La fe cristiana desde la Biblia: "Escritura y Oración"


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita

Una vez más insistimos en el tema de la oración pues ésta es como la respiración para animar la vida del Espíritu en nosotros. Aquí viene en nuestra ayuda la Escritura, los libros sagrados reunidos en lo que llamamos “La Biblia”. Son libros que nos revelan al Dios padre de Jesucristo; nos dicen cosas sobre ese Dios, sobre el mismo Jesucristo, su misterio de salvación para los hombres, lo que él espera de nosotros para así llegar a una vida plena. No son recetas ni tópicos generalistas ni lugares comunes, sino relatos concretos, epopeyas, poesía, cartas, historia, visiones, alegatos, leyes y hasta amenazas de salvación. Y todo ello en principio, alrededor de un pueblo, el judío (antiguo testamento), y luego alrededor de la persona de Jesús de Nazaret (nuevo testamento). En ellos se nos comunica Dios y paradójicamente en esa vida misteriosa del diario quehacer, en la que Dios está presente en nuestra sencilla alegría y nuestro sencillo sufrir. “El Señor le dijo: —Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor va a pasar!—. Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Al fuego siguió un ligero susurro. Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto, y saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de la gruta” (1 Re 19,11-13). En la brisa que alivia pasó el Señor.

Si estos libros entrañan para nosotros la “palabra” de Dios, el llegar a saber de él mismo lo suficiente para vivir una vida renovada se nos presenta como algo ineludible. Será de necesidad que nos acerquemos a ellos en la paz de la oración, es decir, conscientes de la presencia de Dios. No es propiamente un asunto de información y de saber científicamente mucho acerca de los libros “inspirados”. Esto puede ser muy útil e incluso necesario, pero lo importante es descubrir la “palabra” de Dios y asimilarla como algo vivo y creciente a mi existencia. Y aquí viene el tema de hacer oración en base a la lectura frecuente de la Biblia. Nunca se insistirá bastante sobre ello. Sólo será posible gozar de la adultez cristiana si ésta es comunicada de forma inter-personal, emergente de unas páginas bíblicas que pueden iluminar momentos concretos de nuestras vidas. La oración personal llega a ser el medio en el que destella la luz sobre la tiniebla y la vida sobre la muerte. Dios sabe consolar y su luz será mi luz. Su palabra es alimento y pan.

En épocas ya pasadas del medievo solía distinguirse por los maestros espirituales, entre el pensamiento, la meditación y la contemplación. Quizás venga bien en este momento el subrayar la distinción de los tres vocablos y términos. El pensamiento hace referencia a ideas, conceptos, deducciones, juicios, razonamientos, etc. Orar no es pensar. Quizás el pensar con motivo de lo que se está leyendo en la Biblia, sea práctico y oportuno. Esta actividad tiene más que ver con el estudio “objetivo”.

Respecto de la “meditación” diferenciada del “pensamiento” se subrayaría el aspecto de una reflexión personal; es como si el pensar se doblara (reflexión) sobre uno mismo. Se trataría de una lectura que me interpela. Lo que se está ponderando en la Biblia inspirada y exigente se confronta con uno mismo. De ordinario, este tipo de lectura “meditada” resalta más los aspectos morales, los que inciden en la conducta y el comportamiento. Es fácil el identificar la meditación con la oración. Pero la moral sigue a la fe, y lo que falta hoy en día y no sobra, es la identidad cristiana, la fe.

Llegamos así a la “contemplación”. En ella la iniciativa propiamente dicha corre a cargo del Espíritu. Lo nuestro sería más bien algo pasivo. El modelo por excelencia es el de María. Puestos en la presencia de Dios, en humildad, en paz, sin ansiedad; del estar en las manos de Dios que es padre, haciéndonos disponibles ante el Señor al estilo de Jesús de Nazaret, leemos la Biblia santa en sintonía con su palabra que proviene de Dios. Su palabra entonces será teologal e íntima, y acrecentará en nosotros la fe, la esperanza y la caridad. “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).


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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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