¿Dónde debes meditar?
“Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, échale llave y habla a tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que mira lo escondido, te recompensará” (Mt 6,6).
Algunas
personas pueden meditar en un ómnibus, caminando hacia el trabajo, o sentados en
la banca de un parque. Pero si quieres meditar sin interrupción, necesitas
encontrar un lugar privado.
Un
lugar así tiene ventajas obvias. Por ejemplo, quizás querrás meditar echado en
el suelo, o quizás querrás hablarle a Dios en voz alta, o alzar tus manos. Dice
el Evangelio que Jesús “se fue a la montaña a orar” (Lc 6,12) y también dice
que “salió, se marchó a un descampado y estuvo orando” (Mc 1,35). Algunos
buenos lugares de meditación son:
-
tu habitación
-
un pequeño cuarto
en tu casa donde no haya mucho ruido
-
cualquier cuarto
que quede libre en algún momento oportuno y determinado.
Lo
importante de un buen lugar de meditación es que te ayude a orar. La mejor
manera de encontrarlo es a través del método de ensayo y error. No te desanimes
si te toma algún tiempo encontrar “tu” lugar.
¿Cuándo debes meditar?
“Se levantó muy de madrugada y salió, se marchó a un descampado y estuvo orando allí” (Mc1,35)
Un campesino que conozco se levanta temprano a rezar; un economista lee las escrituras y reza en la hora de almuerzo; una profesora lo hace después de que los niños se acuestan en la noche (R.M.)
A
algunas personas no les gusta una oración programada. Prefieren rezar o meditar
cuando tienen ganas. Eso suena bien, pero no suele funcionar. Las exigencias de
la vida son tantas que, si no programas un tiempo de meditación, probablemente
no meditarás.
Cuando
dos personas quieren acercarse en amistad, acuerdan tiempo y lugar para
encontrarse. No tienen sus reuniones al azar. Lo mismo es cuando quieres
profundizar tu relación con Dios. Algunas buenas horas de meditación pueden
ser:
-
después de
levantarte en la mañana
-
durante el tiempo
de almuerzo al mediodía
-
después de terminar
tu estudio o trabajo
-
en la noche antes
de acostarte
Encontrar
un tiempo de meditación realmente “tuyo” puede tomar un poco de tiempo, pero
vale la pena.
¿Qué postura debes usar?
“Se puso a orar postrado” (Lc 22,41)
¿Cuánto darías por una fórmula que te garantice verte más joven, más radiante, más atractivo? Probablemente mucho. El secreto es saber construir diariamente tu cuerpo. Todo lo que tienes que hacer es tomarte unos minutos y luego chequear tu postura. (W.Y.)
La postura es importante
para la meditación, pero es un medio, no un fin. Así como Jesús oró postrado en
tierra, indicamos algunas posturas aceptables, que nos pueden extrañar, pero se
puede ir probando: - Sentado en una silla, con la
espalda recta y los pies en el piso. - Arrodillado. - Echado en el suelo (no en
la cama). – Sentado en un banco bajito. - Sentado con las piernas cruzadas, a
la usanza
oriental.
Esta última postura
combina el descanso con la alerta. Te tomará un par de semanas acostumbrarte a
tener la columna recta, pero vale la pena el esfuerzo. Nuevamente, el método de
ensayo y error te ofrece la mejor forma de descubrir qué postura te ayuda a
orar mejor.
Llevar un diario de meditación
“Toma un papel enrollado y apunta en él todo lo que te he comunicado” (Jer 36,2)
Un diario de
meditación no es biografía, ni literatura, sino el registro breve de las ideas,
sentimientos y decisiones que surgen en el ejercicio. Los acompañantes
espirituales recomiendan llevar una libreta como importante. He aquí un ejemplo
sencillo de anotaciones:
Marzo 11, 8 a.m. - Esta mañana medité con las piernas cruzadas en el piso. Esta posición es mejor que estar echado en mi cama. Se me presentó el deseo de amistarme con alguien con quien discutí hace tiempo.
¿Cómo meditar?
“Esta es la manera en que deben rezar” (Mt 6, 9)
El procedimiento
para meditar en estos ejercicios comprende tres pasos:
1. Preparación -
planificar la meditación
2. Presencia - crear
el clima adecuado
3. Oración - meditar
orando
Primer paso: Preparación:
Empieza yendo a
la oración que introduce tu meditación. Esta oración cambia cada semana y está
especificada en la introducción.
Después, lee pausadamente
el pasaje de la escritura que precede al tema de la meditación diaria. Después
de leerla, haz una pausa para recordarla en tu mente y para que llegue a tu
corazón.
Luego, lee la
historia de cada meditación. Nuevamente, haz una pausa para recordarla en tu
mente y para que llegue a tu corazón.
Finalmente,
relee despacio el pasaje de la escritura y reflexiona sobre ella. Ten presente
que es la palabra de Dios.
Segundo paso: Presencia
En este paso tomas
conciencia de la presencia de Dios. Por ejemplo, cierra los ojos, relaja tu
cuerpo y respira profundamente. Mientras diriges tu atención al aire que entra
en tu cuerpo, puedes imaginar el soplo de la presencia de Dios dentro de ti. Ya
dice el Génesis: “Dios formó al hombre con polvo de la tierra, luego sopló en
sus narices un aliento de vida y existió el hombre con aliento y vida” (Gén 2,7)
Respirar también
nos trae la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros. Jesús dijo a sus
discípulos: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así yo
también yo los envío. A continuación, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban
Espíritu Santo” (Jn 20,21-22)
Si sientes una
sensación de tranquilidad y paz, no cambies de postura. Dios te hace sentir su
presencia. Permanece así incluso todo el tiempo de la meditación. Esta
experiencia se llama consuelo y no se busca, llega como regalo de Dios. A ti te
toca solo mantener tu mente y corazón abiertos.
Tercer paso: Oración
Una vez que te
has puesto en presencia de Dios, empieza tu reflexión con el pasaje de la Escritura
y la meditación de la historia. Para facilitarla, al final se ha colocado una pregunta
o sugerencia. Su propósito no es limitar tu meditación, sino estimularla. Usa
esta pregunta si lo crees necesario. Concluye tu meditación haciendo dos cosas:
relee el pasaje de la escritura, orando, y habla con Dios desde tu corazón,
como tu alma te lo sugiera.
¿Cuánto tiempo le dedico?
Determina el
tiempo de empezar y terminar. Si no tienes costumbre, fija diez o quince
minutos la primera semana y cúmplelos, aunque te aburra, aunque te sientas muy
bien. Si tienes experiencia, fija quince o veinte minutos. Deja la iniciativa a
Dios y no intentes forzar sentimientos ni pensamientos.
Y para terminar
esta Introducción, no te adelantes para ver qué viene después de cada
meditación. Cada ejercicio lo debes hacer cuando toca y como venga.
Ahora ya estás listo para empezar este emocionante viaje. ¿Qué importancia tendrá en tu crecimiento espiritual y en toda tu vida? Eso depende de tu decisión y constancia; pero depende sobre todo de Dios y cómo decida presentarse mientras lo buscas para profundizar tu relación con Él.
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Referencia bibliográfica: Desafío. P. Mark Link, jesuita. Ejercicios Espirituales de San Ignacio
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