12. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Encuentro con Nicodemo

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


I.- LOS COMIENZOS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS

(Fines del Año 27 - Principios del Año 28)


B.- PRIMERA PASCUA:

(Abril Año 28)


12.- ENCUENTRO CON NICODEMO

TEXTO

Juan 3,1-15

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: "Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas, si Dios no está con él". Jesús le respondió: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios".

Le dice Nicodemo: "¿Cómo puede uno nacer siendo viejo? ¿Puede acaso en­trar otra vez en el seno de su madre y nacer?".

Respondió Jesús: "En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya di­cho: Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Es­píritu".

Respondió Nicodemo: ¿Cómo puede ser esto?"

Jesús le respondió: "Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes esto?

En verdad, en verdad te digo: Nosotros hablamos de lo que sabemos y da­mos testimonio de lo que hemos visto; pero vosotros no aceptáis nuestro tes­timonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantando el Hijo del hombre para que todo el que crea, tenga por Él, vida eterna".


INTRODUCCIÓN

Nicodemo era personaje importante dentro del grupo de los maestros de la ley, y pertenecía al sanedrín; Juan lo llamará más adelante "príncipe judío", título exclusivo de los altos jefes del sanedrín.

Sería uno de aquellos que vimos en la meditación anterior, que "creyeron" en Jesús al ver sus obras y milagros. Parece que sintió un deseo sincero de cono­cer más a Cristo; pero manifiesta cierta cobardía por el temor de lo que puedan pensar de él sus compañeros, los fariseos, y sus colegas del sanedrín; teme también que puedan incluso tomar venganza, si se enteran que él apoya al nue­vo Maestro de Nazaret. Esa es la razón por la cual se decidió a visitar a Jesús a media noche. En la oscuridad de la noche no sería advertida su visita.

Pero que su deseo era sincero lo muestra su actitud reverente y humilde con que se presenta ante el Señor y se manifiesta como discípulo que quiere aprender. Le reconoce como Maestro que viene de parte de Dios y con po­deres extraordinarios.

En el texto que hemos transcrito hemos citado exclusivamente lo que parece fue el verdadero diálogo entre Jesús y Nicodemo. A partir del vers. 16, la mayoría de autores cree que se trata mas bien de un comentario que hace el mismo Evangelista. Son consideraciones del propio Juan, pero basadas en palabras y doctrina del mismo Señor, pronunciadas en circunstancias y tiem­pos diferentes. Son palabras inspiradas por Dios, y por lo tanto, deben ser meditadas también como "Palabra de Dios". Las meditaremos en la medi­tación siguiente.


MEDITACIÓN

1) Revelación del misterio de la regeneración espiritual.

"En verdad, en verdad te digo: Si uno no nace de nuevo no puede ver el Rei­no de Dios". La palabra "ver" significa aquí "entrar en", "poseerlo". El nacimiento a que se refieren estas palabras es aquel de que nos habla San Juan en el prólogo de su Evangelio cuando nos decía:

"Pero a cuantos le recibieron les dio (el Verbo) potestad de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales, no de sangre, ni de volun­tad de varón, sino de Dios han nacido." (Jn 1, 12- 13) Es el misterio de nuestra vida sobrenatural, de nuestra filiación divina, que aquí se revela como nuevo nacimiento.

Y a la duda de Nicodemo responde el Señor:

"En verdad, en verdad te digo: si uno no nace de agua y de Espíritu no pue­de entrar en el Reino de Dios".

Jesús está indicando aquí el modo de renacer mediante el Bautismo en el Es­píritu Santo.

Y todavía le declaró algo más el misterio poniéndole ante los ojos el contras­te que hay entre "lo nacido de carne y lo nacido del Espíritu". O sea, entre el nacimiento natural y el sobrenatural. De la carne, es decir, del hombre, nace sólo el hombre; pero del Espíritu nacen los hijos de Dios, los que viven la vida sobrenatural. No hay pues, que extrañarse de un segundo nacimiento. Es Dios quien hace a los hombres la misericordia de elevarlos a una vida di­vina, a la vida sobrenatural de hijos suyos.

Nicodemo debía conocer estas cosas por la predicación del Bautista sobre el Reino de Dios y el anuncio de que el Mesías bautizaría en el Espíritu y en el Fuego. Además, las enseñanzas de los profetas sobre una "regeneración es­piritual" debían ser claras para un Maestro de la ley que se supone las ha­bría estudiado sin prejuicios. (Cfr. Ez 11,19; 36.25-26; Zac 13,1; Is 44,3; Joel 3,1; Jer 31)

El Señor hace una comparación para poner al alcance de Nicodemo esta en­señanza:

"El viento donde quiere sopla y oyes su voz, pero no sabes de donde viene y a donde va". Es decir, al viento no se le puede encadenar ni precisar con­cretamente su punto de origen, de partida, ni su punto de llegada, aunque se sepa la dirección que lleva. Pues así es la acción del Espíritu de Dios en las almas; misteriosamente nos hace nacer de nuevo con la fuerza de Dios. Todo esto encierra la frase elíptica: "Así es todo el que ha nacido del Espíri­tu". (Cfr Eclo 11,5: "No conoces el camino del viento; así tampoco conoces las obras de Dios").

El Señor trata de insinuar el modo como obra el Espíritu Santo en las almas.

El Señor habla de los efectos maravillosos que la fuerza del Espíritu produce en el alma del bautizado.


2) Revelación del misterio Trinitario. La Encarnación. Divinidad de Cristo.

"Si os he dicho las cosas terrenales, y no me creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?"

Es extraño que Jesús llame terrenales a las cosas que acaba de decir. La in­terpretación más común es la siguiente:

Todas son cosas divinas, celestiales; pero entre estas cosas divinas, pertene­cientes a la nueva vida sobrenatural de la cual acaba de hablar Jesús, hay unas que tienen lugar en la tierra y en el tiempo, y otras que tienen lugar en el cielo y en la eternidad. El bautismo tiene lugar en la tierra; el misterio dé la Trinidad se oculta en el cielo y en la eternidad. Esta misma diversidad ofre­cen otros misterios.

Jesús, al hablar del misterio del Bautismo y del nuevo nacimiento sobrenatu­ral, habla de un misterio que tiene lugar acá en la tierra, y por un signo exte­rior se descubre de algún modo a nuestros sentidos. Los misterios de este género, son, por decirlo así, más asequibles y se puede creer con más facili­dad. Son terrenales, no en el sentido peyorativo que solemos dar a esta pala­bra, sino en el sentido de que tienen lugar sobre la tierra, que es lo que signi­fica literalmente la palabra usada por el Evangelista.

Pero el magisterio de Jesús irá más lejos. Hablará de misterios hondísimos encerrados en el seno mismo de la divinidad, que son las cosas celestiales de que aquí habla el Señor. Y es necesario que las almas se dispongan a oír y creer tan sublimes misterios. Y el misterio más insondable que nos revelará será el misterio de la Santísima Trinidad.

Y el Señor da la razón de por qué debemos creer en su testimonio:

"Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo".

La preexistencia eterna del Verbo, su venida a la tierra, su permanencia in­defectible en el seno del Padre, todo cuanto San Juan nos ha dicho en el pró­logo de su Evangelio, está como condensado en esta profundísima sentencia de Jesús.

Nuestra actitud debe ser de una total sumisión y aceptación a todas las ense­ñanzas de Jesús. Nuestra fe se funda en ese Cristo, verdadero Hijo de Dios, que bajó del cielo, y nos da testimonio de todo cuanto ha visto y oído estando en el seno de su Padre. Infinita gratitud al Padre que nos envió al Hijo, e infi­nita gratitud al hijo que se encarnó para nuestro bien, y es la Verdad Infali­ble que nos enseña todas las cosas terrenales y celestiales, que nos comuni­ca su verdad y su vida.


3) Revelación del misterio de la muerte redentora de Cristo.

"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levanta­do el Hijo del hombre para que todo el que crea tenga por El vida eterna".

Se alude con toda claridad al texto de los Num 21, 4-9 donde se nos descu­bre un hecho conocido por todos los israelitas. Ante los pecados gravísimos de los israelitas el Señor mandó una plaga de serpientes que atacaban a los israelitas y morían todos los que eran mordidos por ellas. Pero Moisés rogó a Yahvé y Yahvé le dijo: "Haz una serpiente de bronce y ponla sobre un más­til. Todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá." Y efectivamente, aque­llos heridos que miraban a la serpiente de bronce quedaban curados de sus heridas.

El pasaje era bien popular entre todo el pueblo de Israel, pero tardó mucho tiempo en que se viese en él un sentido mesiánico. Será el mismo Cristo el que, sin dejar ninguna duda, se aplica a sí mismo este pasaje. Aquella ser­piente levantada en alto sobre un mástil, era el verdadero símbolo del Mesías que un día sería también levantado en alto sobre una cruz, y desde allí daría la salvación a todos aquellos que lo contemplasen con fe sincera, creyesen en toda su fuerza redentora y se entregasen a él con un corazón arrepentido. A ellos se les concedería participar en la vida eterna que El mismo poseía.

Es indudable que Jesucristo en esta frase se refiere claramente a su cruci­fixión, a su doloroso sacrificio redentor en la cruz, y que desde esa cruz se nos presenta como fuente perenne de salvación y de vida eterna.

De nuestra parte no queda sino mirar, contemplar una y mil veces esa cruz de Cristo Redentor con toda fe, confianza y amor, para tener la certeza total de nuestra salvación, de recibir todas las gracias de la Redención de Cristo.


4) Sobre la expresión "Hijo del hombre".

Es la primera vez que aparece esta expresión en el Evangelio. Esta expre­sión aparece siempre en labios de Jesús y la encontramos 31 veces en Mateo; 14 en Marcos; 25 en Lucas y 12 en Juan.

Es el título preferido por Jesús para autonombrarse a sí mismo.

Tiene un sentido ordinario en muchos pasajes del Antiguo Testamento, que significa simplemente "hombre", expresado de una manera enfática: (Cfr. Job 25,6; Ez 2,1.3.8; 3,1.3.4; Is 51,12; 56,2, etc.)

Pero en Daniel 7, 13ss. esta expresión significa "hombre", pero se refiere a un hombre sobrenatural que viene del cielo y a quien se le entregan todos los poderes. Desde entonces, queda consagrado el nombre del "Hijo del hom­bre" en el sentido del profeta Daniel, como un titulo mesiánico.

Jesucristo, durante su vida apostólica, no hace una revelación del todo clara y directa de su persona como el verdadero Mesías, Hijo de Dios. Sabía que el pueblo lo entendería en un sentido mesiánico terrenal, político y sociológi­co.

La expresión "Hijo del hombre" encerraba estos conceptos de Mesías y de Hijo de Dios, pero de una manera velada, envueltos en cierta misteriosa os­curidad. El Señor quiso utilizar este título mesiánico al referirse a su persona. La revelación completa de su persona en cuanto Hijo de Dios, se iría desple­gando a través de toda su vida apostólica.

"Hijo del hombre": Título mesiánico que implícitamente encierra la verdad fundamental de nuestra fe en Cristo. Cristo, el Hijo de Dios, verdadero hom­bre y verdadero Dios.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




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