53. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Los verdaderos discípulos de Cristo



 P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


B. SERMÓN DE LA MONTAÑA

53.- LOS VERDADEROS DISCIPULOS DE CRISTO

TEXTOS

Mateo 7,21-29

"No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cie­los, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial. Muchos me dirán aquel Día: Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsa­mos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?'. Y entonces les declarará: jamás os conocí: apartaos de mí, agentes de iniquidad'. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vi­nieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los to­rrentes, soplaron los vientos, embistieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina". Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedó asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.

Lucas 6, 46-49

"¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?

Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobre­venir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que oye y no pone en práctica, es semejante al hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que vino a romper el torrente y al instante se desplomó, siendo grande la ruina de aquella casa".

Lucas 13, 25 -30

"Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos!' Y os responderá: 'No sé de dónde sois'. Entonces empezaréis a decir: He­mos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas'; y os vol­verá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, todos los agentes de iniquidad!'. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob, y a todos los profetas en el Reino de Dios, mien­tras a vosotros os expulsen fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos."


INTRODUCCIÓN

Se suele hacer notar que en el texto de Mateo, Jesús se está dirigiendo a sus discípulos, a los que han aceptado su doctrina; más aún, a discípulos que tendrán una función en su Iglesia y por eso recibirán dones especiales de profetizar y hasta de hacer milagros, como sucedió en la primitiva igle­sia apostólica.

En cambio, en el texto de Lucas del cap. 13, Jesús se dirige a sus compa­triotas, especialmente a los fariseos, maestros de la Ley, que no quisieron aceptarle a El ni sus enseñanzas. Estuvo y vivió en medio de ellos, pero le rechazaron. En su segunda venida, en el Juicio Final, no tomará en cuenta que hayan pertenecido a su misma raza, que hayan sido hijos de Abraham.

Pero ambos textos encierran una enseñanza general para todos los tiempos y todos los hombres: quien no acompaña su fe con las obras no entrará en el Reino de Dios.


MEDITACIÓN

1) El verdadero discípulo de Cristo

Es enseñanza repetida por Cristo, en muchas ocasiones, que lo transcen­dental en sus discípulos es, no sólo escuchar su palabra, sino cumplirla; en el cumplimiento de las enseñanzas de Cristo está el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios. Y el verdadero amor a su Padre y a El mismo lo pone Cristo en cumplir, poner en práctica todas sus enseñanzas.

En el Sermón de la Ultima Cena repetirá hasta cinco veces a sus apóstoles: "El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama." (Jn 14,15.21.23.24; 15,9)

Y si esta enseñanza tiene valor universal para todos los cristianos, el Señor quiere enfatizar la obligación que tienen lo que, de alguna manera, tienen autoridad en su Iglesia. Aun aquellos que hayan consagrado la vida a Cris­to y al apostolado, si su vida no ha estado de acuerdo con esa consagración y con esa predicación que han hecho, también ellos serán desconocidos por Cristo en el día del Juicio "en aquel Día", y las puertas del Reino de los cielos estarán cenadas para ellos.

El amor que exige Cristo a los cristianos, tanto con referencia a Dios, como con referencia al prójimo, es un amor de obras. Y el amor de obras consiste en cumplir la santísima voluntad de Dios, que Cristo nos ha mani­festado en toda su revelación a los hombres. Y ésta será después la ense­ñanza de los apóstoles, tantas veces repetida por Pedro, Pablo, Juan, San­tiago, en todos los escritos. Como resumen de estas enseñanzas de los apóstoles, citemos el famoso texto de Juan: "Hijitos, no amemos con puras palabras y de labios afuera, sino verdaderamente y con obras. Esto nos dará la certeza de que somos de la verdad y se tranquilizará nuestra con­ciencia delante de El, cada vez que nuestra conciencia nos reproche." (1 Jn 3, 18 -19)

2) La casa construida sobre roca

Jesucristo, en casi todas sus enseñanzas, suele, a través de parábolas, pro­verbios, comparaciones, explicarlas de una manera que fácilmente queden grabadas en la mente de los que le escu­chan. En esta ocasión usa la com­paración de la casa construida sobre roca o construida sobre arena.

"Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las pone en práctica... es semejante a un hombre que al edificar su casa, cavó profundamente y puso sus cimientos sobre roca."

"Ir a Jesús" significa acercarse a él con plena fe y creer en él como en el Hijo de Dios, Redentor y Salvador de todos los hombres.

"Oír sus palabras" no significa el mero hecho de escucharlas, sino que sig­nifica aceptarlas en total sumisión y obediencia; ponerlas en práctica. En el lenguaje evangélico, "oír" es con frecuencia sinónimo de "obedecer" con humildad.

La comparación de Cristo es clara: el que va a Cristo, oye su palabra y la pone en práctica, edifica su casa interior, su templo vivo en roca inconmovible; y así es capaz de resistir todas las tempestades y vendava­les que, sin duda alguna, han de sobrevenir en la vida del cristiano. Así permanecerá fiel hasta la hora de "aquel Día," entonces, esa casa, ese tem­plo suyo interior que ha construido, se transformará en la Casa del Padre donde gozará de la vida eterna.

Se contrapone a los que construyen sobre arena movediza. Es todo lo con­trario de lo anterior. Los que, aunque hayan aceptado superficialmente a Cristo y hayan conocido sus palabras, no ponen el fundamento de su vida ni en Cristo ni en la práctica de sus enseñanzas. Esa vida, que se compara con la casa construida sobre arena, terminará en la ruina. La palabra "rui­na" y "perdición" significan en el Evangelio la condenación eterna.

Hay que hacer notar que en todo este pasaje, Jesucristo nuestro Señor, aparece como juez soberano de vivos y muertos.

3) Referencia explícita al pueblo judío

Es San Lucas quien con más claridad nos hace ver en las palabras del Se­ñor una referencia clara a la suerte que había de correr el pueblo judío. Durante los dos años y medio de su vida pública Jesús ha convivido en medio de su pueblo, ha estado en sus ciudades, ha recorrido los caminos de Palestina, ha predicado en el Templo, en las sinagogas, en las plazas públicas. Todos le han conocido. Pareciera como si esta cercanía que el pueblo judío tuvo con Jesús, podría considerarse como una garantía de que en "aquel Día", el día del Juicio final, el pueblo compatriota de Jesús, encontrase una sentencia benévola y favorable que le permitiese entrar en el Reino de Dios.

Jesucristo les quita esa ilusión y manifiesta que en "aquel Día" ya no ha­brá privilegio alguno de raza ni privilegio de haberle conocido a él perso­nalmente. Más aún, su responsabilidad será mucho mayor. Y echa por tie­rra la seguridad que tenía el pueblo judío, sobre todo sus jefes espirituales, escribas y fariseos, en ser "hijos de Abraham", en ser pueblo elegido por Dios. El pueblo judío creía que nunca podría ser rechazado por Dios; siempre sería el pueblo privilegiado y que obtendría la salvación. El Señor con palabras claras les dice que sí, que verán a Abraham, Isaac y Jacob, los grandes patriarcas del pueblo judío, y a los profetas; en el Reino de Dios; pero que ellos, que le han rechazado, quedarán excluidos de ese Reino y su destino será la condenación eterna, expresada con la frase: "allí será el llanto y el rechinar de dientes". Y el Señor añade lo que constituirá parte esencial de todo su mensaje: Con su llegada, el Reino de Dios está abierto a todos los pueblos y razas, sin discriminación alguna. Todos los hombres serán llamados a formar parte de ese Reino, y serán los pueblos gentiles, tan despreciados por los judíos, los que entrarán en el Reino Mesiánico anunciado por Cristo. El pueblo judío será sustituido por los pueblos paganos. Ellos se sentarán "a la mesa en el Reino de Dios".

Y este es el sentido que tiene la última sentencia del Señor: "hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos".

Los pueblos paganos eran considerados los últimos; sin embargo, ellos se­rían los primeros en entrar en el Reino de Dios. Y los judíos fueron los pri­meros, y de tal manera quedarán los últimos que ni siquiera podrán entrar en el Reino de Dios.

Tremenda advertencia del Señor para los escribas y fariseos y demás ju­díos que le estaban escuchando. Pero su corazón siguió cerrado a la reve­lación de Cristo y su enseñanza.

4) Conclusión del Sermón del Monte

La reacción del pueblo de Galilea fue la misma que se repetía con frecuen­cia al escuchar al Señor y que los Evangelistas dejaron consigna­da en va­rias oportunidades. (Cfr. medit. 19) Les impresio­na­ba la manera de hablar y la autoridad con que lo hacía: "La gente quedó asombrada de su doctri­na, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escri­bas".

La palabra de Cristo nunca adolece de inseguridad, ni presenta dudas, ni expresa una mera opinión. Jesucristo hablaba con dominio absoluto de la verdad y con un conocimiento perfecto, como Hijo de Dios, del verdadero sentido de la Ley y los Profetas; y hablaba en nombre propio con la supre­ma autoridad, para proclamar la Nueva Ley del Evangelio contraponiéndo­la a la Antigua: "Se dijo a los antepasados...; pero yo os digo..." Autoridad que solamente compete a Dios, autoridad verdaderamente divina.

Y existe otra razón de la suprema autoridad de Cristo. Y es que Jesucristo cumplía en su vida, con total sinceridad, todas las enseñanzas que predica­ba.

Quisiéramos terminar todas las meditaciones sobre el Sermón del Monte, señalando que la mejor manera de comprender esta Carta Magna del Cris­tianismo es contemplando toda la vida de Cristo; todo su actuar es un fidelísimo reflejo de todo lo que enseñaba. La identidad entre su hablar y actuar, que es en lo que consiste la verdadera sinceridad, hacen de Cristo el único Maestro en toda la historia de la humanidad, en el que nunca pue­da encontrarse una acción que no esté de acuerdo con todo lo que ha pre­dicado y enseñado. Para entender cualquier enseñanza de Cristo, el méto­do mejor es conocer y ver cómo él la practicaba.

Si Jesucristo, en todo el Sermón del Monte, se muestra como la Verdadera Luz del mundo; esa Luz se convierte en Camino y Vida del hombre, si nos dejamos iluminar por ella, seguimos el sendero que nos señala, y vivimos de la vida que nos regala.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.






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