195. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Expulsa a los mercaderes del templo


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN

195.- EXPULSA A LOS MERCADERES DEL TEMPLO. ENSEÑA - REALIZA MILAGROS - RECIBE LA ALABANZA DE LOS NIÑOS

TEXTOS

Mateo 21, 12-17

Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compra­ban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. Y les dijo: "Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de la­drones!"

También en el templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó.

Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que hacía, y al oír que los niños gritaban en el Templo: "¡Hosanna al Hijo de Da­vid!", se indignaron y le dijeron: "¿Oyes lo que dicen éstos?" "Sí -les respondió Jesús- "¿No habéis leído nunca que de la boca de los niños y de los que aún maman te preparaste alabanza?"

Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, donde pasó la noche.

Marcos 11,11; 11,15-19

Entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alre­dedor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.

Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les adoctrinaba diciendo: "¿No está escrito: Mi Casa será llama­da Casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones!" Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salió fuera de la ciudad.

Lucas 19, 45-48

Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, dicién­doles: "Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la ha­béis hecho cueva de ladrones!"

Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdo­tes, los escribas, y también los notables del pueblo, buscaban matarle, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo le oía pendien­te de sus labios.


INTRODUCCIÓN

Jesús llega en triunfo a Jerusalén y se dirige directamente al Templo. Se­gún Mateo y Lucas, la primera acción que hace Jesús es expulsar a los mercaderes del Templo; Marcos, sin embargo, pone esta escena al día si­guiente. Es más probable que la tradición que nos transmiten Mateo y Lucas sea la más exacta.

Conocemos que Juan también nos habla, y con más detalle, de otra ex­pulsión de los mercaderes del Templo que tuvo lugar durante la Primera Pascua de la vida pública de Jesús, dos años antes de esta expulsión. Aceptamos, con muchos autores, la probabilidad de que Jesús en dos ocasiones distintas realizase esta acción profética en defensa de la honra de su Padre. (Cfr. Introducción al pasaje de Juan en la meditación 10)

Una vez que Cristo expulsó a todos lo mercaderes, se puso a enseñar a la gente allí congregada, y de nuevo obró milagros. Mateo añade la escena de la aclamación de los niños al Señor.

Todas estas actividades de Jesús incitaron más todavía el odio de los su­mos sacerdotes, escribas, fariseos contra Jesús.

Al atardecer, Jesús abandona el Templo, acompañado de los apóstoles, y se encamina hacia Betania, a casa de sus amigos Lázaro, Marta y María para descansar.


MEDITACIÓN

1) Expulsión de los mercaderes del Templo

Los textos que cita el Señor los encontramos en Isaías 56,7 y Jeremías 7,11; donde se da al Templo de Jerusalén el calificativo de "Casa de Oración". Todo el Templo era considerado como lugar santo y todas las actividades que allí se realizasen debían estar orientadas exclusivamente al culto a Yahvé.

El Señor, al ver que los atrios del Templo se utilizan para toda clase de negocios profanos aprovechando la fiesta de la Pascua, se indigna y ex­pulsa a todos los mercaderes. Su indignación está motivada por el amor y reverencia a su Padre. Es una de las pocas veces que el Señor manifies­ta en hechos concretos su suprema autoridad por encima de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos, que permitían tal abuso. El Señor no tran­sige con un comportamiento falto de piedad y reverencia en las cosas que se refieren a Dios, al culto a Dios.

Esta manera de actuar de Cristo debe hacer reflexionar a todos los cris­tianos sobre su comportamiento en la Iglesia y Templos consagrados ex­clusivamente al verdadero culto a Dios. Si tanta veneración, reverencia y respeto merecía el Templo de Jerusalén, cuanto más merecen nuestras Iglesias y Templos, donde se encuentra presente, en cuerpo y alma, Jesús sacramentado, una actitud por parte nuestra de adoración, reverencia, piedad y fervor. Y esta actitud debe manifestarse en el silencio, recogi­miento y en la misma puntualidad con que se debe llegar a participar de los actos litúrgicos, sobre todo, de la Eucaristía. Cristianos laicos y sa­cerdotes, todos, necesitamos una mayor profundización en esta enseñan­za del Señor. Todo lo referente al culto a Dios debe realizarse con la ma­yor dignidad posible.

Nos remitimos a la meditación 10, donde consideramos el pasaje de la expulsión de los mercaderes del Templo, narrada por Juan. En esa medi­tación intentamos dar una explicación más teológica de todo el relato, que contiene también un diálogo de Jesús con los fariseos, donde él mis­mo se proclama "Templo de Dios."

2) Enseñanza y milagros de Jesús

En este primer día de la estancia de Jesús en el Templo, los Evangelistas no nos hablan de enseñanzas concretas de Jesús, fuera de esa enseñanza en la acción de expulsar a los mercaderes considerada anteriormente. Nos dice solamente que "enseñaba" a todos aquellos que estaban en el Templo y querían oír su mensaje.

El Señor hablaría de lo que llevaba en su corazón y lo que había sido el centro de toda su predicación: La llegada del reino de Dios en su perso­na. Y hablaba con tal sabiduría y tal autoridad que todos los que le oían estaban "pendientes de sus labios."

Pero los que le escuchaban con esa actitud de admiración no eran, por supuesto, ni los sacerdotes, ni los escribas y fariseos, sino "el pueblo", es decir, la gente sencilla y humilde que había acudido de todas partes para celebrar la fiesta de la Pascua.

Y el Señor, como había hecho a través de toda su vida pública, muestra una vez más su bondad y misericordia realizando milagros de curacio­nes. Se nos dice en concreto que curó a ciegos y cojos. Al mismo tiempo esos milagros servían para confirmar la verdad de su doctrina; tales po­deres sólo podían venir de Dios. El era el enviado del Padre.

Hay que notar también que, por la Ley, estaba prohibido que los enfer­mos y minusválidos entrasen en el Templo. Al realizar Jesús estos mila­gros dentro del Templo, revoca esa ley, que discriminaba a esta gente aquejada por enfermedades o que tenía defectos físicos. El Señor termina con toda barrera de discriminación.

Para el Señor ya no existirá otra discriminación que la que el mismo hombre, por su propia voluntad, quiera adjudicarse. Será la discrimina­ción de los que quieran aceptarle a él y los que quieran rechazarle. Pero aun éstos serán ovejas perdidas por las que el Señor hará todo lo posible para que vuelvan al verdadero redil y todos formen un solo rebaño bajo un único Pastor (Cfr. Jn 10,16).

Debemos admirar en todo este pasaje la fortaleza del Señor en cumplir hasta el último momento con la misión que le ha confiado su Padre. Está ya en vísperas de su muerte; conoce que su enseñanza en el Templo va a incrementar el odio de sus enemigos hacia él, pero él no cesa en su mi­sión de Salvador de los hombres transmitiéndoles su doctrina, enseñán­doles los misterios del Reino de Dios, y el camino para llegar a él. Hasta que exhale su último suspiro en la Cruz seguirá predicando su mensaje. Hará de la misma Cruz, Cátedra de sus enseñanzas.

Ejemplo admirable de Cristo que todos debemos esforzarnos por imitar. Nuestra fidelidad al servicio de Dios debe ser constante y perseverante, aun en medio de persecuciones o de toda clase de dificultades, hasta que entreguemos nuestra alma en sus manos, hasta la hora de nuestra muerte.

3) Alabanza de los niños al Señor

Los niños habían sido, junto con los pobres y la gente humilde, los prefe­ridos del Señor. En esta oportunidad en que había tantos niños en el Templo, es muy probable que el Señor mostrase alguna deferencia para con ellos. Y el que hubiese muchos niños se explica porque las familias solían ir a celebrar la fiesta de la Pascua acompañadas de sus hijos. Y el varón, desde que cumplía 12 años, tenía también obligación de participar en la fiesta.

Estos niños entenderían las cosas de acuerdo a su capacidad. Pero se contagiaron del entusiasmo de la gente y, al ver al Señor expulsando a los mercaderes y contemplar los milagros de curaciones que realizaba, movidos interiormente por la gracia de Dios expresaron su entusiasmo entonando alabanzas al Señor y lo proclamaban Mesías al decir: "Hosanna al Hijo de David."

La autoridad profética del Señor expulsando a los mercaderes, los mila­gros que realizaba, la atracción que ejercía sobre el pueblo impartiéndole su enseñanza, y finalmente la alabanza de estos niños, provocó la indig­nación de los sacerdotes, escribas y fariseos. Se consumían por dentro de odio hacia el Señor y no hacían otra cosa que maquinar cómo podrían lo­grar matarle. Así nos lo dicen los Evangelistas.

Y de nuevo recriminan al Señor porque acepta la alabanza de los niños.

Al aceptarla el Señor estaba admitiendo claramente que él era el verda­dero Mesías.

El Señor les responde con una cita del Salmo 8, 3: "Por boca de los ni­ños, los que aún maman, afirmas tú tu fortaleza." Es decir, los niños se­rán siempre una prueba de la grandeza de Dios y manifestarán su gloria. Jesús, al igual que su Padre Dios, encuentra también su gloria en la ala­banza de los niños. El "tú" del salmo se refería a Dios; al aplicárselo Je­sús a sí mismo, implícitamente está afirmando su divinidad igual a la del Padre. Y también encierra una acusación contra sus adversarios: Si hasta los niños son capaces de reconocerle, cuánto más debían reconocerle ellos.

Después de este encuentro con sus adversarios, San Mateo nos dice que abandonó el Templo y marchó a Betania para descansar allí en la noche. Casi con certeza podemos decir que acudió a casa de sus buenos amigos Lázaro, Marta y María, que tantas veces le habían acogido con sus discí­pulos.

Sin embargo, es probable que antes de abandonar el templo tuviese lugar su encuentro con aquellos griegos que querían ver al Señor, y que nos describe San Juan a continuación de la entrada triunfal en Jerusalén. Será está escena el objeto de la meditación siguiente.



...


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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