Adiós querido P. Ignacio Garro S.J.


P. Ignacio Garro jesuita, miembro del blog Formación Pastoral para Laicos

El P. Ignacio Garro, SJ ha sido parte del blog Formación Pastoral para Laicos dirigido por el P. José Ramón Martínez Galdeano SJ, desde los primeros años de iniciado este servicio, fue uno de los principales y entusiastas colaboradores con muchas publicaciones en diferentes temas de formación. Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro SJ y por haber contado con su participación, haciendo del blog parte de su labor pastoral. 

Queda en el blog, parte de su trabajo en los diferentes temas de formación, y seguiremos publicando material que nos entregó para el blog, para que, aunque el P. Ignacio Garro SJ ya no nos acompañe físicamente, continúe su labor pastoral de formación a través de sus textos publicados. 

Confiando en la misericordia de Dios pidamos para que nuestro Padre lo acoja en su Casa y así goce de la presencia del Señor por toda la eternidad. Descansa en paz querido P. Ignacio Garro, SJ.


«Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.» 

Jn 11, 25-26.



PÁGINA DE LOS JESUITAS DE PERÚ "IN MEMORIAM":

Oremos en acción de gracias por la vida de nuestro hermano José Ignacio Garro Esandi que falleció a los 78 años de edad, 55 años de Compañía, 47 de sacerdocio y 44 de sus Últimos Votos.

José Ignacio (Nacho) Garro nació el 3 de octubre de 1941 en Tafalla (Navarra, España). Era el segundo hijo de una familia numerosa compuesta por otros siete hermanos. Estudió primaria y secundaria en el Colegio de los Escolapios de Tafalla. De 1956 a 1964 trabajó en un laboratorio como protésico dental en Tafalla y Madrid. En octubre de 1964, con 23 años de edad, ingresó al Noviciado de la Provincia de Toledo en Aranjuez (Madrid). 

Llegó al Perú para hacer su segundo año de Noviciado en Huachipa (Lima). De 1966 a 1967 hizo el Juniorado en la misma casa. Para realizar los estudios de Filosofía es destinado a la Facultad de Filosofía de Alcalá de Henares (España), donde permanece hasta el año 1969.  Realizó la etapa de Magisterio en el Colegio De la Inmaculada (Lima) como profesor y tutor de 1969 a 1970.

Estudió la Teología en México DF de 1971 a 1974. Fue ordenado sacerdote el 8 de julio de 1973 en Loyola (España). Culminó su formación con la Tercera Probación en Arequipa en 1976. Ese mismo año emitió sus Últimos Votos en la misma ciudad.

La vida apostólica de Ignacio comienza en 1976 y estuvo prácticamente centrada en Arequipa, a excepción de un período de siete años (1980-1986) en el que estuvo destinado al Seminario Diocesano San Carlos y San Marcelo de Trujillo como director espiritual y profesor.

En su primera etapa en Arequipa, de 1976 a 1980, fue destinado a la Residencia Sagrado Corazón. Durante este tiempo fue director de la Casa de Ejercicios Manresa. La segunda etapa en Arequipa comienza en 1987. Desde entonces y hasta el año pasado colaboró en el Seminario Arquidiocesano San Jerónimo como profesor de Teología dogmática y acompañante espiritual. También fue varios años capellán del Centro Juvenil Alfonso Ugarte y colaborador del Centro de Catequistas San Francisco Javier de Tiabaya. Durante estos años también colaboró de forma permanente en la Iglesia de la Compañía y todos los años dirigía Ejercicios Espirituales.

El servicio a la iglesia local es uno de los rasgos que mejor define la trayectoria apostólica de nuestro querido Nacho Garro. La espiritualidad, el ministerio de los Ejercicios Espirituales y la enseñanza de la Teología han constituido sus grandes intereses. Ignacio era un hombre ameno, gran conversador, consejero prudente, profesor con grandes capacidades didácticas. Para prestar el mejor servicio posible buscaba con gran esmero los mejores recursos que pudieran ayudarle a la misión confiada, sea en el seminario, en el centro juvenil o en la escuela de catequistas. Sus apuntes teológicos, difundidos en Internet, son punto de referencia formativa para muchos sacerdotes y laicos. Nacho era un amigo siempre dispuesto a escuchar, a dar una palabra de aliento y sabio consejo que animaban y reconfortaban.

Aunque en el momento de su muerte se encontraba en la comunidad de Fátima (Lima), su comunidad era todavía la de Arequipa. En los últimos años pasó periodos prolongados en la enfermería jesuita de Lima por diversas dificultades de salud. El inicio de la pandemia le sorprendió en uno de esos períodos de revisión de salud. El 1° de octubre fue trasladado a la Clínica Good Hope debido a una descompensación. Falleció el día 2, víspera de su cumpleaños número 79.

Demos gracias a Dios por su vida de entrega apasionada al Señor, anunciando siempre su Palabra, y la confianza en el cariño maternal de María, Nuestra Madre.


Tomado de:

https://inmemoriam.jesuitas.pe/2020/10/02/p-ignacio-garro-esandi-sj/


Misa del funeral del P. Ignacio Garro S.J.



Domingo XXX Tiempo Ordinario. Ciclo A – Amar a Dios y al prójimo

 


P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22, 34 - 40):

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»

Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor


La tarea fundamental de la vida: amar a Dios y al prójimo.

Los diversos grupos de prestigio y de poder en la sociedad judía, se han hecho enemigos de Jesús; les incomoda que un pobre hombre de la plebe tenga tanto ascendiente sobre el pueblo; les incomoda que las multitudes se asombren de su sabiduría y de sus palabras. Les incomoda que ponga al descubierto su falta de sinceridad y su vanidad; les fastidia que les hable de forma tan directa, porque no les gusta la verdad. 

Por eso varias veces le buscaron para hacerle preguntas capciosas para desautorizarlo. Y en esta ocasión le van a hacer una pregunta especialmente difícil: de todos los mandamientos (innumerables) del buen judío ¿cuál es el más importante? Y Jesús, en respuesta, les recuerda lo que ya sabían: El primer mandamiento es “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo, como a ti mismo”. De hecho los fariseos ya lo sabían, la pregunta era ociosa; pero querían ver hasta qué punto ese Maestro había penetrado la esencia de lo que Dios mandó a su pueblo.

Así que éste es el principal mandamiento. Y a nosotros también Jesús, con este motivo nos recuerda lo principal del ser cristiano: Amar a Dios sobre todas las cosas y amar totalmente al prójimo.

En esto consiste la esencia de la Religión, la esencia del ser cristiano. Pero examinando lo que este mandamiento dice, nos podemos preguntar: ¿es verdad que se puede amar a Dios? O cuando se habla de amor a Dios ¿no nos estaremos refiriendo a una relación imprecisa, indefinida, que sólo llamamos amor por costumbre, dando en este caso un significado diferente a esta palabra “amor”? 

Cuando hablamos del amor humano, entre seres humanos, sabemos a qué nos referimos. Y todos entendemos que este amor es algo real, preciso. Cuando se habla del amor que una madre o un padre sienten por su hijo, sabemos de qué hablamos. Hablamos del amor entre amigos, como una realidad que enriquece la vida de las personas. Hablamos del amor entre hombre y mujer, como una exultación, algo verdadero, palpable y específico. ¿Se parece a esto lo que debemos tener para con Dios? ¿El corazón, y su lenguaje de afectos, de sueños y de atracción, se emociona por Dios?

En la Biblia Dios mismo nos responde a esa pregunta, sobre si el amor a Dios es de verdad amor. El nos habla de su ternura para con nosotros, de cómo nos cuida. Se compara a una madre que no puede olvidar el fruto de sus entrañas. Es un Padre que todas las tardes sale para ver si llega el hijo que se fue. Es un esposo que busca a su amada en los campos, entre las flores. Es un amigo fiel, que defiende a sus amigos. Y en la plenitud de los tiempos, es Alguien que tanto desborda de amor por nosotros, que nos da lo mejor que tiene: su Hijo, el único que tiene. 

Esto por lo que hace al amor de Dios a nosotros, pero ¿y el amor de nosotros con El? El amor de una persona a Dios se puede convertir en manantial de gozo ¿es verdad? ¿Se le pueda amar tanto que este afecto nos llene hasta incluso los latidos: de modo que digamos que ese amor nos hace volar por encima de todas las cosas? Es absolutamente verdad. Se puede tener una plenitud incomparable, experimentando que el corazón se nos escapa hacia Dios, y que El es el descanso donde me siento tranquilo y sosegado. Y esto no es una idea que se piensa, sino algo que se experimenta, y que hace florecer la vida. Y esta verdadera experiencia no es una creación subjetiva de la imaginación, sino lo más real de lo real. 

Se puede experimentar la certeza de su presencia. Hay formas de saber muy diferentes; diversas formas de certeza: los objetos y los métodos del conocimiento varían mucho; y también varían mucho los efectos que estos distintos saberes producen en nosotros. Pero el saber que más alegría nos da es el conocimiento cierto de que Aquel a quien amamos está junto a nosotros (el amor busca la presencia). A veces se llega a esta gran alegría por una certeza descubierta de repente: Dios me envuelve, como una atmósfera en la que vivo abrigado y protegido; Dios es presente porque me invade, y se expande dentro de mí, como la sangre que me recorre de pies a cabeza.

Amar a Dios es posible para todo ser humano, y especialmente para un cristiano. Y no solo es una posibilidad, sino que es la meta a la que deberíamos tender todos los que tenemos el don incomparable de la fe en Dios. Y cuando este amor es concedido por Dios, El hace que rebalse hacia fuera, que en el prójimo le manifestemos la verdad de nuestro amor.



Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
...



Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

 




Teología fundamental. 21. El Credo. Elevación del hombre al orden sobrenatural


P. Ignacio Garro, jesuita 


5. EL CREDO

Continuación

5.5.4. ELEVACIÓN DEL HOMBRE AL ORDEN SOBRENATURAL

Dios elevó desde un principio a nuestros primeros padres y a todos los hombres al orden sobrenatural (cfr. Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2). Esto es: 

a) Le señaló como último fin su eterna posesión en el cielo, por la visión beatifica. 

b) Para poder llegar a este fin les concedió medios sobrenaturales a propósito, de los cuales el principal es la gracia. 

El estado en que Dios creó a nuestros primeros padres recibe dos denominaciones: 

a) Estado de inocencia, porque ellos no fueron formados en el pecado, mientras que todos sus descendientes sí nacen en el pecado. 

b) Estado de justicia original. Con estas palabras se comprenden los diversos dones sobre. naturales y preternaturales con que Dios los enriqueció. 


5.5.4.1. Dones sobrenaturales. La gracia. Filiación divina 

Los dones sobrenaturales son principalmente la gracia, las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo.Baste por ahora, dar una noción somera de lo que es la gracia, pues un estudio más completo de esta realidad sobrenatural y de los medios por los que nos llega -los sacramentos- se estudia en la Teología Sacramentaria.* 

* Cfr. Sada R. y Monroy A. Curso de Teología Sacramentaria pp. 19-30, ERSA, México 1980. 


La gracia santificante es una participación de la Naturaleza divina, que nos hace hijos adoptivos de Dios y herederos de la gloria. 


1°. Es una participación de la naturaleza divina (cfr. 2a. Epístola de San Pedro 1, 4,). Como dijimos, los dones sobrenaturales, y entre ellos la gracia, son divinos en sentido estricto, esto es, propios de Dios. 

2°. Que nos hace hijos de Dios. Por naturaleza somos tan sólo criaturas, siervos de Dios. La gracia, por sobre la naturaleza, nos hace sus hijos. 

Dos diferencias principales hay entre el hijo y el siervo: 

a) El hijo participa de la naturaleza de sus padres, de quienes recibió la existencia; el siervo es un extraño en la familia. 

b) El hijo tiene derecho a la herencia de sus padres; el siervo no. 

La gracia nos hace hijos de Dios no por naturaleza, sino por adopción. A veces en una casa recogen un niño huérfano, lo educan con esmero, llegan a adoptarlo por hijo, le dan el apellido familiar y una participación en la herencia. Algo así hace Dios con nosotros, participándonos algo de su Naturaleza, y dándonos derecho a su heredad. Sólo Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza. 

3°. La gracia no es una participación sustancial de la naturaleza divina, sino una participación accidental; pues la misma substancia divina es incomunicable. 


5.5.4.2. Dones preternaturales 

Dios adornó a nuestros primeros padres con cuatro dones preternaturales muy excelentes. Dos se refieren al alma, la ciencia y la integridad; y dos al cuerpo: la inmunidad y la inmortalidad. 

a) La ciencia consiste en que poseyeron sin estudio gran número de elevados conocimientos, en especial religiosos y morales que por referirse a Dios son más sapiencíales. 

b) La integridad, en el orden perfecto de toda su naturaleza. Las pasiones estaban perfectamente sometidas a la razón, y ésta por entero a Dios. Por ello, era imposible un pecado pasional, pues para ello tenía antes que darse la ruptura de la razón con Dios. Por ello, nuestros primeros padres en estado de inocencia no podían pecar venialmente. 

c) La inmunidad, en que no estaban sometidos al dolor. La misma ley del trabajo era para ellos suave y deleitosa. 

d) La inmortalidad, en que no debían morir; sino que después de algún tiempo deberían ser trasladados al cielo sin pasar por la muerte. 


5.5.4.3. Dones permanentes y transmisibles 

Estos dones, tanto los sobrenaturales, como los preternaturales, tenían dos propiedades: eran permanentes y transmisibles. 

1°. Eran permanentes. Esto es, Dios se los concedió a nuestros primeros padres, no por algún tiempo, sino de modo permanente, mientras no se hicieran indignos de ellos por el pecado. 

2°. Eran transmisibles. Esto es, Adán los transmitirla por naturaleza a todos sus hijos. De manera que si Adán no hubiera pecado, todos los hombres nacerían en estado de gracia, con derecho al cielo, y adornados de los dones preternaturales. 


...

Damos gracias a Dios por la vida del P. Ignacio Garro, S.J. quien nos brindó toda su colaboración. Seguiremos publicando los materiales que nos compartió para dicho fin.
Para acceder a las publicaciones anteriores acceder AQUÍ.



La fe cristiana desde la Biblia: Sacerdocio y Comunidad




P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita.



Según la tradición cristiana que se refleja de forma clara en los escritos del Nuevo Testamento, este infinito poder sacramen­tal “de hacer memoria” de la muerte y re­surrección del Señor que se nos da como el alimento de vida permanente fue confe­rida a sus apóstoles y sucesores. Como se trata de un poder que pertenece a Dios y sólo a él, lo calificamos como de un orden “jerárquico”. No otra cosa significa “jerar­quía” (poder que viene de lo alto). “Yo soy el pan que ha bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá siempre” (Jn 6,51).


Los obispos como los representantes y auténticos administradores de los bienes espirituales ("depositum fidei") que reci­ben desde lo alto para el servicio de la comunidad eclesial, eligen a sus ayudantes (presbíteros) con el fin de hacerse respon­sables de su tarea, la de ser “pastores” y dispensadores de aquellos bienes (“minis­tros”). Por eso, el sacerdocio que vemos y conocemos es un sacerdocio ministerial. En el sacramento de la eucaristía (misa) el ministerio (servicio) consiste en hacernos presente hoy la muerte y resurrección de Jesús en orden a la “acción de gracias” al Padre y a nuestra comunión en Cristo.


Pero quienes representan al Señor por el ministerio que ejercen en su Iglesia, son hombres, no al estilo de quienes rigen los pueblos, sino servidores por vocación reci­bida del Señor: “Porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor, y no somos mas que servidores vuestros por amor a Jesús. (...) Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,5.7). Desde sus limitaciones se ofrece el don del cielo.


A veces se dice que la comunidad como un “pueblo de Dios” es un pueblo sacer­dotal. “Vosotros, en cambio, sois linaje esco­gido, sacerdocio regio y nación santa, pueblo adquirido en posesión, para anunciar las grandezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”(1 Pe 2,9). No es sola­mente en cuanto Iglesia jerárquica, fun­dada por Jesucristo y con los poderes de lo alto conferidos a sus apóstoles y sucesores, la Iglesia es una comunidad sacerdotal “al servicio de los siervos de Dios”, sino que todos sus miembros vivos, alimentados y en comunión con el Cristo vivo, partici­pan de la capacidad de ofrendar sus vidas según sea el deseo de Dios, su único Señor. Esta ofrenda en Cristo se constituye en la esencia del sacerdocio cristiano. Ese morir para resucitar en los quehaceres cotidianos transforma nuestra tarea en “sacerdotal” pues hacemos presente en nosotros el mis­terio pascual. La vida se hace culto.



...
Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
Para acceder a las publicaciones anteriores acceder AQUÍ.


Catequesis del Papa sobre la Oración: 11, «La oración de los salmos. 2»


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 21 de octubre de 2020

[Multimedia]


 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy tendremos que cambiar un poco la forma de realizar esta audiencia por causa del coronavirus. Vosotros estáis separados, también con la protección de la mascarilla y yo estoy aquí un poco distante y no puedo hacer lo que hago siempre, acercarme a vosotros, porque sucede que cada vez que yo me acerco, vosotros venís todos juntos y se pierde la distancia y está el peligro para vosotros del contagio. Siento hacer esto pero es por vuestra seguridad. En vez de ir cerca de vosotros y darnos la mano y saludar, nos saludamos desde lejos, pero sabed que yo estoy cerca de vosotros con el corazón. Espero que entendáis por qué hago esto. Por otro lado, mientras leían los lectores el pasaje evangélico, me ha llamado la atención ese niño o niña que lloraba. Yo veía a la madre que le acunaba y le amamantaba y he pensado: “así hace Dios con nosotros, como esa madre”. Con cuánta ternura trataba de mover al niño, de amamantar. Son imágenes bellísimas. Y cuando en la iglesia sucede esto, cuando un niño llora, se sabe que ahí está la ternura de una madre, como hoy, está la ternura de una madre que es el símbolo de la ternura de Dios con nosotros. No mandéis nunca callar a un niño que llora en la iglesia, nunca, porque es la voz que atrae la ternura de Dios. Gracias por tu testimonio.

Completamos hoy la catequesis sobre la oración de los Salmos. Ante todo notamos que en los Salmos aparece a menudo una figura negativa, la del “impío”, es decir aquel o aquella que vive como si Dios no existiera. Es la persona sin ninguna referencia al trascendente, sin ningún freno a su arrogancia, que no teme juicios sobre lo que piensa y lo que hace.

Por esta razón el Salterio presenta la oración como la realidad fundamental de la vida. La referencia al absoluto y al trascendente —que los maestros de ascética llaman el “sagrado temor de Dios”— es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de forma rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano.

Cierto, existe también una oración falsa, una oración hecha solo para ser admirados por los otros. Ese o esos que van a misa solamente para demostrar que son católicos o para mostrar el último modelo que han comprado, o para hacer una buena figura social. Van a una oración falsa. Jesús ha advertido fuertemente sobre esto (cfr. Mt 6, 5-6; Lc 9, 14). Pero cuando el verdadero espíritu de la oración es acogido con sinceridad y desciende al corazón, entonces esta nos hace contemplar la realidad con los ojos mismos de Dios.

Cuando se reza, todo adquiere “espesor”. Esto es curioso en la oración, quizá empezamos en una cosa sutil pero en la oración esa cosa adquiere espesor, adquiere peso, como si Dios la tomara en sus manos y la transformase. El peor servicio que se puede prestar, a Dios y también al hombre, es rezar con cansancio, como si fuera un hábito. Rezar como los loros. No, se reza con el corazón. La oración es el centro de la vida. Si hay oración, también el hermano, la hermana, también el enemigo, se vuelve importante. Un antiguo dicho de los primeros monjes cristianos dice así: «Beato el monje que, después de Dios, considera a todos los hombres como Dios» (Evagrio Póntico, Tratado sobre la oración, n. 123). Quien adora a Dios, ama a sus hijos. Quien respeta a Dios, respeta a los seres humanos.

Por esto, la oración no es un calmante para aliviar las ansiedades de la vida; o, de todos modos, una oración de este tipo no es seguramente cristiana. Más bien la oración responsabiliza a cada uno de nosotros. Lo vemos claramente en el “Padre nuestro”, que Jesús ha enseñado a sus discípulos.

Para aprender esta forma de rezar, el Salterio es una gran escuela. Hemos visto cómo los salmos no usan siempre palabras refinadas y amables, y a menudo llevan marcadas las cicatrices de la existencia.  Sin embargo, todas estas oraciones han sido usadas primero en el Templo de Jerusalén y después en las sinagogas; también las más íntimas y personales. Así se expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: «Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad viva tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre» (n. 2588). Y así la oración personal toma y se alimenta de la del pueblo de Israel, primero, y de la del pueblo de la Iglesia, después.

También los salmos en primera persona singular, que confían los pensamientos y los problemas más íntimos de un individuo, son patrimonio colectivo, hasta ser rezados por todos y para todos. La oración de los cristianos tiene esta “respiración”, esta “tensión” espiritual que mantiene unidos el templo y el mundo. La oración puede comenzar en la penumbra de una nave, pero luego termina su recorrido por las calles de la ciudad. Y viceversa, puede brotar durante las ocupaciones diarias y encontrar cumplimiento en la liturgia. Las puertas de las iglesias no son barreras, sino “membranas” permeables, listas para recoger el grito de todos.

En la oración del Salterio el mundo está siempre presente. Los salmos, por ejemplo, dan voz a la promesa divina de salvación de los más débiles: «Por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahveh: auxilio traigo a quien por él suspira» (12, 6). O advierten sobre el peligro de las riquezas mundanas, porque «el hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja» (48, 21). O, también, abren el horizonte a la mirada de Dios sobre la historia: «Yahveh frustra el plan de las naciones, hace vanos los proyectos de los pueblos; mas el plan de Yahveh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades» (33,10-11).

En resumen, donde está Dios, también debe estar el hombre. La Sagrada Escritura es categórica: «Nosotros amemos, porque él nos amó primero» (1Jn 4, 19). Él siempre va antes que nosotros. Él nos espera siempre porque nos ama primero, nos mira primero, nos entiende primero. Él nos espera siempre. «Si alguno dice “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1Jn 4, 20). Si tú rezas muchos rosarios al día pero luego chismorreas sobre los otros, y después tienes rencor dentro, tienes odio contra los otros, esto es puro artificio, no es verdad. «Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4, 21). La Escritura admite el caso de una persona que, incluso buscando sinceramente a Dios, nunca logra encontrarlo; pero afirma también que las lágrimas de los pobres no se pueden negar nunca, so pena de no encontrar a Dios. Dios no sostiene el “ateísmo” de quien niega la imagen divina que está impresa en todo ser humano. Ese ateísmo de todos los días: yo creo en Dios pero con los otros mantengo la distancia y me permito odiar a los otros. Esto es el ateísmo práctico. No reconocer la persona humana como imagen de Dios es un sacrilegio, es una abominación, es la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar.

Queridos hermanos y hermanas, que la oración de los salmos nos ayude a no caer en la tentación de la “impiedad”, es decir de vivir, y quizá también de rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran.



Tomado de:
http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20201021_udienza-generale.html

Para anteriores catequesis del Papa AQUÍ
Accede a la Etiqueta Catequesis del Papa AQUÍ

Domingo XXIX Tiempo Ordinario. Ciclo A – A Dios lo que es de Dios

 


P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21):

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.

Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»

Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»

Le respondieron: «Del César.»

Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

Palabra del Señor.


A Jesús sus enemigos le pusieron muchas trampas “intelectuales”, para desprestigiarlo o para dejarlo mal parado. El evangelio de hoy, nos narra una de esas trampas. A Cristo quieren ponerlo entre la espada y la pared, y para eso le hacen una pregunta comprometida: ¿damos tributo al César, o no? Si responde: hay que dar tributo, entonces queda como poco patriota, como colaborador de los romanos dominadores; si dice: no hay que dar tributo, entonces puede ser calificado de subversivo, enemigo de la ley y del orden, y puede ser juzgado como rebelde. Los fariseos deben estar satisfechos con esa prueba de ingenio. ¿Y cómo se sale Jesús de la trampa? Les da una respuesta tan justa y tan nítida, que sus adversarios quedan de nuevo desconcertados. Aunque no se trata fundamentalmente de buscar una salida ingeniosa. Jesús no va a competir con los fariseos a ver quién es más agudo. Esta no es una competencia intelectual. Se trata de otra cosa.

Y para que la respuesta suya sea más clara, Jesús pide a sus interlocutores una moneda de las que se usaban para pagar el tributo. Con esto va a ser más evidente el mensaje que quiere darles.

Jesús sabe ver lo más hondo de la realidad, incluso en cada circunstancia pequeña ve lo esencial. Los fariseos, en cambio, se dedican a las cosas pequeñitas, a ver la trampa, a gozarse de lo hábiles que son para poner preguntas difíciles a ese galileo ignorante. Y ya se están regocijando con su propia astucia.

Jesús toma el asunto en serio y va a lo que hay de importante en esta pregunta y con la moneda en la mano responde a sus interlocutores: Hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y al hablarles a ellos, nos está hablando a todos nosotros, y orientando nuestra vida en todos los ámbitos en los que ésta es vivida por nosotros.

Vamos a hacer caso al Señor, y por eso es básico que examinemos qué es lo de Dios, para dárselo a El y qué es lo del César, para dárselo al César. Imaginemos que tenemos un cuarto donde guardamos todas nuestras cosas, objetos, cualidades, ilusiones, todo lo que es nuestro. Y los cogemos uno por uno, y les miramos la etiqueta, como se las miramos a las prendas de vestir. Y empezamos, para ver si esto es del César o es de Dios. El tiempo, del que dispongo, que es lo que dura mi vida; esto es de Dios (El es quien me da tanto tiempo o menos); la vida misma, también es de Dios. Mis ilusiones, son de Dios. Mis buenas acciones, mi actividad, mis objetos, la riqueza, poca o mucha que tengo, mis relaciones de amistad, mis proyectos, mis realizaciones.

Y después de un largo examinar cosa por cosa, que están ahí, resulta que todo le pertenece a Dios. No hay nada en mí que no sea de Dios. Entonces: dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, ¿Qué significa si todo es de Dios? Pero Cristo está afirmando que es voluntad de Dios que algunas cosas (de las muchas que El nos ha dado) pertenezcan de alguna forma al César, y que se las demos al César por mandato de Dios mismo.

Y entonces, por voluntad de Dios, damos al César, por ejemplo, toda nuestra participación en la vida social, la obediencia a las leyes civiles, la responsabilidad en la vida política. Todo lo que pertenece a la vida civil, es lo que Dios quiere que demos al César; aunque todo en última instancia venga de Dios. 

Pero también esta frase hay que entenderla en otro sentido más de fondo: que tenemos nuestra vida viviendo en dos planos en el natural y en el sobrenatural: uno sería el César y el otro es Dios. Y ahí también se aplica el mandato de Jesús: vivir la vida natural con sus compromisos, obligaciones y responsabilidades; y vivir la vida sobrenatural con su dedicación de tiempo, de entrega y de ilusión. Hay que vivir anclado en lo natural, en lo material, donde quiere Dios que vivamos, en este tramo de la vida que hay hasta la muerte, pero que a la vez tengamos una seria dedicación a la vida sobrenatural, al mundo de Dios.

Es Dios mismo el que quiere que vivamos simultáneamente en el tiempo y en la eternidad. Es Dios mismo el que nos ha dado un ser complejo, que es materia y espíritu, que vive en el tiempo y que mira a la eternidad: un ser que debe respetar al César y, por encima de todo apuntar hacia Dios.



Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
...



Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

 




Catequesis del Papa sobre la Oración: 10, «La oración de los salmos. 1»



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 14 de octubre de 2020

[Multimedia]


 

Catequesis - 10. La oración de los salmos. 1

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Leyendo la Biblia nos encontramos continuamente con oraciones de distinto tipo. Pero encontramos también un libro compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de entrenamiento y casa de innumerables orantes. Se trata del Libro de los Salmos. Son 150 salmos para rezar.

Forma parte de los libros sapienciales, porque comunica el “saber rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios. En los salmos encontramos todos los sentimientos humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras que colorean nuestra vida. El Catecismo afirma que cada salmo «es de una sobriedad tal que verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo tiempo» (CIC, 2588). Leyendo y releyendo los salmos, nosotros aprendemos el lenguaje de la oración. Dios Padre, de hecho, con su Espíritu los ha inspirado en el corazón del rey David y de otros orantes, para enseñar a cada hombre y mujer cómo alabarle, cómo darle gracias y suplicarle, cómo invocarle en la alegría y en el dolor, cómo contar las maravillas de sus obras y de su Ley. En síntesis, los salmos son la palabra de Dios que nosotros humanos usamos para hablar con Él.

En este libro no encontramos personas etéreas, personas abstractas, gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. Los salmos no son textos nacidos en la mesa; son invocaciones, a menudo dramáticas, que  brotan de la vida de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos. No tenemos que olvidar que para rezar bien tenemos que rezar así como somos, no maquillados. No hay que maquillar el alma para rezar. “Señor, yo soy así”, e ir delante del Señor como somos, con las cosas bonitas y también con las cosas feas que nadie conoce, pero nosotros, dentro, conocemos. En los salmos escuchamos las voces de orantes de carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el sufrimiento se transforma en pregunta. Del sufrir al preguntar.

Y entre las muchas preguntas, hay una que permanece suspendida, como un grito incesante que atraviesa todo el libro de lado a lado. Una pregunta, que nosotros la repetimos muchas veces: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo?”. Cada dolor reclama una liberación, cada lágrima invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada calumnia una sentencia absolutoria. “¿Hasta cuándo, Señor, debo sufrir esto? ¡Escúchame, Señor!”: cuántas veces nosotros hemos rezado así, con “¿hasta cuándo?”, ¡basta Señor!

Planteando continuamente preguntas de este tipo, los salmos nos enseñan a no volvernos adictos al dolor, y nos recuerdan que la vida no es salvada si no es sanada. La existencia del hombre es un soplo, su historia es fugaz, pero el orante sabe que es valioso a los ojos de Dios, por eso tiene sentido gritar. Y esto es importante. Cuando nosotros rezamos, lo hacemos porque sabemos que somos valiosos a los ojos de Dios. Es la gracia del Espíritu Santo que, desde dentro, nos suscita esta conciencia: de ser valiosos a los ojos de Dios. Y por esto se nos induce a orar.

La oración de los salmos es el testimonio de este grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza… Hasta el “escándalo” supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel, que conlleva la aniquilación y el final?  El orante de los salmos pide a Dios intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la oración, ya en sí misma, es camino de salvación e inicio de salvación.

Todos sufren en este mundo: tanto quien cree en Dios, como quien lo rechaza. Pero en el Salterio el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo. Tampoco los dolores que sufrimos pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre “mis” lágrimas. Pensad en esto: las lágrimas no son universales, son “mis” lágrimas. Cada uno tiene las propias. “Mis” lágrimas y “mi” dolor me empujan a ir adelante con la oración. Son “mis” lágrimas que nadie ha derramado nunca antes que yo. Sí, muchos han llorado, muchos. Pero “mis” lágrimas son mías, “mi” dolor es mío, “mi” sufrimiento es mío.

Antes de entrar en el Aula, he visto a los padres del sacerdote de la diócesis de Como que fue asesinado; precisamente fue asesinado en su servicio para ayudar. Las lágrimas de esos padres son “sus” lágrimas y cada uno de ellos sabe cuánto ha sufrido en el ver este hijo que ha dado la vida en el servicio de los pobres. Cuando queremos consolar a alguien, no encontramos las palabras. ¿Por qué? Porque no podemos llegar a su dolor, porque “su” dolor es suyo, “sus” lágrimas son suyas. Lo mismo es para nosotros: las lágrimas, “mi” dolor es mío, las lágrimas son “mías” y con estas lágrimas, con este dolor me dirijo al Señor.

Todos los dolores de los hombres para Dios son sagrados. Así reza el orante del salmo 56: «Tú has anotado los pasos de mi destierro; recoge mis lágrimas en tu odre: ¿acaso no está todo registrado en tu Libro?» (v. 9). Delante de Dios no somos desconocidos, o números. Somos rostros y corazones, conocidos uno a uno, por nombre.

En los salmos, el creyente encuentra una respuesta. Él sabe que, incluso si todas las puertas humanas estuvieran cerradas, la puerta de Dios está abierta. Si incluso todo el mundo hubiera emitido un veredicto de condena, en Dios hay salvación.

“El Señor escucha”: a veces en la oración basta saber esto. Los problemas no siempre se resuelven. Quien reza no es un iluso: sabe que muchas cuestiones de la vida de aquí abajo se quedan sin resolver, sin salida; el sufrimiento nos acompañará y, superada la batalla, habrá otras que nos esperan. Pero, si somos escuchados, todo se vuelve más soportable.

Lo peor que puede suceder es sufrir en el abandono, sin ser recordados. De esto nos salva la oración. Porque puede suceder, y también a menudo, que no entendamos los diseños de Dios. Pero nuestros gritos no se estancan aquí abajo: suben hasta Él, que tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre y que muere. Os diré una cosa: a mí me ayuda, en los momentos duros, pensar en los llantos de Jesús, cuando lloró mirando Jerusalén, cuando lloró delante de la tumba de Lázaro. Dios ha llorado por mí, Dios llora, llora por nuestros dolores. Porque Dios ha querido hacerse hombre —decía un escritor espiritual— para poder llorar. Pensar que Jesús llora conmigo en el dolor es un consuelo: nos ayuda a ir adelante. Si nos quedamos en la relación con Él, la vida no nos ahorra los sufrimientos, pero se abre un gran horizonte de bien y se encamina hacia su realización. Ánimo, adelante con la oración. Jesús siempre está junto a nosotros.



Tomado de:
http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20201014_udienza-generale.html

Para anteriores catequesis del Papa AQUÍ
Accede a la Etiqueta Catequesis del Papa AQUÍ



Catequesis del Papa sobre la Oración: 9, «La oración de Elías»


 PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 7 de octubre de 2020

[Multimedia]


 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Retomamos hoy las catequesis sobre la oración, que interrumpimos para hacer las catequesis sobre el cuidado de la creación y ahora retomamos; y encontramos a uno de los personajes más interesantes de toda la Sagrada Escritura: el profeta Elías. Él va más allá de los confines de su época y podemos vislumbrar su presencia también en algunos episodios del Evangelio. Aparece junto a Jesús, junto a Moisés, en el momento de la Transfiguración (cfr. Mt 17, 3). Jesús mismo se refiere a su figura para acreditar el testimonio de Juan el Bautista (cfr. Mt 17, 10-13).

En la Biblia, Elías aparece de repente, de forma misteriosa, procedente de un pequeño pueblo completamente marginal (cfr. 1 Re 17, 1); y al final saldrá de escena, bajo los ojos del discípulo Eliseo, en un carro de fuego que lo sube al cielo (cfr. 2 Re 2, 11-12). Es por tanto un hombre sin un origen preciso, y sobre todo sin un final, secuestrado en el cielo: por esto su regreso era esperado antes del advenimiento del Mesías, como un precursor. Así se esperaba el regreso de Elías.

La Escritura nos presenta a Elías como un hombre de fe cristalina: en su mismo nombre, que podría significar “Yahveh es Dios”, está encerrado el secreto de su misión. Será así durante toda la vida: hombre recto, incapaz de acuerdos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador de Dios. Él primero será sometido a dura prueba, y permanecerá fiel. Es el ejemplo de todas las personas de fe que conocen tentaciones y sufrimientos, pero no fallan al ideal por el que nacieron.

La oración es la savia que alimenta constantemente su existencia. Por esto es uno de los personajes más queridos por la tradición monástica, tanto que algunos lo han elegido como padre espiritual de la vida consagrada a Dios. Elías es el hombre de Dios, que se erige como defensor del primado del Altísimo. Sin embargo, él también se ve obligado a lidiar con sus propias fragilidades. Es difícil decir qué experiencias fueron más útiles: si la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 20-40), o el desconcierto en el que se da cuenta que “no soy mejor que mis padres” (cfr. 1 Re 19, 4). En el alma de quien reza, el sentido de la propia debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es una cabalgata de victorias y éxitos. En la oración sucede siempre esto: momentos de oración que nosotros sentimos que nos levantan, también de entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas. La oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por situaciones malas y tentaciones. Esta es una realidad que se encuentra en muchas otras vocaciones bíblicas, también en el Nuevo Testamento, pensemos por ejemplo en San Pedro y San Pablo. También su vida era así: momentos de júbilo y momentos de abatimiento, de sufrimiento.

Elías es el hombre de vida contemplativa y, al mismo tiempo, de vida activa, preocupado por los acontecimientos de su época, capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse de su viña (cfr. 1 Re 21, 1-24). Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de cristianos celantes, que actúen delante de personas que tienen responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: “¡Esto no se hace! ¡Esto es un asesinato!” Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien reza: se está delante del Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él envía. La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no, esto no es oración, esto es oración fingida. La oración es un encuentro con Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo. Y viceversa: los creyentes actúan en el mundo después de estar primero en silencio y haber rezado; de lo contrario su acción es impulsiva, carece de discernimiento, es una carrera frenética sin meta. Los creyentes se comportan así, hacen muchas injusticias, porque no han ido antes donde el Señor a rezar, a discernir qué deben hacer.

Las páginas de la Biblia dejan suponer que también la fe de Elías ha conocido un progreso: también él ha crecido en la oración, la ha refinado poco a poco. El rostro de Dios se ha hecho para él más nítido durante el camino. Hasta alcanzar su culmen en esa experiencia extraordinaria, cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte (cfr. 1 Re 19, 9-13). Se manifiesta no en la tormenta impetuosa, no en el terremoto o en el fuego devorador, sino en el «susurro de una brisa suave» (v. 12). O mejor, una traducción que refleja bien esa experiencia: en un hilo de silencio sonoro. Así se manifiesta Dios a Elías. Es con este signo humilde que Dios se comunica con Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz. Dios viene al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber fracasado en todos los frentes, y con esa brisa suave, con ese hilo de silencio sonoro hace volver a su corazón la calma y la paz.

Esta es la historia de Elías, pero parece escrita para todos nosotros. Algunas noches podremos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la oración vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón. Un borde de la capa de Elías podemos recogerlo todos nosotros, como ha recogido la mitad del manto su discípulo Eliseo. E incluso si nos hubiéramos equivocado en algo, o si nos sintiéramos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías.




Tomado de:
http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20201007_udienza-generale.html

Para anteriores catequesis del Papa AQUÍ
Accede a la Etiqueta Catequesis del Papa AQUÍ




Homilía de la Beatificación de Carlo Acutis


El texto de la homilía del cardenal Agostino Vallini:


“Quien permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada”.

Con estas palabras que hemos escuchado del Evangelio de Juan, Jesús, en la última cena se dirige a sus discípulos y los exhorta a permanecer unidos a Él como las ramas a la vid.

La imagen de la vid y las ramas y es muy elocuente para expresar cuánto es necesario para el cristiano vivir en comunión con Dios. Su fuerza reside precisamente aquí: tener una relación personal con Jesús, íntima, profunda y hacer de la Eucaristía el momento más alto de su relación con Dios.

Queridos hermanos y hermanas, hoy nos sentimos especialmente admirados y atraídos por la vida y el testimonio de Carlo Acutis, a quien la Iglesia reconoce como modelo y ejemplo de vida cristiana, proponiéndolo sobre todo a los jóvenes. Es natural preguntarse: ¿Qué tenía de especial este joven de 15 años?

Recorriendo su biografía, encontramos algunos puntos fijos que ya lo caracterizan humanamente.

Era un joven normal, sencillo, espontáneo, simpático (basta mirar su fotografía), amaba la naturaleza y los animales, jugaba fútbol, tenía muchos amigos de su edad, se sintió atraído por los medios modernos de comunicación social, apasionado por la informática y autodidacta construyó programas “para transmitir el Evangelio, comunicar valores y belleza” (Papa Francisco). Tenía el don de atraer y fue percibido como un ejemplo.

Desde pequeño -lo testimonia su familia- sintió la necesidad de la fe y tenía su mirada dirigida hacia Jesús. El amor a la Eucaristía fundó y mantuvo viva su relación con Dios. A menudo decía: “La Eucaristía es mi autopista al cielo”.

Cada día participaba en la Santa Misa y permanecía durante mucho tiempo en adoración ante el Santísimo Sacramento. Carlo decía: “Se va directo al cielo si te acercas todos los días a la Eucaristía”.

Jesús era para él Amigo, Maestro, Salvador, era la fuerza de su vida y el objetivo de todo lo que hacía. Estaba convencido que para amar a las personas y hacer su bien, es necesario sacar energía del Señor. En este espíritu era muy devoto a la Virgen. Rezaba cada día el Rosario, se consagró varias veces a María para renovar su afecto por ella e implorar su protección.

Por lo tanto, oración y misión: estos son los dos rasgos distintivos de la fe heroica del beato Carlo Acutis, que en el transcurso de su vida breve lo llevó a encomendarse al Señor, en todas las circunstancias, especialmente en los momentos más difíciles.

Con este espíritu vivió la enfermedad que enfrentó con serenidad y lo condujo a la muerte.

Carlo se abandonó entre los brazos de la Providencia y bajo la mirada materna de María repetía: “Quiero ofrecer todos mis sufrimientos al Señor por el Papa y la Iglesia. No quiero ir al purgatorio, quiero ir directo al Cielo”.

Hablaba así, recordemos, un joven de 15 años, revelando una sorprendente madurez cristiana, que nos estimula y nos anima a tomarnos en serio la vida de fe.

Carlo despertaba además una gran admiración por el ardor con el que, en las conversaciones, defendió la santidad de la familia y la sacralidad de la vida contra el aborto y la eutanasia.

El nuevo Beato representa un modelo de fuerza, ajeno a cualquier compromiso, consciente de que para permanecer en el amor de Jesús es necesario vivir concretamente el Evangelio, incluso a costa de ir contracorriente.

Su ardiente deseo era también el de atraer al mayor número de personas a Jesús, haciéndose anunciador del Evangelio sobre todo con el ejemplo de vida. Fue precisamente el testimonio de su fe lo que le llevó a emprender con éxito una obra de asidua evangelización en los ambientes que frecuentaba, tocando el corazón de las personas que encontraba y despertando en ellas el deseo de cambiar de vida y acercarse a Dios. Y lo hacía con espontaneidad, mostrando con su modo de ser y de comportarse el amor y la bondad del Señor. De hecho, era extraordinaria su capacidad de testimoniar los valores en los que creía, incluso a costa de enfrentarse a malentendidos, obstáculos y, a veces, a pesar de que se rieran de él.

Carlo sentía una fuerte necesidad de ayudar a las personas y descubrir que Dios está cerca de nosotros y que es hermoso estar con Él para disfrutar de su amistad y de su gracia.

Para comunicar esta necesidad espiritual utilizó todos los medios, incluidos los modernos medios de comunicación social, que sabía utilizar muy bien, en particular Internet, que consideró un regalo de Dios y una herramienta importante para encontrar a las personas y difundir los valores cristianos.

Su modo de pensar le hizo decir que la red no es solo un medio de evasión, sino un espacio de diálogo, conocimiento, intercambio, de respeto recíproco, para ser usado con responsabilidad, sin convertirse en esclavos de ella y rechazando el bullismo digital, en el limitado mundo virtual que es necesario saber distinguir el bien del mal.

En esta perspectiva positiva, animó a utilizar los medios de comunicación como medios al servicio del Evangelio, para alcanzar el mayor número posible de personas y hacerles conocer la belleza de la amistad con el Señor.

Para ello se comprometió a organizar la exposición de los principales milagros eucarísticos ocurridos en el mundo, que también utilizó al impartir el catecismo a los niños.

Realmente hizo suyas las palabras de Jesús: “Este es mi mandamiento que se amen los unos a los otros”. Esta certeza en su vida lo llevó a tener una gran caridad con el prójimo. Sobre todo, hacia los pobres, los ancianos, las personas solas y abandonadas, sin techo, los discapacitados y las personas marginadas. Carlo fue siempre acogedor con los necesitados y cuando iba a la escuela los encontraba en la calle y se detenía a hablar, escuchaba sus problemas y, en la medida de lo posible, los ayudaba.

Carlo nunca se centró en sí mismo, sino que fue capaz de comprender las necesidades y los requerimientos de las personas, en quienes veía el rostro de Cristo. En este sentido, por ejemplo, no dejó de ayudar a sus compañeros de clase que estaban en problemas.

Una vida luminosa, por tanto, totalmente entregada a los demás, como el Pan Eucarístico.

Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia hoy se regocija. Porque en este joven beato se cumplen hoy las palabras del Señor: “Yo he elegido a ustedes y los he constituido para que lleven mucho fruto”. Y Carlo fue y llevó el fruto de la santidad, mostrándola como meta al alcance de todos y no como algo abstracto y reservado para unos pocos.

Su vida es un modelo particularmente para los jóvenes, para no encontrar justificaciones no solo en los éxitos efímeros, sino en los valores perennes que Jesús sugiere en el Evangelio, es decir, para poner a Dios en primer lugar en las grandes y pequeñas circunstancias de la vida, y para servir a los hermanos especialmente los últimos.

La beatificación de Carlo, hijo de la tierra lombarda y enamorado de la tierra de Asís, es una buena noticia, un anuncio fuerte que un joven de nuestro tiempo, uno como muchos, ha sido conquistado por Cristo y se ha convertido en un faro luminoso para quienes quieren conocerlo y seguir su ejemplo.

Él testificó que la fe no nos aleja de la vida, sino que nos sumerge profundamente en ella, indicándonos el camino concreto para vivir la alegría del Evangelio. Depende de nosotros seguirlo, atraídos por la fascinante experiencia de Carlo para que nuestra vida pueda brillar de luz y esperanza.

Beato Carlo Acutis, ruega por nosotros.



Tomado de:
https://www.infobae.com/america/mundo/2020/10/10/el-vaticano-beatifica-a-carlo-acutis-el-adolescente-que-anticipo-su-muerte-en-un-video-y-su-cuerpo-sigue-incorrupto/ 





Beato Carlo Acutis


FUENTE: VATICAN NEWS 

La extraordinaria ordinaria vida de Carlo Acutis

Esta tarde, Carlo Acutis, el genio de la informática que amaba profundamente la Eucaristía, será declarado Beato en Asís. Antonia Salzano, madre de Carlo, abre su corazón sobre aquello que más le impactó de su hijo.

Por Angela Mengis Palleck


Hay Santos para todos los gustos, patrones para todas las profesiones, pero faltaba un Santo patrono de Internet. Este sábado, Carlo Acutis será declarado beato en Asís, su “lugar favorito en el mundo”. Un chico normal, con sus defectos y virtudes, que luchó por colocar a Dios en primer lugar y que usó internet para evangelizar. Antonia Salzano, madre de Carlo, abre su corazón sobre aquello que más le impactó de su hijo, y su gran amor a la Eucaristía. Amor que le llevó a pasar horas y horas de trabajo de investigación para crear una página web y una exposición con los principales milagros eucarísticos que, hoy todavía sigue siendo visitada por miles de personas de todo el mundo. Y no es para menos, como él decía, “La Eucaristía es mi autopista hacia el cielo”.

“Carlo fue mi salvación”, revela su madre. El amor apasionado que su hijo sentía por Jesús, llevó a que esta mujer, joven, exitosa, de una familia intelectual y alejada de la fe, se cuestionara su forma de vivir. Había ido tres veces a Misa en su vida: su Bautismo, su primera Comunión y la boda. Hasta que el pequeño Carlo, de cuatro años, la llevó a “entrar en las iglesias para decirle ‘hola’ y mandarle ‘besos’ a Jesús en la Cruz”. Se apuntó a unas clases de teología para responder a las miles de preguntas de su inquieto hijo y poco a poco tuvo una conversión. Habría que matizar aquí que fue su niñera polaca, Beata, quien le habló primero de Dios. Quizá fue ella la responsable de todo. 

La piedad del pequeño no hacía más que crecer y a los 7 años recibió su primera comunión en el silencio del monasterio de Bernaga en Perego, para evitar distracciones.  Desde entonces, Carlo asistía a Misa diaria, rezaba el Rosario y dedicaba un rato de adoración antes o después de la Eucaristía. “No hablo con palabras, solo me recuesto sobre su pecho, como San Juan en la Cena”, así describía su forma de orar.

Hoy, Carlo sigue evangelizando a la familia. Antonia tuvo mellizos en 2010, Francesca y Michele, cuando ya había cumplido 44 años, cuatro años después de la muerte de su hijo. Los mellizos siempre han escuchado hablar de su hermano, así que para ellos es natural tener un Santo en la familia. “Son niños muy devotos y aunque se pelean por ver quien reza el rosario, son muy especiales. Estoy segura de que Carlo está intercediendo por ellos desde el cielo” dice su madre.   

Su gran amor por la Eucaristía

La Feria de Rimini, el mayor evento cultural católico italiano, organizado por Comunión y Liberación, con una masiva participación de jóvenes, fue donde Carlo se inspiró para su gran proyecto. En este festival de exposiciones y encuentros que profundizan sobre la sociedad, la cultura y la fe, nace en Carlo el deseo de crear una exposición sobre los distintos milagros eucarísticos que tuvieron lugar en la historia. Su trabajo de investigación, que comenzó cuando tan solo tenía 11 años, dio como resultado una obra que explica los hechos milagrosos en torno a la Eucaristía en 20 países, con 160 paneles que pueden descargarse de Internet en su web http://www.miracolieucaristici.org y que han recorrido más de 10.000 parroquias en todo el mundo. Su madre no oculta su emoción al contar lo impresionante que era “ver a un niño tan joven pasar horas y horas trabajando con el ordenador en vez de jugar a los videojuegos o con sus amigos. Quería que todos amasen a Dios y comprendieran que “la Eucaristía es lo más increíble que hay en el mundo”. Y más que impresionante, porque para su obra agotó 3 ordenadores y pidió a sus padres acompañarle por un viaje por toda Italia y parte de Europa para recabar material fotográfico. 

Las luchas de Carlo 

Carlo era un poco “glotón y goloso, porque le encantaba comer Nutella y helados” dice su madre entre risas, porque cuando se le pregunta sobre Carlo, tiene muchísimas anécdotas que contar. Recuerda que hubo un momento que comer tanto hizo que ganara eso y engordó, lo que le llevó a adquirir un sentido del equilibrio y luchó por la virtud de la templanza. Le habían regalado un diario que utilizó para su mejora personal, colocando notas por su comportamiento, por ejemplo, “cómo me comporto con mis padres, compañeros y profesores”. Esto demuestra “la lucha que tuvo consigo mismo, era muy estricto y no dejaba pasar ni una” dice Antonia, mezclando italiano, español e inglés.  Carlo tenía también detalles con las señoras que venían a limpiar la casa. Algunos de los cuales están grabados en la memoria de Antonia: “A pesar de que era su trabajo, a Carlo no le parecía bien que tuvieran que recoger su desorden. Intentaba despertarse un poco antes para tener la habitación limpia y hacer la cama”. La revista Huellas recoge el testimonio de uno de los empleados del hogar: “Rajesh era hindú. Entre él y Carlo nació una profunda amistad, hasta el punto de que Rajesh se convirtió y pidió recibir los sacramentos. Cuenta Rajesh que: «Me decía que sería más feliz si me acercaba a Jesús. Pedí el Bautismo cristiano porque él me contagió y cautivó con su profunda fe, su caridad y su pureza. Siempre le consideré como alguien fuera de lo normal, porque un chico tan joven, tan guapo y tan rico normalmente prefiere llevar una vida distinta».

Cosas sencillas, pequeños detalles que mejoraban la vida de los demás. En este sentido, su madre cuenta impresionada la “caridad y la generosidad que Carlo tenía con todos” que es lo que contesta cuando se le pregunta sobre lo que más le impactaba de su hijo. Con sus primeros ahorros le compró un saco de dormir a un mendigo que siempre veía camino de Misa. En su cuaderno de apuntes personales escribió: “La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos”.  

Paralela a la gran labor entre sus compañeros, Carlo también tenía que luchar por una tendencia natural a hacer “el payaso” y hacer reír a la clase, incluso a sus profesores. Pero se daba cuenta que molestaba, de modo que se esforzó en mejorar en este aspecto también. Solía decir: “De qué sirve ganar 1.000 batallas si no puedes vencer tus propias pasiones. La verdadera batalla tiene lugar dentro de nosotros mismos.” 

Sobre el tema de la castidad, la madre cuenta como Carlo “tenía muchas chicas que estaban enamoradas de él: era un joven guapo, rico y con éxito. No le hubiese sido difícil tener muchas novias si hubiese querido”. Pero era consciente de la “gran dignidad de cada ser humano y de que cada persona refleja la luz de Dios”. Estaba verdaderamente convencido de que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo”. En esa línea tenía claro, reflexiona Antonia, “que la sexualidad era algo muy especial y que tenía que ser para el propósito que Dios la había creado”. Así que solía hablar con sus compañeros de clase y los animaba a la castidad. Le dolía mucho ver cómo los jóvenes usaban la pornografía para su propio placer, lo que era una falta de caridad y de alguna manera, “era traicionar el proyecto que Dios tenía para ellos”. Su madre explica que Carlo se confesaba con frecuencia, ya que “igual que para viajar en globo hay que descargar peso, también el alma para elevarse al Cielo necesita quitarse de encima esos pequeños pesos que son los pecados veniales”.  

Un milenial muy Santo

“Hay algo muy oscuro de Internet que puede ser transformado si la tecnología es usada para un buen propósito” dice Antonia, “Carlo lo hizo para evangelizar y es un gran signo de esperanza”. No puede más que enorgullecerse de la gran labor que hizo su hijo con la tecnología y por ser ejemplo para tantos jóvenes de su generación. Carlo les decía a sus amigos que para ellos también había “un propósito especial de Dios desde la Eternidad”. Y que ellos también pueden hacer mucho más de lo que él hizo, “pueden ser Santos, lo importante es quererlo”, les decía.

El Papa Francisco habla del futuro beato en su exhortación apostólica “Christus Vivit”. En este documento, publicado tras el sínodo de los Obispos que tuvo como eje central a los jóvenes, su Santidad menciona el riesgo del mundo digital que puede colocar a los jóvenes “en el riesgo del ensimismamiento, aislamiento o del placer vacío”. En ese sentido, cita a un joven “creativo y genial”, el venerable Carlos Acutis, quien “sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos seres adormecidos, dependientes del consumo u obsesionados con el tiempo libre”. En cambio, él fue capaz de usar las “nuevas técnicas de comunicación para transmitir el Evangelio y para comunicar valores y belleza”. 

El Papa Francisco alaba en ese sentido al nuevo beato que “no cayó en la trampa. Veía a muchos jóvenes que terminan siendo más de lo mismo, corriendo detrás de lo que les imponen los poderosos a través de mecanismos de consumo y atontamiento. De ese modo, no dejan brotar los dones que el Señor les ha dado”. Y efectivamente, Carlo decía refiriéndose a esto que “todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. 

Inesperadamente…

Verano de 2006 y Carlo le pregunta a su madre: “¿Crees que debo ser sacerdote?” Ella le responde: “Lo irás viendo tú solo, Dios te lo irá revelando”. Ese comienzo de curso no se encontraba bien… parecía una gripe normal. Nadie se lo esperaba. Al entrar en el hospital, confió a su madre: “De aquí ya no salgo”. Efectivamente, se le diagnosticó una de las peores leucemias, de tipo M3. Diría a sus padres: “Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al cielo”. Pidió la Unción de Enfermos y murió el 12 de octubre. En el funeral no cabía nadie más: muchas personas que la familia no había visto en la vida. Y es que Carlo, a escondidas, había ayudado a un innumerable número de almas, como inmigrantes y personas sin techo en la calle, con quienes compartía su comida. ¡En el funeral había muchísimas personas sin recursos! “Un montón de gente me hablaba de Carlo, y yo no sabía nada. Me daban testimonio de la vida de mi hijo, y yo me sentía huérfana”, confiesa Antonia.  

El milagro

“¡Quiero parar de vomitar!”. La petición de un niño brasileño de seis años que debido a una malformación no podía dejar de vomitar y su total e inexplicable curación, en el momento de hacer la oración al venerable Carlos Acutis es considerado milagro suficiente para que el venerable pase a la fase II, la beatificación. El 18 de octubre de 2019, el equipo técnico de médicos de la Congregación para la Causa de los Santos recibió el dossier del presunto milagro acaecido en Brasil. El 14 de noviembre de 2019, dio un dictamen positivo.

Los hechos tuvieron lugar el 12 de octubre de 2010 en la capilla de Nuestra Señora Aparecida de Campo Grande, Brasil. Exactamente cuatro años después de la muerte de Carlo. Un niño que sufría un páncreas anular se acercó a besar una reliquia del futuro beato. El Padre Tenorio, vice postulador de la Causa de Carlos Acutis señaló que “la enfermedad causaba que el niño vomitara todo el tiempo, lo que le debilitaba mucho puesto que todo lo que comía lo devolvía”.  En la fila para la bendición de la reliquia, el niño le preguntó al abuelo lo que debía pedir a lo que éste contestó: “dejar de vomitar”. Desde ese momento ya no vomitó más y las pruebas médicas demostraron que estaba completamente curado. 

Monseñor Ennio Apeciti, responsable de la Oficina para las Causas de los Santos de la Archidiócesis de Milán, dijo: “su fama de Santidad se ha difundido por todo el mundo, de forma misteriosa, como si Alguien quisiera darlo a conocer. En torno a su vida ha sucedido algo grande, frente a lo cual me arrodillo”. “Está siendo sacerdote desde el cielo”, dice su madre, “él, que no conseguía entender por qué los estadios estaban llenos de gente y las iglesias vacías, repetía: ‘tienen que ver, tienen que entender’”. 


Página web del beatos Carlo Acutis: Los Milagros Eucarísticos en el mundo:

http://www.miracolieucaristici.org


Video sobre la VIDA DEL BEATO CARLO ACUTIS






TOMADO DE:

https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2020-10/la-extraordinaria-ordinaria-vida-de-carlos-acutis.html



Domingo XXVIII Tiempo Ordinario. Ciclo A – Parábola del banquete nupcial.


P. Adolfo Franco, jesuita.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor.


La vida es una invitación de Jesús a participar de su banquete.

¿Quién se casa? Nada menos que el hijo del Rey. Y ha enviado tarjetas de invitación a muchas personas. De eso trata esta parábola que nos narra hoy el Evangelio. Muchos invitados no quisieron asistir. Y el Rey insiste, casi suplica a los invitados diciéndoles que el banquete está preparado. Y nadie hizo caso de esta insistencia, sino que cada uno se marchó a sus propios asuntos, y algunos incluso mataron a los mensajeros.

Es una nueva lección dirigida a los fariseos, para que acepten la invitación a la boda del hijo del Rey, o sea para que acepten la salvación que nos trae Jesús. Y ellos no aceptaron la invitación a esta boda y a este banquete.

El Señor sigue invitando, también ahora, a la boda de su Hijo. ¿Con quién se casa? Esta forma de hablar sobre el matrimonio referido a Dios es frecuente en la Sagrada Escritura. Con frecuencia se refiere a la Alianza que Dios establece con su pueblo, en el Antiguo Testamento. Dios considera al pueblo como su esposa, y por eso le reprocha el que sea esposa infiel, cuando se aparta de los compromisos de esa alianza. Y también en el Nuevo Testamento se habla en los términos de matrimonio, para referirse a las relaciones de Cristo con la Iglesia.

Se trata entonces en esta parábola de la invitación a participar en este matrimonio de Cristo con la nueva humanidad, que se hará mediante la redención. Algo muy serio y maravilloso es esta invitación a la boda del Hijo del Rey. Y no se trata de ser espectadores de esta ceremonia, sino de quedar involucrados: somos parte de esa Iglesia con la que se casa el Hijo del Rey.

Pero hay muchas excusas: cuántas habrá recibido de los invitados el Señor. Y cada uno tiene sus propias razones. Dios nos invita a ser sus íntimos (con la intimidad del amor), y algunos prefieren estar lejos, porque este compromiso absorbe demasiado; hay que estar en los propios asuntos, distraídos en una vida cotidiana llena de rutinas y de ocupaciones, con las que vamos llenando nuestro tiempo. Cada uno sabe bien que el Señor invita a la intimidad, y no nos atrevemos. Estamos muy ocupados con los asuntos de este mundo, y nuestra mente,  nuestros corazones están atrapados dentro de otros amores, amores de este mundo. Y el “emisario” insiste y nos vuelve a invitar a la boda del Hijo del Rey.

Por otra parte aceptar la invitación en forma total de alguna manera nos hace como salir de este mundo, para vivir en otra dimensión. Y esa es la principal dificultad que ponemos para no entrar en el banquete: decimos hay que pisar tierra, y de tanto pisar tierra nos hundimos algún tantito en esa tierra. 

Y no es que el aceptar la invitación, o sea el dar el paso a la otra dimensión, nos haga irreales. No se nos invita a la evasión; porque tenemos que vivir la vida real que Dios nos regala; pero atrevernos a salir a esa nueva dimensión es en verdad entrar más en la realidad (no hay nada más real que Dios); y es la mejor manera de vivir la vida que Dios nos regala.

Pero en esta lucha contra la invitación, hay quienes prefieren matar a los mensajeros que llevan la invitación, y terminan matando también al Hijo del Rey. Hay quienes matan a Dios en su interior, para evitar el ser invitados de nuevo. Que se callen todas las voces molestas, que nos llaman, que nos recuerdan la invitación. Matar al mensajero, y cuando no, bastan unos buenos tapones que nos impidan oír esas voces que nos exigen participar en la Boda. Qué terrible constatar que hay personas que matan a Dios dentro de sí mismos.

Participar en la Boda es una forma bella de decirnos que entrar en ese misterio es asistir a la Fiesta: estamos destinados a vivir la vida como una fiesta, y eso se realiza aceptando la invitación a la Boda del Hijo del Rey.



Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
...



Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.