Textos claves del Nuevo Testamento - 24. "¡al ser él mismo salvador!"


 

P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Antes de su conversión Pablo era un fervoroso creyente en la justicia de la ley: “Fui circuncidado a los ocho días de nacer, soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados, fariseo en cuanto se refiere al modo de entender la ley, perseguidor de la Iglesia; hasta podría presumir de celo por la ley, de irreprochable en cuanto a su cumplimiento se refiere” (Flp 3,5-6).

La “justicia” que salva no deriva de la ley, ni de las obras: “Sabemos, sin embargo, que Dios salva al hombre, no por el cumplimiento de la ley, sino por medio y a través de la fe en Jesucristo ” (Gal 2,16). La justicia que nos hace justos es de Dios, desciende del cielo y se hace nuestra sin dejar de ser del cielo: “La fuerza salvadora de Dios se manifiesta en el que cree a través de una fe siempre creciente, y como dice la Escritura, quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá” (Rm 1,17). Jesucristo fue el justo y el santo por excelencia: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo” (Hch 3,14); “Yo he manifestado tu gloria aquí en el mundo, cumpliendo la obra encomendada” (Jn 17,4).

Y la fuerza de Dios al resucitar a Jesús proclamó que todo se había cumplido.

Y sólo en Jesucristo nosotros podemos presentarnos ante Dios de forma correcta, “justificados”, como hijos de Dios: “Considerad qué amor tan grande nos ha demostrado el Padre. Somos Llamados hijos de Dios, y así es en verdad” (1 Jn 3,1). Esa vinculación salvadora con Jesucristo se realiza en la fe: “Pero es ahora, en este momento, cuando se manifiesta su fuerza salvadora, al ser él mismo salvador, y salvar a todo el que cree en Jesús” (Rm 3,26); "Con una salvación que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a través de la fe. De esta manera conoceré a Cristo y experimentaré el poder de su resurrección y compartiré sus padecimientos y moriré su muerte, para alcanzar así la resurrección triunfal de entre los muertos” (Flp 3,9-11).



Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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