143. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús sólo busca la Gloria de su Padre. Jesús más grande que Abraham


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


V. JESÚS EN JERUSALÉN

(Fines de Septiembre - comienzos de Octubre, año 29)

LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS

143.- JESÚS SÓLO BUSCA LA GLORIA DE SU PADRE. JESÚS MÁS GRANDE QUE ABRAHAM

TEXTO

Juan 8,48-59

Los judíos le respondieron: "¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?". Respondió Jesús:

"Yo no tengo un demonio; sino que honro a mi Padre, y vosotros me des­honráis a mí. Yo no busco mi gloria; hay ya quien la busca y juzga. Yo os aseguro: Si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás." Le dije­ron los judíos: "Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: "si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás". ¿Eres tú acaso más que nuestro Pa­dre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?" Jesús respondió:

"Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: "El es nuestro Dios", y sin em­bargo no lo conocéis. Yo sí le conozco; si dijera que no le conozco, sería un mentiroso sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día: y lo vio y se alegró."

Entonces los judíos le dijeron: "¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?" Jesús les respondió:

"En verdad, en verdad os digo: antes que naciese Abraham, Yo soy." En­tonces tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó y salió del Templo.


INTRODUCCIÓN

Mucho tiempo debía de haber estado Jesús en el Templo impartiendo sus enseñanzas y en duras controversias con los escribas y fariseos. En este pasaje se nos narra el final de este discurso del Señor y las reacciones de desprecio e insultos de aquellos jefes judíos contra él. El Señor, tolerando que le llamen samaritano y que tenga un demonio, continúa esclareciendo nuevos aspectos de su origen divino y de su misión. Implícitamente habla­rá de su coexistencia eterna con el Padre al afirmar que antes que existiese Abraham ya existía él; y su misión queda señalada al decir que quien crea en él y guarde su palabra "no verá la muerte jamás", es decir, poseerá la vida eterna.


MEDITACIÓN

1) "Yo honro a mi Padre" - "Yo no busco mi gloria"

Ante los insultos de los escribas y fariseos tomándole por un gentil y un endemoniado, que eso significaba llamarle "samaritano" y decirle que "te­nía un demonio", Jesús reacciona sin alterarse y mostrando indiferencia ante esos ultrajes. Ellos quieren manchar la honra de Jesús, pero él sabe que su Padre defenderá esa honra y le glorificará delante del mundo ente­ro; por su parte, Jesús no busca su propia gloria, no le interesa sino la glo­ria del Padre. Que el Padre sea glorificado a través de él, a través del cum­plimiento de la misión que el Padre le ha confiado. El es el que revela al mundo el amor y la misericordia de Dios para con todos los hombres y lle­va a cabo la redención para que todos glorifiquen al Padre. Era una prueba más de la autenticidad del testimonio de Cristo, que se profundizará cuan­do muera abandonado, humillado, lleno de tormentos en la Cruz. Jamás ha buscado su propio interés ni honra, sino los intereses y la honra del Padre.

2) "Si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte."

Es la promesa que continuamente hace Cristo a aquellos que le aceptan, acogen su enseñanza y le siguen. Los escribas y fariseos creían en la resu­rrección y en la vida eterna; era lógico que hubiesen interpretado las pala­bras del Señor en este sentido transcendental. Pero su hostilidad hacia Je­sús les incapacita para comprender en su recto sentido la gran promesa de Cristo, y lo interpretan como una promesa de que ninguno de sus discípulos moriría, pasaría por la muerte corporal. Les exaspera esta pro­mesa del Señor y sarcásticamente se ríen de él diciéndole que quién se ha creído; que Abraham y todos los profetas que le antecedieron, todos mu­rieron. Y ya están los escribas y fariseos pensando también en la manera de dar muerte a Jesús. Su promesa no merecía nada más que la risa y el desprecio.

El Señor muestra la misma calma que anteriormente. No le importa la risa y el sarcasmo de sus enemigos. Precisamente, el Padre glorificará a su Hijo y hará que todos le honren, conce­dién­do­le el poder de otorgar la vida eterna a los que le siguen (Cfr. medit. 103). Ellos no conocen a Dios, pues no honran ni glorifican a aquel que él ha enviado. En cambio él si lo cono­ce. Y no se trata de un conocimiento superficial e imperfecto; en el con­texto de todo el discurso de Jesús se trata de un conocimiento perfecto, intuitivo, de profunda intimidad con el Padre. Y ese conocimiento del Pa­dre es el que le hace guardar siempre su Palabra, cumplir siempre con su voluntad.

Y la promesa de Cristo de dar la vida eterna, de no ver la muerte de con­denación los que creen en él, está garantizada por el Padre:

"Porque como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere." (Jn 5,21)

Es la promesa de Cristo que ha alimentado siempre la esperanza de todos los cristianos.

3) "Antes que existiese Abraham, Yo soy."

Jesús se muestra aquí superior a todos los profetas y al mismo Abraham. Alude claramente a su preexistencia divina, a su existencia eterna junto al Padre; y ya hemos visto anteriormente que la expresión "Yo soy" en labios de Cristo se identifica con la palabra que Yahvé pronunció en su teofanía a Moisés en el Sinaí, indicando su existencia absoluta, independiente y eter­na. (Cfr. Jn 7,24; medit, 140). El Señor se está refiriendo a su origen eter­no y divino.

Y su superioridad sobre los profetas y Abraham la manifiesta el señor in­dicando que ellos se alegraron y gozaron viendo en lontananza el cumpli­miento de las profecías mesiánicas en su persona. La seguridad del cum­plimiento de esas promesas que Yahvé hacía a su pueblo, fue siempre la mayor causa de alegría para los patriarcas y los profetas. Cristo es el que lleva a cabo la salvación prometida en el Antiguo Testamento.

Los escribas y fariseos no pudieron tolerar esta última respuesta de Jesús y empujaron a la gente para que tomasen preso a Jesús y le condenasen a la pena que prescribía la ley para los blasfemos, para aquellos que se arrogasen atributos divinos, como había hecho Cristo. Cada revelación de Cristo en vez de abrir sus corazones, los endurecía más y hacía crecer en ellos el odio y deseo de matarle. Sin embargo Jesús, dueño y señor de toda circunstancia, se ocultó de ellos y salió del Templo. Sólo cuando llegue la hora prevista por su Padre para entregar la vida en redención de los hom­bres, él mismo se entregará y aceptará morir en la cruz. Los judíos queda­ron con las piedras en las manos.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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