P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
“En cuanto seguidores de Cristo, (...) lo que vale es la fe que actúa por medio del amor” (Gal 5,6). Teniendo ésto muy claro, la terca realidad personal cuestiona la fuerza y validez del Espíritu en la vida práctica. Si bien es cierto que estamos llamados a la libertad plena de ser hijos de Dios, nos encontramos como “heridos” y con demasiada frecuencia frustrados y deprimidos. La fe es puesta a prueba y la inclinación hacia lo maligno y destructor perturban el ser íntimo y personal de cada uno. Entonces la tiniebla llega a ensombrecer nuestro corazón y los afectos desordenados se adueñan de nuestra conducta y nos devuelven a la situación de esclavitud anterior. “Caminad a impulsos del espíritu y no déis satisfacción a las tendencias de la carne. La carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu; y el espíritu, tendencias contrarias a las de la carne; y ambos se hacen la guerra, de manera que os impiden hacer lo que deseáis" (Gal 5,16-17).
En la Biblia la palabra “carne” se identifica con una persona humana integrada (el cuerpo y el alma), y se contrapone a la palabra “espíritu”. Fuera de Dios todo es “carne”. El hombre de aquí abajo vive “en la carne”. Y Pablo distingue entre vivir “en la carne” y proceder “según la carne”. Esto segundo significaría hacerse carnal. Al vivir en Cristo, el cristiano “ha crucificado su carne”: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y tendencias. Si vivimos del espíritu, conduzcámonos también a impulsos del Espíritu” (Gal 5,24-25). Este estar crucificado con Cristo manifiesta que el cristiano lleva en su persona la señal de pertenecer a su Señor, metáfora que alude a la marca corporal que en aquel entonces identificaba a quién pertenecían los esclavos. No se enfatiza el aspecto de la renuncia ni el de abnegación, sino el de pertenencia y fidelidad. “Pero, ¿¡radas a Dios que, de esclavos que erais del pecado, os habéis sometido de corazón a las normas de vida evangélica que Dios os ha entregado. Y, libres del pecado, os habéis hecho esclavos de la justificación” (Rm 6,17-18). Justificación en el apóstol es aquello que nos vuelve justos a los ojos de Dios. La justicia (santidad) desciende de los cielos y se hace nuestra sin dejar de ser de los cielos. Jesús fue el único justo y gracias a él, los creyentes cristianos somos justificados.
Sin embargo la vida propia de fe cristiana no ha de quedarse reducida a dar tumbos entre pecado y reconciliación.
Esto sería una caricatura dramática. El guión de la vida cristiana giraría entonces alrededor del pecado y no de la “gracia”. El dar fruto pertenece a Dios. Morir para resucitar es una tarea diaria y en ella siempre el protagonista es Dios, lo verdaderamente válido es una confianza creciente en Dios nuestro padre. “Caminad como hijos que sois de la luz” (Ef 5,8). “Con perseverancia (paciencia) salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19).
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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.Para acceder a las publicaciones anteriores acceder AQUÍ.
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