P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Jesús habló de su pasión futura con éstas o parecidas palabras: “Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos los hombres” (Mc 10,45). La muerte como fuente de vida es la esencia de todo sacrificio: “Por ellos yo me ofrezco enteramente a tí, para que también ellos sean completamente tuyos, por medio de la verdad. Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por todos los que, por medio de su predicación, creerán en mí” (Jn 17,19). El ofrecimiento de la vida de Jesús hace que Dios no tenga en cuenta nuestros pecados y limitación: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29); “También Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio que Dios recibe con agrado” (Ef 5,2).
Nosotros participamos en espíritu y en verdad del sacrificio de Cristo: “Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro auténtico culto. No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, y así distinguiréis cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12,1-2).
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