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P. Adolfo Franco,
jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (16, 1 - 13):
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico
tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó
y le dijo:
“¿Qué es eso que
estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no
podrás seguir administrando».
El administrador
se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer,
pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar
me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la
administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a
uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a
mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de
aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo;
aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto
debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de
trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y
escribe ochenta”.
Y el amo alabó al
administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos
de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo:
ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban
en las moradas eternas.
El que es fiel en
lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en
lo mucho es injusto.
Pues, si no
fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no
fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Palabra del Señor
La recta
administración de los bienes incluye el ayudar a los demás.
Jesús con frecuencia nos da lecciones sobre el dinero y su recto uso, lecciones sobre la pobreza y los peligros de la riqueza. En esta ocasión se vale de una parábola, la del administrador infiel, al que le piden cuentas de su administración, porque hay serias sospechas de su honestidad; y entonces se dedica a rebajar las deudas de los siervos de su amo, para hacérselos favorables. Utiliza el dinero ajeno para ganarse amigos.
Y el Señor saca como conclusión que nos ganemos amigos con el dinero injustamente obtenido, para que podamos aspirar a la salvación. Y termina diciendo su mensaje central: no podemos servir a Dios y al dinero.
¿Por qué esta contraposición entre Dios y el dinero? ¿Por qué los pone Jesús como enemigos? Parecería que tener riqueza es en sí mismo un mal. Y ciertamente el Señor no quiere decir eso. Pero ¿qué mal hay en la riqueza que puede convertirse en enemigo de Dios? Si nos fijamos bien en la afirmación de Jesús, se trata de “servir”; y entonces se entiende perfectamente: el que sirve al dinero, no puede servir a Dios.
De antemano hay que dejar bien claro que el dinero, la riqueza, los bienes materiales, no son en sí mismo ni malos ni buenos; lo que los hace malos o buenos es el uso que se les dé. Porque el dinero puede hacer de una persona un soberbio y un materialista y puede hacer también un ser generoso y desprendido. Depende del uso que se haga de él. El dinero puede ser usado para pagar vicios, y puede servir para curar enfermedades. Todo depende; lo malo del dinero es convertirse en sus servidores.
Por otra parte, si dijéramos que el dinero, los bienes materiales son esencialmente tan malos, habría que preguntar ¿por qué Dios ha hecho al hombre de manera que necesite de esos bienes materiales para vivir? Se necesita el dinero para la comida, para la salud, para la educación, para la vivienda. Para cumplir todas esas necesidades de la vida, es necesario el dinero. Y es Dios quien nos ha hecho de tal forma que necesitamos alimento, vestido, cuidado de salud y habitación. Así que, por una parte el dinero nos es necesario para vivir, y por otra parte se nos dice que es tan nefasto; parecería que Dios mismo nos obliga a convivir con nuestro enemigo.
¿Qué propone
Jesús, frente a esto? Muchas cosas propone. Y lo primero es el desprendimiento.
Desprendimiento es renunciar a algunas cosas, a muchas cosas; compartir más, no
acumular; en
Jesús nos dice más, que la riqueza es un continuo peligro. Y tanto que por ella se cometen tantos atropellos. Y esto es bastante claro. Las maneras de hacer dinero en muy gran escala, los grandes negocios, son el tráfico de armas, el narcotráfico, la corrupción de altos funcionarios, el tráfico de personas vendidas para la prostitución; añadamos el robo, la especulación y la estafa. Todo eso es conseguir dinero destruyendo vidas. Negociar con vidas humanas. El deseo de las riquezas se convierte así en enemigo de Dios: Dios y el dinero enfrentados. Porque el que medra con tráfico de armas es culpable de muertes, y se hace enemigo de Dios; el que lucra con la destrucción moral de los jóvenes drogadictos, se hace enemigo de Dios; y lo mismo el que se aprovecha de los bienes comunes de la sociedad y el que negocia con la honra de niños y mujeres en el tráfico sexual. Se ve claramente cómo el dinero se convierte en el enemigo de Dios.
Pero además de eso, el dinero y el afán de riquezas nos quita la perspectiva de la vida humana. Estamos hechos para la vida sobrenatural, estamos orientados hacia al futuro, a la vida de más allá de la vida. Y el dinero, la preocupación por los bienes de este mundo, nos ciega la mirada del horizonte, de lo que hay más allá. Nos quita la esperanza de los bienes extraordinarios que Dios ha prometido a sus hijos. Nos hace perder de vista el futuro, por estar tan enfrascados en un presente tan mezquino. Nos hace desperdiciar la vida presente por no orientarla de verdad a la vida futura.
Jesús simplifica todo diciendo: o Dios o el dinero. Es una forma clara de advertirnos, y sobre todo de poner al descubierto la trampa del dinero. El dinero, en efecto, es una trampa: arriesgar lo mejor, que es Dios, por ganar lo peor que es lo material, qué mala elección haríamos si perdiéramos a Dios por obtener el dinero.
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