Escuchar a Dios escuchando a tu pareja - 3º Parte

P. Vicente Gallo, S.J.

3. Las cartas de amor

Los enamorados se escriben cartas con frecuencia; a veces, cada día. Les salen del corazón. En ellas necesitan decirse lo que se aman, aunque uno y otro lo sepan sin que necesiten repetírselo tantas veces. No necesitan “noticias” que contarse en esas cartas, novedades ocurridas; sencillamente necesitan decirse que se aman, y tampoco esto es novedad para ellos. Las parejas de casados, cuando por necesidades imperiosas de la vida o del trabajo tienen que vivir en ciudades separadas, si están verdaderamente enamorados, se escriben con frecuencia parecida sus “cartas de amor”: no con el fin de hacer notar su presencia al otro para que este no le haga una mala jugada, pero sí para hacerse presentes el uno al otro, porque están muy seguros de que siguen amándose con fidelidad.

En esas “cartas de amor” no se cuida demasiado la redacción precisa ni la ortografía en ella. Cuando el uno lee la carta del otro, no se fija en esos detalles, sencillamente porque no le interesan: no se leen con la mente analítica, sino con el corazón. No se busca la ortografía con que se escribe, ni lo bonito de la letra, ni lo cuidado de la redacción; sólo se atiende al corazón que habla de esa manera y el amor de la persona que lo escribe. Y se lee una vez, quizás, para descifrar lo escrito; pero otra, y quizás más veces, para gozar el amor que en la carta se expresa.

Para dialogar sobre los sentimientos, es muy valioso hacerlo con una “carta de amor” como esas que hemos dicho de quienes están enamorados. La comunicación que se le hace al otro es una prueba del amor que se le tiene, por el que se tienen con él hasta esas confidencias; y sirve, como todas las cartas de amor, para alimentar el enamoramiento que se quiere mantener vivo aun con esos sentimientos no guardados sino comunicados.

Hacer por escrito un “intercambio de ideas u opiniones” puede servir para puntualizar mejor lo que se dice; pero normalmente resulta un escrito frío, indica falta de confianza y crea mayor distanciamiento, pues hace que el análisis que el otro haga, acerca de eso que está escrito, genere una mayor agudeza suya para opinar lo contrario y aferrarse a sus propias opiniones. Si se escriben para “confrontarse”, todavía es más contraproducente: aunque en el escrito se hable de amor y de confianza, el que lo lee lo toma sólo como desaire, como falta de amor y de la confianza de hablar dando la cara, los separa mucho más. ¡Cuidado con escribir misivas de ese tipo! Que suele ser pernicioso.

Ante una “carta de amor” para dialogar sobre los sentimientos que le embargan a uno, después de leer el otro lo que ahí se le expresa con tanto amor y confianza, sería deseable que el otro respondiese con otra “carta de amor” suya, referida a esos sentimientos y a decirle cómo le comprende, cómo se identifica con él o ella, y la seguridad que le da de que siempre estará a su lado para ser su apoyo y su ayuda en lo que necesite. Cuando el otro haya leído esta carta de respuesta, seguramente hablarán los dos juntos sobre lo escrito, y experimentarán tal intimidad al hacerlo amándose, que terminarán dándose un beso o un abrazo con el calor que necesitaban sentir en el amor que se tienen.

Experimentar esa intimidad, es sumamente importante en la relación de una pareja en matrimonio. Sin esa manera de dialogar mediante “cartas de amor”, se sentirá esa “intimidad” sólo alguna vez, acaso en alguna situación especial de haberse sentido comprendidos y apoyados el uno por el otro. Pero si, ojalá cada día, se escriben una “carta de amor”, teniendo un diálogo consiguiente así de caluroso, aunque sea por sentimientos normales por cusas nimias, cada día vivirán, gozarán y consolidarán esa intimidad, que es el amor que Dios quiere para ellos y que ellos mismos soñaron juntos al casarse ante Dios con el Sacramento del Matrimonio. Esa manera de “dialogar”, entre cristianos casados, es indiscutiblemente un elemento muy valioso de lo que estamos llamando “espiritualidad matrimonial”.

También podemos pensar que, un modo excelente de hacer oración, puede ser escribir a Dios una “carta de amor” sobre los sentimientos que a uno le están afectando; diciéndole a Dios con mucho amor lo que solamente se dice a quien es amigo íntimo, hablando no de cosas más o menos de fuera de uno, sino hablando de lo más profundo que uno tiene, hablando de sí mismo. Ponerse después a escuchar lo que le responde Dios al haber leído esa carta, es un acto importante de fe en el amor que le une con Dios; si trata de poner por escrito lo que siente que Dios le está respondiendo, puede ocupar todo ello más de media hora de la mejor oración, la que más enciende la fe, la esperanza, y el amor que se tiene en nuestra relación con Dios que nos ama.

No es porque Dios necesite de una carta nuestra para entendernos ni para amarnos. Como San Agustín lo repite con frecuencia, es porque nosotros necesitamos experimentar el amor y la confianza que le tenemos, así como el amor que Dios nos tiene, lo cercano que siempre está para con nosotros, y su fidelidad en la decisión de estar siendo siempre nuestra ayuda y nuestro consolador. Haciendo con este manera de orar nuestra oración, mediante una “carta de amor”, es menos fácil perdernos al estar orando, quizás durmiéndonos o muy distraídos; y es más seguro el sentir ese calor de intimidad al pasar un buen rato tratando nuestras cosas con Dios, que es la verdadera oración.

Indudablemente, este tema de comunicarse con mucho amor en la vida de pareja, y saber escucharse con el corazón más que sólo con la mente, es un elemento de importancia capital para tener y vivir la verdadera espiritualidad matrimonial. No es simplemente algo muy importante en la buena vida de relación, sino que, para los matrimonios cristianos, es algo indispensable para vivir su Sacramento.

¿Dialogamos frecuentemente el uno con el otro comunicándonos los sentimientos que nos invaden y desde los que pensamos y hacemos muchas cosas en relación a la pareja? Cuando hacemos una de esas confidencias ¿nos sentimos escuchados por la pareja, o nos sentiríamos más escuchados por otra persona?


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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