P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
VII.
JESÚS EN JERUSALÉN
LA FIESTA DE LA
DEDICACIÓN DEL TEMPLO
163.- CONTROVERSIA
CON LOS FARISEOS
(Principios de Diciembre, año 20)
TEXTO
Juan 10,22-30
Se celebró por
entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se
paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le
decían: "¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo,
dínoslo abiertamente." Jesús les respondió:
“Ya os lo he
dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que
dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis
ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida
eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me
las ha dado, es más que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del
Padre. El Padre y yo somos una sola cosa."
INTRODUCCIÓN
Los primeros días
de Diciembre el Señor sale probablemente de Perea para dirigirse a Jerusalén a
celebrar la gran fiesta de la Dedicación del Templo.
A la muerte de
Alejandro Magno, al hacerse la división de su imperio, uno de sus generales,
llamado Seleuco, quedó en posesión de toda la Siria y fundó la dinastía
seleúcida. Los reyes de esta dinastía muchas veces intentaron el dominio de
Palestina y sojuzgar a los judíos. Uno de ellos, Antíoco IV Epifanes (175-164
a.C), entró en Jerusalén, saqueó el templo de sus tesoros sagrados, destruyó
libros santos, profanó el culto de Yahvé. Tres años más tarde, 164 a. C., Judas
Macabeo purificó el Templo, celebró su dedicación por ocho días y determinó
que esa fiesta se siguiese celebrando todos los años. La fiesta se celebraba a
primeros de Diciembre. {Cfr. 1 Mac. 4,36-59)
Jesús se hizo
presente en la fiesta de la dedicación del Templo y, como era su costumbre,
adoctrinaba a la gente que acudía a escuchar su palabra. En Seguida "los
judíos", es decir, los fariseos y escribas, se dieron cuenta de su
presencia y entablan con él una nueva discusión. Esta controversia de Jesús con
los fariseos y escribas es la que nos narra Juan en el Evangelio.
MEDITACIÓN
1) La pregunta de los fariseos y escribas
"No hay mejor
ciego que el que no quiere ver", dice el refrán castellano. Y éste era el
caso de los fariseos y escribas. La pregunta que le hacen al Señor no tenía
sentido después de haberle oído proclamarse "Hijo del hombre",
título mesiánico, y de haberle escuchado muchas autorrevelaciones que hacía de
su persona, como Hijo de Dios, enviado del Padre, y de haberle visto confirmar
su testimonio con los numerosos milagros que realizaba.
Sin duda alguna,
la pregunta no estaba motivada por el deseo de conocer la verdad. El rechazo a
Cristo era algo ya decidido previamente a cualquier respuesta que diese el
Señor. Lo que buscaban era encontrar de nuevo en sus palabras motivo para
acusarle y poderle prender, como ya lo habían intentado otras veces, pero
habían fracasado.
Terrible ceguera
la de los fariseos y escribas, que ellos mismos se incapacitaron para poder creer
en el Señor. Ceguera que puede repetirse en muchas personas de nuestros días.
2) "Vosotros no creéis, porque no sois de
mis ovejas."
Lo primero que
responde Jesús a sus adversarios es: "Ya os lo he dicho, pero no creéis.
"Les da a entender lo absurdo de su pregunta y que conoce las intenciones
con que la hacen. Cuántas veces el Señor se había ya revelado a los escribas y
fariseos durante sus varias estancias en Jerusalén, sobre todo con motivo de
las fiestas de Pentecostés y de los Tabernáculos; pero siempre su respuesta
había sido la increencia y la hostilidad hacia su persona. No tienen disculpa
para su falta de fe. Sus obras confirmaban su testimonio.
Pero lo más
transcendental en la respuesta de Jesús es que les dice que no creen "
porque no son de sus ovejas." Y repite el Señor las principales enseñanzas
que había dado en la parábola del Buen Pastor (Cfr. medit. 147) sobre la
intimidad y trato que tiene con sus ovejas, la promesa que les hace de darles
la vida eterna y la seguridad de que nadie puede arrebatarlas de su lado, pues
son ovejas entregadas a él por su propio Padre, que es mayor que todos y nadie
puede nada contra él.
Terrible amenaza
que hace Jesús a los fariseos y escribas. Ellos no son ovejas destinadas a la
salvación, pues no son de las ovejas entregadas a él por su Padre. Pero de
ninguna manera la sentencia del Señor significa que la culpa de que no crean en
él la tiene el Padre. Dios quiere la salvación de todos y quería la salvación
del pueblo Judío, incluidos los escribas y fariseos. Es cierto que nadie puede
llegar a la fe en Cristo si el Padre no se lo concede: "Nadie viene a mí
si mi Padre no lo atrae hacia mí."(Jn 6,44).
Pero el Padre estaba atrayendo al pueblo
judío, a los escribas y fariseos hacia el Señor. Y con qué fuerza los atraía: Toda
la vida de Cristo, sus enseñanzas, sus milagros eran fuerzas poderosísimas de
atracción. Pero ahí queda la actuación del Padre: "Atrae", pero no
fuerza, no coacciona, no obliga contra la libertad del hombre, que se deje
influenciar por su "atracción" hacia el Hijo. El hombre seguirá
siendo libre y podrá rechazar todo influjo de gracia de Dios y, por tanto,
cerrarse al don de la fe. Los escribas y fariseos tenían delante de sí a la
misma "Luz del mundo", pero cerraron los ojos y no pudieron verla. Toda
la culpa es de ellos. Y por esa culpa, plenamente responsable, es por lo que no
son ovejas de Cristo, no son ovejas entregadas por el Padre al Hijo, con la
consecuencia ineludible de la condenación.
Y todos tenemos
las gracias de Dios para recibir de él el don de la fe. La oración, la
humildad, la vida moral recta, las obras de caridad nos abren el corazón a Dios
para recibir la plenitud de la fe en su Hijo, nuestro Redentor y Salvador.
Todos podemos ser ovejas de Cristo, ovejas entregadas al Hijo por el Padre.
Nadie quedará excluido del rebaño de Cristo, del Reino
Dios, sino es por
su propia culpa y responsabilidad. Y para todos aquellos, que sin culpa
personal, no han tenido la oportunidad de llegar al conocimiento de Cristo,
Dios, en su Providencia, llena de amor, tiene caminos e salvación para todos.
"Dios, por
los caminos que El sabe, puede traer a la fe, sin la cual es imposible
agradarle, a los hombres que sin culpa propia desconocen el Evangelio".
(Can. Vat. II "Ad Gentes". n. 7)
3) "El Padre y yo somos una sola cosa"
Con esta
sentencia, Jesucristo llega a la máxima profundidad en la revelación del
misterio de su Persona. Nos descorre el velo que cubría el insondable misterio
de la Santísima Trinidad. En este texto se refiere al misterio de la misma
identidad de naturaleza en el Padre y el Hijo. En el discurso de la Ultima Cena
nos hablará del misterio del Espíritu Santo.
"El misterio
de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los
otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina" (Catecismo de la
Iglesia Católica, o. 234)
Es el misterio
revelado por Cristo. Por su revelación conocemos que el único Dios verdadero
no es un Dios solitario, sino que tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo
subsisten en la misma naturaleza divina. Son "una sola cosa" en
cuanto a la divinidad, pero son tres personas distintas que, subsistiendo en
la misma y única esencia divina, conviven en las relaciones más profundas de
origen y procedencia, y en las relaciones de un infinito mutuo conocimiento,
mutuo amor y total entrega. La definición de Dios como Amor: "Dios es
amor" (1 Jn 4,16), tiene pleno sentido en el misterio de la vida
intratrinitaria de Dios. Y toda la historia de la Creación y de la Redención
tiene su origen en este misterio de amor de la Santísima Trinidad.
La misma
revelación de Cristo en cuanto a su unidad consustancial con el Padre la
encontramos en su respuesta a Felipe cuando le pide que les muestre al Padre:
"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... Yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí." (Jn 14, 10-11).
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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