198. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Controversia sobre la autoridad de Jesús


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN

198.- CONTROVERSIA SOBRE LA AUTORIDAD DE JESÚS

TEXTOS

Mateo 21,23-27

Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacer­dotes y los ancianos del pueblo diciendo: "¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?" Jesús les respondió: "También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?" Ellos discurrían entre sí: "Si decimos: 'Del cielo', nos dirá: 'entonces ¿por qué no les creísteis?' Y si decimos: 'De los hombres', tenemos miedo a la gente, porque todos tienen a Juan por profeta." Respon­dieron, pues, a Jesús: "No sabemos." Y él entonces re­plicó: "Tampo­co yo os digo con qué autoridad hago esto."

Marcos 11,27-33

Vuelven a Jerusalén y, mientras andaba por el Templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dicen: "¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?" Jesús les contestó: "Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respon­ded­me." Ellos discurrían entre sí: "Si decimos: 'Del cielo', dirá: 'entonces, ¿por qué no le creísteis?' Pero ¿vamos a decir: `de los hombres?'." Tenían miedo a la gente; es que todos tenían a Juan por un verdadero profeta. Responden, pues, a Jesús: "No sabemos." Je­sús entonces les replica: "Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto."

Lucas 20,1-8

Un día enseñaba al pueblo en el Templo y anunciaba la Buena Nueva; se acercaron los sumos sacerdotes, los escribas junto con los ancianos, y le preguntaron: "Dinos ¿con qué autoridad haces esto o quién es el que te ha dado tal autoridad?" El respondió: "También yo os voy a preguntar una cosa. Decídme: El Bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hom­bres?" Ellos discurrían entre sí: "Si decimos: 'Del cielo', dirá: ‘¿por qué no le creísteis?' Pero si decimos: 'De los hombres', todo el pueblo nos apedreará, porque están convencidos de que Juan era un profeta." Res­pondieron, pues, que no sabían de donde era. Jesús entonces les replicó: "Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto."


INTRODUCCIÓN

El Señor habría llegado muy temprano al Templo donde la gente ya le estaba esperando para escuchar su divina palabra. San Lucas, un poco más adelante, nos dirá: "Todo el pueblo madrugaba para ir donde él y es­cucharle en el Templo."

El día anterior Jesús había expulsado a los mercaderes del Templo y también había estado enseñando en el Templo. Y ahora de nuevo, rodea­do de gran cantidad de gente, seguía sus predicaciones sobre la Buena Nueva, es decir, sobre la llegada del Reino de Dios. Todo esto motivaba más y más la cólera de los jefes judíos. Deciden poner en un aprieto al Señor delante de su numeroso público manifestándole que nadie, sin au­toridad de los sumos sacerdotes, podía enseñar en el Templo; por eso se acercan a él para preguntarle con qué autoridad lo hace. Sospechaban que el Señor no podría dar ninguna respuesta satisfactoria y quedaría así desautorizado ante todos los judíos. La respuesta del Señor responde a su infinita sabiduría y será él quien deje confundidos a los que le preguntan.

Parece que los que pusieron la pregunta al Señor fueron enviados por el Sanedrín. Los tres evangelistas nos dicen que eran sumos sacerdotes, es­cribas y fariseos, y ancianos: Estos eran los que constituían el Sanedrín.


MEDITACIÓN

1) La respuesta del Señor

El Señor no responde directamente a la pregunta que le proponen, sino que responde con otra pregunta que deja perplejos a sus adversarios.

El Señor conocía que no había sinceridad en su pregunta, que no era el deseo de conocer de dónde provenía la autoridad que el Señor mostraba, sino el deseo de ponerle una trampa, para que cualquiera que fuera su respuesta pudiera ser acusado por ellos.

El Señor nunca se comunica con corazones hipócritas. Cuando la inten­ción que hay en el corazón del hombre no es sincera y limpia, ese cora­zón queda cerrado para recibir las gracias del Señor.

El Señor había manifestado en multitud de ocasiones a los fariseos quién era él y cuál era su misión. Con sus milagros, su predicación, sus testi­monios de autorrevelación, les había declarado que él era el verdadero Mesías, el enviado del Padre, el Hijo de Dios. Nunca le habían aceptado y sus palabras y obras habían sido siempre ocasión para que en sus ad­versarios creciese el odio a muerte hacia su persona. ¿Para qué iba de nuevo a declararles quién era él y con qué autoridad predicaba en el Templo?

El Señor opta por no responderles y les devuelve la pregunta con otra pregunta que les compromete a ellos. Les pregunta qué pensaban de Juan Bautista, de su predicación, del bautismo de conversión que realizaba. No podían responder que el Bautista era un impostor, que no venía de parte de Dios, pues el pueblo entero que rodeaba a Jesús había creído en el Bautista como en un profeta y se indignaría contra ellos, y hasta po­dría llegar a una agresión, como nos indica San Lucas. Por otra parte, era imposible que confesasen al Bautista como gran profeta. Si hacían esta confesión se condenaban a sí mismos, pues el Bautista era quien con ma­yor claridad había dado testimonio en favor de Jesús, el que había de ve­nir, el que bautizaría en agua y en Espíritu. Si decían aceptar al Bautista tenían necesariamente que aceptar a Jesús.

Los adversarios del Señor, sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos, se ven sorprendidos por la pregunta del Señor. Comentan entre ellos, conside­ran el pro y el contra de cualquier respuesta que le diesen y deciden con­testarle con un tajante: "No sabe­mos." Ante la gente que los escuchaba quedarían desprestigiados y el Señor mostraría un cierto desprecio hacia ellos, y les dice, tajantemente también él, que no quiere contestar a su pregunta. Los adversarios del Señor se retirarían avergonzados, como tantas veces les había sucedido cuando le habían hecho preguntas muy malintencionadas.

2) Cerrarse a la verdad

En este pasaje, como en tantos otros que ya hemos considerado, se pone de manifiesto un principio muy verdadero: Quien no quiere encontrar la verdad, quien se opone a ella, aunque se le presente tan diáfana como la luz del sol, no la aceptará, la negará, contra la evidencia misma.

Este es el caso de todos los adversarios de Jesús, fueran sacerdotes, fari­seo§ o ancianos, miembros del Sanedrín.

Las pruebas que el Señor daba sobre su persona y su misión estaban avaladas con tales argumentos, que sólo quienes estuviesen cegados por prejuicios y pusiesen por encima de todo sus propios intereses egoístas y viviesen enraizados en las pasio­nes del orgullo, de la codicia y de la hi­pocresía, podían negarlas. Tenían a la vista además la aceptación que el pueblo sencillo demostraba a Jesús, el entusiasmo que mostraba por su doctrina, el testimonio que daba de todos sus milagros; la reacción de estos adversarios será no la de reflexionar y pensar que ellos podían estar equivocados, sino la de profundo desprecio hacia toda aquella gente, a la que llamaban pecadora.

Ellos mismos se habían cerrado de tal manera a la verdad de Cristo, que ya no había posibilidad de que pudiesen recibir la luz de la fe y con ella la posibilidad de su salvación. Y por ser ellos los jefes del pueblo judío, trajeron sobre este pueblo la ruina y la destrucción y sobre ellos la propia condenación.

Como ya hemos explicado varias veces, ellos cometieron el pecado con­tra el Espíritu Santo que no tiene posibilidad de perdón. (Cfr. Medit. 66)

Terrible advertencia para todos aquellos que prefieran su verdad a la ver­dad de Dios, y que por su culpa y con plena responsabilidad no lleguen hasta el conocimiento y aceptación de Cristo. La plena sinceridad en la busca de la Verdad será siempre premiada con el encuentro con la Ver­dad. Dios jamás deja de iluminar el corazón de cualquier hombre que sinceramente, superados sus prejuicios y su vida de pecado, quiera en­contrarle.


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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.








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