P. Javier Rojas, S.J.
Hace tiempo mientras disfrutaba de una buena lectura encontré el proverbio latino que dice «El que desee un caballo sin defecto que marche a pie». Me pareció, simplemente, maravilloso.
Hay personas que creen que el camino de la vida espiritual consiste en quitar sus defectos, en arrancar la cizaña o ser perfectos, no en la misericordia y la compasión como lo es Dios, sino para
sentirse mejores que los demás y reprochar con “autoridad” los defectos ajenos. Debemos reconocer que nadie nace sin defectos y que la vida espiritual no consiste en quitarlos o atacar vicios, sino en cultivar el amor, la misericordia, la compasión, en definitiva, revestirnos de los sentimientos de Jesús, porque si buscamos el Reino y su Justicia todo lo demás vendrá por añadidura (Mt 6,33). Tenemos que ser humildes y sensatos, y reconocer que tal vez logremos quitar algunos defectos de nuestra vida y modo de proceder, pero difícilmente logremos arrancarlos por completo del alma, o al menos no lo lograremos si nos obsesionamos con ellos.
Desgraciadamente hay quienes creen que la santidad es el resultado de la conquista de virtudes personales y minutos heroicos, independientemente del amor y el servicio a los más pobres y necesitados. Se esfuerzan por ser mejores, pero no salen de sí mismos.
Viven centrados y girando en torno a sus defectos y pecados, convirtiendo sus miserias en el centro de su vida espiritual. El centro de la vida espiritual no deben ocuparlo nuestros defectos, sino Jesucristo.
También están las personas que se refugian y “escudan” en finísimos razonamientos para maquillar la mediocridad y la falta de autocrítica, tan necesaria para madurar sanamente. Las personas que proceden de esta manera adquieren mayor conocimiento de sus miserias, pero no crecen ni humana ni
espiritualmente.
Nuestros defectos, limitaciones, debilidades, solo son amenazas cuando no nos dejan cultivar el amor. No te centres en ellos. Centra tu vida en Jesús, y recuerda aquello que respondió el Señor a san Pablo cuando le pidió que lo librara de aquella debilidad que le aquejaba: «Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad.» (2Cor 12, 9). Por ello, responde como el Apóstol, «con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí.» (2Cor 12, 9).
El gran desafío en nuestra vida espiritual es hacer propio los sentimientos de Jesús, acoger su estilo de vida como propia. Reconocer que lo que nos hace verdaderamente seres humanos y herederos del reino es la capacidad de amar en su doble vertiente, a nosotros mismos y a los demás, porque es el resultado de amar a Dios «con todo el corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.» (Lc 10, 27)
Referencia:
Red Mundial de Oración del Papa - N°08, Febrero 2017
Agradecemos al P. José Enrique Rodríguez, S.J. Secretario Nacional del AO-Perú por compartir este artículo.
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