popular.
  • Todos tienen derecho a participar en la vida económica de la sociedad. La justicia fundamental exige que se garantice a la gente un nivel mínimo de participación en la economía. No es correcto que una persona o un grupo concreto, sean excluidos injustamente, todos los miembros de la sociedad tienen pues, en este sentido, una obligación especial para con los pobres y los más débiles. El reino que Jesús proclamó con su palabra y su ministerio no excluye a nadie.
  • Por tanto la sociedad en su conjunto, por medio de sus instituciones públicas y privadas, tiene la responsabilidad moral de proteger este derecho.

El deber de lograr la justicia para todos significa que la reivindicación económica más urgente es la de los más necesitados: los pobres. Y el compromiso más importante con respecto a ellos es que sean capacitados para que se vuelvan participantes activos de la vida social ya que su ausencia en la construcción en la vida social de la comunidad supone una vulneración de toda la comunidad. Por ello la solidaridad que debe establecerse entre todos los sectores sociales, entre todos los grupos sociales, así lo expresa la encíclica "Sollicitudo rei Socialis" de Juan Pablo II:

"... es válida sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas. Los que cuentan más, al disponer de una porción mayor de bienes y servicios comunes, han de sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen. Estos, por su parte, en la misma línea de solidaridad, no deben de adoptar una actitud meramente pasiva o destructiva del tejido social y, aunque reivindicando sus legítimos derechos, han de realizar lo que les corresponde, para el bien de todos".

Hay algunos aspectos de la participación social considerada como participación económica que requieren la atención de este apartado como son el acceso de todos los individuos o comunidades a algún dominio sobre los bienes externos (derechos a la propiedad) y el derecho al trabajo con su problema más urgente en la actualidad como es el fenómeno del paro entre los obreros.

- El Derecho a la propiedad privada. Este tema ya lo hemos tratado ampliamente en el capítulo 6º . Recordemos nada más la encíclica, "Pacem in Terris", Nº 21 y 22:

"También surge de la naturaleza humana el derecho a la propiedad privada de los bienes, incluidos los de producción, derecho que, como en otra ocasión hemos enseñado, constituye un medio eficiente para garantizar la dignidad de la persona humana y el ejercicio libre de la propia misión en todos los campos de la actividad económica, y es finalmente, un elemento de tranquilidad y de consolidación para la vida familiar, con el consiguiente aumento de paz y prosperidad en el Estado. Por último, y es esta una advertencia necesaria, el derecho a la propiedad privada entraña una función social".

Con estas afirmaciones queda declarada el derecho a la propiedad privada, pero que ésta no es un derecho absoluto, sino que tiene unas obligaciones sociales, pues el destino universal de los bienes hace tomar conciencia a la persona, legítima propietaria de los bienes, de que no los debe de poseer "como exclusivamente suyos, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen sólo a él sino también a los demás", G et S, Nº 69

- El Derecho al Trabajo. La DSI sobre el derecho nos lleva al derecho al trabajo. La encíclica "Laborem Exercens" trata este tema de manera particular, en el Nº 19 dice:

"No existe en el contexto actual otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador - empresario que el constituido precisamente por la remuneración del trabajo. Independientemente del hecho de que este trabajo se lleve a efecto dentro del sistema de la propiedad privada de los medios de producción o en un sistema en esta propiedad haya sufrido una especie de socialización".

- Derecho a la asociación. El derecho de asociación tiene su fundamento en la sociabilidad del hombre, que le constituye en un ser social y personal. Es un derecho fundamental, lo que supone que el Estado no puede suprimirlo ni controlarlo, cuando se persiguen los fines lícitos por los asociados. Juan XXIII en "Pacem in Terris", nº 23-24 dice:

"de la sociabilidad natural de los hombres se deriva el derecho de reunión y de asociación; el de dar a las asociaciones los medios que creen la forma más idónea para obtener los fines propuestos, el de actuar dentro de ellas libremente y con propia responsabilidad, y el de conducirlas a los resultados previstos... Es absolutamente preciso: que se funden muchas asociaciones u organismos intermedios capaces de alcanzar los fines que los particulares por sí solos no pueden obtener eficazmente".

La asociación como medio de participación social supone el reconocimiento de que los ciudadanos tienen derecho a ser parte activa en las decisiones y en las iniciativas que determinan el destino de la vida social. La importancia de este hecho debe hacer reflexionar a los seglares a la luz de DSI, para encontrar como creyentes la forma de participación activa en la construcción de la sociedad. El papa Paulo VI en su encíclica "Octogessimo Adveniens", Nº 11 dice:

"Urge construir a escala de calle, de barrio, o de gran conjunto, el tejido social dentro del cual el hombre pueda dar satisfacción a las exigencias justas de su personalidad. Hay que crear o fomentar centros de interés y de cultura a nivel de comunidades y de parroquias, en sus diversas formas de asociación, círculos recreativos, lugares de reunión, encuentros espirituales, comunitarios, donde, escapando del aislamiento de las multitudes modernas, cada uno podrá crearse nuevamente relaciones fraternales".

El Estado debe favorecer el asociacionismo de la ciudadanía pues la iniciativa de actuar en el tejido social supone participar con responsabilidad propia y colectiva en la marcha y dirección de la sociedad. Las asociaciones y entidades intermedias ejercen su responsabilidad cuando le son reconocidos los espacios y los derechos de actuación que le son propios en toda sociedad democrática.

En conclusión, al derecho de asociación se puede aplicar el principio de subsidiariedad como defensa de la iniciativa social y el principio de solidaridad como forma de subordinar las iniciativas de las asociaciones a las exigencias del bien común y de eludir los intereses particulares de las mismas.


2.20. EL FIN DE LA PERSONA HUMANA

El fin último de toda persona humana se puede dividir en dos partes: pero ellas guardan una unidad esencial:

  • Alcanzar un desarrollo y promoción humanos, de acuerdo a sus cualidades personales y talento natural y según sus legítimos derechos y deberes, (fin natural).
  • Llegar al supremo fin que es la posesión de Dios, en el encuentro definitivo con el Señor, después de la muerte, (fin sobrenatural).


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 16. "Justicia económica para todos". Carta pastoral del Episcopado de USA, 1986, Nº 71.


Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, SJ † quien, como parte del blog, participó con mucho entusiasmo en este servicio pastoral, seguiremos publicando los materiales que nos compartió.


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Teología fundamental. 53. La Vida Eterna - La eterna condenación en el infierno


 

P. Ignacio Garro, jesuita †

Continuación

8. LA VIDA ETERNA - LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y LA VIDA ETERNA 

8.2. LA ETERNA CONDENACIÓN EN EL INFIERNO 

El infierno es un lugar de tormentos, donde sufrirán eternos suplicios los que mueren en pecado mortal. 

Respecto al infierno son verdades de fe: 

  • lo. que existe; 
  • 2o. que hay en él pena de fuego; 
  • 3o. que sus tormentos son eternos; y 
  • 4o. que van a él los que mueren en pecado mortal. 

Esto consta por muchas y muy claras palabras de la Escritura. Ella llama al infierno "lugar de tormentos" (Luc. 16, 28), "suplicio eterno", (Mt. 25, 46), "fuego inextinguible" (Mc. 9, 42). Y Dios dirá a los réprobos: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que está preparado para el demonio y sus ángeles" (Mt. 25, 41). 

Setenta veces habla la Escritura del infierno; de éstas, veinticinco en los Evangelios

La Iglesia siempre ha enseñado la existencia del infierno: "las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno, donde son atormentadas con penas infernales (Benedicto XII, Const. "Beneditus Deus" Dz. 53l). 

"Los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que hayan rechazado hasta el final, serán destinados al fuego eterno que nunca cesará". 

Paulo VI lo volvió a recordar en el "Credo del Pueblo de Dios (n.12): "los que hayan rechazado hasta el final, serán destinados al fuego que nunca cesará". 

La Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe insiste que "la Iglesia, en una línea de fidelidad al Nuevo Testamento y a la Tradición….cree en el castigo eterno que espera al pecador, que será privado de la visión de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser" (Sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, carta del 9-V-1979). 


8.2.1. PENAS DEL INFIERNO 

Las penas del infierno son: 

  • 1°. La privación de todo bien: de todo reposo, alegría, amor y esperanza; y en especial la privación de Dios. Es la llamada "Pena de daño". 
  • 2°. El sufrimiento de todo mal y dolor. La escritura lo llama "Lugar de tormentos" y especialmente insiste en el suplicio del fuego. Se le denomina "Pena de sentido". 

Las penas del infierno serán iguales en duración para todos los condenados, pues son eternas; pero en cuanto a la acerbidad, serán diferentes, de acuerdo con la gravedad de los pecados y el abuso de las gracias recibidas. 

Dios dará a cada uno según sus obras (Rom 2, 6). "Cuanto a engreído y regalado dadle otro tanto de tormento y llanto" (Apoc. 28, 7).


8.2.2. PENA DE DAÑO Y PENA DE SENTIDO 

A. La privación de la vista de Dios se llama pena de daño, y es la más terrible de las penas del infierno. En efecto, nos priva para siempre de Dios, el bien infinito para el que fuimos creados; y al privarnos de Dios, nos priva de todo otro bien y felicidad. 

En esta vida no podemos tener siquiera idea aproximada de la pena de daño, porque los bienes de este mundo nos entretienen v cautivan. Pero en la otra, al ver que fuera de Dios no puede haber bien alguno, los condenados experimentarán en toda su terrible realidad la infelicidad de verse privados de El para siempre.

Dios no deja de ser para el condenado el último fin y felicidad. Y esto es precisamente lo que hace la infelicidad del condenado, al considerar que ya nunca podrá alcanzar su último fin, ni ser feliz. 

El condenado tiende a Dios con la misma violencia con que una piedra dejada en el aire se lanza a su centro de gravedad; pero Dios lo rechazará, y entonces entrará aquél en eterno llanto y desesperación.

B. La pena de sentido consiste en el fuego y demás tormentos que experimentarán los condenados. La Escritura lo llama fuego voraz e inextinguible; "Juego que nunca se apaga", repite tres veces Cristo (Mc. 9, 42). 


8.2.3. REMORDIMIENTO Y DESESPERACIÓN 

Todas las facultades tendrán en el infierno su castigo especial. Y si el castigo de los sentidos es el fuego, y el de la inteligencia y la voluntad es la pena de daño, el castigo de la memoria es el remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación.

1°. El remordimiento es la pena de la memoria, que le recuerda al condenado los muchos medios de salvación que tuvo en la tierra, el desprecio que hizo de ellos, y cómo vino a condenarse sólo por su culpa. 

2°. La desesperación es la pena de la imaginación, que le vive representando que sus tormentos durarán no por mil años, ni por millones de anos, sino mientras Dios sea Dios, por toda la eternidad. 


8.2.4. ETERNIDAD DE LAS PENAS 

La eternidad de las penas del infierno es dogma de fe definido por la Iglesia, que consta en muchos lugares de la Sagrada Escritura. 

| Así leemos en el Apocalipsis: "Serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos" (14, 10). Dios dirá a los réprobos: "Id, malditos, al fuego eterno". Jesucristo lo nombra "El suplicio eterno" y "el fuego que nunca se extingue" (Mt. 25, 41, 26). 

La eternidad de las penas no contradice la misericordia divina, porque si ésta es infinita, también es infinita su justicia. 

Por otra parte esta verdad está tan claramente establecida en la Escritura y en las definiciones de la Iglesia que el negarla equivale a dejar de ser católico.

Para evitar el infierno debemos pensar con frecuencia en la eternidad de sus penas para fomentar en nuestra alma el temor de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos. 

"No olvides hijo, que para ti en la tierra sólo hay un mal, que habrás de temer, y evitar con la gracia divina: el Pecado" (Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 386).






Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.

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Textos claves del Nuevo Testamento - 24. "¡al ser él mismo salvador!"


 

P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Antes de su conversión Pablo era un fervoroso creyente en la justicia de la ley: “Fui circuncidado a los ocho días de nacer, soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados, fariseo en cuanto se refiere al modo de entender la ley, perseguidor de la Iglesia; hasta podría presumir de celo por la ley, de irreprochable en cuanto a su cumplimiento se refiere” (Flp 3,5-6).

La “justicia” que salva no deriva de la ley, ni de las obras: “Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino por medio y a través de la fe en Jesucristo ” (Gal 2,16). La justicia que nos hace justos es de Dios, desciende del cielo y se hace nuestra sin dejar de ser del cielo: “La fuerza salvadora de Dios se manifiesta en el que cree a través de una fe siempre creciente, y como dice la Escritura, quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá” (Rm 1,17). Jesucristo fue el justo y el santo por excelencia: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo” (Hch 3,14); “Yo he manifestado tu gloria aquí en el mundo, cumpliendo la obra encomendada” (Jn 17,4).

Y la fuerza de Dios al resucitar a Jesús proclamó que todo se había cumplido.

Y sólo en Jesucristo nosotros podemos presentarnos ante Dios de forma correcta, “justificados”, como hijos de Dios: “Considerad qué amor tan grande nos ha demostrado el Padre. Somos Llamados hijos de Dios, y así es en verdad” (1 Jn 3,1). Esa vinculación salvadora con Jesucristo se realiza en la fe: “Pero es ahora, en este momento, cuando se manifiesta su fuerza salvadora, al ser él mismo salvador, y salvar a todo el que cree en Jesús” (Rm 3,26); "Con una salvación que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a través de la fe. De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos y moriré su muerte, para alcanzar así la resurrección triunfal de entre los muertos” (Flp 3,9-11).



Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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Domingo XXIV Tiempo Ordinario. Ciclo B – "¿Y ustedes quién dicen que soy yo?"



P. Adolfo Franco, jesuita

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8, 27-35)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Palabra del Señor.


Podría preguntarnos alguien ¿qué sabes tú personalmente de Jesús de Nazareth?

Jesucristo, en el centro de su actividad apostólica, hace la pregunta fundamental a sus apóstoles: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Y después de que ellos le dan las diversas respuestas que corren entre el pueblo a esta pregunta, Jesús les hace la pregunta directamente a ellos mismos: "¿Y ustedes quién dicen que soy yo?".

Hoy deberíamos también responder a Jesús sobre lo que la gente dice de El, y también atrevernos a darle nuestra propia respuesta. Algunos, ante esta pregunta empezarían a decir: Jesús es una persona que nació aproximadamente en el siglo primero, y en una pequeña ciudad de una provincia del Imperio Romano, llamada Belén. Fue un hombre que vivió según parece algo más de 30 años, y que era la unión substancial del Hijo de Dios con un hombre mortal. Y Jesús interrumpiría al erudito para decirle: disculpa que hoy no estoy para lecciones de historia, ni de teología. ¿Soy algo más que una página de la historia o una definición hecha por intelectuales? ¿qué dices que soy?

Hay personas, cristianos que lo que dicen de El es casi nada, porque no lo conocen y no les interesa. Hay cristianos para los que Jesús es prácticamente nada. No sólo es casi nada lo que pueden decir de El porque no saben, sino que el espacio le dan en su vida es nulo. 

Otros sí le dan un poco de espacio en sus vidas; pero sólo un poco de espacio y en muy contadas ocasiones: le dan un espacio cuando sienten temor, frente a una enfermedad, o cuando emprenden un viaje y tienen miedo al avión; o cuando les viene un asunto complicado que escapa de sus manos. Es verdad, le dan un poco de tiempo, pero sólo el suficiente hasta que pasa la emergencia; dirían de Jesús que es “un botiquín de primeros auxilios”. Otros le dan un poco de tiempo cuando se casan y se acercan a la Iglesia, después de mucho tiempo; o cuando quieren tener una ceremonia religiosa por la pérdida de un ser querido, o cuando necesitan que Dios les bendiga el negocio, y no para que Dios esté presente en el negocio (sería incómodo que El viera las cosas que se hacen en ese negocio) sino sólo para que les dé “buena suerte”, y después, que se vaya; casi se podría decir que para estos Jesús es el adorno espiritual (un florero) que necesitan en los momentos solemnes de sus vidas.

Pero hay cristianos que responden de otra manera a esa pregunta ¿qué dicen estos cristianos de Jesús? Que es incómodo, que está desadaptado, que no se ha puesto al día. Que sus preceptos y su rigor ante la moral del matrimonio, de la sexualidad, y de otras muchas cosas, corresponden a tiempos antiguos. Le dirían a Jesús: Jesús te has hecho viejo, y ya muchos no te siguen, pues hay que estar de acuerdo con los tiempos. Señor, tendrías que hacerte más flexible, para estar a la altura de estas circunstancias. Si no, la gente se te seguirá yendo, y cada vez tendrás menos amigos, porque te empeñas en ser incómodo.

Otros cristianos le dirían que es parte importante de sus vidas. Recordarían todo lo que en su vida ha sucedido por estar con El: qué orgullo sienten de ser cristianos, cómo les marcó la vida la familia cristiana que Jesús les dio, y el colegio cristiano al que pudieron asistir. Le agradecerían al Señor tantas cosas de su existencia: cómo en momentos de tristeza El estuvo presente y les dio su apoyo, en especiales momentos de dolor han podido llorar sobre su hombro. Le dirían al Señor que han procurado estar cerca de El sin separarse; y cuando han caído el Señor, les ha tenido paciencia y los ha levantado. Pero le dirían al Señor que no se puede pedir más. Que El, Dios, esté en su sitio sin invadir, y ellos, en el suyo: una comunicación suficiente entre ambos espacios, pero sin confundir los espacios.

Y el Señor a éstos y a todos nos preguntaría ¿y nada más?  ¿Tú no quieres la invasión total? ¿Tú no me dices que soy TU TODO? Me abres las puertas de tu casa, pero sólo me dejas entrar en la sala. Soy para ti un Huésped, casi amigo, me recibes bien, pero sólo a ratos; como Huésped no quieres que mi visita sea continua. Y en muchos momentos quieres estar a solas, sin mi compañía; sientes que si mi compañía fuera demasiado continua te incomodaría. Hay pocos que ante mi pregunta responden llanamente que soy Su Dios, Su Amigo, Su Todo.

¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? ¿Quién dices tú que soy Yo? ¿Qué responde tu vida? ¿Te soy absolutamente necesario, como el aire, como la vida, te soy tan necesario como tu propio yo? Sin tu yo, serías una persona despersonalizada (valga la redundancia); y sin Mi ¿te sentirías igualmente despersonalizado?

¡Cuántas respuestas a la pregunta esencial que Cristo hace a sus apóstoles, y que nos hace a nosotros! ¡Qué pocas respuestas satisfactorias!



Escuchar AUDIO o descargar en MP3

Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.

...

Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.



 


Catequesis del Papa sobre la Carta a los Gálatas: 8, «Somos hijos de Dios»


 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 8 de septiembre de 2021

[Multimedia]

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Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos nuestro itinerario de profundización de la fe —de nuestra fe—- a la luz de la Carta de san Pablo a los Gálatas. El apóstol insiste con esos cristianos para que no olviden la novedad de la revelación de Dios que se les ha anunciado. Plenamente de acuerdo con el evangelista Juan (cf. 1 Jn 3,1-2), Pablo subraya que la fe en Jesucristo nos ha permitido convertirnos realmente en hijos de Dios y también en sus herederos. Nosotros, los cristianos, a menudo damos por descontado esta realidad de ser hijos de Dios. Sin embargo, siempre es bueno recordar de forma agradecida el momento en el que nos convertimos en ello, el de nuestro bautismo, para vivir con más consciencia el gran don recibido.

Si yo hoy preguntara: ¿quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?, creo que las manos levantadas no serían muchas. Y sin embargo es la fecha en la cual hemos sido salvados, es la fecha en la cual nos hemos convertido en hijos de Dios. Ahora, aquellos que no la conocen que pregunten al padrino, a la madrina, al padre, a la madre, al tío, a la tía: “¿Cuándo fui bautizado? ¿Cuándo fui bautizada?”; y recordar cada año esa fecha: es la fecha en la cual fuimos hechos hijos de Dios. ¿De acuerdo? ¿Haréis esto? [responden: ¡sí!] Es un “sí” así ¿eh? [ríen] Sigamos adelante…

De hecho, una vez «llegada la fe» en Jesucristo (v. 25), se crea la condición radicalmente nueva que conduce a la filiación divina. La filiación de la que habla Pablo ya no es la general que afecta a todos los hombres y las mujeres en cuanto hijos e hijas del único Creador. En el pasaje que hemos escuchado él afirma que la fe permite ser hijos de Dios «en Cristo» (v. 26): esta es la novedad. Es este “en Cristo” que hace la diferencia. No solamente hijo de Dios, como todos: todos los hombres y mujeres somos hijos de Dios, todos, cualquiera que sea la religión que tenemos. No. Pero “en Cristo” es lo que hace la diferencia en los cristianos, y esto solamente sucede en la participación a la redención de Cristo y en nosotros en el sacramente del bautismo, así empieza. Jesús se ha convertido en nuestro hermano, y con su muerte y resurrección nos ha reconciliado con el Padre. Quien acoge a Cristo en la fe, por el bautismo es “revestido” por Él y por la dignidad filial (cf. v. 27).

San Pablo en sus Cartas hace referencia en más de una ocasión al bautismo. Para él, ser bautizados equivale a participar de forma efectiva y real en el misterio de Jesús. Por ejemplo, en la Carta a los Romanos llegará incluso a decir que, en el bautismo, hemos muerto con Cristo y hemos sido sepultados con Él para poder vivir con Él (cf. 6,3-14). Muertos con Cristo, sepultados con Él para poder vivir con Él. Y esta es la gracia del bautismo: participar de la muerte y resurrección de Jesús. El bautismo, por tanto, no es un mero rito exterior. Quienes lo reciben son transformados en lo profundo, en el ser más íntimo, y poseen una vida nueva, precisamente esa que permite dirigirse a Dios e invocarlo con el nombre “Abbà”, es decir “papá”. “¿Padre?” No, “papá” (cf. Gal 4,6).

El apóstol afirma con gran audacia que la identidad recibida con el bautismo es una identidad totalmente nueva, como para prevalecer sobre las diferencias que existen a nivel étnico-religioso. Es decir, lo explica así: «ya no hay judío ni griego»; y también a nivel social: «ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer» (Ga 3,28). Se leen a menudo con demasiada prisa estas expresiones, sin acoger el valor revolucionario que poseen. Para Pablo, escribir a los gálatas que en Cristo “no hay judío ni griego” equivalía a una auténtica subversión en ámbito étnico-religioso. El judío, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, era privilegiado respecto al pagano (cf. Rm 2,17-20), y el mismo Pablo lo afirma (cf. Rm 9,4-5). No sorprende, por tanto, que esta nueva enseñanza del apóstol pudiera sonar como herética. “¿Pero cómo, iguales todos? ¡Somos diferentes!”. Suena un poco herético, ¿no? También la segunda igualdad, entre “libres” y “esclavos”, abre perspectivas sorprendentes. Para la sociedad antigua era vital la distinción entre esclavos y ciudadanos libres. Estos gozaban por ley de todos los derechos, mientras a los esclavos no se les reconocía ni siquiera la dignidad humana. Esto sucede también hoy: mucha gente en el mundo, mucha, millones, que no tienen derecho a comer, no tienen derecho a la educación, no tienen derecho al trabajo: son los nuevos esclavos, son aquellos que están en las periferias, que son explotados por todos. También hoy existe la esclavitud. Pensemos un poco en esto. Nosotros negamos a esta gente la dignidad humana, son esclavos. Así, finalmente, la igualdad en Cristo supera la diferencia social entre los dos sexos, estableciendo una igualdad entre hombre y mujer entonces revolucionaria y que hay necesidad de reafirmar también hoy. Es necesario reafirmarla también hoy. ¡Cuántas veces escuchamos expresiones que desprecian a las mujeres! Cuántas veces hemos escuchado: “Pero no, no hagas nada, [son] cosas de mujeres”. Pero mira que hombre y mujer tienen la misma dignidad, y hay en la historia, también hoy, una esclavitud de las mujeres: las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres. Debemos leer lo que dice Pablo: somos iguales en Cristo Jesús.

Como se puede ver, Pablo afirma la profunda unidad que existe entre todos los bautizados, a cualquier condición pertenezcan, sean hombres o mujeres, iguales, porque cada uno de ellos, en Cristo, es una criatura nueva. Toda distinción se convierte en secundaria respecto a la dignidad de ser hijos de Dios, el cual con su amor realiza una verdadera y sustancial igualdad. Todos, a través de la redención de Cristo y el bautismo que hemos recibido, somos iguales: hijos e hijas de Dios. Iguales.

Hermanos y hermanas, estamos por tanto llamados de forma más positiva a vivir una nueva vida que encuentra en la filiación con Dios su expresión fundamental. Iguales por ser hijos de Dios, e hijos de Dios porque nos ha redimido Jesucristo y hemos entrado en esta dignidad a través del bautismo. Es decisivo también para todos nosotros hoy redescubrir la belleza de ser hijos de Dios, ser hermanos y hermanas entre nosotros porque estamos insertos en Cristo que nos ha redimido. Las diferencias y los contrastes que crean separación no deberían tener morada en los creyentes en Cristo. Y uno de los apóstoles, en la Carta de Santiago, dice así: “Estad atentos a las diferencias, porque vosotros no sois justos cuando en la asamblea (es decir en la misa) entra uno que lleva un anillo de oro, está bien vestido: ‘¡Ah, adelante, adelante!’, y hacen que se siente en el primer lugar. Después, si entra otro que, pobrecillo, apenas se puede cubrir y se ve que es pobre, pobre, pobre: ‘sí, sí, siéntate ahí, al fondo’”. Estas diferencias las hacemos nosotros, muchas veces, de forma inconsciente. No, somos iguales. Nuestra vocación es más bien la de hacer concreta y evidente la llamada a la unidad de todo el género humano (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 1). Cualquier cosa que agrave las diferencias entre las personas, causando a menudo discriminaciones, todo esto, delante de Dios, ya no tiene consistencia, gracias a la salvación realizada en Cristo. Lo que cuenta es la fe que obra siguiendo el camino de la unidad indicado por el Espíritu Santo. Y nuestra responsabilidad es caminar decididamente por este camino de igualdad, pero igualdad que es sostenida, que ha sido hecha por la redención de Jesús.

Gracias. Y no os olvidéis, cuando volváis a casa: “¿Cuándo fui bautizada? ¿Cuándo fui bautizado?”. Preguntad, para recordar esta fecha. Y también celebrar cuando llegue la fecha. Gracias.




Tomado de:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210908_udienza-generale.html

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Teología fundamental. 52. La Vida Eterna


 

P. Ignacio Garro, jesuita †

Continuación


8. LA VIDA ETERNA - LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS Y LA VIDA ETERNA 

8.1. LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS 

8.1.1. EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN 

El articulo del Credo: "... espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro", nos enseña que al fin del mundo los hombres resucitarán, esto es, que el alma de cada hombre volverá a juntarse con el cuerpo que tuvo en la tierra, para no separarse ya de él. Enseña también la existencia de una vida futura distinta a la presente. 

Se trata de una resurrección de la carne, porque son los cuerpos los que vuelven a la vida, ya que el alma ni ha muerto, ni puede morir. 

Es posible que se junten los átomos dispersos de los cuerpos por la virtud omnipotente de Dios. Dios, en efecto, no tendrá más dificultad en reunirlos, que la que tuvo en sacarlos de la nada 

Que los muertos resucitarán es una verdad de fe, no alcanzable con el sólo esfuerzo racional. Consta: 

  • Por el testimonio de la Escritura. Así, dice San Juan: "Todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y resucitarán, los que obraron el bien para la vida eterna; y los que obraron el mal para ser condenados" (5, 28, 29). 
  • Por la enseñanza de la Iglesia en los Concilios y en los Símbolos (cfr. Dz. 1 ss, 40, 287, 464, 531,etc.). 

Dios ha dispuesto la resurrección de la carne para que el cuerpo participe del premio o castigo del alma, como participante que fue de su virtud o de sus pecados. 


8.1.2 MODO DE LA RESURRECCIÓN 

No todos los hombres resucitarán en el mismo estado, pues mientras los cuerpos de los condenados aparecerán llenos de ignominia, los de los justos, a semejanza de Cristo resucitado, tendrán las dotes de los cuerpos gloriosos. 

  • "Todos resucitaremos, mas no todos seremos mudados", esto es, glorificados (1 Cor. 15, 51). 
  • "Cristo transformará nuestro cuerpo abatido para hacerlo conforme al suyo glorioso" (Fil. 3, 21).

Las dotes de los cuerpos gloriosos son cuatro: 

a) La impasibilidad, que consiste en que el cuerpo no estará sujeto al sufrimiento ni a la muerte. 

b) La agilidad, que consiste en que podrá trasladarse en un momento a lugares muy remotos. 

c) La claridad, que consiste en que estará vestido de incomparable gloria y hermosura. 

d) Y la sutileza, que consiste en que podrá penetrar otros cuerpos, como Cristo penetró en el cenáculo después de la Resurrección. 

La consideración de este dogma debe movernos a mortificar nuestro cuerpo y apartarlo de la sensualidad, para que un día ostente las señales de los cuerpos glorificados. 


8.2 FE Y ESPERANZA EN LA VIDA ETERNA 

"La catequesis no puede seguir siendo una enumeración de opiniones, sino que debe volver a ser una certeza sobre la fe cristiana con sus propios contenidos, que sobrepasan con mucho a la opinión reinante. Por el contrario, en tantas catequesis modernas la idea de vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte apenas se toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. Perdido para muchos cristianos el sentido escatológico, la muerte ha quedado arrinconada por el silencio, por el miedo o por el intento de trivializarla. Durante siglos la Iglesia nos ha enseñado a rogar para que la muerte no nos sorprenda de improviso, que nos de tiempo para prepararnos, ahora, por el contrario, es el morir de improviso lo que es considerado como gracia. Pero el no aceptar y el no respetar a la muerte significa no aceptar ni respetar tampoco la vida. (Card. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC. 1985, p. 160), (cfr. Puebla, nn. 166, ss., 347, 349, 371, 378-384).

El último artículo del Credo: "Creo en la vida del mundo futuro ", nos enseña que después de la muerte hay otra vida, eternamente feliz para los que murieron en gracia de Dios, o eternamente desgraciada para los que murieron en pecado mortal. 

Dios se llama Remunerador precisamente en cuanto remunera a los buenos con la gloria eterna, y a los malos con el eterno suplicio. 

Las verdades que miran a nuestra suerte postrera, y que por eso se llaman postrimerías, son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria, Llámanse también novísimos, palabra que significa "los últimos sucesos". 

El Purgatorio no figura entre las postrimerías porque no es para las almas un lugar definitivo, como el cielo o el infierno. El Limbo tampoco figura entre ellas, porque es tan sólo una forma particular del infierno (hay pena de daño pero no de sentido, cfr. Dz. 493 a).


8.2.1. LA MUERTE NO ES EL FIN 

Sobre la muerte sabemos con certeza algunas cosas; otras en cambio, las ignoramos por completo. 

1°. Es cierto: a) que todos moriremos; b) que la muerte es castigo del pecado; c) que fijará nuestro destino por toda la eternidad. 

"Por un solo hombre (Adán) entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte" (Rom. 5, 12). "Donde caiga el árbol, al sur o al nortea allí quedará" (Ecle. 11, 3). 

2°. Es incierto: el lugar, tiempo y modo de nuestra muerte, y la suerte que nos espera. Dios ha querido ocultarnos estas cosas para que en todo momento lo respetemos y temamos como dueño de nuestra vida, y siempre estemos preparados a comparecer ante El.  

El Señor nos dice en la Escritura que la muerte llegará como un ladrón, esto es, cogiéndonos desprevenidos. Y la experiencia prueba que con muchísima frecuencia acontece así (Lc. 12, 39 y 40). 

Dios lo quiere así para que estemos siempre en su gracia y servicio. Si supiéramos el día de nuestra muerte, dejaríamos tal vez de servir y temer a Dios durante nuestra vida, en la confianza de tener a última hora tiempo seguro para arrepentirnos. 


8.2.2. NECESIDAD DE OBRAR CON RECTITUD 

La muerte da importantes lecciones de prudencia, que hemos de saber aprovechar. 

La primera nos la da el Salvador cuando nos dice: "Estad preparados, porque no sabéis el día ni la hora" (Mt. 25, 13). 

La segunda es desprendernos de lo terreno, pues sólo lo eterno perdura. 

La tercera nos la da San Pablo cuando dice: "Mientras tengamos tiempo, obremos el bien" (Gal. 6, 10). En efecto el tiempo de expiar nuestros pecados y de obtener méritos para el cielo termina con la muerte. 

Nos enseña también la Sagrada Escritura que "La muerte del justo es preciosa a los ojos del Señor" (Ps. 115, 15); pero que "la muerte de los pecadores es pésima" (Ps. 33, 22). En consecuencia que conforme es nuestra vida, será nuestra muerte. 

Son terribles las palabras con que Dios amenaza a los impios en el libro de los Proverbios: "os estuve llamando y no me respondisteis; menospreciasteis todos mis consejos y ningún caso hicisteis de mis reprensiones; yo también miraré con risa vuestra perdición, y me mofaré de vosotros cuando os sobrevenga lo que temíais, cuando la muerte se os arroje encima como un torbellino" (1, 24 ss.). 


8.2.3. EL JUICIO PARTICULAR 

El juicio particular, que se realiza inmediatamente después de la muerte de cada hombre, consiste en que Jesucristo, en cuanto Dios y en cuanto hombre, juzga a aquella alma sobre el grado de caridad: si murió o no en el Amor de Dios, y en qué grado. En seguida dictará sentencia de salvación o condenación eterna. 

La justicia del supremo juez será: a) estricta: "Descubrirá lo más secreto de los corazones" (I Cor. 4, 5); b) inapelable, pues es tan sólo poner de manifiesto aquello que el hombre libremente determinó cuando podía hacerlo. 

Dios juzgará nuestros pensamientos, deseos, palabras, obras y omisiones. "Daremos cuenta hasta de una palabra ociosa- (Mt. 12, 36) dice la Escritura., 

La norma según la cual nos juzgará el Señor no son los falsos principios del mundo, ni el dictamen de nuestras pasiones; sino las máximas de su Evangelio y las enseñanzas de su Iglesia. En definitiva, del grado de gracia -unión con Dios- que el alma posee en su último instante. 




Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.

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