P. Adolfo Franco, jesuita
Lectura del santo evangelio según san Marcos (8, 27-35)
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
Palabra del Señor.
Podría preguntarnos alguien ¿qué sabes tú personalmente de Jesús de Nazareth?
Jesucristo, en el centro de su actividad apostólica, hace la pregunta fundamental a sus apóstoles: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Y después de que ellos le dan las diversas respuestas que corren entre el pueblo a esta pregunta, Jesús les hace la pregunta directamente a ellos mismos: "¿Y ustedes quién dicen que soy yo?".
Hoy deberíamos también responder a Jesús sobre lo que la gente dice de El, y también atrevernos a darle nuestra propia respuesta. Algunos, ante esta pregunta empezarían a decir: Jesús es una persona que nació aproximadamente en el siglo primero, y en una pequeña ciudad de una provincia del Imperio Romano, llamada Belén. Fue un hombre que vivió según parece algo más de 30 años, y que era la unión substancial del Hijo de Dios con un hombre mortal. Y Jesús interrumpiría al erudito para decirle: disculpa que hoy no estoy para lecciones de historia, ni de teología. ¿Soy algo más que una página de la historia o una definición hecha por intelectuales? ¿qué dices que soy?
Hay personas, cristianos que lo que dicen de El es casi nada, porque no lo conocen y no les interesa. Hay cristianos para los que Jesús es prácticamente nada. No sólo es casi nada lo que pueden decir de El porque no saben, sino que el espacio le dan en su vida es nulo.
Otros sí le dan un poco de espacio en sus vidas; pero sólo un poco de espacio y en muy contadas ocasiones: le dan un espacio cuando sienten temor, frente a una enfermedad, o cuando emprenden un viaje y tienen miedo al avión; o cuando les viene un asunto complicado que escapa de sus manos. Es verdad, le dan un poco de tiempo, pero sólo el suficiente hasta que pasa la emergencia; dirían de Jesús que es “un botiquín de primeros auxilios”. Otros le dan un poco de tiempo cuando se casan y se acercan a la Iglesia, después de mucho tiempo; o cuando quieren tener una ceremonia religiosa por la pérdida de un ser querido, o cuando necesitan que Dios les bendiga el negocio, y no para que Dios esté presente en el negocio (sería incómodo que El viera las cosas que se hacen en ese negocio) sino sólo para que les dé “buena suerte”, y después, que se vaya; casi se podría decir que para estos Jesús es el adorno espiritual (un florero) que necesitan en los momentos solemnes de sus vidas.
Pero hay cristianos que responden de otra manera a esa pregunta ¿qué dicen estos cristianos de Jesús? Que es incómodo, que está desadaptado, que no se ha puesto al día. Que sus preceptos y su rigor ante la moral del matrimonio, de la sexualidad, y de otras muchas cosas, corresponden a tiempos antiguos. Le dirían a Jesús: Jesús te has hecho viejo, y ya muchos no te siguen, pues hay que estar de acuerdo con los tiempos. Señor, tendrías que hacerte más flexible, para estar a la altura de estas circunstancias. Si no, la gente se te seguirá yendo, y cada vez tendrás menos amigos, porque te empeñas en ser incómodo.
Otros cristianos le dirían que es parte importante de sus vidas. Recordarían todo lo que en su vida ha sucedido por estar con El: qué orgullo sienten de ser cristianos, cómo les marcó la vida la familia cristiana que Jesús les dio, y el colegio cristiano al que pudieron asistir. Le agradecerían al Señor tantas cosas de su existencia: cómo en momentos de tristeza El estuvo presente y les dio su apoyo, en especiales momentos de dolor han podido llorar sobre su hombro. Le dirían al Señor que han procurado estar cerca de El sin separarse; y cuando han caído el Señor, les ha tenido paciencia y los ha levantado. Pero le dirían al Señor que no se puede pedir más. Que El, Dios, esté en su sitio sin invadir, y ellos, en el suyo: una comunicación suficiente entre ambos espacios, pero sin confundir los espacios.
Y el Señor a éstos y a todos nos preguntaría ¿y nada más? ¿Tú no quieres la invasión total? ¿Tú no me dices que soy TU TODO? Me abres las puertas de tu casa, pero sólo me dejas entrar en la sala. Soy para ti un Huésped, casi amigo, me recibes bien, pero sólo a ratos; como Huésped no quieres que mi visita sea continua. Y en muchos momentos quieres estar a solas, sin mi compañía; sientes que si mi compañía fuera demasiado continua te incomodaría. Hay pocos que ante mi pregunta responden llanamente que soy Su Dios, Su Amigo, Su Todo.
¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? ¿Quién dices tú que soy Yo? ¿Qué responde tu vida? ¿Te soy absolutamente necesario, como el aire, como la vida, te soy tan necesario como tu propio yo? Sin tu yo, serías una persona despersonalizada (valga la redundancia); y sin Mi ¿te sentirías igualmente despersonalizado?
¡Cuántas respuestas a la pregunta esencial que Cristo hace a sus apóstoles, y que nos hace a nosotros! ¡Qué pocas respuestas satisfactorias!
Escuchar AUDIO o descargar en MP3
No hay comentarios:
Publicar un comentario