Textos claves del Nuevo Testamento - 37. "¡Habéis resucitado!"


P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita


En los días de su experiencia pascual, los apóstoles perciben a Jesús, de tal forma que le pueden ver y tocar, y hasta llegan a comer con él. No es un fantasma. Es el mismo pero diferente, pues su cuerpo vive el estado de “gloria”: “¿Por qué os asustáis y por qué dudáis tanto en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Tocadme y miradme. Los fantasmas no tienen carne ni huesos, y ya véis que yo sí los tengo” (Lc 24,38-39).

Su persona es el centro de la predicación de los apóstoles: "Pero Dios le ha resucitado, librándole de las garras de la muerte. Y es que no era posible que la muerte dominase a aquel a quien se refiere David cuando dice: —Yo sé que el Señor me acompaña siempre” (Hch 2,24-25); “El es la piedra rechazada por vosotros los constructores, pero que ha resultado ser la piedra principal. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido autor de nuestra salvación” (Hch 4,11-12).

Con su vuelta al Padre, también como hombre, puede ya darnos al Espíritu Santo capaz de dar vida verdadera: “El poder de Dios le ha elevado a la máxima dignidad, y él habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, le ha repartido en abundancia, como estáis viendo y oyendo” (Hch 2,33). Se revela que Jesús es la primicia de una cosecha, el “primogénito de entre los muertos”: “El es el primogénito de los que han de resucitar” (Col 1,18). Ha inaugurado un mundo nuevo: “Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva. (...) He aquí que Dios ha montado su tienda de campaña entre los hombres. Habitará con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios-con-ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Es todo un mundo envejecido el que ha pasado” (Ap 21,1.3-4). Es, por tanto, su resurrección, la razón y fundamento de nuestra esperanza: “Cristo ha resucitado, y él es el anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. (...) Si los muertos no resucitan, ¡comamos y bebamos que mañana moriremos!” (I Cor 15,20.32).

Y al término del tiempo los cuerpos también serán transfigurados: “Así sucede con la resurrección de los muertos; se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra una cosa despreciable, resucita resplandeciente de gloria; se siembra algo endeble, resucita algo pleno de vigor; se siembra, en fin, un cuerpo animal, corruptible, resucita un cuerpo espiritual” (I Cor 15,42-44).

Incluso en nuestra vida temporal estamos llamados a vivir en la experiencia de la fe, el don de nuestra resurrección ya en esta vida: “Pero el pan del que yo os hablo ha bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,50-51); “¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado al lado de Dios, en el lugar de honor. Poned el corazón en las realidades celestiales y no en las de la tierra” (Col 3,1-2).


Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.

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