P. Ignacio Garro, jesuita †
Continuación
8. LA VIDA ETERNA - LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS Y LA VIDA ETERNA
8.1. LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS
8.1.1. EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN
El articulo del Credo: "... espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro", nos enseña que al fin del mundo los hombres resucitarán, esto es, que el alma de cada hombre volverá a juntarse con el cuerpo que tuvo en la tierra, para no separarse ya de él. Enseña también la existencia de una vida futura distinta a la presente.
Se trata de una resurrección de la carne, porque son los cuerpos los que vuelven a la vida, ya que el alma ni ha muerto, ni puede morir.
Es posible que se junten los átomos dispersos de los cuerpos por la virtud omnipotente de Dios. Dios, en efecto, no tendrá más dificultad en reunirlos, que la que tuvo en sacarlos de la nada
Que los muertos resucitarán es una verdad de fe, no alcanzable con el sólo esfuerzo racional. Consta:
- Por el testimonio de la Escritura. Así, dice San Juan: "Todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios, y resucitarán, los que obraron el bien para la vida eterna; y los que obraron el mal para ser condenados" (5, 28, 29).
- Por la enseñanza de la Iglesia en los Concilios y en los Símbolos (cfr. Dz. 1 ss, 40, 287, 464, 531,etc.).
Dios ha dispuesto la resurrección de la carne para que el cuerpo participe del premio o castigo del alma, como participante que fue de su virtud o de sus pecados.
8.1.2 MODO DE LA RESURRECCIÓN
No todos los hombres resucitarán en el mismo estado, pues mientras los cuerpos de los condenados aparecerán llenos de ignominia, los de los justos, a semejanza de Cristo resucitado, tendrán las dotes de los cuerpos gloriosos.
- "Todos resucitaremos, mas no todos seremos mudados", esto es, glorificados (1 Cor. 15, 51).
- "Cristo transformará nuestro cuerpo abatido para hacerlo conforme al suyo glorioso" (Fil. 3, 21).
Las dotes de los cuerpos gloriosos son cuatro:
a) La impasibilidad, que consiste en que el cuerpo no estará sujeto al sufrimiento ni a la muerte.
b) La agilidad, que consiste en que podrá trasladarse en un momento a lugares muy remotos.
c) La claridad, que consiste en que estará vestido de incomparable gloria y hermosura.
d) Y la sutileza, que consiste en que podrá penetrar otros cuerpos, como Cristo penetró en el cenáculo después de la Resurrección.
La consideración de este dogma debe movernos a mortificar nuestro cuerpo y apartarlo de la sensualidad, para que un día ostente las señales de los cuerpos glorificados.
8.2 FE Y ESPERANZA EN LA VIDA ETERNA
"La catequesis no puede seguir siendo una enumeración de opiniones, sino que debe volver a ser una certeza sobre la fe cristiana con sus propios contenidos, que sobrepasan con mucho a la opinión reinante. Por el contrario, en tantas catequesis modernas la idea de vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte apenas se toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. Perdido para muchos cristianos el sentido escatológico, la muerte ha quedado arrinconada por el silencio, por el miedo o por el intento de trivializarla. Durante siglos la Iglesia nos ha enseñado a rogar para que la muerte no nos sorprenda de improviso, que nos de tiempo para prepararnos, ahora, por el contrario, es el morir de improviso lo que es considerado como gracia. Pero el no aceptar y el no respetar a la muerte significa no aceptar ni respetar tampoco la vida. (Card. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC. 1985, p. 160), (cfr. Puebla, nn. 166, ss., 347, 349, 371, 378-384).
El último artículo del Credo: "Creo en la vida del mundo futuro ", nos enseña que después de la muerte hay otra vida, eternamente feliz para los que murieron en gracia de Dios, o eternamente desgraciada para los que murieron en pecado mortal.
Dios se llama Remunerador precisamente en cuanto remunera a los buenos con la gloria eterna, y a los malos con el eterno suplicio.
Las verdades que miran a nuestra suerte postrera, y que por eso se llaman postrimerías, son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria, Llámanse también novísimos, palabra que significa "los últimos sucesos".
El Purgatorio no figura entre las postrimerías porque no es para las almas un lugar definitivo, como el cielo o el infierno. El Limbo tampoco figura entre ellas, porque es tan sólo una forma particular del infierno (hay pena de daño pero no de sentido, cfr. Dz. 493 a).
8.2.1. LA MUERTE NO ES EL FIN
Sobre la muerte sabemos con certeza algunas cosas; otras en cambio, las ignoramos por completo.
1°. Es cierto: a) que todos moriremos; b) que la muerte es castigo del pecado; c) que fijará nuestro destino por toda la eternidad.
"Por un solo hombre (Adán) entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte" (Rom. 5, 12). "Donde caiga el árbol, al sur o al nortea allí quedará" (Ecle. 11, 3).
2°. Es incierto: el lugar, tiempo y modo de nuestra muerte, y la suerte que nos espera. Dios ha querido ocultarnos estas cosas para que en todo momento lo respetemos y temamos como dueño de nuestra vida, y siempre estemos preparados a comparecer ante El.
El Señor nos dice en la Escritura que la muerte llegará como un ladrón, esto es, cogiéndonos desprevenidos. Y la experiencia prueba que con muchísima frecuencia acontece así (Lc. 12, 39 y 40).
Dios lo quiere así para que estemos siempre en su gracia y servicio. Si supiéramos el día de nuestra muerte, dejaríamos tal vez de servir y temer a Dios durante nuestra vida, en la confianza de tener a última hora tiempo seguro para arrepentirnos.
8.2.2. NECESIDAD DE OBRAR CON RECTITUD
La muerte da importantes lecciones de prudencia, que hemos de saber aprovechar.
La primera nos la da el Salvador cuando nos dice: "Estad preparados, porque no sabéis el día ni la hora" (Mt. 25, 13).
La segunda es desprendernos de lo terreno, pues sólo lo eterno perdura.
La tercera nos la da San Pablo cuando dice: "Mientras tengamos tiempo, obremos el bien" (Gal. 6, 10). En efecto el tiempo de expiar nuestros pecados y de obtener méritos para el cielo termina con la muerte.
Nos enseña también la Sagrada Escritura que "La muerte del justo es preciosa a los ojos del Señor" (Ps. 115, 15); pero que "la muerte de los pecadores es pésima" (Ps. 33, 22). En consecuencia que conforme es nuestra vida, será nuestra muerte.
Son terribles las palabras con que Dios amenaza a los impios en el libro de los Proverbios: "os estuve llamando y no me respondisteis; menospreciasteis todos mis consejos y ningún caso hicisteis de mis reprensiones; yo también miraré con risa vuestra perdición, y me mofaré de vosotros cuando os sobrevenga lo que temíais, cuando la muerte se os arroje encima como un torbellino" (1, 24 ss.).
8.2.3. EL JUICIO PARTICULAR
El juicio particular, que se realiza inmediatamente después de la muerte de cada hombre, consiste en que Jesucristo, en cuanto Dios y en cuanto hombre, juzga a aquella alma sobre el grado de caridad: si murió o no en el Amor de Dios, y en qué grado. En seguida dictará sentencia de salvación o condenación eterna.
La justicia del supremo juez será: a) estricta: "Descubrirá lo más secreto de los corazones" (I Cor. 4, 5); b) inapelable, pues es tan sólo poner de manifiesto aquello que el hombre libremente determinó cuando podía hacerlo.
Dios juzgará nuestros pensamientos, deseos, palabras, obras y omisiones. "Daremos cuenta hasta de una palabra ociosa- (Mt. 12, 36) dice la Escritura.,
La norma según la cual nos juzgará el Señor no son los falsos principios del mundo, ni el dictamen de nuestras pasiones; sino las máximas de su Evangelio y las enseñanzas de su Iglesia. En definitiva, del grado de gracia -unión con Dios- que el alma posee en su último instante.
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