Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Ya veis que
subimos a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que
los profetas escribieron sobre el Hijo del hombre: lo entregarán a los paganos y será objeto de burlas,
insultado y escupido; y después de azotarle lo
matarán. Y al tercer día resucitará.» Lucas 18, 31-33.
El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro. Entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas, inclinaron el rostro a tierra, pero les dijeron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará" Y ellas recordaron sus palabras. Lucas 24, 1-8.
El primer día de la semana fue María
Magdalena de madrugada al sepulcro cuando
todavía estaba oscuro, y vio que la piedra estaba
retirada del sepulcro. Echó a correr y llegó
donde Simón Pedro y el otro discípulo a quien
Jesús quería, y les dijo: «Se han llevado del
sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han
puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se
encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos,
pero el otro discípulo corrió por delante más
rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Al
asomarse, vio los lienzos en el suelo; pero no
entró. Detrás llegó también Simón Pedro. Entró
en el sepulcro y vio los lienzos en el suelo; pero
el sudario que había cubierto su cabeza no
estaba junto a los lienzos, sino plegado en un
lugar aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado el primero al
sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no
habían comprendido que, según la Escritura,
Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los
discípulos, entonces, volvieron a casa. Juan 20, 1-10.
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando.
Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y
vio dos ángeles de blanco, sentados donde había
estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y
otro a los pies. Le preguntaron: «Mujer, ¿por
qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han
llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero
no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré." Jesús le dice: "María." Ella se vuelve y le dice en hebreo: "Rabbuni -que quiere decir: "Maestro". Le dice Jesús: "Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios." Fue María magdalena y dijo a los discípulos: "He visto al Señor" y que había dicho estas palabras. Juan 20, 11-18.
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo
llamado Emaús, que dista sesenta estadios de
Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo
que había pasado. Mientras conversaban y
discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y se puso
a caminar a su lado. Pero sus ojos estaban como
incapacitados para reconocerle. Él les preguntó:
«¿De qué vais discutiendo por el camino?» Ellos se
pararon con aire entristecido. Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no se
ha enterado de lo que ha pasado allí estos días?» Él les dijo: «¿Qué ha ocurrido?» Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazoreo, un profeta poderoso en
obras y palabras a los ojos de Dios y de todo el
pueblo: cómo nuestros sumos sacerdotes y
magistrados lo condenaron a muerte y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que iba a ser
él quien liberaría a Israel; pero, con todas estas
cosas, llevamos ya tres días desde que eso pasó. El
caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han
sobresaltado, porque fueron de madrugada al
sepulcro y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de
ángeles que decían que estaba vivo. Fueron
también algunos de los nuestros al sepulcro y lo
hallaron tal como las mujeres habían dicho. Pero a
él no lo vieron.» Él les dijo: «¡Qué poco perspicaces sois y qué
mente más tarda tenéis para creer todo lo que
dijeron los profetas! ¿No era necesario que el
Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos
los profetas, les fue explicando lo que decían de él
todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo
ademán de seguir adelante. Pero ellos le rogaron
insistentemente: «Quédate con nosotros, porque
atardece y el día ya ha declinado.» Entró, pues, y se
quedó con ellos. Lucas 24, 13-29.
Sentado a la mesa con ellos, tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. Entonces se les abrieron los ojos y lo
reconocieron, pero él desapareció de su vista. Se
dijeron uno a otro: «¿No ardía nuestro corazón en
nuestro interior cuando nos hablaba en el camino y
nos iba explicando las Escrituras?» Lucas 24, 30-32
Levantándose al momento, se volvieron a
Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los
que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El
Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en
el camino y cómo lo habían reconocido al partir el
pan. Lucas 24, 33-35
Al atardecer de aquel día, el primero de la
semana, los discípulos tenían cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban, pues
tenían miedo a los judíos. Entonces se presentó
Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con
vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y
el costado. Los discípulos se alegraron de ver al
Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con
vosotros.
Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.» Juan 20, 19-23
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego se dirigió a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Replicó Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» Juan 20, 24-29
Después de esto, se manifestó Jesús otra
vez a los discípulos a orillas del mar de
Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el
Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de
Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Simón
Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Le contestaron
ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron
y subieron a la barca, pero aquella noche no
pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla;
pero los discípulos no sabían que era Jesús. Les preguntó Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis
nada que comer?» Le contestaron: «No.» Él les
dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y no conseguían
arrastrarla por la gran cantidad de peces. El
discípulo a quien Jesús amaba dijo entonces a
Pedro: «Es el Señor». Cuando Simón Pedro oyó
«es el Señor», se vistió —pues estaba desnudo—
y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron
en la barca, arrastrando la red con los peces,
pues sólo distaban de tierra unos doscientos
codos. Juan 21, 1-8.
Después de haber comido, preguntó Jesús a
Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que éstos?» Respondió él: «Sí, Señor, tú
sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta
mis corderos.» Volvió a preguntarle por
segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Respondió él: «Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.» Le dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas.» Insistió por tercera vez: «Simón, hijo de Juan,
¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le
preguntase por tercera vez ‘¿Me quieres?’ y le
dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te
quiero.» Le dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas. Juan 21, 15-17.
Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus
manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se
separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos,
después de postrarse ante él, se volvieron a
Jerusalén llenos de alegría. Y estaban siempre en
el Templo alabando a Dios. Lucas 24, 50-53.
Como ellos estuvieron mirando fijamente al cielo mientras él se iba, se les presentaron de pronto dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: "Galileos, ¿por qué permanecen mirando al cielo? Este Jesús, que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, volverá así tal como lo han visto marchar al cielo." Hechos 1, 10-11.
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