149. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Parábola del buen samaritano


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN

ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA

(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)

149.- PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO

TEXTO

Lucas 10, 29-37

Pero él (el escriba), queriendo justificarse, dijo a Jesús: "Y ¿quién es mi prójimo?" Jesús respondió: "Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heri­das, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalga­dura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él, y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva". ¿Quién de estos tres te parece que fue próji­mo del que cayó en manos de los salteadores?" El dijo: "El que tuvo mise­ricordia de él." Díjole Jesús: "Vete y haz tú lo mismo."

INTRODUCCIÓN

Como explicamos en la meditación anterior, Jesucristo había respondido a la pregunta del escriba de cuál era el mayor mandamiento, diciendo que era el amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas; pero había añadido que había otro mandamiento, muy semejante al primero, que era "ama al prójimo como a ti mismo".

También indicamos que la palabra "prójimo" en las enseñanzas judías te­nía un sentido muy limitado refiriéndose exclusivamente a los hijos del 'Pueblo de Israel, del Pueblo Escogido. El escriba tiene sus dudas sobre esta interpretación y le pregunta a Jesús quién es el prójimo. Jesús aprove­cha esta pregunta para, de una manera muy gráfica y sensible, explicarle cuál es el prójimo y en qué consiste el verdadero amor al prójimo. Este es el sentido de la parábola del Buen Samaritano. Al mismo tiempo intenta también poner al descubierto la hipocresía de los fariseos, que les llevaba a profesar una religión falsa de muchos preceptos y normas, pero exenta de caridad.

La parábola nos habla de un pobre judío asaltado en el camino que va de Jerusalén a Jericó. Era una larga pendiente de 27 kms, conocida por los asaltos y ataques de bandoleros que en ella se daban. Basado en este he­cho real, Jesús propone la parábola.

MEDITACIÓN

1) Actitud del sacerdote y levita

Aquel viajero que bajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado en el camino, despojado de todas sus pertenencias, fuertemente golpeado y dejado como muerto en el camino.

Y poco después pasan por el mismo camino un sacerdote y un levita. Y ambos dan un rodeo, para ni siquiera tropezarse con el hombre caído en tierra. Según ellos, la ley les prohibía tocar un cadáver, ni siquiera tocar la sangre de un herido. Incurrían en impu­re­za legal y les impedía ejercer su misión sacerdotal o levítica.

Jesús, al escoger al sacerdote y levita como ejemplo de aquellos que por escrúpulos religiosos dejaban abandonado al malamente herido y caído en el suelo, pretendía atacar la falsa religiosidad de "los puros" de su tiempo: Haber puesto la pureza legal por encima de la caridad. Es paradójico y, diríamos, casi increíble, que estas dos personas, en nombre precisamente de la religión quebrantasen el mandamiento fundamental de amor al próji­mo, de ayudar a una persona en extrema necesidad.

Y esta era la actitud tan frecuente, no sólo en los sacerdotes y levitas, sino en los escribas y fariseos que, en sus mismas normas y preceptos religio­sos, buscaban razones para dispensarse de todo lo que fuera caridad y mi­sericordia para con el prójimo, incluso para con los mismos padres. (Cfr. Mt 23,23; Mt 15,3-9)

Jesús nos trae la verdadera y única religión que centra todo el amor a Dios y al prójimo; y nos dirá que la mejor manera de mostrar nuestro amor a Dios será amando al prójimo, porque "cuanto hicisteis a uno de estos her­manos míos pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25,40)

2) El samaritano

Jesús escoge, en contraposición al sacerdote y al levita, a un samaritano que era odiado por los judíos y considerado hereje; se le consideraba como enemigo de los judíos. Pues será precisamente este "enemigo" el que ten­drá compasión del judío caído en el suelo y malherido.

El samaritano, sin dudarlo, se deja llevar de su compasión humana hacia ese desgraciado hombre. Intenta curarle o aliviarle, por lo menos, las heri­das; carga con él para ponerlo sobre su cabalgadura; y él, caminando a pie y sosteniendo al herido, lo lleva a la posada más cercana para que sea atendido lo mejor posible, paga al posadero, y a su vuelta está dispuesto a pagar los otros gastos que hayan sido necesarios para curar al herido.

Esta parábola encierra los elementos más esenciales de la doctrina de Cris­to. El prójimo es cualquier persona en necesidad, prescindiendo de si es enemigo o no; y amar al prójimo es, con todo respeto, ayudarle con obras eficaces en sus necesidades.

Y por eso la Iglesia de Cristo dejaría de ser verdadera Iglesia y el cristiano dejaría de ser verdadero cristiano si pasase de largo por el camino de los que sufren. Misión fundamental de la Iglesia y de todos y cada uno de los cristianos es ejercitar la caridad con todos, pero de manera especial con aquellos que están en mayores angustias y necesidades.

Y notemos que el Buen Samaritano ha tenido que emplear su tiempo, gas­tar su dinero, e incluso exponerse al peligro de ser él mismo asaltado, para poder llevar a cabo su obra de caridad. La caridad no se hace nunca sin sa­crificio, un sacrificio desinteresado que sólo busca aliviar el dolor del pró­jimo y traer paz y consuelo a su alma.

Juan Pablo II, cumpliendo con su misión de predicar al mundo entero la doctrina de Cristo, nos dice en su mensaje de Cuaresma del año 83:

"Cuando hablo de 'prójimo' me refiero evidentemente a todos los que vi­ven en nuestro alrededor, en la familia, el barrio, el pueblo o la ciudad. Se trata además tanto de aquellos que encontramos en el lugar del trabajo, como de los que sufren, están enfermos, experimentan soledad, son de veras pobres. Mi prójimo son todos aquellos que geográficamente están lejos o exiliados de su patria, sin trabajo, sin comida y vestido, y frecuen­temente sin libertad. Mi prójimo son las víctimas de los siniestros, los que están totalmente arruinados a causa de catástrofes imprevistas y dramáti­cas, que les postran en una miseria física y moral y, muy a menudo, en la angustia de haber perdido seres queridos... y la caridad se manifiesta a tra­vés de los sacrificios personales y colectivos de tiempo, dinero y bienes de todo género, para subvenir a las necesidades de nuestros hermanos del inundo entero. Compartir es un deber a que los hombres de buena volun­tad, y sobre todo, los discípulos de Cristo, no pueden sustraerse... sed to­dos y cada uno artífices nuevos e infatigables de la caridad de Cristo."



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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