Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 25° Parte: Propagadores de la devoción - La Consagración
+P. Rubén Vargas Ugarte S.J.
8. MODERNOS PROPAGADORES DE LA DEVOCIÓN
8.2. CONSAGRACIÓN DE LA REPÚBLICA AL SAGRADO CORAZÓN
No es extraño que entre nosotros se pensara en consagrar oficialmente la nación al Corazón Sagrado, habiéndolo hecho otras naciones de América y Europa y estando ya tan extendido su culto en el país. En el año 1923 el Arzobispo, Mons. Emilio Lisson creyó que era llegado el momento oportuno y de acuerdo con el Presidente Leguía señaló el día 23 de Mayo de aquel año para tan solemne acto. El 25 de Abril publicaba una exhortación Pastoral, dirigida al clero y fieles de la arquidiócesis, anunciando la ceremonia de la Consagración de la República y la Entronización de la Imagen del Corazón Divino en el templo Metropolitano. En este documento el Arzobispo anunciaba la participación del Gobierno en dicho acto, pues al Presidente como Jefe de la Nación le correspondía leer el acto de la Consagración y el Sr. Leguía se había mostrado dispuesto a hacerlo.
No bien se hizo público el propósito del Arzobispo comenzó a asomar la oposición, secundándola y haciéndola suya los diarios El Comercio y La Crónica. La Política adversa al Presidente anduvo de por medio, como se deja entender, pero ambos periódicos insistían en que era inoportuna y ridícula la consagración y que ella podía tolerarse en priva¬do pero no en público, como si una cosa estuviera reñida con la otra. Los enemigos del régimen no dejaron de azuzar a las huestes contrarias, izquierdistas, protestantes, jóvenes de la Asociación Cristiana de jóvenes, masones, etc. Como era necesario hacer ruido e impresionar a la opinión, un grupo de 35 Universitarios, suscribió un acta de protesta en la cual, decidieron: primero, protestar de la Consagración; segundo, solicitar de los poderes públicos la separación de la Iglesia y el Estado; tercero, pedir la abrogación del artículo quinto de la Constitución relativo a la religión, convirtiendo en laico al Estado; cuarto, establecer la enseñanza laica, desterrando de la Escuela el nombre de Dios; quinto, implantar el matrimonio civil y el divorcio absoluto y otras lindezas, como la de amordazar al clero, suprimir los derechos parroquiales y todo castigo por desacato o insulto a la Religión. Sucedía esto el 23 de Mayo de 1923.
Como ve el lector el programa que esos jóvenes se trazaban era de un tono rojo muy subido y podrían suscribirlo los comunistas más avanzados. Todo esto era una prueba más de que la quería aprovecharse de la circunstancia para desatar un ataque a fondo contra la Iglesia en el Perú. Se convocó a un mitin, en el cual los agitadores eran los menos y los curiosos e indiferentes los más, pero el gobierno se vio precisado a disolverlo, porque era un ataque velado contra su política y en el entrevero una bala perdida vino a herir de muerte a un pobre tranviario que, como otros muchos, presenciaba la escena. Su sepelio dio motivo para que se repitiesen los ataques a Leguía y a la Consagración y el ambiente comenzó a caldearse. El Arzobispo juzgó prudente aplazar la ceremonia, a fin de que no se alterase la paz pública, y se diese ocasión a disturbios. Tal fue el resultado de este piadoso intento.
Es preciso confesar que se echó de menos alguna mayor preparación. Teniendo en cuenta que se trataba de la Consagración de la República, no sólo el Metropolitano sino todos los Obispos del Perú debían haber tomado parte y todos en sus respectivas diócesis habría convenido que preparasen los ánimos para este acto. En Lima mismo habría sido muy conveniente disponer las cosas de modo que la sociedad toda se diera cuenta de lo que se iba a hacer y se evitaran las torcidas interpretaciones que la prensa, especialmente El Comercio y La Crónica, dieron a la ceremonia. (1).
(1) En el último Congreso Eucarístíco Nacional celebrado en Lima, el Presidente de la República, General D. Manuel Odría, recitó la fórmula de la Consagración de la República al Sagrado Corazón.
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