P. Mark Link, jesuita.
Día tres
“En la cercanía había unos pastores que pasaban la noche a la intemperie, velando el rebaño por turno”
Lucas 2,8
Eres un pastor, una pastora que vive en Belén hace dos mil años. Una noche,
te acercas a la fogata que protege del frío, mientras cuidas las ovejas.
De pronto un punto de luz aparece en el firmamento. Ves que se va haciendo
más y más fuerte. Te quedas contemplando la luz en medio de la oscuridad de la
noche y escuchas como una hermosa melodía. Una voz se dirige a ti: “No tengas
miedo, un niño ha nacido en una cueva no muy lejos de aquí. Este niño es el
esperado Mesías que prometieron los profetas”. Tan rápido como aparecieron, la
luz y la voz desaparecen. De inmediato pasas la voz y avisas: “Vamos a la
cueva. Creo que sé dónde queda” Así que te das prisa en ir.
Un poco más tarde encuentras el lugar. Desde dentro brota una luz. Hay una
pareja al lado del recién nacido que está recostado en un pesebre. La joven
madre sonríe y así sabes que eres bienvenido. Te arrodillas y miras fijamente
al niño. ¡Nunca en tu vida te has sentido tan feliz!
Mientras miras la escena, observas tus sentimientos y te preguntas por qué el Mesías no nació en un palacio. También te preguntas por qué Dios te escogió a ti, un pobre pastor, para que seas una de las primeras personas que lo conoce. Habla con Dios sobre estas preguntas.
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Referencia bibliográfica: Desafío. P. Mark Link, jesuita. Ejercicios Espirituales de San Ignacio
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