P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
VIII. JESÚS EN PEREA
(Diciembre año 29 - Abril año 30)
181.- EL CELIBATO POR
EL REINO DE DIOS
TEXTO
Mateo, 19,10-12
Dícenle sus
discípulos: "Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no
trae cuenta casarse." Mas él respondió: "No todos entienden este
lenguaje, sino solamente aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay
eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los
hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los
Cielos. Quien pueda entender, que entienda."
INTRODUCCIÓN
Jesús acababa de
declarar la indisolubilidad del matrimonio en la Nueva Ley Evangélica,
volviendo al plan primero de Dios en la creación del hombre y la mujer (Cfr.
Mt 19,1-9). Esta Nueva Ley la había proclamado ya antes en el Sermón del Monte
(Cfr. Mt 5,31-32). Al meditar las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte,
consideramos también todos los textos que se referían a este precepto del Señor
de la indisolubilidad. (Cfr. Medit. 33).
Estaba tan
arraigada la costumbre del divorcio en el pueblo Judío, que la ley de la
indisolubilidad del matrimonio produjo un gran asombro, no sólo a los fariseos,
sino a los mismos apóstoles. Y éstos, mostrando todavía una gran falta de
capacidad para comprender la perfección de la ley moral que establece Cristo,
le dicen al Señor que en ese caso, es decir, supuesto que el hombre nunca pueda
dar acta de repudio a la mujer, es mejor la situación del que no se casa.
A esta actitud de
los apóstoles responde Cristo con la gran enseñanza del celibato cristiano por
el Reino de Dios.
MEDITACIÓN
El Señor no
atiende a la razón que daban los apóstoles para no casarse. Para ellos la razón
era huir de los sacrificios y exigencias que suponía la fidelidad conyugal y el
tener que permanecer unidos siempre a la misma esposa; razón fundada en el
egoísmo y en la falta de verdaderos criterios morales.
Pero el Señor
aprovecha lo que los apóstoles dicen para enseñarles una verdad central en el
Evangelio. Es cierto que es mejor no casarse, pero no por la razón que ellos
daban, sino por la razón de consagrarse totalmente al Reino de Dios.
El Señor nos habla
claramente de la renuncia al matrimonio, es decir, de la virginidad o del celibato
por el Reino de Dios. Para aclarar su enseñanza utiliza una comparación
perfectamente inteligible en aquellos tiempos. Los eunucos formaban parte de
la institución de las cortes orientales; en todos los palacios de los reyes
orientales había eunucos, especialmente al servicio de la reina. Y estos
eunucos lo eran de nacimiento o por castración hecha por mano de los hombres.
En todo caso, estaban imposibilitados para la vida sexual y para contraer
matrimonio. Pero lo importante para el Señor son los eunucos no en el cuerpo,
sino en el espíritu, que voluntariamente se abstendrán del matrimonio para
poder mejor consagrar su vida a la propagación del Reino de Dios. Es el
celibato por el Reino de Dios lo que proclama Cristo como una opción santa y generosa
para aquellos que hayan recibido de Dios esta especial vocación.
La vocación al
celibato siempre será un don gratuito de Dios.
Entre los que
siguen a Cristo siempre habrá discípulos suyos que de tal manera se entusiasmen
con la persona del Señor y con su gran empresa de extender el Reino de Dios
que, para vivir radicalmente esa entrega al Señor y a su Reino, renuncien al
matrimonio y escojan el camino del celibato. Es un gran don de Dios que lo
concede a quien él elige para esta vocación apostólica, de enorme
transcendencia para la Iglesia. El celibato que Jesús alaba y antepone al
matrimonio siempre será un celibato fundado en motivos sobrenaturales que
llevan a la persona a un mayor amor a Cristo y a una entrega total y
desinteresada al bien espiritual de los hombres. El celibato siempre será
fuente de amor y servicio al prójimo.
El Concilio
Vaticano II, en varios de sus documentos, nos habla del sentido y excelencia
del celibato por el Reino de Dios.
"La perfecta
y perpetua continencia por amor del Reino de los Cielos, recomendada por
Cristo Señor, aceptada de buen grado y laudablemente guardada en el decurso del
tiempo y aun en nuestros días por no pocos fieles, ha sido siempre altamente
estimada por la Iglesia, de manera especial para la vida sacerdotal. Ella es,
en efecto, signo y estímulo al mismo tiempo de la caridad pastoral y fuente
particular de fecundidad espiritual en el mundo...Por la virginidad o celibato,
se consagran los presbíteros de nueva y excelente manera a Cristo, se unen más
fácilmente a El con corazón indiviso (Cfr. 1 Cor 7,32-34), se entregan más
libremente, en El y por El, al servicio de Dios y de los hombres, sirven más
expeditamente a su Reino y a la obra de regeneración sobrenatural y se hacen
más aptos para recibir más dilatada paternidad en Cristo." (Presbiterorum
ordinis, n. 16)
Al final de su
enseñanza, Cristo añade: "Quien pueda entender, que entienda." Se
refiere el Señor a que es una doctrina que no puede ser entendida por aquellos
que vivan enraizados en los valores intramundanos y cenados a los valores
sobrenaturales que transcienden todo lo terreno y lo humano. Sólo aquellos que
han conocido a Cristo, que le siguen y le aman con toda sinceridad, pueden
comprender el don precioso que Dios concede a algunos para que le sigan en esa
radicalidad de renuncias, aun de renuncias a cosas santas como es el
matrimonio.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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