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P. Adolfo Franco, jesuita
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14, 25 - 33):
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer
y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede
ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser
discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta
primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si
echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que
miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a
deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con
veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir
condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus
bienes no puede ser discípulo mío».
Palabra del Señor
El amor de Dios por encima de todo otro amor, es lo que nos enseña
Jesús.
Jesucristo propone a un grupo de seguidores una meta
que suena a absurda: “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su
madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia
vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí,
no puede ser discípulo mío”. Es necesario apuntar, para comprender debidamente
este mensaje, que en
En el resto del párrafo que hoy se lee Jesús continúa el desafío poniendo dos ejemplos: el del constructor que primero necesita calcular si podrá costear la torre que va a empezar a construir, y el segundo, el que se lanza a la guerra y debe medir la capacidad de sus fuerzas.
Ya la aclaración lingüística que nos hace
¿Qué se plantea en todo esto? Que el seguimiento de Jesús es muy exigente, y que a veces puede traer conflictos, incluso con el amor a la propia familia, y por supuesto puede entrar en conflicto con otros intereses personales. Por eso al final de esta lección se nos indica que hay que saber renunciar a todo para poder seguir a Jesucristo.
Al proponerles esta meta en forma tan áspera, podría parecer que Jesucristo mismo está disuadiendo a los que pretenden seguirle, diciéndoles que lo piensen “dos veces”. Jesús quiere, por el contrario, que le sigamos, quiere atraernos a todos hacia El; en otros momentos dice: “venid a mí todos”. Nuestra salvación está en seguir a Jesús, y Dios quiere que todos se salven, por tanto, es voluntad de Dios que sigamos a Jesús. El amor a Jesús es una fuerza tan grande, y llena tanto, que cuando se llega a tener por la gracia de Dios, todo esto que ahora manda, resulta factible.
Estaremos defendidos de todos los peligros si cargamos con nuestra
cruz. Con la cruz quedan conjurados y neutralizados todos los enemigos. La cruz
que hay que cargar es la nuestra, la cruz es nuestra vida. Y aquí hay otra
lección hermosa: la vida hay que cargarla, pero no como quien carga una
condena, sino como quien carga el propio instrumento de salvación. La vida
entendida como cruz, y no necesariamente como dolor y tragedia, sino como
puerta de salvación, si es que la cargamos siguiendo a Jesús. Si intentamos
hacer nuestra vida semejante a la de Jesús, entonces nuestra vida será una
cruz, semejante a la del Señor; y entonces la fuerza salvadora de
Claro que esto es difícil y por eso el Señor nos advierte que antes de construir calculemos los costos, a ver si el dinero nos alcanza; y que antes de entrar en esta batalla calculemos nuestras fuerzas, a ver si podemos lograr el éxito.
Pero qué nos quieren decir estas advertencias ¿solamente que seamos prudentes? ¿Quiere decirnos el Señor que no nos aventuremos? Más bien quiere decirnos que no confiemos en nuestras fuerzas o en nuestro caudal. Con nuestras solas fuerzas no podríamos vencer las dificultades de este camino; con nuestras propias riquezas no podríamos terminar de construir nuestro edificio y no podríamos ganar la batalla; pero El está dispuesto a apoyar nuestros esfuerzos y si Dios está con nosotros, ¿quién podrá vencernos en la batalla? Y si Dios nos presta sus riquezas ¿qué nos faltará para construir? Esa es la advertencia que nos da el Señor: no quiere que nos paralicemos ante la dificultad, sino que acudamos a El, para que nos sea posible seguirlo; y para que nos sea posible tomar nuestra vida con alegría, porque la vida se convierte en una cruz salvadora.
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