P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
I.- LOS COMIENZOS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS
(Fines del Año 27 - Principios del Año 28)
B.- PRIMERA PASCUA:
(Abril Año 28)
10.- JESÚS EXPULSA A
LOS VENDEDORES DEL TEMPLO
TEXTO
Juan 2,12-22
Después bajó a
Cafarnaúm con su madre y con sus hermanos, pero no se quedaron allí muchos
días. Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró
en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo,
con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó
las mesas; y dijo a los que vendían palomas; "Quitad esto de aquí. No
hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado". Sus discípulos se
acordaron de que estaba escrito: "El celo por tu casa me devorará".
Los judíos entonces le replicaron diciéndole: "¿Qué señal nos muestras
para obrar así?" Jesús les respondió: "Destruid este templo y en tres
días lo levantaré". Los judíos le contestaron: "Cuarenta y seis años
se ha tardado en construir este Templo, y Tú ¿lo vas a levantar en tres días?"
Pero El les hablaba del Templo de su Cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre
los muertos, se acordaron sus discípulos de que era eso lo que quiso decir, y
creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.
INTRODUCCIÓN
Después del milagro
de las Bodas de Caná, se nos dice que Jesús bajó a Cafarnaúm acompañado de su
Madre, hermanos y discípulos. Pero se añade que permaneció allí muy pocos días,
pues en seguida tuvo que salir para Jerusalén para celebrar la gran fiesta de
la Pascua Judía, la primera que iba a celebrar en su vida pública.
Cuando vuelva de
Jerusalén a Galilea, será cuando se establezca definitivamente en Cafarnaúm
como centro de su trabajo apostólico, y de ahí partirá para sus correrías
apostólicas por todas las ciudades y aldeas de Galilea. Cuando meditemos sobre
esta misión apostólica en Galilea, que durará un año, entonces aclararemos lo
referente a la ciudad de Cafarnaúm, y también lo referente a los hermanos de
Jesús, que en otros pasajes se les cita con su nombre. Baste ahora indicar que
no se trata de verdaderos hermanos, sino de parientes cercanos.
Jesús parte para
Jerusalén, y en su primera entrada, podríamos decir, oficial en el Templo,
arroja de sus atrios a los mercaderes de animales y a los cambistas.
La situación
histórica concreta era la siguiente. Contra la misma Ley Judía que consideraba
santo todo el templo, se había introducido la irreverente costumbre de
convertir parte de sus atrios en verdaderos mercados de animales, bueyes,
ovejas, palomas, y en centros especulativos de cambio de monedas. Los animales
eran necesarios para los sacrificios, y el cambio de moneda también era
necesario, sobre todo, para los que venían del extranjero; pues el tributo que
tenían que pagar en el templo tenía que ser con monedas judías, y no con
monedas romanas que traían la efigie del Emperador. Por eso, tenían que cambiar
las dracmas y los denarios por los siclos.
Estos abusos que
suponían una gran falta de respeto al Templo de Yahvé, eran permitidos por las
autoridades judías, por los sacerdotes, y con aprobación, incluso, de los
fariseos, porque ellos mismos, mediante el procedimiento de tasas e impuestos
obtenían nuevos ingresos de los vendedores y cambistas.
Con respecto a
este pasaje hay un problema muy antiguo. Los sinópticos ponen esta escena de
la expulsión de los mercaderes del Templo al final de la vida de Cristo,
después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. El problema es saber si
ambas escenas, la que narra Juan y la que narra los Sinópticos es la misma
escena o son diferentes; y si consiguientemente, la expulsión de los mercaderes
tuvo lugar dos veces en la vida de Cristo. Es un problema que nunca ha quedado
definitivamente aclarado, y hay razones positivas para ambas hipótesis.
Nosotros meditaremos aquí la narración de Juan. No parece creíble que Juan haya
querido adelantar una escena que se produjo en la última Pascua de Jesús; la
narra en la primera Pascua porque él mismo fue testigo de esa primera expulsión
de los mercaderes del Templo. La narración de los Sinópticos la consideraremos
en su propio lugar.
MEDITACIÓN
1) Significación del Templo
Para el pueblo
judío el Templo significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo y la
garantía de su protección. Antes de la construcción del famoso Templo de
Salomón, ya el Arca del Alianza, llevada por el desierto en los años de
peregrinación hasta la entrada en la Tierra prometida, era la manifestación
concreta de que Yahvé guiaba a su pueblo y le era propicio. Construido el
Templo, esta fe y convicción se afianzó más. (Cfr. Jer 7,1-15)
Pero no sólo era
la garantía de la protección de Dios, sino que también era en el Templo donde
se manifestaba la gloria de Dios, la grandeza y el esplendor de Yahvé ante
todo el pueblo.
Y a esa gloria y
majestad de Yahvé y a esa promesa de protección y seguridad, correspondía el
pueblo tributando en el Templo el culto verdadero a Dios con la celebración de
todas las grandes fiestas religiosas, con los sacrificios y oraciones diarias
que se ofrecían por los sacerdotes y el pueblo fiel. En varios lugares de la
Biblia se nos habla del Templo como de Casa de Oración (Cfr. 1 Rey 6-8; Deut
12),
Todos estos
sentidos del Templo de Jerusalén, tienen una realidad todavía mucho más
profunda en cualquiera de nuestros templos de hoy donde se venera a Jesucristo
en la Eucaristía.
2) Jesucristo entra en el Templo
Jesús cumple con
la ley, y cada año, de manera especial, en la gran solemnidad de la Pascua,
acude a Jerusalén para tributar el verdadero culto a su Padre Dios. Desde los
12 años lo viene haciendo. (Cfr. la escena del Niño Perdido en el Templo. (Lc 2,
41-50)
Pero en esta
oportunidad entra en el Templo, rodeado de sus discípulos, y quiere
manifestarse en Jerusalén como el Mesías, como el enviado de Yahvé, y lo
primero que quiere enseñar es el respeto y honor que se debe a la Casa del
Padre. Y ya se nos revela como el Hijo Unigénito de Dios al decir con toda
autoridad: "No hagáis de la Casa de mi Padre, una casa de mercado".
Más tarde, los
discípulos acordándose de esta frase del Señor, e iluminados por el Espíritu
Santo, reconocieron en su conducta las palabras del salmo 69,10: "El celo
por tu Casa me devorará".
3) La santa ira de Jesucristo
Ante la
profanación de la Casa de su Padre, el Señor siente una santa cólera, y revestido
con una autoridad superior a la de los sacerdotes y maestros de la Ley,
improvisando un látigo de cuerdas, arroja del atrio del Templo a todos los
mercaderes y a los cambistas. Actitud bien dura, y diríamos agresiva del
Señor. Es la única vez en la que vemos al Señor en una actitud tan dura. Lo que
le movió a Cristo a llevar a cabo esta acción fue el celo por la Casa de su
Padre. El Señor no transige con un comportamiento falto de fe y de piedad en
las cosas que se refieren a su Padre, al culto a Dios. Y este acto de Jesús hay
que entenderlo como un acto de autoridad profética y mesiánica sobre el Templo.
Todas las
enseñanzas de Cristo son valederas para todos los tiempos; y esta enseñanza
sobre el respeto al Templo y al culto a Yahvé, tiene una aplicación de
especialísima actualidad referida a nuestros templos de hoy día, al culto, a la
manera como se celebra la liturgia; más aún, el culto Eucarístico supera en
grandeza y eficacia todos los cultos del Antiguo Testamento.
Cuánta educación
necesitamos todos los cristianos para comprender cuál debe ser nuestro
comportamiento en la Iglesia, en la presencia de Jesús Sacramentado, en las
celebraciones litúrgicas, en las grandes solemnidades y fiestas religiosas,
donde con mucha frecuencia también se dan los mismos abusos que condenaba
Cristo en el Templo de Jerusalén. Se convierten en fiestas comerciales y
mundanas. Una cosa es aprobar la religiosidad popular en lo que tiene de
manifestaciones externas de procesiones, cantos, ritos y costumbres cristianas,
y otra es vaciar esas manifestaciones externas, de su espíritu religioso y de
penitencia, para convertirse en un puro negocio material o en una fiesta
mundana y de pecado.
4) Discusión con los judíos.
Las autoridades
judías se sienten heridas ante la actitud de Jesús. Implícitamente la conducta
de Jesús es una dura crítica a esas autoridades que permiten esos abusos
dentro del templo. Se enfrentan a Jesús y le reclaman que manifieste con qué
derecho y autoridad ha llevado a cabo la expulsión de los mercaderes.
La respuesta de
Jesús no pudo resultar clara para las autoridades judías; El Señor conocía las
intenciones de los judíos y no quiso aclararles el misterio que se contenía en
su respuesta.
Pero la respuesta
de Jesús contiene una revelación de extraordinaria importancia. Es la primera
vez que el Señor, de una manera velada, hace alusión a su muerte y
resurrección. Pero la comparación que hace de sí mismo con el Templo de
Jerusalén entraña una profunda realidad teológica.
El Templo del
Antiguo Testamento era sólo figura o anticipo imperfecto de la realidad plena
de la presencia de Dios entre los hombres. Y esa realidad plena de la
presencia de Dios entre los hombres es el mismo Verbo de Dios, hecho carne,
Jesús, en el cual habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente. (Cfr,
Col 2,9). Jesús identifica el Templo de Jerusalén con su propio cuerpo, y de
esta manera se refiere a una de las verdades más profundas sobre sí mismo: La
Encarnación. Después de la Ascensión, esa presencia real y especialísima de
Dios en medio de los hombres se continúa en el Sacramento de la Eucaristía.
Y esta doctrina se
complementará más adelante con la enseñanza de Pablo de que todos nosotros
somos también templos de Dios, porque por Cristo habita en nosotros el Espíritu
Santo. Participamos de Cristo como templo de Dios. (Cfr 1 Cor 3,17; 6,19)
La declaración de
Jesús quedó también encubierta a sus discípulos. Pero éstos entendieron,
después de la resurrección, el sentido profundo de la respuesta del Señor.
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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