138. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús perdona a la mujer adúltera


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


V. JESÚS EN JERUSALÉN

(Fines de Septiembre - comienzos de Octubre, año 29)

LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS

138.- JESÚS PERDONA A LA MUJER ADÚLTERA

TEXTO

Juan 8,1-11

Jesús fue al Monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: "Maestro, esta mujer ha sido sor­prendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?" Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra." E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que estaba delante. Incorporándose Jesús le dijo: "Mu­jer, ¿Dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Ella respondió: "Nadie, Se­ñor." Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no pe­ques más."


INTRODUCCIÓN

Se nos habla de que Jesús se retiraba al Monte de los Olivos después del trabajo apostólico de cada día en el Templo. Conocemos la costumbre del Señor de retirarse a orar por las noches a solas con su Padre. Iría con sus apóstoles y pasarían la noche bajo alguna tienda, o quizá en alguna de las cuevas que había en el monte.

Muy temprano, de madrugada, el Señor vuelve al Templo. La Fiesta de los Tabernáculos propiamente duraba siete días, pero se consideraba el día octavo como una especie de prolongación de la fiesta y donde se tenía una asamblea (Lev 23,36) que se consideraba como la clausura de la fiesta.

La escena en que Cristo habla de sí como manantial de agua viva, que consideramos en la meditación 136, tuvo lugar el último día de la fiesta, es decir, el día séptimo. Por lo tanto, la escena de la mujer adúltera sucedió al día siguiente, en el día octavo, como se nos indica.

Los escribas y fariseos siguen en su afán de tentar al Señor con preguntas comprometedoras, para poder tener mayor ocasión de acusarle por sus respuestas. En este caso le presentan una mujer sorprendida en adulterio.

Según la ley tenía que ser lapidada hasta morir. Si el Señor decía que se cumpliese con la ley, el pueblo entero que le estaba escuchando quedaría defraudado ante la dureza de la sentencia de Cristo; pero si decía que no, podía ser acusado de quebrantar la ley. Cualquier respuesta que diese iba en contra suya.

Meditemos profundamente la actitud de Señor y su respuesta.


MEDITACIÓN

El Señor, ante la pregunta insidiosa de los escribas y fariseos, muestra in­diferencia y no responde por el momento; estaría sentado en un cojín o en un pequeño taburete, se inclina hacia el suelo y se pone a escribir en la tie­rra. No sabemos lo que el Señor escribía en la tierra, pero lo más probable es que no escribiese ninguna frase o sentencia, sino ciertos signos sin es­pecial sentido. Era una manera de expresar su indiferencia ante la pregun­ta que se le hacía y dar a entender que se había dado cuenta de la malicia con que se le hacía. Pero ante la insistencia de los escribas y fariseos res­ponde con sabiduría divina convirtiendo a aquellos acusadores en acusa­dos: "Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Aquellos escribas y fariseos quedaron humillados delante de la multitud que rodeaba al Señor. Jamás esperaron ellos tal respuesta que los ponía al descubierto delante de todos. Su perversa intención se transformó para ellos en causa de desprecio por parte de la gente. La gente manifestaría su agrado ante la respuesta del Señor y los acusados se vieron obligados a re­tirarse "uno tras otro, comenzando por los más viejos"

El Señor, con su respuesta, nos enseña una verdad que hasta hoy día es prácticamente desconocida. La ley judía condena el adulterio sólo a las mujeres. El señor da a entender que igual pecado es el que comete la mu­jer que el hombre en el adulterio; ellos, los escribas y fariseos, eran muy celosos de que se cumpliesen las leyes más drásticas contra las mujeres, mientras eran muy tolerantes con los pecados de los hombres. Jesús les dice que sería una contradicción que ellos, llenos de pecados, condenasen a esta mujer a morir lapidada. A los ojos de Dios la misma gravedad tiene el pecado de adulterio en la mujer que en el hombre; pero esta verdad tam­poco es reconocida en el día de hoy, y la sociedad sigue mostrando una gran tolerancia con los pecados de los hombres, y es intolerante con los pecados de la mujer.

Retirados los acusadores, se encuentran cara a cara el Señor y la mujer adúltera que estaría avergonzada, humillada, y llena de temor ante la con­dena que le hacían los maestros de la ley. Como dice San Agustín, se da un encuentro entre la Misericordia y la Miseria. Jesucristo condenará el pecado, odia todo pecado; pero ama al pecador. Esa mujer estaría arre­pentida de lo que había hecho, y el Señor, con infinita misericordia, le dice: "¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno; vete, y no pe­ques más." Perdón total y lleno de generosidad que inundaría de paz y de consuelo el corazón de aquella pobre pecadora. Pero al mismo tiempo Cristo expresa la condena de su pecado y le ruega que no vuelva a pecar más.

Jesucristo, el santo, el justo, no condena al pecador. El ha venido a buscar a los pecadores y traerles el perdón y la redención. En cambio los pecado­res sí condenaban a aquella mujer. Hipocresía y maldad en sus corazones. Aprendamos de la misericordia de Dios a amar sinceramente al pecador; no se trata de condescender con el pecado, pero sí de tratar por todos los medios que el pecador se arrepienta y vuelva a Dios, y siendo también ple­namente conscientes que nosotros somos pecadores y necesitamos conti­nuamente de la misericordia del Señor.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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