37. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Sobre la limosna

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


B. SERMÓN DE LA MONTAÑA

37.- SOBRE LA LIMOSNA

TEXTO

Mateo 6, 1-4

"Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser visto por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre Celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha: así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará."


INTRODUCCIÓN

El versículo primero contiene el tema general de una gran parte del capítu­lo sexto. La santidad y la justicia de los discípulos de Cristo debe superar a la de los escribas y fariseos (Cfr. Mt 5,20), no sólo en las obras, sino también en la manera de hacerlas.

Uno de los vicios de los jefes del pueblo de Israel, de los fariseos y escri­bas, que con más frecuencia y dureza fustigó Cristo, era la vanagloria y la ostentación que mostraban en sus obras de piedad, culto, y misericordia. Contra este pecado opone el Señor la sinceridad y la pureza de intención, y explica esta virtud, no de una manera abstracta, sino con tres ejemplos concretos tomados de las obras que con más frecuencia practicaban los ju­díos y están más recomendadas en la Escritura: La limosna (vv. 2-4), la oración (vv 5-6), y el ayuno (vv. 16-18).

"Vuestra justicia" significa en este pasaje: "las buenas obras" que se prac­tican.

Notemos que el Señor no reprueba que hagamos las buenas obras delante de los hombres. Sería contradicción con lo que nos recomienda anterior­mente diciendo que seamos luz del mundo y que los hombres vean nues­tras buenas obras para que glorifiquen al Padre celestial (Cfr. Mt 5, 16). Y en otros pasajes nos recomienda que tenemos que confesarle, dar testimo­nio de él delante de los hombres.

Lo que reprueba el señor es que hagamos las buenas obras con la finalidad de que los hombres nos alaben, que busquemos la gloria humana.


MEDITACIÓN

1) "No tendréis recompensa de vuestro Padre Celestial"

La consecuencia de obrar con vanidad y ostentación es que queda anulado el valor de toda obra buena; quita todo mérito que se podía adquirir con esas buenas obras.

Esa vanagloria y ostentación fue la causa de la condena de los fariseos, lo que hacía vacía su vida de fe y lo que cegó su corazón para que pudiesen llegar al conocimiento de Cristo. Buscar su propia "gloria" y no la "gloria de Dios", fue el pecado radical de los fariseos. (Cfr. Jn 5,44)

2) La limosna

Supuesta la enseñanza general del Señor contra este vicio de la vanagloria y ostentación, el Señor continúa su exhortación aplicando su doctrina al caso concreto de la limosna, tan recomendada en el Antiguo Testamento y que el mismo Señor la señala como indispensable para nuestra salvación en la parábola del Juicio Final (Mt 25, 31-46)

En tiempo de Cristo se recogían, todos los sábados, limosnas en las sina­gogas, que luego se repartían entre los pobres. Era costumbre también en­tre los fariseos socorrer a los mendigos en las calles y plazas públicas, y con ocasión de las fiestas principales hacer algunas colectas para distribuir las limosnas recogidas entre los necesitados. Todo esto lo hacían los fari­seos con gran aparato y ostentación: pues luego, en las sinagogas, los que más limosnas habían dado, podían ocupar los primeros puestos. No hay duda que Jesucristo en sus palabras alude a esta manera de proceder de los fariseos, quienes, hipócritamente sólo buscaban con sus limosnas ser honrados y estimados de los hombres. El premio ya lo reciben en esta tie­rra, pero nada tienen que esperar por parte de Dios. En el Antiguo Testa­mento había muchas promesas de beneficios para aquellos que practica­ban la limosna; pero estas promesas no eran para los fariseos.

“Dios guardará los bienes del hombre limosnero como las pupilas de sus ojos” (Ecclo. 17,18)

“Crecen los bienes del que da la limosna” (Prov. 11,24)

“Dios librará en el día malo a quien se compadece del pobre” (Salmo 40,2)

“La limosna vale más que los tesoros acumulados, pues libra de la muerte, limpia los pecados y alcanza la misericordia y vida eterna” (Tob. 12,9)

"Quién se compadece del pobre tiene por deudor a Dios" (Prov. 19,17)

Y en el Nuevo Testamento es Cristo quien promete entrar en el Reino de su Padre a quien haya practicado las obras de misericordia (Cfr. Mt 25, 31-46). Y el Señor da el motivo más grande para hacer estas obras de mi­sericordia: "Cuando lo hicisteis con cualquiera de estos hermanos míos pequeños (necesitados), conmigo lo hicisteis."

San Pedro nos dirá que "la caridad cubre la multitud de los pecados" (1 Ped 4,8), y entiende por "caridad" las obras de misericordia.

Y San Pablo canta las alabanzas de la limosna comparándola con la siem­bra. (Cfr. 2 Cor 9, 1-9)

La limosna sigue siendo en el día de hoy una gran virtud cristiana, y cada cual, según sus propias posibilidades, está obligado a practicarla con toda generosidad. Y resultaría más fácil practicar la virtud de dar limosna, si tomamos conciencia de la enseñanza de Cristo, de que socorrer a los po­bres es socorrer a él mismo. El Señor se identifica de manera muy especial con los pobres y necesitados, y lo que se haga por cualquiera de ellos, Cristo lo recibe como hecho en favor suyo.

Todos los cristianos debían tener en su presupuesto un apartado que indica­se "Cristo" en ese apartado, con toda generosidad, prever lo que podemos dar en limosna a nuestros hermanos necesitados, bien directamente a ellos o bien a instituciones que se dedican a obras de misericordia. Es una obliga­ción que debemos aceptar con alegría y es una manera de mostrar agradeci­miento al Señor por todos los bienes que recibimos de él. Cada uno, según sus posibilidades; pero, de ordinario, esas posibilidades son mucho mayores de lo que pensamos; y más todavía, si tenemos conciencia de que no sólo debemos dar de lo que nos sobra, sino incluso de aquello que sería conve­niente para nosotros, pero que con sacrificio podemos prescindir de ello.

3) Cómo debe darse la limosna

Con una imagen hiperbólica enseña Jesucristo cuál ha de ser el proceder de sus discípulos al repartir limosnas. Deben estar tan lejos de desear que su buena acción sea conocida y alabada de los hombres, que ni ellos mis­mos se acuerden de ella ni la mencionen una vez que la hayan hecho, de suerte que, si la mano izquierda tuviera ojos, no debiera ver la buena obra que hace la mano derecha. Y así, quedando oculta la limosna que se hace, y siendo conocida sólo por Dios, que ve todo lo que el hombre hace aún con el mayor secreto, será muy generosamente premiado en la vida eterna, y frecuentemente también en esta vida.

El Señor insiste en el premio que hemos de recibir. No es la intención de Cristo el mover nuestra voluntad con la mera consideración del galardón que hemos de recibir; sino que lo que quiere inculcarnos es que tomemos conciencia de la infinita generosidad de Dios, una manifestación más de su bondad y misericordia.

También debe ser motivo de consolación para el buen cristiano lo que el Señor nos dice de que "Dios ve siempre en lo escondido".

Dios tiene siempre su mirada puesta sobre cada uno de sus hijos, y de par­te suya, siempre está en disposición de diálogo con nosotros. Dios siempre presente en mi interior, en mi corazón. Vivir esta intimidad con el Señor será motivo de obrar siempre con gran pureza de intención, de preocupar­nos del juicio de Dios sobre nosotros y no valorar el juicio de los hombres, ni sus críticas, ni sus aplausos.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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