139. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - "Yo Soy la luz del mundo" - Verdad de su testimonio



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


V. JESÚS EN JERUSALÉN

(Fines de Septiembre - comienzos de Octubre, año 29)

LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS

139.- "YO SOY LA LUZ DEL MUNDO" - VERDAD DE SU TESTIMONIO

TEXTO

Juan 8,12-20

Jesús les habló otra vez diciendo:

"Yo soy la luz del mundo, el que me siga no camina en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida."

Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale." Jesús les respondió: "Aunque yo de testimonio de mí mismo, mi testimonio vale, porque sé de donde he venido y adónde voy; pero voso­tros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es válido, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí."

Entonces le dijeron: "¿Dónde está tu Padre?". Respondió Jesús: "No me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais tam­bién a mi Padre".

Estas palabras las pronunció en el Tesoro, mientras enseñaba en el Tem­plo. Y nadie le prendió, porque no había llegado su hora.


INTRODUCCIÓN

Probablemente el mismo día octavo de la Fiesta de los Tabernáculos es cuando Jesús pronuncia estas palabras de autorrevelación y mantiene des­pués una discusión con los fariseos, para probarles que su testimonio es verdadero. Se nos dice que Jesús las pronunció en el Tesoro del Templo, es decir, el lugar dedicado a recibir las ofrendas de los judíos.

Hay que recordar que en las Fiesta de los Tabernáculos había también otra ceremonia litúrgica, llamada la ceremonia de la luz. Se encendían grandes candelabros que iluminaban todo el Templo. Con esta ceremonia querían recordar los judíos la nube luminosa, señal de la presencia de Dios, que guió a los israelitas durante toda su travesía por el desierto. Jesucristo pro­nuncia su autorrevelación como "Luz del mundo" en este contexto de la celebración de la liturgia de la luz.


MEDITACIÓN

1) Jesucristo, Luz del mundo

El profeta Isaías anunciaba la era mesiánica usando la metáfora de la luz: "El pueblo que andaba a oscuras vio una luz intensa. Sobre los que vivían en tierra de sombras brilló una luz." (Is 9, 1) Y en el canto del Siervo de Yahvé, que es una profecía sobre el Mesías, nos dice también Isaías: "Yo Yahvé, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he desti­nado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes."

La metáfora de la luz aplicada al Mesías era, pues, bien conocida entre los judíos. Y así encontramos también en el Nuevo Testamento al sacerdote Zacarías, padre de Juan Bautista, anunciar la llegada del Mesías como "una luz que nos visita, una luz de la altura, a fin de iluminar a los que se hallan sentados en tinieblas y sombras de muerte." (Lc 1,78-79). Y el an­ciano Simeón, al reconocer al Mesías en el niño que José y María llevaron para presentarlo en el templo, exclama: "Luz para iluminar a los gentiles." (Lc 2,32)

Jesús se aplica a sí mismo la imagen de la luz, con lo que se declara públi­camente el verdadero Mesías, y además señala una de las misiones fundamentales de su misión mesiánica: Ser luz de todos los pueblos y de todos los corazones.

Jesucristo es la verdadera Luz que ilumina todos los misterios de Dios y los misterios del hombre. Nos revela al Padre, el misterio de la Trinidad, y el amor de Dios a los hombres y todo el plan de la redención; y por tanto ilumina también los misterios más profundos de la existencia humana, de su origen, de su transcendencia eterna; los misterios del pecado y de la mi­sericordia divina. Quien sigue a Cristo no andará en tinieblas; tendrá siem­pre luz que le ilumine, que le guíe, le dé seguridad en todas las circunstan­cias de la vida, y tendrá profunda alegría interna al gozar de la visión divi­na que le comunica Cristo para contemplar todas las cosas a la luz de Dios.

El Señor une la luz con la vida. Después de decir que el que le sigue a él no andará en tinieblas, añade: "y tendrá la luz de la vida." San Juan, al anunciarnos la encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios, escribe: "En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres."

Y es que Cristo, verdadera luz del alma, al ser aceptado por el hombre, se transforma en verdadera vida. Así como el sol, en cierto sentido, da vida a la tierra, la hace fecunda, de la misma manera, cuando la luz de Cristo es acogida en el corazón del hombre, esa luz se transforma en nueva vida, vida sobrenatural, vida de hijos de Dios. Por eso también los hijos de Dios son llamados "hijos de Luz" (Jn 12,36).

2) El testimonio de Cristo es verdadero

La reacción de los fariseos es la de siempre. Rechazar a Cristo y su revela­ción. Y, como en otras ocasiones, le recriminan ahora a Cristo que sus pa­labras no tienen ningún valor, que su testimonio no puede creerse, pues se basa únicamente en lo que él dice, sin dar prueba alguna.

Ante la misma recriminación, el Señor, anteriormente, durante su estancia en Jerusalén en la fiesta de Pentecostés, les había claramente manifestado que su testimonio tenía una prueba de infalible certeza: era el mismo Pa­dre que a través de sus milagros y de la Sagrada Escritura confirmaba su testimonio. (Cfr. medit. 104)

En esta ocasión Jesús da prueba de la verdad de su testimonio afirmando que viene del Padre. Les dice que ellos se equivocan al juzgarle por las apariencias. Su origen es divino, a salido del Padre y vuelve al Padre que le ha enviado, y el Padre está siempre con él.

Los fariseos le responden con acento sarcástico: "¿Dónde está tu Padre?" y la respuesta del Señor es otra de las grandes revelaciones de Jesús: "No me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais tam­bién a mi Padre."

Cristo se nos manifiesta como la revelación del Padre en la tierra, el que hace visible a Dios entre los hombres. Jesús dirá a Felipe en la Ultima Cena: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre." (Jn 14,9) Maravillosa identidad entre el Padre y el Hijo en su divinidad, y misión concreta del Hijo en la tierra: Revelarnos al Padre.




Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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