55. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El hijo de la viuda de Naim


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


C. ULTERIOR PREDICACIÓN Y MILAGROS DE JESÚS

55.- EL HIJO DE LA VIUDA DE NAIM

TEXTO

Lucas 7, 11- 17

A continuación, se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discí­pulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciu­dad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: "No llores". Y acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: "Joven, a ti te digo: Levántate".

El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El te­mor se apoderó de todos, y alababan a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo". Y lo que se de­cía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.


INTRODUCCIÓN

El Señor, después de un breve descanso en Cafarnaúm, saldría de nuevo para otra correría apostólica, y una de las ciudades que quería evangelizar era la ciudad de Naím, aldea pequeña, que se encontraba a 10 Km. de Nazaret.

Se acerca Jesús a la ciudad de Naím y, al encontrarse ya muy próximo a la puerta de entrada, justo en esos momentos salía la comitiva fúnebre que acompañaba a la madre viuda, que había perdido a su hijo único y lo lleva­ban a enterrar.

La "puerta" de la ciudad no significaba una puerta en su sentido literal, sino que indicaba la entrada en la ciudad que solía ser, casi siempre, en forma de plaza donde se encontraban las oficinas administrativas y los puestos de los comerciantes.

A la salida de esa plaza es donde se da el encuentro de Jesús, acompañado de sus discípulos, con la comitiva fúnebre. Se nos dice que era mucha la gente que acompañaba a la pobre madre viuda, lo que nos está indicando una solidaridad de todo el pueblo con esa madre.


MEDITACIÓN

1) Encuentro de Jesús con la madre

Jesucristo es testigo de una tragedia humana que acababa de suceder en aquella ciudad. Una madre viuda, y que no tenía más que un hijo, llora la muerte de ese hijo y lo lleva a enterrar. Nadie como Cristo sabe compren­der el dolor humano. Ante el tremendo dolor de aquella madre, se nos dice que Cristo tuvo compasión de ella. Y quizá se le presentó en su imagina­ción el futuro dolor de su Madre al pie de la cruz.

La compasión de Cristo fue una compasión que le llegó a lo más hondo de su corazón y le arrancó de su omnipotencia el milagro de resucitar al joven muerto.

Y será casi el único milagro que va a realizar Cristo sin que preceda una manifestación de fe de la persona agraciada con el milagro. Tanto se con­movió el Señor que en el dolor de la madre sintió la súplica que le hacía por su hijo.

Jesucristo, movido a compasión, se acerca adonde está la madre y le dice: "No llores". Parecería que Cristo no comprendiese que las lágrimas son la manifestación más espontánea del sufrimiento humano. Cristo no prohíbe que el hombre llore ante el dolor, ante un profundo sufrimiento. Y el mis­mo Cristo lloró ante la muerte de su amigo Lázaro. Pero en su encuentro con esta madre, sus palabras "no llores" tienen un sentido muy especial y de un enorme consuelo para esa mujer. El "no llores" indicaba que sí, que iba a hacer el milagro de resucitar a su hijo, que sus lágrimas ya no tenían razón de ser, que esas lágrimas debían transformarse en manantial de ale­gría y felicidad.

Y en esa palabra "no llores" podemos ver un sentido más profundo y más universal, aplicable a todos los creyentes. En medio de los mayores sufri­mientos por los que pueda pasar una persona humana, si tenemos fe y acudi­mos al Señor, aunque no sea a través de milagros físicos, siempre podemos sentir a Cristo como el consolador nuestro. Nadie como él podrá consolar el corazón humano en sus penas y dolores. Y también en el fondo del alma, podremos oír al Señor que nos dice "no llores": Sólo Cristo tiene esa fuerza divina para poder consolar en toda circunstancia, por adversa que sea, hacer­se presente en nuestros dolores, acompañarnos y dar sentido a todo sufri­miento humano. Cristo, el gran consolador para el que tiene fe y acude a él.

2) El milagro

Aparece impresionante el poder de Jesús.

"Joven, a ti te digo: levántate". Y ante la sola palabra de Cristo, aquel joven muerto, que era llevado a la sepultura, se levanta del féretro, y vuelve a re­cobrar la vida. Qué admiración de profundísima alegría para la madre y el hijo. El hijo comienza a hablar, sin duda, en un diálogo con su madre. Y Jesucristo tiene un rasgo de especial delicadeza. Nos dice el Evangelio que "se lo entregó a su madre". Tomaría al joven de la mano y lo pondría en los brazos de su madre. Qué abrazo de cariño, ternura y felicidad, aquél que se dieron la madre y el hijo en presencia de Cristo y de toda la multitud.

Temor santo ante una teofanía del poder de Dios y voces de alabanza fue la reacción del pueblo. Y con frases bíblicas exclamaban: "un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo".

El milagro de la resurrección del hijo de la viuda de Naím ha sido conside­rado siempre por los Santos Padres como un símbolo del poder transcen­dental de Cristo sobre la muerte en sí misma y un símbolo de la resurrec­ción eterna. Explícitamente, el mismo Cristo nos hablará de ese simbolismo en el milagro de la resurrección de Lázaro.

Los Santos Padres consideran también que es un milagro que, en el plano sobrenatural, Jesús lo realiza continuamente. Es el levantarse del "hijo pródigo" para volver a la casa del Padre. El que el pecador pase de la muerte del alma a la vida de gracia es un milagro moral debido también a la omnipotencia y misericordia de Jesús Redentor.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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