134. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Diálogo de Jesús con los habitantes de Jerusalén sobre su origen divino

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


V. JESÚS EN JERUSALÉN

(Fines de Septiembre - comienzos de Octubre, año 29)

LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS

134.- DIÁLOGO DE JESÚS CON LOS HABITANTES DE JERUSALÉN SOBRE SU ORIGEN DIVINO

TEXTO

Juan 7,11-14; 7,25-30

Los judíos, durante la fiesta, andaban buscándole y decían: "¿Dónde estará ése?" Entre la gente se oían comentarios acerca de él. Unos decían: "Es bueno." Otros decían: "No, engaña al pueblo." Pero nadie hablaba de él 'abiertamente por miedo a los judíos. Mediada la fiesta, subió Jesús al tem­plo y se puso a enseñar.

Decían algunos de Jerusalén: "¿No es éste a quien querían matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es," Gritó Jesús, mientras enseñaba en el Templo, diciendo:

"Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta y el que me ha enviado es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco porque vengo de él, y él es el que me ha enviado."

Entonces quisieron prenderle, pero nadie le echó la mano, porque todavía no había llegado su hora.


INTRODUCCIÓN

La fiesta de los Tabernáculos se celebraba del 15 al 22 del mes de tishri, correspondiente a fines del mes de septiembre y comienzos del mes de oc­tubre. La celebración de la fiesta solía ser del 30 de septiembre al 7 de oc­tubre.

Había sido instituida (Lev 23,33-43; Dt 10,13-16) para conmemorar la pe­regrinación de Israel por el desierto, y también para dar gracias a Dios por la recolección de los frutos; de ahí que en los patios de las casas, en los jardines, en las plazas públicas y en las afueras de Jerusalén se levantasen cabañas con ramaje, que recordaban las tiendas bajo las cuales habían vi­vido sus padres por cuarenta años. Y era una de las fiestas más solemnes y de más regocijo. Era siempre muy concurrida.

Jesús llegó ya mediada la fiesta. Jesús no había sido olvidado en Jerusalén. Hacía sólo unos cuatro meses que había estado allí en la fiesta de Pente­costés. Y San Juan nos describe los encontrados sentimientos que había entre los habitantes de Jerusalén acerca de su persona. Y cuando el Señor se muestra en el Templo y se pone a enseñar, quiere aclarar, primero y ante todo, su origen divino.

Hacemos notar, como ya explicamos en las meditaciones 102 y 105, que los versículos 15-24 del capitulo 7 de San Juan no corresponden a este lu­gar, sino que pertenecen al final del cap.5. Por eso en los textos transcritos pasamos del versículo 14 al versículo 25.


MEDITACIÓN

1) Opiniones sobre Jesús en Jerusalén

Entre los judíos que acudían al Templo, había una curiosidad por volver a encontrar a Jesús. Recordaban los milagros que había obrado en la fiesta de Pentecostés y las discusiones que había tenido con los escribas y fari­seos. Conocían también la gran hostilidad de las autoridades judías contra Jesús, que maquinaban prenderle y condenarle a muerte.

Las opiniones de los judíos se dividían. Unos decían que era bueno y lle­gaban a sospechar que podía ser incluso el Mesías; pero otros juzgaban que engañaba al pueblo. Los últimos serían los más influenciados por las calumnias que decían contra Jesús los escribas y fariseos. Los mismos je­fes religiosos del pueblo, parece como si deseasen que Jesús asistiese a la fiesta, no para escuchar su palabra y acogerle, sino para acecharle conti­nuamente y encontrar algo en él por lo que mereciese ser tomado preso y condenado.

En medio de estas expectativas de muchos judíos y de los comentarios ad-Versos de otros muchos, Jesús se presenta en el Templo mediada la fiesta. Aumentaría sin duda la efervescencia de las opiniones contrarias y la agre­sividad de los escribas y fariseos se prepararía para el ataque.

El Señor comienza su enseñanza en el Templo, sin que al principio sea molestado por las autoridades judías. A los que tenían, por lo menos, cier­ta fe en Jesús, este hecho les hizo creer que, finalmente, aun las mismas autoridades habían acabado por aceptar que era el verdadero Mesías.

Pero había una dificultad generalizada en todos para admitir a Jesús como et Mesías. Sabían que Jesús era de Nazaret, hijo de José, el artesano; y esto estaba en contradicción con las creencias de que, cuando llegase el Mesías, no se conocería su origen, fuera de que debía ser de la estirpe de David.

El Señor, dirigiéndose a la muchedumbre que acudía al Templo, les acla­rará el misterio verdadero de su origen.

2) Enseñanza de Jesús sobre su origen

Jesús les dice que sí le conocen y saben de dónde es; pero, por lo que añade a continuación, les da a entender que ese conocimiento de su persona es muy superficial, y quizá les repitiese lo que les dijo en otra ocasión: "No juzguéis por las apariencias. Juzgad con juicio recto." (Jn 7,24) (Cfr. Medit.105)

A continuación les declara su verdadero origen. El viene del Padre, tiene origen divino, y es el Padre quien le ha enviado. Ellos no conocen al Padre, pero él sí lo conoce porque viene de junto a él. Y así como el Padre es ve­raz, da a entender el Señor que deberían admitirle a él y sus enseñanzas por ser enviado del Padre.

La enseñanza de Cristo encierra lo que constituye el centro de la fe cristia­na, su origen divino, su filiación divina, y la autenticidad de toda su doctri­na por ser enviado del Padre, y tener un conocimiento perfecto del Padre.

3) Reacción de las autoridades Judías

No se nos habla en concreto de las autoridades judías, pero al decirnos el Evangelista que "entonces quisieron detenerle", se está refiriendo a las au­toridades, pues sólo ellas podían detener a Jesús.

La respuesta de Jesús era tan clara en la afirmación de su origen divino, que esto sería considerado por las autoridades judías como una blasfemia, y por eso quisieron detenerlo. De nuevo aparece la cerrazón del corazón de los escribas, fariseos y autoridades judías ante la autorrevelación de Cristo, confirmada, como ya conocemos, por sus muchos milagros, su misma doctrina, y el testimonio que de él daban las Escrituras. (Cfr. Medit. 104)

Sin embargo, se nos dice que "nadie le echó la mano, porque todavía no había llegado su hora."

En varias oportunidades, en parecidas circunstancias, se nos dice la misma frase: "porque no había llegado su hora." Siempre el sentido es el mismo: Cristo no va a la muerte forzado y obligado por la maldad de los judíos. Cristo va a la muerte con plena libertad para cumplir la voluntad de su Pa­dre en la obra redentora de la humanidad. Y cuando en la Providencia de su Padre llegue esa "hora", él mismo se entregará a la muerte. San Agustín dice: "El Señor no hace referencia a la hora en que se le obligaría a morir, sino a la hora en que se dejaría matar." Y como no había llegado esa "hora", por eso nadie pudo echarle mano y prenderle.

Profundísimo pasaje éste que acabamos de considerar. No sólo se nos vuelve a confirmar en la fe en la divinidad de Cristo, sino que también, implícitamente, se nos habla del amor infinito de Cristo a los hombres que le moverá a entregar su vida libremente por nuestra redención.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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