98. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús Pan de Vida




P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


E. ULTERIOR MINISTERIO EN GALILEA: HASTA LA FIESTA DE PENTECOSTES

(Hasta fines de mayo del Año 29)


98.- JESÚS PAN DE VIDA
a) DIÁLOGO DE JESÚS CON LA GENTE QUE RABIA PRESENCIADO EL MILAGRO DE LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

TEXTO

Juan 6,22-40

Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había embarcado en ella con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron bar­cas de Tiberiades cerca del lugar donde habían comido el pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la otra orilla del mar le dijeron: "Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?" Jesús les respondió:

"En verdad, en verdad os digo: Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre Dios ha marcado con su sello." Ellos le dijeron "¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?". Jesús les respondió "La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado." Ellos entonces le dijeron: "¿Qué señal vas a realizar para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obras vas a hacer? Nues­tros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: "Pan del cie­lo les dio a comer" Jesús les respondió: "En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio el pan del cielo; es mi Pa­dre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo".

Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Les dijo Jesús: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mi, no tendrá nunca sed. Pero ya os he dicho. Me habéis visto y no creéis, Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha envia­do: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día."

INTRODUCCIÓN

Las turbas que habían presenciado el milagro de la multiplicación de los pa­nes, están algo desconcertadas. Han visto partir a los apóstoles hacia la orilla occidental del Lago; pero saben que el Señor no marchó con ellos. Buscan al Señor, pero no lo encuentran. Llegan nuevas barcas que vienen de Cafarnaúm y, es probable, que algunos de los que fuesen en ellas hubieran presenciado los milagros que Jesús había hecho en la llanura de Genesaret, y comunican que Jesús está ya de vuelta en Cafarnaúm. Entonces aquellas turbas deciden volver cuanto antes a Cafarnaúm. En barcas o pie llegaron a Cafarnaúm y tienen un encuentro con Jesús, y ese encuentro se va a realizar en un diálogo entre Jesús y las turbas que habían saciado su hambre el día anterior, diálogo que encierra profundísimas revelaciones de Jesús sobre su persona, y donde también recrimina el Señor la poca fe, y fe equivocada, de esas gentes.

MEDITACIÓN

1) Reprensión de Cristo

El diálogo comienza con una pregunta de la gente: ¿Cuándo has venido aquí? Aunque lo que intrigaba a la gente no era el hecho de que Jesús hu­biese vuelto a Cafarnaúm, sino "cómo volvió." No acababan de entender cómo pudo volver Jesús a Cafarnaúm, si en la barca que había pasado a la otra orilla, solamente los apóstoles habían partido. Jesús no responde a esa curiosidad de la gente; pero intuyendo lo que había en sus corazones les dice, en tono de reprensión: "En verdad, en verdad os digo: me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis sa­ciado."

Lo que el Señor les recrimina es que, a pesar de haber visto sus muchos mi­lagros, no tienen una verdadera fe en él, no comprenden su misión mesiánica. No se interesan tanto por su persona y sus enseñanzas, cuanto por los beneficios que en el orden material les proporciona. Y Jesús quiere elevarles de una fe egoísta y materialista a una fe clara en su persona como el Mesías, el verdadero Hijo de Dios enviado por su Padre.

San Agustín tiene una frase de profundo sentido. En latín dice: "Vix quaeritur Jesús propter Jesum", que quiere decir: "Casi nunca se busca a Jesús por sí mismo." Y que refleja la realidad de muchos cristianos que sólo se acuer­dan del Señor cuando están en graves problemas o dificultades; en circuns­tancias normales, apenas si acuden al trato íntimo con el Señor. Con fre­cuencia nuestra fe puede ser también egoísta y materialista buscando en Je­sús beneficios de orden humano y material.

2) "Buscad el alimento que dura hasta la vida eterna."

El Señor contrapone el pan material con que les había alimentado, pan que perece, que no dura, con el pan que perdura hasta la vida eterna. Este es el pan que han de buscar con mayor anhelo. Y a continuación comienza Cristo su autorevelación: "El cual os da el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre Dios ha marcado con su sello." Jesús se revela aquí como el verdadero Mesías, pues tal es el sentido del título que Cristo se da a sí mismo de "Hijo del hombre"; pero según la profecía de Daniel (Dan 7,13-16), en donde se describe al Mesías como el Hijo del hombre, ese Hijo del hombre no es de la tierra, sino que viene del cielo. Jesucristo señala aquí su filiación divina, su origen divino. Y, consiguientemente, su misma persona y su misión llevan el sello del Padre; es el Padre quien garantiza la autenticidad del Hijo y de su misión en la tierra.

Jesús no es un enviado cualquiera, ni su misión es equiparable a la misión de cualquier profeta, ni siquiera a la misión de Moisés o del mismo Juan Bautis­ta. El es el verdadero Hijo del Padre, enviado por él, para dar la verdadera vida al mundo. Jesucristo exige una fe en su persona como Hijo de Dios, y en su obra mesiánica, obra también divina. Y los milagros que realiza son "señales" que refrendan su origen divino y su obra divina. Revelan lo invisi­ble que hay en su persona y en su obra.

El pueblo acoge favorablemente las palabras de Jesús y con sinceridad pre­gunta: "¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?" Es decir, ¿qué tenemos que hacer, qué obras hemos de llevar a cabo para conseguir ese pan que no perece, ese pan de Dios?

Y Jesús responde, de acuerdo a la revelación que les acaba de hacer: "La obra de Dios es que creáis en quien El ha enviado". Lo que Jesús les dice claramente, es que tienen que creer totalmente en su persona, en su ense­ñanza, en su misión mesiánica. Pero creer en Jesús significa creer en El tal como se nos revela, como el Hijo del hombre que procede divinamente del Padre, creer que él y su obra son de origen verdaderamente divinos.

3) "Yo soy el Pan de Vida"

Es muy probable que con la turba se hubiesen mezclado escribas y fariseos, y ellos son los que comienzan ahora a interrogar al Señor, y los que después mostrarán una actitud hostil y arrastrarán a muchos a la increencia, incluso a algunos discípulos del Señor.

Los fariseos le piden al Señor una señal, un milagro especial, una obra tan maravillosa que viéndola puedan creer en él. El Señor acaba de realizar el milagro extraordinarísimo de la multiplicación de los panes. Pero ese milagro no es suficiente para los fariseos. Y arguyen del ejemplo de la historia del pueblo de Israel, cuando Yahvé diariamente mandaba "pan del cielo" para alimentarlos. Todo indica que los fariseos pretendían del Señor una continua multiplicación de los panes para poder creer en él. Algunos escribas y fari­seos esperaban que en los tiempos del Mesías se repitiese el milagro del maná.

La respuesta de Cristo profundiza en lo que les había enseñado anteriormen­te. "En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo." El maná podía ser un pan milagroso, pero no era pan divino. El verdadero pan de Dios es el mismo Jesús, que trae su origen del Padre y es enviado por el Padre para dar vida al mundo.

La gente sencilla vuelve a intervenir y le pide al Señor: "¡Señor! danos siem­pre este pan". Y en la respuesta de Cristo llegamos a un momento trascen­dental de su autorevelación: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre; y el que crea en mí, no tendrá nunca sed."

Cristo, su misma persona, es quien ha de saciar todas las hambres y la sed de todos los corazones que crean en él. Revelación maravillosa de Cristo y promesa auténtica que se convierte siempre en realidad en todos aquellos que, habiendo penetrado en el misterio divino de su persona, se entregan a él con plena confianza y abandono a su amor. Y siguiendo a este Cristo, obede­ciendo sus enseñanzas, es como se experimenta la verdadera vida que con­cluirá en una eternidad feliz.

4) La fe es don del Padre

Jesús vuelve a recriminar la falta de verdadera fe en aquellas gentes: "Me habéis visto y no creéis." Es decir, aquellas gentes habían visto los milagros de Jesús, y sobre todo, el reciente milagro de la multiplicación de los panes; y sin embargo, no llegan a tener una fe auténtica en él como el Enviado del Padre, el que ha salido del Padre y ha venido al mundo para darle la verda­dera vida. Y el Señor aprovecha esta oportunidad para hacer otra revelación de extraordinaria importancia. Lo que nos dice en esta revelación es que na­die puede ir a Jesús, es decir, creer en Jesús, si no es atraído por el Padre. La fe en Jesús es don del Padre. Y quién reciba este don y lo acoja y vaya a Jesús, crea en él, a ése el Señor le promete la resurrección y la vida eterna. Porque esa es la voluntad del Padre, que quien crea en Jesús se salve, resu­cite y tenga vida eterna; y Jesús ha venido para cumplir siempre la voluntad del Padre que le ha enviado. Pero hay peligro de entender equivocadamente esta revelación de Jesús. Jesucristo dirigía estas palabras a los escribas, fari­seos, y aquellas gentes que, habiendo visto tantos milagros y señales de Je­sús, o le rechazaban claramente o, al menos, no le acogían con la fe que de­bieran. No es que el Padre no quisiese dar ese don de la fe a todas aquellas gentes, e incluso a los fariseos y escribas, sino que eran ellos los que se ce­rraban al don de Dios. Es verdad de fe que "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2,4). Son los obstáculos que pone el hombre con su soberbia, sus inte­reses personales, sus codicias y sus pecados, los que impiden recibir el don de la fe como gracia del Padre.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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