214. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El comienzo de los dolores


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


SERMÓN ESCATOLÓGICO - INTRODUCCIÓN

214.- EL JUICIO FINAL

TEXTOS

Mateo 25, 31-46

"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a la derecha, y los ca­britos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: 'Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para voso­tros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; es­taba desnudo, y me vestisteis: enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vi­nisteis a verme.' Entonces los justos le responderán: 'Señor, ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te visitamos? ¿Cuándo te vi­mos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?' Y el Rey les dirá: 'En ver­dad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos pequeños, a mí me lo hicisteis.'

Entonces dirá también a los de su izquierda: 'Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.' Entonces dirán también éstos: 'Señor, ¿Cuán­do te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?' Y él entonces les responderá: 'En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, tam­bién conmigo dejasteis de hacerlo.'

E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna."


INTRODUCCIÓN

Mateo coloca al final de todas las enseñanzas de Jesús, antes del comien­zo de su pasión, esta visión escatológica del juicio final. Es una escena llena de dramatismo y solemnidad: Todos los pueblos, todos los hombres serán llamados al supremo juicio al final de los tiempos.

Mateo pone esta enseñanza de Cristo después de las parábolas de las vír­genes sensatas y las vírgenes necias y de la parábola de los talentos, to­das ellas centradas en la vigilancia y en el hacer obras que nos conduz­can a la vida eterna; de aquí que con frecuencia se habla también de la parábola del juicio final. Sin embargo no se puede considerar este pasaje como una parábola. Hay algunos elementos parabólicos como el del pas­tor que separa las ovejas de los machos cabríos, pero estos elementos no constituyen sino una ornamentación secundaria y marginal en la descrip­ción de toda la escena. La enseñanza que nos da Cristo es una enseñanza directa y muy clara sobre el hecho realísimo de la venida del Hijo del hombre como juez de vivos y muertos, a juzgar a toda la humanidad al final de la historia.

Y toda la enseñanza de Cristo, al mismo tiempo que es una autorrevelación de su persona como supremo y único juez de todos los hombres, se centra principalmente en la importancia transcendental y de­finitiva que tiene la auténtica caridad fraterna, de ayuda eficaz a los her­manos más necesitados, para obtener un juicio favorable. No olvidemos que al día siguiente, Jueves Santo, al instituir la eucaristía, el Señor nos dejará como testamento suyo el mandamiento del amor fraterno:

"Amaos unos a otros como yo os he amado." (Jn 13,34)

Los primeros versículos del pasaje no son sino una introducción sensible que impacta a los oyentes y lectores, para que pongan toda su atención en lo que constituye lo fundamental de la enseñanza de Cristo: el vere­dicto que ha de impartir el Hijo del hombre, veredicto de salvación o condenación, y veredicto inapelable y definitivo.


MEDITACIÓN

1) La llegada del Hijo del hombre

El Hijo del hombre, Jesucristo, aparece con toda la gloria y poder de su divinidad. "El trono de gloria", sobre el que se sentará, es el símbolo de su poder divino. Se muestra escoltado por todos los ángeles para llevar a cabo el juicio universal a todos los hombres.

El es el Rey y Supremo Juez de vivos y muertos. Se hace realidad lo que anteriormente había anunciado: "El Padre no juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre."(Jn 5,22)

Y la primera acción que realiza el Hijo del hombre es convocar a todos los hombres de todos los pueblos y de todos los tiempos.

El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta." (Mt 16,27) "Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz, y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación."(Jn 5,29)

Al acudir todos los hombres a la convocatoria del Hijo del hombre, que­darán divididos en dos grandes grupos claramente definidos: los justos y los pecadores. El Señor usa la comparación del pastor que separa las ovejas de los machos cabríos. Alude el Señor a una escena corriente en la vida de Palestina. Los pastores solían llevar en sus rebaños ovejas blancas y cabras de color oscuro; no dejaban que se mezclaran e iban en grupos o filas diferentes. Las ovejas blancas representan a los justos; las cabras o chivos representan a los pecadores. Recordemos que los chivos solían ser considerados como animales inmundos que simbolizaban el pecado de los hombres. (Cfr. Lev 16,10)

Toda esta primera parte del pasaje merece una profunda reflexión por parte de todo cristiano. Se nos describe una escena en la cual todos sere­mos un día actores. Todos seremos convocados por el llamado del Hijo del hombre, para rendir cuenta de todos nuestros actos. Al mismo tiempo que debemos profundizar en nuestra fe en Cristo como Juez de vivos y muertes (Juez mío, cuyo juicio sobre toda mi vida será inapelable) debe­mos incrementar nuestra amistad e intimidad con este Juez Divino, que no puede ser otro que el mismo Cristo que murió por nuestros pecados; y esa amistad e intimidad debe manifestarse en un seguimiento cada vez más sincero de todas sus enseñanzas, que se resumen en el amor a Dios y el amor al prójimo. De cómo correspondamos a las gracias de Cristo de­penderá el que aquel Día nos encontremos a su derecha o a su izquierda. No es una enseñanza de Cristo que debe producirnos un temor angustio­so ante la realidad de este juicio; es una enseñanza que debe estimular más y más nuestro amor al Señor y nuestra decisión de seguirle fielmen­te y de cumplir en todo su santa voluntad.


2) Solidaridad de Cristo con todos los hombres, con los "pequeños"

Por "pequeños" hay que entender, como lo explica el mismo Señor, to­dos aquellos que tienen necesidad de una ayuda fraterna, para salir de su miseria y de las circunstancias adversas en las que se encuentran. El Se­ñor pone los ejemplos concretos de los que tienen hambre, sed, están desnudos, padecen enfermedad, están exiliados de su patria, están presos en las cárceles. Ejemplos que deben ampliarse a todos los casos donde se refleje la situación miserable de un ser humano.

Y Jesucristo hace precisión absoluta de las condiciones subjetivas de esas personas que sufren la miseria. La ayuda se ha de prestar a cualquier hombre, cristiano o no cristiano, amigo o enemigo, moralmente bueno y justo o lleno de pecados y de vicios. Es suficiente que su existencia se desarrolle en medio de la miseria, para que haya estricta obligación de prestarle una ayuda eficaz y desinteresada.

Y la razón última de esta obligación radica en la solidaridad e identifica­ción que Cristo siente con todo hombre que vive en este mundo. Jesu­cristo se solidariza con todo sufrimiento y miseria humana. ¿Como po­dría explicarse esta solidaridad de Cristo? Cristo al encarnarse y hacerse hombre, asume en cierta manera a toda la humanidad, y asume al mismo tiempo todas las miserias humanas de todos y cada uno de los hombres. Desde la Encarnación, el hombre ya no puede ser considerado separado de Cristo. El hombre dice relación transcendental a Cristo que, con su in­finito poder e infinito amor, lo ha asumido en su persona y por él muere en la cruz. Desde entonces, cualquier hombre posee un valor y una digni­dad sobre-humana al participar de la misma dignidad de Cristo. Cristo se halla presente en cualquier hombre y por eso cualquier ayuda eficaz que brote de un corazón lleno de caridad fraterna tiene el valor inmenso de mérito de gloria, porque es al mismo Cristo a quien ha consagrado ese gesto de amor. "Lo que hagáis con cualquiera de estos hermanos míos pequeños, conmigo lo hacéis."

¡Qué sublime es la dignidad del hombre! La profundización en esta ense­ñanza de Cristo debería transformar el corazón de todos los cristianos en cuanto a sus relaciones con todos los hombres. El cristiano debe tener ojos sobrenaturales, ojos de fe, para, superando cualquier apariencia hu­mana, poder ver en cualquier ser humano una imagen de Cristo; un her­mano de Cristo, por quien él ha muerto en la cruz; otro Cristo, pues vive ahora en sus hermanos, en sus sufrimientos y sus miserias. Esta visión sobrenatural del hombre motivaría una actitud de aprecio y respeto al hombre y también una conducta de eficaz misericordia para todos los que puedan necesitar nuestra ayuda fraternal. La mejor manera de mos­trar nuestro amor al Señor es amando al prójimo con un amor verdadero y de obras. Y este amor al prójimo el Señor lo pone como el distintivo de todos sus discípulos: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: Si os tenéis amor los unos a los otros." (Jn 13,35)

Y queremos concluir esta parte de la enseñanza de Cristo recomendando un sincero examen de conciencia sobre el desprendimiento que tenemos de los bienes materiales y la generosidad con que practicamos las obras de misericordia. ¿Cuál es, en realidad, la solidaridad que sentimos con los pobres y necesitados? No olvidemos que es siempre solidaridad con el mismo Cristo.

3) El veredicto

El hijo del hombre será totalmente favorable para aquellos que hayan vi­vido practicando las obras de misericordia con un corazón generoso, aunque no cayesen en la cuenta de que Cristo las recibía como hechas a sí mismo. Y el Señor se refiere a "obras", no a meros sentimientos o a palabras de compasión. La exigencia de Cristo es verdadera "obras" de caridad hechas a favor del prójimo. El premio será la salvación, recibir en herencia el Reino de Dios preparado para ellos desde la creación del mundo, conseguir la vida eterna.

El castigo para los que no han practicado las obras de caridad es terrible, es la misma condenación eterna expresada en términos de alejamiento definitivo de Dios y de expulsión a los tormentos del infierno. Omitir las obras de caridad es pecado gravísimo, comparable con cualquier pecado que merezca el infierno. Recordemos la famosa parábola de Cristo sobre el rico y el pobre Lázaro en la que, después de la muerte de ambos, el rico aparece condenado en el infierno en medio de tormentos y el pobre Lázaro es llevado al seno de Abraham, adonde iban los justos. El único pecado del que se hace mención en la parábola, por el que el rico se con­dena, es la dureza de su corazón y su falta absoluta de caridad para con aquel mendigo que yacía a la puerta de su casa; terrible pecado de omi­sión por el que mereció la condenación eterna.

Hay que explicar un hecho que puede parecer extraño al considerar el juicio absoluto o condenatorio de Cristo. Solamente se mencionan las obras de caridad como único motivo determinante de ese juicio.

Sin embargo, conocemos por otros muchos pasajes del evangelio, que el Señor ha enseñado diversas doctrinas cuyo cumplimiento son también condiciones necesarias para la salvación. Exige la verdadera conversión y la total aceptación de su evangelio, la fe en su persona y la adhesión a sus enseñanzas, el amor a Dios, el cumplimiento de los mandamientos, la humildad, la sinceridad, la pureza de corazón, el desprendimiento de los bienes terrenos, el aceptar la cruz de cada día, el abandono en la Pro­videncia de Dios, y hasta la misma actitud de estar dispuestos a dar la vida por él y su evangelio.

Por lo tanto hay que considerar en el conjunto de todo el Evangelio la enseñanza que Cristo nos da al hablarnos del Juicio Final. No hay que entender sus palabras de una manera exclusiva, como si las obras de ca­ridad fueran la única condición para la salvación. Con todo, el hecho de que aquí el Señor haga sólo referencia a las obras de caridad nos está in­dicando la extraordi­na­ria importancia que el Señor da a este precepto del amor al prójimo, manifestado en ayuda eficaz, misericordiosa, a los ne­cesitados; y del cual fácilmente podrían olvidarse los hombres.

Pero lo que sí podemos deducir de las palabras de Cristo es que aquellos paganos que, sin culpa suya, no han llegado al conocimiento del evange­lio pero han llevado una vida honesta y han ejercido muchas obras de ca­ridad por caminos solamente conocidos por el Señor, serán conducidos a la salvación eterna. Esta doctrina es la que nos enseña también el Conci­lio Vaticano II. (Cfr. Lumen Gentium, n. 16; Decreto "Ad gentes", n. 7)

Que esta última enseñanza de Cristo, sobre el Juicio Universal al final de los tiempos, antes de entrar en el camino de su Pasión, se grabe en nues­tros corazones y nos estimule a llevar una vida totalmente consagrada al amor al Señor y al prójimo.



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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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