P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.
7.3. LITURGIA DE LA PALABRA
Continuación
La proclamación del Evangelio
Dios, que habla en la Misa en la proclamación del Antiguo Testamento y de los escritos apostólicos, nos habla de modo especial en el Evangelio de su Hijo. Para subrayar la importancia de esta lectura evangélica, la liturgia pone una serie de símbolos sencillos y significativos. Dice la rúbrica:
Mientras tanto, si se usa incienso, el sacerdote lo pone en el incensario. Después el diácono que ha de proclamar el Evangelio, inclinado ante el sacerdote, pide en voz baja la bendición, diciendo:
Dame la bendición.
El Sacerdote en voz baja dice:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que digna y competentemente anuncies su Evangelio: en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo".
El diácono responde:
Amén.
Si no hay diácono, el sacerdote inclinado ante el altar dice en secreto: Purifica mi corazón y mis labios, Dios omnipotente, para que pueda anunciar dignamente tu Evangelio” (11).La inclinación ante el altar, símbolo de Cristo Glorioso, muestra la humildad del ministro que se siente indigno, incapaz y limitado para proclamar el Evangelio del Señor. Por eso ora o pide la bendición a fin de anunciar digna y competentemente el santo Evangelio. Lo que se espera de Dios es la unción del Espíritu que consiste en sentir con hondura y con sinceridad las cosas de Dios y que comunica a la voz una vibración capaz de conmover el ánimo de los oyentes.
Después el libro del Evangelio puede ser conducido en procesión hasta el ambón, precedido de los ministros que llevan incienso y los ciriales. De nuevo nos hallamos ante una imagen simbólica de Cristo, por ello el Evangeliario a veces está ricamente encuadernado, es incensado y recibe el beso reverente del ministro que proclamó la lectura.
El Evangelio de la Misa se proclama y escucha de pie en señal de reverencia a las enseñanzas de Cristo y de nuestra prontitud para seguirlas. Al leer el título del Evangelio el ministro signa el libro y todos los presentes se signan en la frente, en la boca y en el corazón para indicar que reciben la Palabra de Cristo con la mente,- que la confiesan con la boca y que la guardan en el corazón. Anunciado el título de la lectura evangélica del día los fieles responden: "Gloria a ti, Señor". Esta aclamación sencilla es una confesión de fe en la presencia misteriosa de Jesús Resucitado en el anuncio del Evangelio. Y el beso que da el ministro al Evangeliario al terminar la lectura, es signo de reverencia y amor a Cristo el Redentor, que quita el pecado del mundo.
La Homilía.
La homilía, exposición sencilla y familiar, es recomendada por el Concilio Vaticano II:
“Se recomienda encarecidamente como parte de la misma liturgia la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las misas con asistencia del pueblo nunca se omita, si no es por causa grave” (SC. 52).El que sea la homilía una exposición familiar y sencilla sobre los misterios de la fe y sobre las normas de la vida cristiana, no quiere decir en modo alguno que no exija una seria preparación. El que ha de predicar la homilía debe estudiar el tema bíblico principal de las lecturas, con él ha de iluminar la vida cotidiana de los oyentes, y ha de colocarlos en tal punto de vista para que ellos puedan contemplar en el misterio litúrgico la presencia salvadora de Dios proclamada en las lecturas sagradas (SC. 35,2). “La homilía la hará ordinariamente el mismo sacerdote celebrante" (Orden. General 42), el cual no debería alargarse más de diez minutos en ella, pues de lo contrario la Misa vendría a convertirse en una liturgia de la Palabra un tanto aburrida para el pueblo.
Si por las lecturas bíblicas Dios habla al pueblo, por la homilía la Iglesia, Madre y Maestra, a través de un ministro, explica a los fieles su sentido auténtico, pues ella “recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios” (C. Vaticano II, DV. 12). Así, pues, la fidelidad a Cristo y al Pueblo de Dios exige de los sacerdotes y de los diáconos, exponer a los fieles en la homilía de la Misa no las propias opiniones sino la doctrina católica.
Símbolo o Profesión de la fe
Al mensaje de Dios, explicado por la Iglesia, responde la fe de los corazones católicos expresada en la recitación o en el canto del “Creo en Dios Padre…”. Esta oración recibe el nombre de Símbolo de la fe, porque viene a ser un signo por el que puede ser reconocido el que profesa la fe católica, y también es llamada Profesión de la fe, porque es una formulación del contenido de la fe católica, en proposiciones breves.
El Símbolo lo dice el sacerdote juntamente con el pueblo. A las palabras”: Y se encarnó por obra del Espíritu Santo”, todos se inclinan; pero en las solemnidades de la Anunciación y de la Natividad del Señor, se arrodillan (Cfr. Ordenación General, 98).
Oración de los fieles
La iluminación propia de la liturgia de la Palabra lleva necesariamente a la oración de súplica, pues la fe católica comunica a los corazones de los fieles la experiencia existencial de la absoluta gratuidad de la salvación religiosa. Sin la gracia de Dios no hay salvación posible, sin el don de Cristo no hay luz de la fe, sin la unción del Espíritu Santo no puede darse vida cristiana en la existencia cotidiana de los católicos.
Por la oración universal se simboliza esta creencia y por eso en ella “el pueblo sacerdotal, unido al Sumo Sacerdote, representado por el celebrante, ruega por todos los hombres:
“Toca al sacerdote celebrante dirigir esta oración, invitar a los fieles a orar, con una breve monición, y terminarla con la oración conclusiva. Conviene que sea un diácono, un cantor u otro el que lea las intenciones. La asamblea entera expresa su súplica, o con una invocación común, que se pronuncia después de cada intención, o con la oración en silencio” (Ordenación General, 47).
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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.
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