2. "¡No me comprendes!"
Esa dolorosa expresión se la han escuchado, sin duda, muchos padres a sus hijos, principalmente cuando son adolescentes y necesitan mucho ser comprendidos. Los niños, más que ser comprendidos, piden ser oídos: llorando, gritando, hablando ellos cuando se tiene una visita. Los adultos, si no se los escucha, son ya capaces de quedarse ellos con lo suyo. Pero los adolescentes, que comienzan a tener opinión propia y sentimientos fuertes que los afectan, todavía son inseguros, y necesitan no sólo que se los escuche, sino que se los comprenda y de ese modo se los apoye.
Los hijos tienen que “escuchar”, no sólo “oír” a sus papás; pero igualmente los papás a sus hijos. Pero mucho más un esposo a su pareja: porque necesita ser comprendido y apoyado por el otro, como se lo prometieron al casarse. Igual que en nuestra relación con Dios: no solamente El tiene que escucharnos a nosotros, que siempre nos escucha y nos comprende; mucho más nosotros tenemos que escucharle a El y comprenderle. No sólo he de ir a Dios para pedirle lo que a mí me interesa, sino para escuchar y aceptar yo lo que me pide El.
“Amar es entregarse olvidándose de sí buscando lo que al otro pueda hacerle feliz”. Es una gran definición del “amor”, que lamentablemente casi nunca se cumple, queriendo hacer del matrimonio una plataforma para ver cada uno en qué puede servirse del otro. El egoísmo es lo contrario al amor. De ello nacen la mayor parte de los conflictos y aun de las separaciones matrimoniales.
Es normal “pedir”, pero “no oír” al otro; acaso “oír”, pero no “escucharle”. De ahí vienen los problemas y las peleas en cualquiera de las áreas de convivir en la pareja: el dinero, el trabajo, el descanso, los caprichos legítimos o los irracionales, los hijos y su cuidado, los padres o familiares del uno y los del otro, los amigos, las diversiones, el tiempo que han de dedicarse, la salud que deben cuidar, el trance de la muerte, etc.
Los gobernantes, y los que tienen poder en cualquier nivel, generalmente “oyen” al Pueblo o a quienes tienen debajo; el problema está en que no los “escuchan” con el corazón. Igual ocurre en el Pueblo y los súbditos respecto a los gobernantes o los que mandan. Suele ser el origen de los conflictos sociales. No olvidando que lo mismo sucede en la Parroquias, o en los Colegios Religiosos entre el sacerdote y sus fieles, “el Cura” y “los seglares”. Ojalá siquiera en estos últimos casos se diera el “escuchar” como debe escucharse a Dios. Cuando al otro se le “escucha” como “escuchando a Dios”, el escuchar es más verdadero. En el matrimonio, esa escucha es un punto muy importante de la espiritualidad matrimonial, que es nuestro tema.
Pero tenemos que recordar, cuantas veces sea oportuno, que hay diversos modos de hablar y de escuchar en toda vida de relación, y concretamente en la de la pareja en matrimonio. Un primer modo es el de confrontar ante los problemas o conflictos con el otro. Muchas veces se debe confrontar, no dejar las cosas así. Pero siempre habrá de hacerse con mucho amor, como Dios nos ama a ambos y quiere la felicidad de los dos en la pareja, “amaos como yo os he amado”, que dijo Jesús para ser suyos. De esa manera deberán “escucharse”: no sólo “oyéndose” el uno al otro (a veces con gritos), sino comprendiendo, aceptándose, perdonándose, sanándose si hubo heridas. Como Dios nos escucha. Sólo así se logrará la paz. Si no es de ese modo, el confrontar causa heridas y es negativo hacerlo.
Otro modo de hablar y escucharse en la pareja puede ser el intercambiar opiniones sobre los problemas que están ocurriendo en cualquiera de la áreas de relación, que antes mencionábamos, aunque sea el caso de que no hay conflictos de enfrentamiento, sino necesidad de aclararse y ponerse de acuerdo para vivir en unidad y buena paz. También en este caso el “hablar” debe ser con el amor que se tienen en su matrimonio, con el amor con que se le habla a Dios. Y el “escucharse” debería ser igualmente como se le escucha a Dios, y como El nos escucha. Sólo así puede lograrse el objetivo deseable en la discusión o intercambio de ideas: la buena armonía, la buena inteligencia mutua, una mayor paz, una más grata convivencia en la pareja. Si no fuese así, de nada sirve (1Cor 13, 2).
Un tercer modo de hablar y de escucharse la pareja es dialogar sobre los sentimientos. Siempre se tienen sentimientos positivos de gozo, de satisfacción, de alegría, o sentimientos negativos, de tristeza, de temor, o de cólera. Los mencionábamos específicamente en el tema anterior. Según el signo con que estén afectadas las necesidades en las diversas áreas de relación en la pareja: necesidad de ser amado, necesidad de ser valorado, necesidad de pertenecer amando, y necesidad de ser autónomo, satisfechas o insatisfechas, surgen los diversos sentimientos, positivos o negativos.
No se trata de “hablar” para manifestar al otro su pensamiento acerca del problema, y mucho menos para acusar. Sino para manifestar al otro los sentimientos que tiene ante la presencia de ese problema; hablando al otro con mucho amor y por la confianza que se le tiene. El otro debe “escuchar” con el amor que responde a la confianza que se le está teniendo, como quien escucha a Dios, queriendo que la palabra no caiga en roca, sino en tierra preparada para dar fruto. Se escucha no con la inteligencia analizando lo que se oye, sino con el corazón acogiendo lo que se escucha y a quien habla. De esa manera se logra no sólo armonía y cierta unidad en la pareja, sino la deseable intimidad, lo único capaz de hacer sentir la felicidad de vivir unidos en pareja, tanto como soñaban cuando se enamoraron.
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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