P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
X. MEDITACIÓNES SOBRE LA ÚLTIMA CENA
219. LOS AMÓ HASTA EL
EXTREMO
TEXTO
Juan 13, 1
Antes de la fiesta
de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo
al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en este mundo, los amó hasta
el extremo.
INTRODUCCIÓN
El Evangelista San
Juan es quien nos pone esta introducción a todo el misterio de la Ultima Cena
y de la Pasión y Muerte de Cristo. Antes de comenzar la narración de la Ultima
Cena, Juan quiere profundizar en lo más hondo que hay en el corazón de Cristo,
su amor extremo a los hombres. Sólo contemplando el amor de Cristo podremos
llegar a comprender los profundos misterios que se nos narran a continuación.
MEDITACIÓN
1. "Había llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre"
Una vez más se nos
habla con toda claridad de la conciencia clara que tenía Jesús de que había
llegado la hora de instituir la Nueva Alianza, definitiva, entre Dios y los
hombres mediante la entrega de su vida en la cruz.
Y esta hora la
llama "la hora de pasar de este mundo al Padre." A lo largo de todo
el Evangelio, el Señor ha manifestado repetidas veces su amor y unión con el
Padre.
Jesús ha vivido
siempre en plenitud de amor al Padre su triple realidad: "He salido y vengo
de Dios" (Jn 8, 42; Jn 16, 48)
"Mi alimento
es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra." (Jn 4,
34)
"Por eso me
ama mi Padre, porque doy mi vida (por las ovejas)" (Jn 10,17)
"Me voy al
que me ha enviado" (Jn 7, 33)
"Ahora dejo
el mundo y voy al Padre." (Jn 16, 28)
Jesús vive
conscientemente su origen divino; acepta libremente la misión que su Padre le
ha confiado de llevar a cabo la redención de los hombres; y tiene la esperanza
cierta de volver a su Padre. Ahora ha llegado la hora de consumar su obra
redentora y de volver al Padre. Lo definitivo es volver al Padre de donde ha
salido, al Padre que siempre le ha amado y nunca le ha dejado solo, al Padre
con el que es una misma cosa. (Cfr. Jn 17,24; 2,28; 5,20; 8,29; 10,30)
Y este mismo es el
sentido de la vida de cada cristiano. Todos venimos de Dios y vamos de vuelta
hacia él; mientras vivimos en esta tierra debemos esforzamos por cumplir
siempre la voluntad de Dios, voluntad salvífica para mí y todos los hombres.
Para nosotros también lo único definitivo será el paso de este mundo al Padre.
Maravillosa descripción de lo que es la muerte del cristiano: pasar de este
mundo al Padre.
Pero consideremos
la manera como Cristo da ese paso definitivo al Padre: Entregando su vida por los
hombres, haciendo de su vida y muerte ofrecida al Padre el acto supremo de
redención de los hombres.
Unamos nuestra
vida y nuestra muerte a la oblación de Cristo y que así podamos dar el paso al
Padre en plenitud de amor a Dios y a los hermanos.
2. "Los amó hasta el extremo."
Se nos dice que
habiendo amado a los "suyos" los amó hasta el extremo. Los
"suyos" no hay que entender que son exclusivamente de los apóstoles,
sino todos los hombres, sin excepción alguna, pues por todos va a ofrecer el Sacrificio
de la Cruz.
"Hasta el
extremo" no sólo significa hasta el final de su vida, sin desfallecer
nunca en ese amor, sino que nos quiere indicar una gradación sublime en la
intensidad de ese amor, manifestada en las mayores pruebas del sacrificio.
Pidamos con San
Pablo llegar a conocer la profundidad, la altura, la anchura, la longitud del
amor de Cristo. Es lo que San Pablo pedía en su oración al Padre por la
comunidad de Éfeso. (Cfr. Efes. 3,18-19)
Por
"profundidad" hay que entender la capacidad inmensa de sacrificio que
nos manifestó el amor de Cristo. Un amor es tanto más profundo cuánto está más
dispuesto a sacrificarse.
Jesús, desde su
nacimiento en el Portal de Belén, vivió en continuas renuncias y sacrificios
por los hombres, hasta llegar al sacrificio cruentísimo en su cruz; sacrificó
riquezas y todo lo que fuese una vida de comodidades; sacrificó su fama, sus
propios derechos; sacrificó su autoridad y poder, viviendo siempre en actitud
de servicio; y llegó a sacrificar su propia vida en medio de los tormentos más
terribles en su alma y en su cuerpo; hasta sacrificó el consuelo de su Padre
en la cruz.
San Pablo,
sintiendo vivencialmente este amor de Cristo por él, exclamaba: "Estoy
crucificado con Cristo, y ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí. Y aunque
al presente vivo en la carne, sin embargo vivo en la fe del Hijo de Dios que me
amó y se entregó por mí." (Gal 2,19-20). Hagamos nuestros los sentimientos
de Pablo.
Por
"altura" en el amor hay que entender la plenitud de bendiciones y
dones que otorga Jesucristo a los hombres, con total desinterés y buscando solamente
engrandecer su dignidad, colmarles de toda clase de bienes y llenarles el
corazón de una alegría y paz que nadie podrá arrebatarles.
Infinitos son los
bienes que el Señor regala al hombre con su sacrificio en la cruz: La
reconciliación con Dios, la filiación divina, la vida eterna. Nos promete
además su continua presencia y ayuda, su amistad íntima, el escuchar siempre
nuestras oraciones. Y nos entrega su mismo Cuerpo y Sangre en el misterio de la
Eucaristía. Nos regala también su Iglesia y los Sacramentos, fuentes de nuestra
salvación. Y nos da a su Madre, como Madre nuestra.
Ante la altura
infinita de este amor de Cristo y siendo consciente de todos los beneficios que
había recibido del Señor, San Ignacio exclama:
"Tomad,
Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed de ello según vuestra voluntad; dadme vuestro amor y
gracia que ésta me basta." (Ejercicios, n. 234)
Esta es la única
respuesta fiel de aquel que haya sentido la generosidad infinita del amor de
Cristo.
Por
"longitud" en el amor debe entenderse la fidelidad, la constancia, la
perseverancia en el amor; no se trata de un amor voluble, sino de un amor que
persevera aun en medio de las mayores contradicciones. La perseverancia en el
amor de Cristo es infinita. Por más veces que el hombre le vuelva las espaldas,
le abandone, le traicione, siempre está dispuesto a perdonar todo, e invita al
pecador de nuevo a su amistad íntima y le vuelve a llenar de todos sus
beneficios. Y de tal manera vive tan constantemente en ese amor a los hombres,
que ha querido renovar continuamente en el misterio eucarístico la oblación de
su Cuerpo y Sangre que hizo al morir en la cruz.
San Juan en su
primera carta exhorta a los cristianos a que se aparten de los pecados, pero
quiere que mantengan siempre una ilimitada confianza del amor misericordioso del
Señor:
"Hijos míos,
os escribo esto para que no pequéis. Pero alguno peca, tenemos a uno que
abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por
nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero."
(1 Jn 2,1-2). Nunca jamás debemos dudar de la infinita misericordia del Señor.
Finalmente,
"anchura" en el amor nos habla del amor de Cristo que se extiende a
todos los hombres, sin marginar a ninguno. Es la infinitud del amor de Cristo
lo que le capacita para poder abarcar en su amor a todos los hombres, a cada
uno en particular. A todos alcanza su infinito amor redentor. Y este amor de
Cristo, universal a todos los hombres redimidos con su sangre, es lo que debe
motivar también nuestro amor al prójimo, cualquiera sea este prójimo. Es un
hijo de Dios, es un redimido por Cristo, lleva en su alma el sello del amor de
Cristo, que le amó y se entregó a la muerte por él.
"Queridos, si
Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros."
(1 Jn 4,11)
Que esta
meditación nos ayude a tener la experiencia vivencial y lo más profundo
posible del amor que Cristo nos tiene. Que nos amó "hasta el extremo".
Sólo teniendo esta experiencia de ser amados por Cristo, podremos corresponder
a ese amor y conseguir la salvación eterna.
...
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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