Domingo II Tiempo Ordinario. Ciclo B – El Cordero de Dios


 

P. Adolfo Franco, jesuita


Lectura del santo evangelio según san Juan (1, 35-42):

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.

Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»

Y lo llevó a Jesús.

Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Palabra del Señor.


Con el bautismo de Jesús se cierra tiempo litúrgico de navidad y se da paso al tiempo ordinario

La vocación de los primeros apóstoles es lo que nos narra este párrafo del evangelio de San Juan. Podríamos intentar entrar en el ambiente en que se producen estas vocaciones, en las motivaciones que tienen los apóstoles, en el modo de proceder de Jesús, y en lo que fueron sintiendo los privilegiados que recibieron ese llamado. Es el primer llamado que hacía el Mesías cuando estaba empezando a poner por obra el plan encomendado por su Padre.

En el caso de Jesús: había dejado el refugio del hogar no hacía mucho tiempo y había estado en el desierto, después de ser bautizado en el Jordán. Ya se terminaban los preparativos, y ahora había que empezar, el tiempo se le haría corto, tres años escasos, para tanta tarea. Y le llenaban el corazón las emociones: va a empezar la obra de su Padre, y con su Padre; va a poner en marcha la salvación que llenará el mundo hasta el final de los años y de los siglos. Empezar por escoger un grupo, que serán sus íntimos, que compartirán su vida, que serán el terreno fecundo donde quedará la semilla, para que de ahí al fin brote con vitalidad exuberante, hasta convertirse en una viña que llenará el mundo de racimos.

Estos sentimientos llenaban su corazón en estos días iniciales. Y estando todavía en el desierto, pasa cerca de Juan Bautista, que sigue atendiendo la fila de pecadores que necesitan una palabra de aliento y de conversión. Juan detiene su trabajo al verlo de nuevo, intuía quién era ese hombre que respiraba vida nueva. Lo señala y lo proclama: es el Mesías, y dos de los seguidores de Juan se salen del grupo, para seguir las huellas que Jesús va dejando en la arena del desierto por donde camina. Se sienten atraídos, les ha fascinado su rostro y su mirada. Y Jesús, aunque camina como desinteresado en los que lo siguen, ve lo que pasa, y los invita a que le sigan.

Se ha producido el comienzo: Jesús siente un afecto especial por estos dos seguidores, sus dos primeras conquistas. Hombres rudos, nobles, hombres firmes. Habrá que tallarlos, habrá que sacar de ellos lo mejor que hay dentro de ellos; pero El lo sabrá hacer. Se ha establecido el lazo del amor. Y ellos, aunque no lo saben, son los primeros. La trascendencia de su papel les es desconocida. Pero han sentido dentro una llamada. Esto lo estaban esperando, algo así les tenía que pasar y ha pasado. Y la felicidad les inunda la vida. Han empezado a adquirir conciencia de que tienen una tarea, ya saben a qué dedicar su vida, y a Quien entregarle la vida.

La felicidad que tienen es tanta que no les cabe y se les descubre por su mirada y por su sonrisa. Los que los encuentran se dan cuenta de que algo les ha pasado. Vaya si les ha pasado: ¡han encontrado al Mesías! El que tantas personas de tantos tiempos andaban buscando, ellos, pobres pescadores, lo han encontrado, y han sido envueltos por su afecto y por su llamado. Les ha pedido la vida y se la han dado y no han hecho muchas preguntas, no han tenido tiempo para hacer cálculos: el amor les ha invadido.

Simón, el hermano de Andrés, ha quedado asombrado con lo que ha pasado con su hermano. Y siente un impulso imposible de parar, necesita encontrarse con ese “desconocido” que ha convertido a su hermano en una hoguera. Y cuando se encuentran, hay una mirada muy especial de Simón a Jesús, y de Jesús a Simón: Jesús estaba esperando precisamente a este hombre: ya tiene la base firme para empezar a construir. Y le dice: Simón tú te llamas piedra, sobre ti apoyaré el edificio que necesito levantar.

En Pedro ¿qué sentimientos surgieron? Sentirse tan especialmente señalado por este Hombre, que era un desconocido y ahora parece que lo conociera desde su primer aliento de vida. Con un amigo así, Pedro se atreverá a caminar sobre las aguas, y a surcar las tempestades; deberá ser labrado (a veces a golpes duros) para poder ser la roca adecuada en que se apoye el edificio, que este Hombre ha de construir.

Y así fueron sumándose en rápida sucesión el grupo que acompañará a Jesús a todas partes, durante tres años, y que irán recogiendo en sus corazones sus obras y sus palabras, para alimentar después de Vida Verdadera a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los países. 



Voz de audio: José Alberto Torres Jiménez.
Ministerio de Liturgia de la Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a José Alberto por su colaboración.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

 

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