15. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La samaritana


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita


Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


I.- LOS COMIENZOS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS

(Fines del Año 27 - Principios del Año 28)


B.- PRIMERA PASCUA:

(Abril Año 28)



15.- LA SAMARITANA

TEXTO

Juan 4.1-30

Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan - aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos - abandonó Judea y volvió a Galilea. Te­nía que pasar por Samaria.

Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como venía fati­gado del camino, se sentó junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Lle­ga una mujer samaritana a sacar agua. Jesús le dice: "Dame de beber". Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la samaritana: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?" (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió:

"Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva."

Le dice la mujer: "Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?"

Jesús le respondió: "Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que bebe del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna".

Le dice la mujer: "Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla". Jesús le dice: "Vete, llama a tu marido y vuelve acá". Respondió la mujer: "No tengo marido". Jesús le dice: "Bien has dicho que no tienes marido porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad". Le dice la mujer: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es donde se debe adorar".

Jesús le dice: "Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis noso­tros oramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y los que le adoran, deben adorarle en espíritu y en verdad".

Le dice la mujer: "Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando él venga, nos los anunciará todo".

Jesús le dice: "Yo soy, el que te está hablando".

En esto llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: "¿Qué quieres?" o "¿Qué hablas con ella?". La mujer, dejando el cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho "¿No será éste el Cristo?". Salieron de la ciudad e iban donde él.


INTRODUCCIÓN

Jesús estaba ejerciendo su apostolado en Judea, y sus discípulos, a imitación del Bautista, bautizaban también a los que mostraban señales de arrepenti­miento y querían seguir las enseñanzas del Señor. Pero llega a oídos de Jeru­salén la eficacia de la predicación de Jesús y el crecimiento de los nuevos prosélitos y es causa de que crezca la hostilidad de los fariseos contra Jesús, y también el recelo por parte de las autoridades judías. Jesús está comenzan­do su vida pública, y sabe que no ha llegado la hora de su sacrificio con sabi­duría divina y guiado por la providencia de su Padre, se aleja de Judea donde le amenazaba el peligro, y marcha a Galilea.

El Evangelio nos dice que para ir a Galilea "tenía que pasar por Samaria". Era el camino más corto, pero había otros caminos también muy frecuentados, so­bre todo, el de la ribera del Jordán, para ir de Judea a Galilea. En las peregrina­ciones a las grandes fiestas judías, como por ejemplo, la Pascua, éste era el camino que solía seguirse para evitar los enfrentamientos con los samaritanos que recibían mal a los judíos. Los que iban de Galilea a Jerusalén frecuentaban más el camino junto al río Jordán. Por eso los Santos Padres al comentar la frase "tenía que pasar por Samaria", creen que se trata de un sentido más profundo. Jesús podía también haber cogido otro camino; pero si cogió el de Samaria, y el Evangelio nos dice que era necesario que pasase por allí, se tra­taría de una necesidad apostólica. Tenía que pasar por Samaria, porque allí le estaba esperando un alma perdida, una oveja descarriada a la que iba a buscar; y junto con el encuentro con esa mujer samaritana, se daría también el encuen­tro con otros muchos samaritanos que llegarían a creer en él.

Jesús con los discípulos llega a eso del mediodía (hora sexta) al pozo de Jacob. Jesús se encuentra cansado y se sienta sobre el brocal del pozo. Los discípulos van al pueblo cercano de Sicar para comprar víveres y preparar el almuerzo.

Y es en este momento, cuando Jesús se encuentra solo y fatigado de una larga caminata, sentado junto al pozo de Jacob, que se acerca una mujer samaritana con un cántaro de agua para sacar agua del pozo. Aquí comienza el encuentro de Jesús con esa mujer pecadora. Es una de las escenas más divinas del Evangelio y de más profundas enseñanzas sobre la persona de Cristo y sobre lo que brinda y ofrece al corazón humano.


MEDITACIÓN

1) En busca de la oveja perdida.

Jesús nos repetirá varias veces en el Evangelio que El ha venido a salvar a los pecadores; que son los enfermos los que necesitan médico. Su trato con los pecadores será causa de las críticas y murmuraciones de los fariseos. Y Jesús lo que predica de palabra, siempre lo cumple con su ejemplo. Y aquí tenemos, al Hijo de Dios, al Salvador del mundo, en busca de esta pobre mu­jer samaritana, pecadora y herética. Para el Señor no hay distinción de per­sonas. Cualquier pecador, hombre o mujer, pagano o cristiano, es objeto de su infinita misericordia. Y es El, quien sale al encuentro. De El parte siempre la iniciativa. Toda conversión supone una gracia previa del Señor. Y siempre está dispuesto a darnos esa gracia previa necesaria para que nos arrepinta­mos y cambiemos de vida.

El gran pecado del hombre de nuestros días es el despreciar, cerrar los oídos a tantos llamados que Cristo nos hace para que nos convirtamos y volvamos a Dios. Si llegásemos a condenarnos, la culpa siempre será nuestra; nunca será del Señor que continuamente derrama sobre nosotros gracias para nuestro arrepentimiento y conversión.


2) "Dame de beber". "El agua Viva".

Jesús abre el diálogo con la samaritana pidiéndole un favor. Sin duda alguna, después de la caminata, Jesús tendría verdadera sed, y le pide a la mujer que traía su cántaro, que le ofreciese algo de agua para apagar su sed.

Pero también es verdad, que detrás de esa sed material, Cristo estaba mani­festando la sed espiritual de esa alma. Acordémonos que el "tengo sed" de la cruz fue también grito de sed material y grito de sed de almas.

La samaritana le da una respuesta negativa y descortés, y pone bien en claro la enemistad que había entre judíos y samaritanos, y le muestra lo absurdo de su petición.

Jesucristo no se siente ofendido. Lo que busca más que todo es el alma, el corazón de aquella mujer; y con palabras sencillas, con expresiones usuales le va a revelar una de las más consoladoras verdades de nuestra fe.

Le promete obsequiarle con un gran "don de Dios", y ese don de Dios es un manantial de agua viva que saciará siempre su sed, y que brotará con tal fuerza y tan continuamente que alcanzará la vida eterna. Por esto le dice el Señor que si se diera cuenta quién es el que le pide agua y cuál es el don que le promete, ella sería la que con todo entusiasmo e interés le pediría 91 de beber.

Por supuesto, que la mujer no ha entendido el sentido profundo de las pala­bras del Señor; pero sí es motivo de que acepte el diálogo con el Señor, que se suscite en ella el afán por esa agua viva que no se agota nunca, siempre mana y permanece hasta la vida eterna. El Señor ya ha puesto una semilla sobrenatural en el corazón de la samaritana.

Nosotros, por la fe que ya hemos recibido, conocemos que esa agua viva, ese manantial que brota hasta la vida eterna, es la vida sobrenatural de la gracia, la nueva vida de hijos de Dios que infunde en nuestros corazones el Espíritu Santo, el don divino de nuestra filiación divina que sacia todas las an­sias de nuestro corazón.


3) Diálogo de conversión entre Jesús y la Samaritana.

Jesús quiere dar ese "don de Dios" a la samaritana; pero antes es necesa­rio que reconozca sus pecados y se arrepienta. Y aquí comienza ese diálogo de Jesús lleno de misericordia. La mujer ya ha cambiado de actitud. Ha de­puesto su actitud hostil, se interesa por lo que le va revelando Jesús, y le muestra su respeto llamándolo "Señor", y ahora es ella la que le ruega que le dé esa agua viva.

El Señor le responde de manera que la haga reflexionar sobre su vida y cai­ga en la cuenta de sus pecados. Claramente el Señor, con sabiduría divina, le declara que su vida ha sido una vida de mujer fácil, que ya ha estado unida a cinco hombres. Mujer pecadora y adúltera. La mujer queda no sólo sorpren­dida, sino que en vez de negarle al Señor sus pecados o de mostrar resenti­miento contra él, movida por el Espíritu Santo, reconoce sus pecados y reco­noce en Jesús la autoridad de profeta. Se ha suscitado la fe en Jesús: "Se­ñor, veo que eres un profeta".


4) Revelación plena de Jesucristo. Adoración en espíritu y en verdad.

Es natural que la mujer estuviese algo perturbada por tantas emociones como iba teniendo en ese diálogo con Jesús. Y también se le suscitan dudas que provienen de los litigios entre los judíos y samaritanos. Ella es samaritana y los samaritanos creen que el verdadero culto a Yahvé se debe dar en el monte Garizim, mientras que los judíos aseguran que sólo en Jerusalén y en su templo se puede tributar el verdadero culto a Dios. Espera que Jesús le aclare algunas de esas dudas, pero será el Mesías anunciado, el que cuando llegue aclarará todas estas controversias.

Jesús conoce la situación emocional de la samaritana. Ha sido descubierta en sus pecados más bajos, ha reconocido esos pecados, le ha reconocido a él como profeta, y además en su cabeza se amontonan dudas sobre la verdade­ra fe y el verdadero culto a Yahvé.

Jesús aprovecha la buena disposición de esta mujer, condesciende con sus fla­quezas y sus dudas, y le va a dar a ella y en ella a todos los hombres una lección de altísima teología y espiritualidad. Ella tampoco entenderá entonces todo su significado, pero sus palabras serán las que le lleven a confesar a Cristo, no ya como un profeta, sino como al verdadero Mesías que había de venir.

El Señor reconoce que son los judíos y no los samaritanos los que han con­servado la verdadera enseñanza de Yahvé. Pero lo que el Señor quiere prin­cipalmente revelarnos es que ha llegado la hora en que no habrá un lugar fijo, un templo único donde se pueda adorar y tributar el verdadero culto a Dios. En todo lugar y en todo momento se puede adorar al verdadero Dios. Lo úni­co necesario es que esa adoración se haga "en espíritu y en verdad". Es en virtud de la donación del Espíritu Santo a nuestros corazones que podemos clamar "Abba, Padre"; es el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones el que hace nuestra oración agradable a Dios, el que la inspira, el que nos convierte en verdaderos templos de Dios donde siempre podemos adorarle y dialogar con él como verdaderos hijos suyos. La verdadera adoración a Dios, la sincera oración a Dios es la que brota de un corazón en gracia, de un co­razón divinizado por la presencia del Espíritu Santo.

Por supuesto, que esta enseñanza del Señor tan sublime, tan consoladora, que debe orientar toda nuestra vida de oración, no significa que han de des­aparecer los templos y las iglesias. Los templos e iglesias siempre seguirán siendo casas de oración donde la comunidad cristiana, como tal comunidad, dará el culto público a Dios y celebrará el misterio eucarístico, donde se renuevan diariamente los frutos de nuestra redención.

La mujer responde a todas estas enseñanzas del Señor diciéndole que cuan­do venga el Mesías, él aclarará definitivamente todas las cosas. Y aquí, el Señor, conociendo el cambio que ha habido en el corazón de esa mujer y su disposición a aceptar la fe en él, le dice: "Yo soy (el Mesías), el que está ha­blando contigo".

Por la reacción de la mujer, sabemos que aceptó de todo corazón las palabras de Cristo, y creyó en él como el Mesías prometido, que estaba anunciado hacía siglos y que era esperado tanto por los judíos como por los samaritanos.

La llegada de los discípulos le impide a la mujer seguir hablando con Jesús; pero, alegre y feliz, por haber encontrado al Mesías, deja el cántaro en el suelo y sale corriendo para la ciudad y anuncia a los samaritanos de Sicar que ha encontrado al Mesías. La frase que dice: "¿No será éste el Mesías?" no sig­nifica duda en la Samaritana. No pretendía que la creyeran a ella; quería que ellos mismos fueran y vieran por si mismos, dialogasen con el Señor y se con­vencieran por sí mismos de que aquel hombre era el Mesías.

La Samaritana, recién convertida, y habiendo conocido al Señor, siente la ne­cesidad de trasmitir su fe y su alegría a los demás. El apostolado es una con­secuencia necesaria e inmediata de un encuentro sincero con el Señor y de una conversión de vida. Y el apostolado de esta mujer fue eficaz. Se nos dice que los samaritanos "salieron de la ciudad e iban donde él".



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.



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