166. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Parábola de la oveja perdida

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VIII. JESÚS EN PEREA

(Diciembre año 29 - Abril año 30)


166.- PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA

TEXTOS

Lucas 15, 4-7

"¿Quién de vosotros tiene cien ovejas, si pierde una de ellas no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido". Os digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión."

Mateo 18,12-14

"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más gozo por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de es­tos pequeños."


INTRODUCCIÓN

En la parábola del Buen Pastor que trae Juan en el capítulo 10 de su Evan­gelio (Cfr. Medit. 147), es Jesús mismo el que se declara a sí mismo como el Buen Pastor. En cambio en estas parábolas Jesús parece referirse a su Padre Dios. Las tres parábolas, la de la oveja, la de dracma perdida y la del hijo pródigo, forman una unidad en su enseñanza; y en las tres, las imágenes centrales del pastor, del ama de casa y del padre, representan a su Padre Celestial. Como señalamos en la meditación anterior, lo que pre­tende el Señor manifestar es la infinita misericordia de su Padre. Por su­puesto que él, el Hijo de Dios, tendrá por misión cumplir con los deseos de infinita misericordia de su Padre.

Mateo trae la parábola en un contexto distinto, aunque la enseñanza funda­mental sea la misma. Mateo pone esta parábola de la oveja perdida a con­tinuación de la enseñanza que el Señor da sobre la gravedad de los escán­dalos; tiene palabras durísimas contra aquellos que son causa de que otros se pierdan, y considera que son más fácilmente seducidos los pobres, los ignorantes, los sencillos, a los que llama "pequeños". Estos "pequeños" extravia­dos por causa de los escándalos de otros son las "ovejas perdi­das", a las que de manera especial se refiere la parábola en el contex­to de San Mateo.

En Lucas, pues, se resalta con más claridad el amor universal misericor­dioso de Dios para con todos los pecadores; en Mateo se supone este amor universal de Dios, pero se acentúa la especial preocupación y providencia de Dios, en su misericordia, con los "pequeños". Y ésta será la actitud que siempre ha mostrado la Iglesia a través de los siglos, su especial preocupa­ción por aquellos que más fácilmente pueden ser extraviados de la verda­dera fe y del buen camino, como son los niños, los jóvenes, las gentes hu­mildes y sencillas.

MEDITACIÓN

1) Dios sale en busca de los pecadores

En la oveja perdida están representados todos y cada uno de los pecado­res. Para Dios cada pecador tiene el valor de un hijo suyo, creado por él con infinito amor y redimido con la preciosísima sangre de su Hijo. El pe­cador es quien se aparta de Dios y, prácticamente, reniega de su amor; pero Dios no se aparta de él y le busca y hace todo lo posible por encon­trarle.

Notemos que la iniciativa para que el pecador vuelva a Dios nace del mis­mo Dios. El pecador no podría convertirse a Dios si no fuese movido inte­riormente por la gracia de Dios. Y esta gracia de Dios actúa en el corazón de todos los pecadores, aunque muchos la rechacen.

Debemos contemplar a Dios que en su infinita misericordia sigue los pa­sos de todos y cada uno de los pecadores, y lo que más ansía su corazón de Padre es que el pecador se deje encontrar por él.

Y los rasgos del encuentro de Dios con el pecador están narrados con una delicadeza y ternura extraordinarias; no se nos habla de castigo, sino sola­mente del cariño con que coloca a la oveja perdida sobre sus hombros. Todo un Dios, infinitamente santo, cargando sobre sus hombros al pobre pecador lleno de miserias.

Esta parábola debe excitar en todos los pecadores una inmensa confianza en el perdón de Dios, un deseo grande de salir al encuentro de ese Dios que con tanto amor y misericordia está en su búsqueda.

Y la parábola tiene otra lección de mucha importancia. Si nuestro Padre Dios muestra tal amor y misericordia con los pecadores, la actitud del cris­tiano, él mismo pecador, con respecto a los demás pecadores, por grandes que sean, tiene que ser la de amarlos y de colaborar con Dios en su con­versión. Despreciar y odiar el pecado, pero amar y buscar la conversión del pecador. Si amamos a Dios tenemos que amar lo que él ama y buscar lo que él busca: al pecador y su conversión.

2) La alegría de Dios en la conversión del pecador

En la medida de que Dios ama al pecador es la alegría inmensa que siente al acogerle en su conversión. Y para recalcar esta alegría de Dios su Pa­dre, nos dice que "habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de con­versión".

De ninguna manera significa que Dios ama más al pecador que a los que viven en su gracia y se esfuerzan por cumplir sus mandamientos.

Ni que Dios no se alegre profundamente en la intimidad que tiene con los que viven en su amor. Lo que el Señor quiere indicarnos es que se da en Dios una alegría muy especial, que se manifiesta de modo festivo y exter­no en el cielo, cuando un pecador se convierte.

Podríamos poner la comparación de un padre que tiene muchos hijos y uno de ellos está gravemente enfermo, pero por fin sana de la enfermedad. La alegría del padre es desbordante. No es que ame más al hijo enfermo que a los sanos, sino que se da el hecho de recobrar para la vida al hijo que estaba enfermo.

Profundizaremos más en el sentido de esta alegría de Dios en la conver­sión del pecador al considerar la parábola del hijo pródigo.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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