211. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La venida del Hijo del hombre


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


SERMÓN ESCATOLÓGICO - INTRODUCCIÓN

211.- LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE

TEXTOS

Mateo 24, 30-41

Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces harán duelo todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Y enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro.

De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, caéis en la cuenta de que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, caed en la cuenta de que él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre.

Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, to­maban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el cam­po: uno será llevado y otro dejado; dos mujeres estarán moliendo: una será llevada y otra dejada."

Marcos 13, 26-32

"Y entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: Cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, caéis en la cuenta de que el verano está cerca. Así tam­bién vosotros, cuando veáis que sucede esto, caed en la cuenta de que él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre."

Lucas 21, 27-33

"Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levan­tad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación."

Les añadió una parábola: "Mirad la higuera y todos los árboles.

Cuando ya echan brotes, al verlos, caéis en la cuenta de que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, caed en la cuenta de que el Reino de Dios está cerca.

Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán."

Lucas 17,22-37

Dijo a sus discípulos: "Tiempo vendrá en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no le veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá'. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como el relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser repro­bado por esta generación.

Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.

Aquel Día, el que esté sobre terrado y tenga enseres en la casa, que no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, que no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será llevado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será llevada y la otra dejada." Y le di­jeron: "¿Dónde, Señor?" El les respondió: "Donde esté el cuerpo, allí se congregarán los buitres."


INTRODUCCIÓN

A los textos clásicos del Sermón Escatológico, donde Cristo anuncia su venida triunfal al final de los tiempos, hemos añadido otro texto de Lucas. El contenido de este texto de Lucas es casi igual al que encontra­mos en los textos del Sermón Escatológico; las circunstancias en que el Señor pronuncia ambos discursos son distintas pero la enseñanza es la misma. Es muy probable que el Señor en estas dos oportunidades habla­se a sus discípulos sobre su segunda venida gloriosa.

El Señor había revelado a sus discípulos el devenir histórico de la huma­nidad a través de los siglos. Y, muy particularmente, había profetizado la destrucción de Jerusalén, que constituía un símbolo de la gran tribula­ción al final de los tiempos. Finalmente el Señor quiere descubrir a sus discípulos el misterio de su segunda venida, en gloria y poder, que daría fin a la existencia de este mundo y sería el comienzo del Reino de Dios en la eternidad.

Los apóstoles añoraban por la instauración definitiva del Reino de Dios, de que Cristo tanto les había predicado. Estaban muy confundidos, pues habían escuchado de labios del mismo Jesús hablar de su Pasión y de su Muerte. El Señor les confirma en estos pasajes su futura gloria y triunfo, su segunda venida en majestad de poder, para consumar la obra que le ha encargado su Padre: El Reino Mesiánico. Los apóstoles querían ver cuanto antes ese día. El Señor vuelve a repetirles que antes de llegar a su gloria tiene que pasar por la humillación y el sufrimiento de su Pasión. Y que entre su resurrección y su segunda venida pasará mucho tiempo, como les había explicado en la primera parte del Sermón Escatológico. (Cfr. Medit.208).

El Señor, a continuación, describe su "Parusía", o segunda venida a la tierra al final de los tiempos. El Señor se mostrará ante todos los hom­bres en la majestad de su poder y de su gloria. San Mateo añade que. "aparecerá en el cielo una señal del Hijo del hombre".

Es frecuente la opinión de muchos comentaristas del evangelio, que ésa señal no será otra cosa que la cruz, por la que Cristo conquistó su gloria de Redentor de toda la humanidad. Se nos dice también que vendrá "so­bre las nubes del cielo".

Todas estas expresiones, a excepción del detalle de la cruz, las encontra­mos en la profecía de Daniel sobre el Hijo del hombre:

"Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del hombre. Se dirigió hacia el Anciano (Dios), y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor, y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino nunca será destruido."

Profecía que el Señor también se aplicará a si mismo, cuando sea juzga­do por el Sanedrín, antes de su Pasión.

Al aplicarse el Señor esta profecía de Daniel, manifiesta que él es ese Hijo del hombre y que viene con la plenitud del poder y autoridad divina a juzgar a todos los pueblos y naciones del mundo.

La imagen de la trompeta sonora está tomada del uso o costumbres de aquella época de convocar por medio de este instrumento al pueblo ente­ro, bien fuese para reunirlos en asambleas de importancia, bien fuese para que saliesen a recibir al rey o a algún general victorioso. Ya en el Antiguo Testamento Isaías nos había dicho que Yahveh hará tocar la trompeta para reunir a los judíos dispersos por tierras de Asiria y Egipto. (Cfr. Is27, 13) No se trata de interpretar la trompeta en su sentido real, sino como una metáfora que nos habla del poder de Dios que convoca a su pueblo disperso en otras naciones. En las palabras de Cristo el toque sonoro de la trompeta significa también su gran poder para convocar a todos los hombres de la tierra, que tendrán que comparecer ante su pre­sencia. Y se nos habla especialmente de "los elegidos" para significar la providencia especial del Señor con todos aquellos que se han de salvar y entrar en su Reino.

El Señor nos enseña también que su venida será repentina y la compara "con un relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo." Los ejemplos que trae el Señor tomados de la Historia Sagrada, lo que sucedió en tiempos de Noé y en tiempos de Lot, no son sino ejemplos que quieren dar a entender que su venida cogerá desprevenida a la mayo­ría de los hombres. Pero hay mucho de tragedia en estos ejemplos. Por estar desprevenidos, muchos serán los que perecerán. Noé y Lot habían anunciado a los hombres el castigo que les amenazaba, si no se conver­tían. No hicieron caso al llamado a la conversión, y en el momento más inesperado llegó el diluvio y la destrucción de Sodoma y Gomorra. Igual pasará en el momento de la segunda venida de Cristo: Muchos no habrán aceptado el llamado que el Señor continuamente hace a la conversión; para ellos la venida de Cristo será el momento en que reciban el juicio condenatorio. Los que se encuentren preparados para recibir al Señor se­rán "tomados" para recibir el premio de la salvación; los otros serán "de­jados" para recibir el castigo.

Hay una frase un tanto enigmática en las palabras del Señor: "Donde esté él cuerpo allí estarán los buitres."

Muchos autores consideran que se trata de un proverbio. Aquí se aplica­ría el proverbio a los pecadores. De la misma manera que un cadáver de­jado sobre la tierra no escapa a la vista y olfato de los buitres y hacen de él su víctima, así también cualquier pecador, muerto a la vida de gracia, no escapará al juicio de Dios, al poder de Cristo, Juez universal de todos los hombres.

La comparación de la higuera que añade Cristo es para decir a sus discí­pulos y en ellos a todos nosotros, que cuando se cumplan todas las seña­les que ha anunciado como precursoras del fin del mundo y de su segun­da venida, entonces sucederá todo lo que les ha predicado. Pero añade que "de aquel Día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre." Hay que admitir que Cristo, por la ciencia divi­na que, poseía, conocía ese "Día" y esa "hora", pero conocía que no era la voluntad de su Padre que los revelase a los hombres, y en este sentido podía decir que le ignoraba.

Finalmente el Señor pronuncia unas palabras solemnes: "Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán."

Es evidente que la palabra "generación" no puede significar la genera­ción de los que vivían en aquel entonces. El Señor ha hablado con toda claridad de que el fin del mundo y su segunda venida tardarán mucho en llegar y que antes el Evangelio ha de ser predicado a todos los pueblos de la tierra (Cfr. Medit.208).

Algunos autores han querido interpretar estas palabras del Señor como referidas a la destrucción de Jerusalén, supuesta esa yuxtaposición de los dos acontecimientos profetizados por el Señor, la destrucción de Jerusa­lén y la tribulación de los últimos tiempos, tal como ya hemos explicado. En tal interpretación sí se referiría el Señor a la generación de sus coetá­neos. Pero no parece probable, pues inmediatamente después de estas palabras, el Señor se refiere a aquel "Día" y "hora", que sólo pueden sig­nificar el fin del mundo y su segunda venida. Por eso otros autores creen que "esta generación" no se refiere a alguna generación concreta y me­nos contemporánea, sino que habría que tomar la palabra "generación" por "mundo", y el sentido sería: "No pasará este mundo hasta que todo esto suceda."


MEDITACIÓN

El Señor revela a sus discípulos el misterio glorioso de su segunda veni­da en la majestad de su poder y de su triunfo, para consolarlos y hacer que crezcan en ellos la fe y la esperanza inquebrantable en él. Ellos ten­drái4 que pasar por las horas de las tinieblas de la Pasión y Muerte de su Maestro, pero, cuando reciban el Espíritu Santo, recordarán todas estas palabras del Señor, comprenderán su triunfo y su gloria, y sentirán el in­menso consuelo de saber con certeza que vendrá a recogerlos para que estén ya siempre con él en el Reino de su Padre. Esta fe y esta esperanza serán lo que les mueva a consagrar toda su vida a manifestar a Cristo y a predicar su mensaje de salvación a todos los pueblos. Ya no se borrará de su memoria la descripción que el mismo Señor ha hecho de su venida gloriosa v del llamado eme hará a todos los "elegidos".

Si algo necesita el hombre de hoy día es esperanza y alegría profunda. La mayoría de los hombres viven como si no esperasen nada en el más allá y su existencia se desarrolla en medio de angustias. La angustia, el nihilismo, toda clase de pesimismo es lo que más abunda en la filosofía y literatura de nuestros días.

El verdadero cristiano es el que vive de la esperanza transcendental de un más allá, esperanza fundada en Jesucristo, Hijo de Dios, Redentor nuestro, que nos asegura el compartir con él el triunfo y la gloria de su Reinado. San Pablo llama a los no cristianos: "los que carecen de espe­ranza, lejos de Cristo y sin Dios." (1 Tes. 4,13) En cambio, el cristiano es el que vive "esperando la bienaventurada esperanza y la aparición de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo."(Tit 2,13).

El cristiano debe vivir manteniendo continuamente y renovando incesan­temente la fe en el triunfo definitivo de Cristo, y con la esperanza cierta de que ese triunfo será compartido por todos los que creen y esperan en él. La escena que Cristo nos describe, en el pasaje que estamos meditan­do, de su venida gloriosa a la tierra al final de los tiempos y llamando a todos los elegidos, no se debe borrar de nuestra mente.

Viviendo de esa esperanza el cristiano sentirá la alegría de que va cami­nando hacia la patria verdadera: "Para nosotros, nuestra patria está en el cielo, de donde vendrá el Salvador al que tanto esperamos, Cristo Jesús, el Señor. El cambiará nuestro cuerpo miserable y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su gloria." (Filp. 3,20-21)

Por medio de esta esperanza fomentará en sí mismo una actitud de des­pego de los placeres, de las codicias, de los bienes efímeros de esta tie­rra, que le puedan apartar del Señor. Esta actitud llevará al cristiano a buscar las cosas de arriba, no las de abajo: "Hermanos: ya que habéis re­sucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también voso­tros apareceréis, juntamente con él, en la gloria" (Colosenses. 3,1-4)

Y esta misma esperanza será la que nos dé una gran fortaleza y paciencia para sufrir cualquier tribulación que venga sobre nosotros y mantenernos firmes en la lucha cristiana. Nos hace, además, ser conscientes de que cualquier sufrimiento ofrecido al Señor es una gran obra meritoria y es una colaboración a su obra redentora.

La unión con Cristo en el sufrimiento es una garantía de nuestra partici­pación en su gloria.

"Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros". (Rom 8, 18)

Y la esperanza será motivo de alegría profunda en lo más íntimo del co­razón: "Alegraos en la medida que participéis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria." (1 Ped.4, 13)

Evidentemente que la Parusía de Cristo, su segunda venida en gloria y poder, tiene también su aspecto doloroso para todos aquellos que lo han rechazado y han seguido obstinadamente el camino del pecado; para los que han vivido "lejos de Cristo y sin Dios", como nos decía San Pablo. Cristo se presenta también como Juez universal de todos los pueblos y razas, de todos los hombres. Pero este aspecto de la venida de Cristo como manifestación de la infinita justicia de Dios lo consideraremos en la meditación precedente.

En esta meditación hemos querido resaltar todo el mensaje de alegría y esperanza que nos transmite el Señor al revelarnos el misterio de su triunfo definitivo, al final de los tiempos, y el llamado que hará a todos sus escogidos. Sólo depende de nosotros estar dentro de esos "escogidos" del Señor. El llama a todos, el quiere que todos se salven, y por todos ofreció su vida en la cruz. Se trata de que aceptemos el llamado del Se­ñor y recibamos todas sus gracias de redención. Confianza inmensa en la bondad y amor del Señor que, por poco que nosotros correspondamos a su gracia, no permitirá que nos alejemos de él. Un día será realidad todo lo que el Señor nos ha anunciado en su mensaje escatológico.


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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.






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