P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
Dios se revela a los hombres. Es todo otro, es inefable e inescrutable. No conocemos sus designios. Es sabio y poderoso porque él es el creador de todo lo que existe. ¿Le interesa a Dios ese hombre que ha creado? Israel así lo percibe en su propia historia, así lo va descubriendo a tientas, quizás desde la frustración y el fracaso, pero ésto sucede gracias a la misericordia de ese Dios que pone en boca de patriarcas, legisladores, profetas y sabios, aquellas palabras que iluminan.
Con la aparición de Jesús en su historia, sus dichos y hechos, toda su persona revela a Dios como a su Padre. Y este Dios-Padre ama a los hombres y trata de darles vida permanente: “Al Dios que ha revelado el misterio mantenido en secreto desde la eternidad, pero manifestado ahora por medio de las escrituras proféticas según la disposición del Dios eterno, y dado a conocer a todas las naciones de modo que respondan a la fe; a ese Dios, el único sabio, sea la gloria por siempre a través de J.C.”(Rm 16,25-27).
Y eso, es lo que tratan de comunicarnos sus cercanos discípulos y testigos más directos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, —pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó —, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo” (1]n 1,1-4).
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