204. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Hipocresía y vanidad de los fariseos


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN

204.- HIPOCRESÍA Y VANIDAD DE LOS FARISEOS.

TEXTOS

Mateo 23,1-12

Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos.
Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conduc­ta, porque ellos dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien las filacterias y bien largas las orlas del manto; van buscando los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame ‘Rabbí’.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar `Rabbí', porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie 'Pa­dre' vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar 'Preceptores', porque uno solo es vuestro Preceptor: Cristo.
El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. "Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado."

Marcos 12,38-40

Decía también en su instrucción: "Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los prime­ros asientos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa."

Lucas 20,45-47

Estando todo el pueblo oyendo, dijo a los discípulos: "Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje y quieren ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas. Esos tendrán una sentencia más rigurosa."


INTRODUCCIÓN

Terminaba la vida pública del Señor. Todo su ministerio apostólico ha­bía sido jalonado con multitud de encuentros hostiles con los escribas y fariseos que le odiaban y querían su muerte; y que, además, impedían que el pueblo sencillo aceptase su mensaje, la llegada del Reino Mesiánico.

Es ahora, en el mismo Templo de Jerusalén, vísperas de su muerte, cuan­do el Señor pronuncia su discurso de anatemas contra los escribas y fari­seos. En él repite muchas de las acusaciones que había pronunciado en otras oportunidades. Su intención era la de poner en alerta a todo el pue­blo sobre la hipocresía, vanidad y malas obras de los que eran sus guías espirituales. Que ellos no cayesen en los mismos vicios y no se dejasen seducir por sus jefes.

Mateo es el que trae el discurso completo del Señor, cuya introducción es el pasaje que hemos transcrito arriba. Marcos y Lucas hacen un breví­simo resumen, como aparece en los textos transcritos. Pero Lucas nos expone los anatemas de Cristo contra los escribas y fariseos en otro con­texto. Todos estos anatemas los veremos en la meditación siguiente.


MEDITACIÓN

1) "Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta."

Los escribas y fariseos eran los encargados oficialmente de enseñar la Ley al pueblo judío. Tenían, pues, una legítima autoridad religiosa. Jesús comienza su discurso salvaguardando la autoridad religiosa. Y hace una clara distinción entre lo que es doctrina y conducta. En cuanto los escri­bas y fariseos se limitan a enseñar la Ley, la Escritura, en las sinagogas y en el Templo de Jerusalén, su enseñanza debe ser aceptada. Su conducta, sin embargo, no está de acuerdo con lo que enseñan; ellos no cumplen con la Ley de Dios. Por lo tanto, el pueblo, que debe seguir sus enseñan­zas, no ha de imitar su conducta.

Por las muchas veces que el Señor ha refutado doctrinas falsas de los fa­riseos y escribas, como por ejemplo lo referente al descanso sabático, comprendemos que no quiere decir que todo lo que digan los escribas y fariseos ha de ser admitido, sino solamente aquello que constituye su au­toridad: Enseñar la verdadera Ley de Dios; lo que es doctrina propia suya, sus interpretaciones arbitrarias y personales, y sus maneras de prac­ticar la oración, el ayuno, la limosna, no debían ser admitidas.

La doctrina del Señor es valedera dentro de la Iglesia. En la Iglesia son el Santo Padre, los Obispos, e incluso los mismos sacerdotes, los que tienen una legítima autoridad de enseñar las verdades de nuestra fe y de la mo­ral cristiana. En cuanto que ellos enseñan con esa autoridad, que viene dada por Dios, hay que obedecerles y seguir sus enseñanzas. Si su vida no se ajusta a lo que predican, será un pecado muy grave el que cometan y, de ordinario, será un gravísimo pecado de escándalo. Pero cualquier sacerdote, obispo, que imparte su enseñanza de acuerdo a la Tradición y Magisterio de la Iglesia, debe ser escuchado por todos los fieles. Por su­puesto, si se alejan de la verdadera doctrina y lo que predican son inter­pretaciones subjetivas que se apartan de la ortodoxia de la fe, deben ser rechazados.

Por la infinita misericordia del Señor, conocemos que el Papa, por espe­cial providencia de Dios y bajo la guía del Espíritu Santo, nunca podrá, en su magisterio oficial y universal a toda la Iglesia, errar en verdades de fe o de moral. Aunque conozcamos también que haya habido en la histo­ria de la Iglesia Papas cuya conducta no estaba de acuerdo con lo que en­señaban, conducta de pecados y de escándalos.

2) Primeras acusaciones del Señor a los fariseos y escribas

a) "Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas."

Los escribas y fariseos habían multiplicado los preceptos y normas mora­les que, como nos dice el Señor en otra oportunidad, se basaban, no en la Ley de Dios, sino en tradiciones puramente humanas. (Cfr. Mc 7, 13; Mt 15,7)

Y eran tremendamente duros e intransigentes con el pueblo, a quien obli­gaban a guardar todos esos innumerables preceptos, que ellos mismos no observaban. Y para señalar este rigor y dureza de los escribas y fariseos pone la comparación de aquel que pone tal peso en una bestia de carga que no la deja caminar; se hunde ante el peso de la carga.

b) "Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres."

El Señor ya había acusado a los fariseos de su gran vanidad y de buscar en todo, aun en las obras de culto a Dios, la alabanza humana. Encontra­mos estas acusaciones en el Sermón del Monte: "Cuando hagas limosna no 19 vayas trompeteando por delante como lo hacen los hipócritas (los fariseos y escribas) en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres." (Mt 6,2)

"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las si­nagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados, para ser vistos de los hombres." (Mt 6,5)

"Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfi­guran su rostro para que los hombres noten que ayunan." (Mt 6, 16) Buscaban además ocupar los primeros asientos en las sinagogas, en los banquetes, considerándose muy superiores a los demás. (Cfr. Medit. 159)

Hasta en la manera de vestir buscaban llevar ropas especiales y procura­ban que sus filacterias y horlas o flecos de sus mantos se distinguiesen de los que llevaba la gente ordinaria. Las filacterias eran pequeños estuches en que guardaban trozos de pergamino, donde estaban escritos algunos textos de la Ley y colocaban en los brazos o en la frente. De ordinario se las ponían en tiempo de oración, pero los fariseos las llevaban con fre­cuencia durante todo el día. Los textos principales que solían escribirse en los pergaminos eran Dt. 6,4-9; 11,13-32; Ex. 13, 2-16, textos funda­mentales en el credo del pueblo de Israel.

También les gustaba ser saludados por todos en las calles con reverencia y dándoles el título de "Rabbí", equivalente a "Maestro".

Toda esta vanidad nos muestra en los escribas y fariseos un corazón so­berbio, muy pagado de sí mismo, y que pone su tesoro en la alabanza de los hombres. En ese corazón no puede entrar Dios, y todas las obras que broten de ese corazón, aunque aparentemente sean buenas, quedan vicia­das por la soberbia y la vanidad. No merecen ningún premio, sino la reprobación por parte de Dios.

c) "Devoran la hacienda de las viudas."

Marcos y Lucas añaden esta acusación del Señor. Los escribas y fariseos, aprovechando su fama de hombres santos y su prestigio como maestros de la Ley, exigían remuneraciones de las viudas, a las que sin escrúpulo alguno privaban aun de los pocos bienes que tenían. Contra ellos el jui­cio de Dios será muy severo. Dios vela especialmente por las personas más desvali­das que no tienen quien las defienda, como era el caso de las viudas en aquellos tiempos.

3) Exhortación a la humildad

El Señor hace un paréntesis en su discurso contra la soberbia y vanidad de los fariseos y escribas, para hacer una exhortación a sus discípulos so­bre cuál debe ser su comportamiento, fundado en la humildad y sin bus­car las alabanzas humanas.

El Señor pone varios ejemplos concretos para inculcar el espíritu con que siempre deben proceder sus discípulos. No es que niegue la licitud de usar esos títulos, necesarios y comunes en toda sociedad. La paternidad humana y la paternidad espiritual pueden ser reconocidas con el título de "padre"; el oficio de enseñar también es reconocido con el título de "maestro"; y así de cualquier otro título común con el que se significa las relaciones existentes dentro de una sociedad, sea civil o religiosa.

Lo que el Señor quiere decir es que un cristiano cualquiera que tenga un puesto de autoridad o de privilegio, nunca puede buscar esos títulos por sí mismos, y aprovecharse de ellos para buscar honores y recompensas humanas; y, por otra parte, sentirse superiores a los demás y despreciar­los. Y tampoco se deben aceptar prescindiendo de Dios. Toda autoridad viene de Dios y hace referencia a Dios. Y toda autoridad es concedida por Dios, no para beneficio propio, sino para bien de los demás. El que tenga más autoridad y reciba más títulos de aprecio debe considerarse el servidor de todos.

Y cuanta más autoridad, mayor ha de ser su entrega en el servicio a los demás, sin dejarse llevar de su egoísmo y de las ventajas que pueda re­portarle su cargo. (Cfr. Medit.188)

Y repite el Señor la sentencia que ya ha dicho en otras oportunidades: "Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado."(Cfr. Lc 14,11; 18,14) Es Dios el que humilla y exalta. El ca­mino de la verdadera gloria de los hombres está en la humildad, en reco­nocer su nada y miseria delante de Dios, en reconocer que todo lo debe a Dios, y en servir con amor y sencillez a sus hermanos, sin jamás creerse superior a ninguno de ellos. A quien vive y obra así, Dios le llenará de sus gracias y dones y su recompensa será muy grande en el Reino de los Cielos. Por el contrario, la soberbia y la vanidad del hombre terminarán en su humillación y en su ruina humana y moral, y en su propia condena­ción.

Nuestra Madre, la Santísima Virgen, ya cantó en su himno de acción de gracias a Dios, el "Magnificat", los designios de Dios sobre los soberbios y los humildes: "Dispersa a los soberbios de corazón..., y enaltece a los humildes." (Lc 1, 5 1-52)


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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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