P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA
(Mayo 28 - Mayo 29)
B. SERMÓN DE LA MONTAÑA
39.- EL PADRE
NUESTRO: INVOCACION
TEXTO
Mateo 6, 9-15
"Vosotros,
pues, orad así:
Padre nuestro que
estás en los cielos,
Santificado sea tu
Nombre,
Venga tu Reino,
Hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo.
El pan nuestro de
cada día, dánosle hoy,
Y perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores,
Y no nos dejes
caer en tentación, mas líbranos del Mal.
Que si vosotros
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas."
Lucas 11, 1-4
Estando él orando
en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Maestro,
enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos." El les dijo:
"Cuando oréis, decid:
Padre, santificado
sea tu Nombre,
Venga tu Reino,
Danos cada día
nuestro pan cotidiano,
Y perdónanos
nuestros pecados,
porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe,
y no nos dejes
caer en tentación."
INTRODUCCIÓN
Tenemos dos
versiones del Padre Nuestro. La que expone Mateo en el Sermón del Monte y la
que expone Lucas en otro contexto distinto: estando el Señor orando, se le
acerca un discípulo para pedirle al Señor que les enseñe a orar. Es probable
que éste sea el contexto verdadero, cuando Cristo pronunció la oración del
Padre Nuestro; Mateo, siguiendo su modo ordinario de estructurar su Evangelio,
trasladó el pasaje al Sermón del Monte.
La fórmula que
expone Lucas es algo más abreviada, aunque el sentido fundamental de la oración
sea el mismo. Son dos tradiciones que transmitieron la oración del Señor con
esas pequeñas variantes. No tiene importancia alguna llegar a precisar cuál
fue exactamente la fórmula que pronunció el Señor. Cualquiera de ellas
constituye la oración más perfecta que pueda decir el cristiano. La Iglesia a
través de los siglos ha utilizado siempre la fórmula más completa de San Mateo.
Nosotros meditaremos el Padre Nuestro según esta formulación.
Es la oración más
perfecta y en ella están incluidas todas las peticiones que puede y debe hacer
el cristiano.
La Iglesia siempre
ha considerado el Padre Nuestro como la oración más perfecta, más universal y
más comprensiva, pues al mismo tiempo es alabanza y súplica y comprende todas
las necesidades humanas, corporales y espirituales, naturales y sobrenaturales,
temporales y eternas.
San Agustín decía
que en el Padre Nuestro se encuentra toda la riqueza de alabanza, súplica y
plegaria que tenemos en los salmos. Y los Santos Padres llamaban al Padre
Nuestro "Breviario del Evangelio" para indicarnos que todo el
Evangelio estaba condensado en esta divina oración.
Serán varias las
meditaciones que hagamos sobre el Padre Nuestro, para que podamos considerar y
comprender todo su sentido. En esta primera meditación consideraremos solamente
la invocación:
"Padre
nuestro, que estás en los cielos"
MEDITACIÓN
1) "Padre"
Desde niños
estamos tan acostumbrados a oír esta palabra aplicada a Dios, que ya no nos
emociona y quizás no nos diga todo el sentido que contiene.
También habría que
decir que hoy día está como devaluada la palabra "padre" a causa de
la realidad triste de la imagen del padre que muchas veces predomina en nuestro
días; la imagen del padre infiel, del padre irresponsable, del padre alejado
del hijo, del hogar.
En el "Padre
nuestro" hablamos de la Paternidad tal y como la vivió Cristo Nuestro
Señor respecto de su Padre. Lo que había de más profundo en la conciencia de
Cristo era su filiación divina y su conciencia de ser amado del Padre desde
toda la eternidad y para toda la eternidad. Y de ahí su actitud continua de
oración y de intimidad con su Padre.
La verdadera
paternidad no significa otra cosa que la total entrega de la propia vida a un
nuevo ser, con amor totalmente desinteresado y para hacer feliz a ese hijo que
crea. Y esta es la conciencia que Cristo tiene de su Padre y el sentido de
muchas de sus sentencias que se refieren a su relación con el Padre.
"Yo soy de él (de mi Padre) y El me ha
enviado" (Jn 7,29)
"Me has amado antes de la creación del
mundo" (Jn 17,24)
"Yo vivo por el Padre" (Jn 6,57)
"Todo cuanto
tiene el Padre es mío" (Jn 16, 15)
"Yo estoy en
mi Padre" (Jn 14,20)
"El Padre que
me ha enviado siempre está conmigo, nunca me ha dejado solo"(Jn 8,29)
Pues lo que nos
anuncia Cristo en esta oración es que ese Dios, Padre suyo por naturaleza, es
también verdadero Padre nuestro. No se trata de una metáfora, sino de una
realidad verdadera, la más transcendental de toda la revelación cristiana. Dios
nos comunica su vida divina, injerta en nosotros su misma vida divina, y se
convierte de mero Creador en auténtico Padre nuestro. Todo el sentido de la
Redención de Cristo no es otro que el de hacernos verdaderos hijos de Dios; y
el envío del Espíritu Santo no tiene otra finalidad que la de hacernos participar
de la vida divina, y mediante esa participación, hacernos hijos de Dios y
herederos de su gloria.
Cristo nos dirá:
" No llaméis a nadie Padre vuestro en la tierra, porque sólo uno es
vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9)
La paternidad
humana no es sino un instrumento de la verdadera paternidad de Dios y sólo esa
paternidad de Dios es la que puede comunicarnos la vida divina, de valor
infinito y con destino de eternidad y de participar para siempre del amor de
Dios.
Y ésta es la
doctrina que más impactó a los apóstoles de Cristo:
"Bendito sea
Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase
de bienes espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en
él, antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos,
por medio de Jesucristo" (Efes 1, 3-5)
"Y como sois
hijos, Dios ha enviado a nuestro corazones el Espíritu de su Hijo que dama:
¡Abba Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo." (Gal 4,6-7)
"Recibisteis
un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba Padre! El Espíritu
mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo"
(Rom 8, 15-17)
"Mirad qué
amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios. Queridos, ya somos
hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que
cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual
es" (1 Jn 3, 1-2)
Y notemos que esta
nueva vida de hijos de Dios no es una mera adopción extrínseca, como son todas
las adopciones humanas. Es una adopción, pero que lleva en sí una
transformación intrínseca dentro de nuestro ser por la infusión de la gracia
santificante que derrama en nuestros corazones el Espíritu Santo.
Queremos ahora
destacar algunos de los atributos de esta paternidad de Dios que resaltan más
en las Sagradas Escrituras:
a) Padre que nos ama
Ya en el Antiguo
Testamento encontramos muchos textos que nos hablan del amor de Dios a los
hombres.
"Cual es la
ternura de un padre para con sus hijos, así es de tierno Yahvé para quienes le
temen" (Salmo 103, 13)
"Aunque se
retiren los montes y vacilen las colinas, no se apartará mi amor de tu lado y
mi alianza de paz no se moverá" (Is 54,10)
E incluso se nos
presenta ese amor como amor maternal: "Como a un niño a quien su madre
consuela, así os consolaré yo" (Is 66, 13)
"¿Puede acaso
una madre olvidarse de sus hijos y no compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque ella se olvidare, yo no te olvidaré." (Is 49,14)
Pero es en el
Nuevo Testamento donde se nos da la mayor prueba del amor de Dios:
"Tanto amó
Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16)
"En esto está
el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios primero, sino que El nos amó
primero y envió a su Hijo para propiciación de nuestros pecados." (1 Jn 4,10)
Es el misterio
insondable del Hijo de Dios que se encarna y muere, en medio de los tormentos
más grandes del cuerpo y del alma, colgado en el madero de la Cruz. Y ésta ha
sido la voluntad de su Padre Dios. Quien conoce y penetra en este misterio
jamás podrá dudar del infinito amor que nos tiene el Hijo de Dios y del infinito
amor que nos tiene su Padre Dios, y Padre nuestro. Por eso, San Juan vendrá a
definir al cristiano como los que han conocido, experimentado el amor que Dios
nos tiene: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos
creído en su amor. Dios es amor."(1 Jn 4,16)
b) Padre, siempre dispuesto a perdonar"
Es la
característica de Dios que más veces se repite en el Antiguo Testamento:
"Aunque
vuestros pecados sean rojos como la púrpura, blanquearán como la nieve; aunque
sean rojos como escarlata, quedarán blancos como la lana." (Is 1,18)
"Me
avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas; yo, por mi cuenta,
borraba tus crímenes y no me acordaba de ellos." (Is 38, 24-25)
"He disipado
como niebla tus rebeldías, como nube tus pecados, vuelve a mi, que yo soy tu redentor."
(Is 44,24)
"Señor, tu
has perdonado las culpas de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados"
(Salmo 84,3-4)
"¿Qué Dios
como Tú que perdona el pecado y absuelve la culpa? No mantendrá siempre la
ira, pues ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá nuestros
pecados y los arrojará al fondo del mar." (Miq 7,18-19)
"El Señor es
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está
siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros
pecados, ni nos paga según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la
tierra, así se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente de
occidente, así aleja de nosotros nuestros delitos." (Salmo 103, 8-13)
Creo que no se
puede expresar con mayor fuerza y con comparaciones tan bellas la actitud del
infinito amor misericordioso de Dios para con todos los pecadores. Sin embargo,
será en el Nuevo Testamento donde Jesucristo, mediante la parábola del hijo
pródigo, llegará a explicar con la mayor profundidad posible la infinitud de
esa misericordia infinita de su Padre, que siempre tiene la mirada puesta en el
pecador deseando que vuelva a él, donde perdona todo sin pedir ni siquiera disculpas,
donde sólo se hace resaltar la alegría y el abrazo paterno que el padre da al
hijo que vuelve, y los regalos y dones que tiene preparados para el hijo
arrepentido.
Sólo Dios por ser
Dios puede perdonar con esta generosidad, siempre, cualquier pecado por grave
que sea, con pleno olvido, y recreando de nuevo al pecador en su dignidad de
hijo suyo. Pecado gravísimo sería no confiar en esta misericordia de Dios.
c) Padre que está siempre a la escucha de nuestra
oración
Son muchos los
textos del Evangelio donde se nos habla de la eficacia de toda oración por ser
Dios, nuestro Padre. Uno de los pasajes más conocido es el de Lucas 11,9-13:
"Yo os digo:
Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el
que pide, recibe; y el que busca halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué
padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide pan, le da una piedra; o si le
pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues a vuestros hijos, vosotros siendo
malos, sabéis dar cosas buenas, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan!" (Cfr. paral. Mt 7,7-11)
Y Jesucristo nos
repetirá que todo cuanto pidamos al Padre nos lo concederá: "... de modo
que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá." (Jn 15,6)
"Yo os aseguro: lo que pidáis al Padre en
mi nombre os lo dará... Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea
colmado."
El análisis
detallado de estos textos lo veremos en sus lugares correspondientes; pero los
hemos transcrito aquí para que quede confirmada otra de las características
fundamentales de la paternidad de Dios: El escuchar las oraciones de sus hijos,
siempre con amor de Padre y de manera muy especial, en consideración al Hijo
Unigénito, Jesucristo, nuestro Hermano y Redentor.
2) "Padre Nuestro"
Hasta ahora hemos
intentado meditar la primera palabra de la invocación con que Jesucristo
comienza su oración: la palabra "Padre".
Pero Jesucristo ha
querido añadir un adjetivo a ese sustantivo; y no se trata de un adjetivo
casual o accidental, sino esencial en la doctrina del Señor.
Todo lo que hemos
meditado en la palabra Padre se refiere a todos los hombres. Para Dios no hay
ninguna discriminación y son todos los hombres los llamados a ser sus hijos.
Por lo tanto, todos los hombres formamos la familia de Dios como hermanos. De
aquí las enseñanzas profundas de Cristo sobre el amor al prójimo, el amor al
hermano, aun al enemigo, como ya meditamos anteriormente.
Si comprendemos el
misterio de la fraternidad de todos los hombres unidos a Cristo como hermanos
e hijos de un mismo Padre, comprenderemos el sentido tan especial que tiene la
palabra "nuestro" en la invocación que hacemos a Dios como Padre.
Es imposible una
oración egoísta, una oración que brote de un corazón donde haya odio, rencor,
deseo de venganza hacia otro hermano; la verdadera oración cristiana brota de
un corazón que ama a su hermano y que sabe que su oración, por lo menos de una
manera implícita, debe ser siempre en plural. Es precisamente en la oración a
Dios donde más debemos sentir la conciencia de este "nuestro"; que si
Dios se preocupa de mí, me escucha a mí, me ama a mí, exactamente lo mismo
sucede con todos los demás hombres. Por eso, como decíamos anteriormente, por
lo menos, de manera implícita, en toda oración de cada cristiano debe entenderse
que el cristiano pide no sólo por él, sino por las mismas necesidades que
tengan los otros hermanos, y por todos aquellos que en aquellas circunstancias
necesitan más de la ayuda y consuelo de Dios. Y una oración abierta así a las
necesidades de mis hermanos, es mucho más agradable a Dios que la mera oración
que sólo mira a mis propias necesidades con olvido de los demás.
No queremos que se
malentienda esta explicación que acabamos de hacer y que tengamos que hablar
siempre en plural con el Señor y no podamos desahogar nuestras tristezas, nuestros
dolores, y nuestras dificultades en un lenguaje de un Tú y un yo. Lo que
queremos decir, y ése es el sentido de la explicación, es que sí hemos de
mostrar al Señor y decírselo explícitamente, que toda nuestra oración por
particular y singular que sea, lleva siempre el deseo de que se extienda a
todos los hombres. Es como una opción fundamental que no hay que repetirla en
cada oración que hagamos al Señor, pero por ser opción fundamental,
implícitamente sí se contiene en todas las oraciones que se hagan.
Tal es la
transcendencia y el sentido de la palabra "nuestro" en esta primera
invocación de la oración que el Señor nos ha enseñado.
3) "Padre nuestro que estás en los
cielos."
La palabra
"Padre nuestro" está demostrando toda la intimidad de Dios con los hombres,
y podríamos decir que expresa su cercanía con cada uno de sus hijos. Sin embargo,
al añadir "que estás en los cielos" parece como si esa cercanía se
rompiese, y se alejase Dios de nosotros.
Es una primera
impresión totalmente equivocada y que distorsiona todo el sentido que tienen
esas palabras en labios de Cristo.
Evidentemente que
Dios es nuestro Padre, que está en la cercanía, mejor dicho, en la intimidad
del corazón de cada uno; pero esa cercanía e intimidad de ninguna manera
disminuye la transcendencia de Dios, su infinitud y todos los atributos de su
divinidad. Y ese es el sentido que tiene la frase de Jesucristo referida a su
Padre: "Que estás en los cielos". Es la manera de decir, propia en el
Antiguo Testamento, la infinitud de Dios que transciende todo lo humano, todo
lo terreno, todo el cosmos de la creación. Que está por encima de todo cuanto
podamos imaginar en su infinitud de poder, de sabiduría, de omnipresencia, de
bondad y de amor. Que sus pensamientos y sus acciones están por encima de toda
comprensión del entendimiento humano. Y que esa transcendencia de Dios, que de
ninguna manera limita su cercanía al hombre, es digna de toda nuestra adoración,
de toda nuestra alabanza, de toda nuestra sumisión, de todo nuestro agradecimiento
y de todo nuestro amor.
La palabra
"cielos" no significa un lugar; es una metáfora clásica en el Antiguo
Testamento para señalar la grandeza inabarcable de Dios.
Y ésta ha de ser
nuestra actitud al rezar la oración del Padre Nuestro, y que todavía entenderemos
mejor al explicar las primeras peticiones que hace Cristo. Es la actitud del
hijo que habla con su Padre con toda intimidad y amor; pero que al mismo
tiempo siente su nada, su miseria, su impotencia, y experimenta una actitud de
profundísima humildad, de la que brota la adoración y la alabanza.
Unir ambas
actitudes es esencial en la oración cristiana y es así como el Señor nos ha
enseñado a orar: "Padre nuestro que estás en los cielos."
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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