176. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Reacción de los fariseos ante el milagro de la resurrección de Lázaro


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VIII. JESÚS EN PEREA

(Diciembre año 29 - Abril año 30)

176.- REACCIÓN DE LOS FARISEOS ANTE EL MILAGRO DE LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

JESUS SE RETIRA A EFREM

TEXTO

Juan 11, 45-54

Muchos de los judíos que habían venido a casa de Marta, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron donde los fari­seos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces, los Sumos Sacer­dotes y fariseos convocaron consejo y decían: "¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él; vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación." Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era el Sumo Sa­cerdote de aquel año, les dijo: "Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación." Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que esta­ban dispersos. Desde ese día, decidieron darle muerte.

Por eso, Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se retiró a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efrem, y se quedó allí con sus discípulos.


INTRODUCCIÓN

El Evangelista nos nana la reacción de los Sumos Sacerdotes y de los Fa­riseos de Jerusalén al enterarse del milagro que acababa de realizar Jesús. El Sanedrín era el consejo supremo de los judíos, el único que tenía poder para condenar a muerte. Por esto, convocan urgentemente a los miembros del Sanedrín para juzgar a Jesús. La decisión ya está tomada antes de re­unirse el Consejo; sólo quieren dar apariencia legal a la condena, aunque no cumplen con lo prescrito en la Ley, según la cual no podía ser condenado nadie en su ausencia, sin oírle previamente.

Los datos de la historia nos confirman que Caifás era Sumo Sacerdote aquel año; y será el mismo Caifás el que condene a Cristo oficialmente en la reunión solemne del Sanedrín durante la Pasión del Señor. (Cfr. Mt 26, 57-67)

Algunos de los judíos debieron comunicarle a Jesús la decisión que se ha­bía tomado en el Consejo de los Sumos Sacerdotes y Fariseos, y el Señor decide abandonar cuanto antes Betania. Se diri­ge a Efrem, una ciudad pe­queña, a unos veinte kilómetros al norte de Jerusalén. Allí descansó por al­gunos días junto con sus discípulos.

Después pasaría de nuevo a la Transjordania, a Perea, donde seguiría su ministerio apostólico hasta la llegada de la Pascua, en que subiría a Jeru­salén para su sacrificio.

MEDITACIÓN

1) Ceguera voluntaria de los Sacerdotes y Fariseos

Se nos dice en el Evangelio que muchos de los judíos que acompañaban a Marta y María creyeron en Jesús al ver el milagro de la resurrección de Lázaro. Estos judíos no tenían el corazón cerrado a la gracia de Dios. Abrieron sus ojos a la luz esplendorosa que brilló en la persona de Cristo. Cualquiera que se dejase iluminar por esa luz tenía que reconocer que Cristo era el Enviado del Padre, el Hijo de Dios, el Mesías que había sido prometido desde las primeras páginas del Génesis. Jesús correspondería a ésa fe cumpliendo su promesa de ser para ellos "Resurrección y Vida".

Pero lo que resulta increíble es que hubiera algunos judíos, de los que pre­senciaron el milagro, que fuesen a acusar a Jesús ante los sumos sacerdo­tes y ante los fariseos de Jerusalén. Y más increíble todavía la decisión que tomaron en el Consejo de dar muerte a Jesús por el milagro que había realizado, milagro que aceptan como verdadero por el testimonio de los que lo habían presenciado.

La razón que dan es un motivo hipócrita para encubrir su odio a muerte a Jesús, que tantas veces había denunciado sus pecados, y que, con sus mila­gros y doctrina, arrastraba a muchos hacia sí. Jesús era la causa de que su Prestigio e influencia disminuyesen a los ojos del pueblo; y era para ellos también el fin de sus privilegios y de todas sus ventajas sociales. Esto era, en realidad, lo que hacía que odiasen a Jesús y decidiesen darle muerte.

Cristo no era ningún peligro para que los romanos viniesen a destruir la Ciudad Santa. Cristo no era el Mesías político que venía a establecer un reino de poder, en contra de los romanos. Toda su conducta y predicación eran señal clara de que no venía a liberar a los judíos del poderío romano. Pero con una hipocresía extrema, para justificar ante el pueblo su decisión, esgrimen el argumento político.

Los sumos sacerdotes y los fariseos fueron verdaderamente ciegos ante la luz maravillosa que resplandecía en la persona de Cristo. Sus grandes pre­juicios, su sucia envidia, y su odio a Jesús, fueron la causa de esta conde­na. Y por lo tanto fue una ceguera plenamente culpable y de enorme res­ponsabilidad. Cristo ya se lo había señalado en otras oportunidades (Cfr. Medit. 105 y 146)

Se cumplía en ellos la tremenda profecía del anciano Simeón: "Este (Je­sús) será puesto para caída y elevación de muchos en Israel." (Lc 2, 34). Jesús venía a la tierra para salvar a todos los hombres, para liberar a todos los hombres del pecado y elevarlos a la dignidad de hijos de Dios y traer­les la verdadera salvación. Pero muchos hombres, por su ceguera volunta­ria, le rechazarán; para ellos, Jesús será causa de su ruina y condenación.

Infinito el amor de Cristo a los hombres y terrible iniquidad la de estos su­mos sacerdotes y fariseos que le condenan a muerte y frustran el amor del Señor, que también quería para ellos la salvación.

2) Profecía de Caifás

Cuando se nos dice que el sumo sacerdote Caifás profetizó en aquella oca­sión al decir "es mejor que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación", no se nos quiere decir que Caifás estuviese investido con el carisma del profetismo, ni que recibiese una moción del Espíritu Santo para que pronunciase aquellas pala­bras. Lo que se nos quiere decir es que esas palabras dichas, por Caifás en un sentido humano y que procedían de su odio a Jesús, desde la providencia de Dios eran palabras que contenían una auténtica profecía sobre el sentido más profundo de la Muerte de Cristo.

Esas palabras, sin sospecharlo Caifás, contenían la enseñanza principal de la revelación cristiana: Cristo en su venida hacía el llamado a todos los pueblos del mundo para formar el Nuevo Pueblo de Dios; y conquistará este Nuevo Pueblo mediante su Pasión y su Muerte. Es lo que el mismo Cristo profetizó, cercana ya su muerte: "Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí"; y el Evangelista añade: "Decía esto para significar de qué muerte iba a morir." (Jn 12,32-33). Y en la parábola del Buen Pastor había proclamado: "Yo doy mi vida por las ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este redil, y es necesario que las reúna, y oirán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor." (Jn 10,15-16).

De aquí se deriva el afán misionero de la Iglesia que hace todo lo posible para que no quede país, pueblo o tribu sin oír el mensaje de Cristo, y todos puedan ser incorporados a la nueva familia de hijos de Dios. Y todos los cristianos estamos llamados a colaborar en la obra misionera de la Iglesia.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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