LOS ESCRITOS DE SAN PABLO
Por el P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
Los apóstoles nos presentaron en la predicación oral, concretizada después en los Evangelios, la persona y la obra de Jesús. Esta presentación de San Pablo por medio de su labor evangelizadora y apostólica la lleva más adelante: él vive el misterio cristiano; lo piensa y busca expresarlo con vigor y profundidad. A la exposición teórica, densa y coherente, une sus vivencias apostólicas y espirituales. En sus maravillosas cartas, escritos de circunstancias, transmite a todas las épocas la comprensión que tuvo del misterio de Cristo.
1. Los escritos de San Pablo: Introducción
2. Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol
3. Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol - II
4. Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol - III
5. Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol - IV
6. Los escritos de San Pablo: La vida del Apóstol - V
7. Los escritos de San Pablo: Cuestiones generales
8. Los escritos de San Pablo: Las Cartas a los Tesalonicenses
9. Los escritos de San Pablo: Las Cartas a los Corintios
10. Los escritos de San Pablo: Las Cartas de la cautividad - A los Colosenses
11. Los escritos de San Pablo: Las Cartas a los Romanos
12. Los escritos de San Pablo: La Cartas a los Gálatas
13. Los escritos de San Pablo: Las Cartas de la cautividad - A los Efesios
14. Los escritos de San Pablo: Las Cartas de la cautividad - A los Filipenses
15. Los escritos de San Pablo: Las Cartas de la cautividad - A Filemón
16. Los escritos de San Pablo: Las Cartas Pastorales - A Timoteo y a Tito
17. Los escritos de San Pablo: Las Cartas a los Hebreos
La Misa: 19° Parte - La Misa del Vaticano II: Liturgia de la Eucaristía - Preparación de los dones
P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.
7.4. LITURGIA DE LA EUCARISTÍA
Continuación
La liturgia de la Palabra ha despertado la fe en los corazones; ella hace repetir a los fieles en lo más secreto de sus espíritus las mismas palabras de los discípulos de Emaús: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc. 24,32).
El creyente vislumbra el gran misterio encerrado en la Eucaristía, recordado en nuestros días por el Concilio Vaticano II:
“Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que lo traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la Cruz, y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección...” (SC. 47)La Iglesia, deseando ser fiel al mandato del Señor de repetir sin cesar el memorial litúrgico, ha organizado la liturgia de la Eucaristía' de tal manera que re-aparezcan en la celebración las palabras y los gestos del Señor narrados por los evangelistas:
‘‘En efecto:
1) En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2) En la Plegaria Eucarística sé dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3) Por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión los mismos fieles reciben el Cuerpo y Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo” (Ordenación General, 48).
Preparación de los dones
Ah comienzo de la liturgia de la Eucaristía se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor. En primer lugar se debe preparar el altar o la mesa del Señor, centro de toda la Misa; para ello se colocan sobre él el corporal, el purificador, el misal y el cáliz. Se traen a continuación las ofrendas: es de alabar que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles; el sacerdote o el diácono los recibirán en un sitio oportuno y los dispondrán sobre el altar; también se puede aportar dinero u otras donaciones para los pobres o para la iglesia.
Durante la procesión de las ofrendas se debe cantar un cántico propio de ofertorio. Una vez que han sido colocadas las ofrendas sobre el altar, pueden ser incensadas para significar de este modo que la ofrenda de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso.
Todo este rito del ofertorio está lleno de simbolismo religioso: ofrecemos a Dios pan y vino, “frutos de la tierra y del trabajo del hombre”, símbolos de nuestras pobres vidas ofrendadas a Dios como sacrificios espirituales.
El pan, amasado con tantos sudores humanos, bien puede representar nuestras existencias humanas, tan absorbidas por el trabajo cotidiano penoso y monótono, tan angustiadas por la lucha diaria para subsistir, que recuerda las palabras de Dios al hombre pecador: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gén. 3,17). Todos estos trabajos los podemos colocar en la patena con el pan y ofrecerlos al Padre con Jesucristo por nuestros propios pecados y por los de todo el mundo.
El vino, sacado de la uva triturada, bien puede representar nuestros padecimientos, las adversidades de todas clases que nos atormentan durante los días de nuestra vida mortal. El hombre parece estar hecho para el dolor, la cruz no le deja nunca de acompañar. Estos sufrimientos nuestros, unidos y mezclados con el vino del cáliz del Señor, se asocian místicamente a los padecimientos de Cristo para completar “lo que falta a las tribulaciones de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col. 1,24).
Antes de ofrecer el vino, el sacerdote o el diácono lo mezcló con un poco de agua. Este rito, según el Concilio de Trento, está lleno de misterios, pues la mezcla del agua con el vino nos recuerda que del Costado de Cristo abierto por la lanza brotó sangre y agua (Jn. 19,34) y además simboliza la unión del Pueblo de Dios con su Cabeza, ya que el Apocalipsis llama a los pueblos “aguas” (Denzinger, 945).
Estas enseñanzas de Trento nos indican la importancia simbólica dé este rito; él nos habla de la unión de lo humano con lo divino, primero en Cristo y después en todo su Cuerpo Místico. Así el sacerdote, al echar el agua sobre el vino, pide a Dios:
“Concédenos, por el misterio de esta agua y de este vino, ser partícipes de la divinidad de Aquél que se dignó serlo de nuestra humanidad, Jesucristo, nuestro Señor”.Los fieles han ofrecido bajo el símbolo del pan y del vino sus trabajos y sus sufrimientos, unidos al sacrificio de Cristo como se une la gota de agua con el vino del cáliz. ¿Qué más pueden ellos ofrecer? Se puede y se debe ofrecer el corazón, es decir, toda la persona humana, movida por el amor. Así el dinero que el católico da en la colecta, destinado a los pobres y al culto divino, bien puede significar el despego de los deseos mundanos, tan necesario para cumplir con el gran mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Por eso, mientras se hace la colecta, el sacerdote suplica con humildad:
“Con espíritu de humildad y con corazón contrito seamos recibidos por ti, Señor; y de tal manera se haga nuestro sacrificio en tu presencia hoy, que te sea grato, Señor Dios”.La comunidad de los fieles ha ofrecido a Dios por medio de Cristo sus trabajos, sus sufrimientos, sus corazones simbolizados en el pan, en el vino y en la colecta. Para subrayar el sentido religioso de estas ofrendas se las puede incensar. Se desea envolverlo todo en una atmósfera sagrada, por ello se inciensan los dones ofrecidos; se inciensa la Cruz, figura de Cristo Crucificado; se inciensa el altar, símbolo de Cristo Sacerdote, Víctima y Altar; se inciensa también al sacerdote, a los ministros, al pueblo. .. Todos son templos del Espíritu Santo. Y con el incienso se eleva hacia Dios la oración interior y recogida de los participantes en la Misa.
El celebrante se lava las manos para indicar con ello un deseo de purificación religiosa, por eso dice: “Lávame, Señor, de mi iniquidad y purifícame de mi pecado” (Salmo 50,4).Luego habla al pueblo:
“Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”.El pueblo le responde:
“El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”.Los pequeños dones humanos, unidos a la oblación de Cristo, se trasforman en un sacrificio agradable a Dios Padre y por lo mismo redundan en alabanza y gloria de Dios y en bien de todo el Pueblo de Dios.
El rito de la preparación de los dones termina con la “Oración sobre las Ofrendas”. En ella se pide de una u otra forma que Dios reciba benigno los dones humanos y los trasforme en el Sacramento de nuestra salvación.
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Referencia bibliográfica: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. "La Misa en la religión del pueblo", Lima, 1983.
Jesús expulsa a un demonio
El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el Evangelio del domingo 28 de enero: "Hay que estar atento a la palabra de Dios que es una luz en nuestro camino." Escuche el audio o descárguelo en MP3. Acceda AQUÍ.
Viaje Apostólico a Chile y Perú
El Papa Francisco en su última Audiencia nos comparte un resumen de sus últimos viajes a Chile y Perú, finaliza pidiendo rezar por las dos naciones latinoamericanas para que el Señor derrame sus bendiciones. Acceda. AQUÍ.
La Misa: 20° Parte - La Misa del Vaticano II: Liturgia Eucarística - La Plegaria Eucarística
Estamos por finalizar esta serie del P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J. dedicado a la Santa Misa, y en este apartado sobre la Misa del Vaticano II, en esta oportunidad nos explica sobre la Plegaria Eucarística. Acceda AQUÍ.
Santísima Trinidad: 17° Parte - Las Relaciones Divinas
Retomamos la serie sobre la Santísima Trinidad, que nos ofrece el P. Ignacio Garro, S.J. En esta oportunidad iniciamos un nuevo apartado que nos presenta las Relaciones Divinas entre las Tres Divinas Personas. Acceda AQUÍ.
Ofrecimiento Diario - Orando con el Papa Francisco en el mes de ENERO 2018
Compartimos la intención del Papa Francisco para este mes de ENERO y las oraciones que nos permitan unirnos a él en oración a través de la Red Mundial. Acompañamos con la reflexión del P. Javier Rojas, S.J. sobre la intención de este mes. Acceda AQUÍ.
Oraciones diarias Click To Pray en PDF, Audios y Videos - ENERO 2018
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Jesús expulsa a un demonio
P. Adolfo Franco, S.J.
DOMINGO IV
del Tiempo Ordinario
Marcos, 1, 21-28
Al poco de llegar a Cafarnaún, entró el sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Y la gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús, entonces, le conminó: «Cállate y sal de él.» Y el espíritu inmundo lo agitó violentamente, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados, de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Da órdenes incluso a los espíritus inmundos, y le obedecen.»
Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
Palabra de Dios.
Hay que estar atento a la palabra de Dios que es una luz en nuestro camino.
San Marcos recoge en este párrafo la primera actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Era costumbre que los judíos se reunieran los sábados en la sinagoga a orar y a leer y comentar la Sagrada Escritura. Con frecuencia era invitado a hacer la lectura y algún comentario a la misma alguno de los presentes, o algún invitado especial. Y, como la fama de Jesús empezaba a extenderse por los alrededores de los poblados que rodean al lago de Galilea, en este caso fue invitado Jesús a hacer la oración del sábado y la lectura de la Biblia y su explicación. Era ya comentario frecuente que el hijo de José, el carpintero empezaba a enseñar una nueva doctrina y a tener actuaciones sorprendentes.
Había, pues, mucha expectativa y cuando Jesús acabó de hablar todos quedaron admirados. Lo que más admiración producía era que su forma de hablar era distinta de la forma en que hablaban ordinariamente los escribas (los letrados) que eran los que ordinariamente hacían los comentarios. San Marcos recalca que la predicación de Jesús producía admiración, y que daba la impresión de que hablaba con autoridad, que sus palabras tenían una fuerza especial; y además dice que no hablaba como los escribas y fariseos.
¿Qué admiraban estos primeros oyentes? ¿Por qué las palabras que pronunciaba este hombre del pueblo tenían tanta fuerza? Por varias razones fundamentales: Jesús no repetía frases hechas, sino enseñanzas que llegaban al alma. Además se notaba que quería ir a lo esencial del mensaje de Dios, y no se quedaba en los mandatos exteriores y rutinarios sobre los que tanto insistían los fariseos. Era una enseñanza tremendamente exigente, que quería elevar a sus oyentes y sacarlos de la mediocridad. Y finalmente se sentía a las claras que lo que enseñanza lo sacaba de su corazón y que no hacía más que trasmitir con sus palabras lo que El vivía en su propia vida.
La predicación de Jesús no estaba llena de tópicos, de frases hechas, de consejos rutinarios. Sus palabras eran “nuevas” no dichas por nadie antes. Y no tenía que recurrir a una aburrida erudición, ni a abstracciones difíciles, para que fueran profundas: Eran las palabras más simples del mundo, pero que llegaban con una fuerza incontenible: eran palabras como las de las parábolas; palabras sacadas de la naturaleza, del quehacer de cada día. Era la realidad convertida en mensaje: la siembra es Reino de los cielos, y el tesoro que alguien descubre explica el atractivo del Reino de los cielos, y la pesca, y la semilla pequeña son señales del Reino de los cielos. Todo transparente y todo lleno de sentido. Eran palabras esperadas por aquellos campesinos y artesanos que estaban ávidos de encontrar un nuevo sentido a sus vidas de cada día, y por eso en seguida se dieron cuenta de que las palabras de Jesús producían un sonido distinto en sus corazones.
Jesús no reducía la entrega a Dios a una serie de fórmulas y prácticas externas; no quería sacrificios de animales, sino la entrega de la vida; no enseñaba la limpieza ritual, sino la pureza extrema del corazón. No valoraba la limosna por la cantidad sino por la generosidad del donante. Porque Dios habita en el corazón y es el corazón lo que hay que entregarle.
Además eran palabras exigentes; que superaban todas las antiguas exigencias. Ponían el límite muy arriba; y por eso todo el que tenía ansias de superación encontraba que su enseñanza era un reto hermoso, y que valía la pena escucharlo con seriedad: se dijo a los antiguos “ojo por ojo y diente por diente” pero yo les digo que hay que amar incluso al enemigo. Hay que tener un total desinterés, en la amistad, en el servicio. Hay que darse totalmente sin límites y sin condiciones. No hay que hacer nada por apariencia, sino hay que orar en silencio, y no exhibir las buenas obras. Hay que tener una total confianza en el Padre que alimenta con su mano a los pájaros del cielo, y que viste con una imaginación admirable a todas las flores.
Pero, todo eso lo enseñaba, con una convicción que nacía de su propia vida. Todo lo que enseñaba era lo que El vivía cada día. No era como ésos que ponían a los demás exigencias muy grandes, de las que los “maestros de la ley” se consideraban exentos. El tenía el atrevimiento de hablar de la pobreza, porque no tenía ni dónde reclinar la cabeza, el derramaba sus bendiciones sobre los pacíficos y sobre los que padecen persecución, porque sabía lo que era ser perseguido injustamente, y sabía del triunfo de los que buscan la paz.
Por todo eso causaba admiración en sus oyentes, ellos entendían al oírle que no había absolutamente nada de fingimiento en todo lo que Jesús enseñaba. Que no era cuestión de cosas externas, de ritos, sino que había que adorar a Dios con el corazón y hasta las últimas consecuencias. Por todo esto su doctrina sonaba a novedad, e incluso sus enemigos en algún momento dirán: nadie ha hablado como este hombre.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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Viaje Apostólico a Chile y Perú
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 24 de enero de 2018
Miércoles, 24 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta audiencia se hace en dos lugares unidos: vosotros, aquí en la plaza, y un grupo de niños un poco enfermos, que están en el aula. Ellos os verán a vosotros y vosotros les veréis a ellos: y así estamos unidos. Saludamos a los niños que están en el Aula: pero era mejor que no pasaran mucho frío, y por eso están allí.
Volví hace dos días del viaje apostólico en Chile y Perú. ¡Un aplauso a Chile y Perú! Dos pueblo buenos, buenos... Doy gracias al Señor porque todo fue bien: he podido ver al Pueblo de Dios en camino en esas tierras —también los que no están en camino, están un poco parados... pero es buena gente— y alentar el desarrollo social de esos países. Renuevo mi gratitud a las autoridades civiles y a los hermanos obispos, que me han acogido con tanta atención y generosidad; como también a todos los colaboradores y los voluntarios. Pensad que en cada uno de los dos países había más de 20 mil voluntarios: más de 20 mil en Chile, 20 mil en Perú. Gente buena: la mayoría jóvenes.
Mi llegada a Chile estuvo precedida de diferentes manifestaciones de protesta, por varios motivos, como vosotros habéis leído en los periódicos. Y esto hizo todavía más actual y vivo el lema de mi visita: «Mi paz os doy». Son las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos, que repetimos en cada misa: el don de la paz, que solo Jesús muerto y resucitado puede dar a quien se encomienda a Él. No solo cada uno de nosotros necesita paz, también el mundo, hoy, en esta tercera guerra mundial a pedazos... Por favor, ¡recemos por la paz!
En el encuentro con las autoridades políticas y civiles del país animé el camino de la democracia chilena, como espacio de encuentro solidario y capaz de incluir las diversidades; para este fin indiqué como método la vía de la escucha: en particular la escucha a los pobres, los jóvenes y los ancianos, los inmigrantes, y también la escucha a la tierra.
En la primera eucaristía, celebrada por la paz y la justicia, resonaron las bienaventuranzas, especialmente «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5, 9).
Una bienaventuranza para testimoniar con el estilo de la proximidad, de la cercanía, del compartir, reforzando así, con la gracia de Cristo, el tejido de la comunidad eclesial y de toda la sociedad. En este estilo de proximidad cuentan más los gestos que las palabras, y un gesto importante que pude realizar fue visitar la cárcel femenina de Santiago: los rostros de esas mujeres, muchas de las cuales jóvenes madres, con sus hijos pequeños en brazos, expresaban a pesar de todo mucha esperanza. Las animé a exigir, a sí mismas y a las instituciones, un serio camino de preparación a la reinserción, como horizonte que da sentido a la pena cotidiana. Nosotros no podemos pensar en una cárcel, cualquier cárcel, sin esta dimensión de la reinserción, porque si no está esta esperanza de la reinserción social, la cárcel es una tortura infinita. Sin embargo, cuando se trabaja para reinsertar —también los condenados a cadena perpetua pueden reinsertarse— mediante el trabajo de la cárcel a la sociedad, se abre un diálogo. Pero una cárcel siempre debe tener esta dimensión de la reinserción, siempre.
Con los sacerdotes y los consagrados y con los obispos de Chile viví dos encuentros muy intensos, hechos todavía más fecundos por el sufrimiento compartido por algunas heridas que afligen a la Iglesia en ese país. En particular, confirmé a mis hermanos en el rechazo de todo compromiso con los abusos sexuales a menores, y al mismo tiempo en la confianza en Dios, que a través de esta dura prueba purifica y renueva a sus ministros.
Las otras dos misas en Chile fueron celebradas una en el sur y otra en el norte. La del sur, en Araucanía, tierra donde habitan los indios Mapuche, transformó en alegría los dramas y las fatigas de este pueblo, lanzando un llamamiento por una paz que sea armonía de las diferencias y por el rechazo de toda violencia. La del norte, en Iquique, entre océano y desierto, fue un himno al encuentro entre los pueblos, que se expresa de forma singular en la religiosidad popular.
Los encuentros con los jóvenes y con la Universidad Católica de Chile respondieron al desafío crucial de ofrecer un sentido grande a la vida de las nuevas generaciones. A los jóvenes dejé una palabra programática de san Alberto Hurtado: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Y en la Universidad propuse un modelo de formación integral, que traduce la identidad católica en capacidad de participar en la construcción de sociedades unidas y plurales, donde los conflictos no son ocultados sino gestionados en el diálogo. Siempre hay conflictos: también en casa; siempre hay. Pero, tratar mal los conflictos es todavía peor. No es necesario esconder los conflictos debajo de la cama: los conflictos que salen a la luz, se afrontan y se resuelven con el diálogo. Pensad vosotros en los pequeños conflictos que tenéis seguramente en vuestra casa: no es necesario esconderlos sino afrontarlos. Buscar el momento y se habla: el conflicto se resuelve así, con el diálogo.
En Perú el lema de la visita fue: «Unidos por la esperanza». Unidos no en una uniformidad estéril, todos iguales: sino en toda la riqueza de las diferencias que heredamos de la historia y de la cultura. Lo testimonió de forma emblemática el encuentro con los pueblos de la Amazonia peruana, que dio inicio también al itinerario del Sínodo Panamazónico convocado para octubre de 2019, como también lo testimoniaron los momentos vividos con la población de Puerto Maldonado y con los niños de la Casa de acogida «El Principito». Juntos dijimos «no» a la colonización económica y a la colonización ideológica.
Hablando a las autoridades políticas y civiles de Perú, aprecié el patrimonio ambiental, cultural y espiritual de ese país, y enfoqué las dos realidades que más gravemente lo amenazan: el degrado ecológico-social y la corrupción. No sé si vosotros habéis escuchado aquí hablar de corrupción... no lo sé... No solo por allí hay: ¡también aquí es más peligrosa que la gripe! Se mezcla y arruina los corazones. La corrupción arruina los corazones. Por favor, no a la corrupción. Y remarqué que nadie está exento de responsabilidad frente a estas dos plagas y que el compromiso para contrarrestarlas es de todos.
La primera misa pública en Perú la celebré en la orilla del océano, en la ciudad de Trujillo, donde el temporal llamado «Niño costero» el año pasado golpeó duramente a la población. Por eso les animé a reaccionar a este, pero también a otros temporales como la maldad, la falta de educación, de trabajo y de alojamiento seguro. En Trujillo me reuní con los sacerdotes y los consagrados del norte de Perú, compartiendo con ellos la alegría de la llamada y de la misión, y la responsabilidad de la comunión en la Iglesia. Les exhorté a ser ricos de memoria y fieles a sus raíces. Y entre estas raíces está la devoción popular a la Virgen María. También en Trujillo tuvo lugar la celebración mariana en la que coroné a la Virgen de la Puerta, proclamándola «Madre de la Misericordia y de la Esperanza».
La jornada final del viaje, el domingo pasado, transcurrió en Lima, con un fuerte acento espiritual y eclesial. En el Santuario más célebre de Perú, en el que se venera la pintura de la Crucifixión llamado «Señor de los Milagros», me reuní con unas 500 religiosas de clausura, de vida contemplativa: un verdadero «pulmón» de fe y de oración para la Iglesia y para toda la sociedad. En la catedral realicé un acto de oración especial para la intercesión de los santos peruanos, al que siguió el encuentro con los obispos del país, a los cuales propuse la figura ejemplar de san Toribio de Mogrovejo. También a los jóvenes peruanos indiqué los santos como hombres y mujeres que no han perdido tiempo en «maquillar» la propia imagen, sino que han seguido a Cristo, que les ha mirado con esperanza. Como siempre, la palabra de Jesús da sentido pleno a todo, y así también el Evangelio de la última celebración eucarística resumió el mensaje de Dios a su pueblo en Chile y en Perú: «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Marcos 1, 15). Así —parecía decir el Señor— recibiréis la paz que yo os doy y estaréis unidos en mi esperanza. Esto es más o menos el resumen de este viaje. Recemos por estas dos naciones hermanas, Chile y Perú, para que el Señor les bendiga.
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Imagen: Multitudinaria misa en la Base Las Palmas - Lima
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Tomado de:
http://w2.vatican.va/
La Misa: 20° Parte - La Misa del Vaticano II: Liturgia Eucarística - La Plegaria Eucarística
P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.
7.4. LITURGIA EUCARÍSTICA
Continuación
La Plegaria Eucarística
La Oración Eucarística Cristiana ha nacido de la Gran Bendición sobre la tercera copa en la Cena Pascual Judía. Esta Bendición la cantaba sólo el que presidía la Cena, después de haber tenido un diálogo introductorio con todos los comensales. Así Jesús, como cabeza de su grupo, en su última Cena, levantando la copa llena de vino, símbolo de la salvación y de la alegría mesiánicas, cantó solo delante de los suyos esta gran alabanza.
Hoy todavía comienza en la Misa Romana la Oración Eucarística con el mismo diálogo introductorio que citamos más arriba en la Misa de San Hipólito. Y es que este diálogo contiene una serie de símbolos religiosos capaces de hablar a todos los pueblos:
—El Señor esté con vosotros.—Y con tu espíritu.
Se trata de un saludo semita (Rut, 2,4), que al pasar a la liturgia cristiana, toma un nuevo matiz. El sacerdote desea a los fieles que sientan por la fe la presencia de Jesús Resucitado en el acto litúrgico. Y los fieles a su vez desean al sacerdote experimentar esa misma presencia bajo la iluminación del Espíritu Santo, que trasforma al hombre carnal en hombre espiritual.
—Levantemos el corazón.
—Lo tenemos levantado hacia el Señor.
El corazón en el mundo semita es el centro, el foco de toda la personalidad humana. Estamos ante un lenguaje figurado para expresar la hondura más secreta del ser humano que es entendimiento espiritual acompañado de sentimientos, afectos y voluntad libre. El sacerdote invita a los fieles a elevarse hacia la esfera de Dios. Y el pueblo le responde: estamos ya orientados por Ja fe hacia Jesús Resucitado. Los judíos para orar se orientaban hacia el Templo de Jerusalén; los cristianos oran por intercesión de Cristo; el Nuevo Templo de Dios (Jn. 2,13-22).
—Demos gracias al Señor, nuestro Dios.—Es justo y necesario.
El sacerdote invita a los presentes a dar gracias al Señor. Con estas palabras el que preside introduce a los fieles en la vertiente más rica de la Misa: la alabanza, la acción de gracias a Dios, que a la luz de la fe debe dar todo católico al Padre por la redención humana llevada a cabo por el Hijo Encarnado y Glorificado. Con razón la Misa recibe el nombre de Eucaristía, que significa acción desgracias y alabanzas dadas al bienhechor.
A la invitación el pueblo responde con hondura de fe: es justo y necesario.
Retomando estas palabras, el celebrante comienza a recitar o a cantar el Prefacio de la Plegaria Eucarística. La palabra Prefacio no tiene un sentido de prólogo, sino más bien el sentido de proclamación ante la asamblea creyente de las maravillas de Dios, realizadas en el misterio redentor de Cristo. Este Prefacio en el rito romano fue siempre variable según la celebración del día y de este modo se intentó recordar a lo largo del año litúrgico toda la historia de la salvación anunciando cada fiesta algún misterio de Cristo. A la alabanza entonada por el celebrante se une la del pueblo que canta o recita el Santo, juntamente con el sacerdote.
El canto del Santo está cuajado de sentido teológico-simbólico: la conciencia de que la comunidad cultual cristiana penetraba con Cristo hasta los mismos cielos y de que por Él era asociada a los cantos de alabanzas de los ángeles y los santos en la ciudad eterna, hizo que muy pronto se introdujera en la plegaria Eucarística el canto (Heb. 12,22-24; Apocal. 4,8).
Es interesante que la liturgia cristiana ha añadido al canto de los serafines narrado por Isaías (6,3) la palabra “los cielos”: "Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria”.
Con esta sencilla añadidura se quiere significar que la presencia de Cristo Glorificado en el misterio litúrgico suprime el espacio, y que la comunidad cultual cristiana, unida a su Cabeza, penetra en la Ciudad del Dios vivo para contemplar su gloria y exaltarla con los ángeles y santos.
Por eso se han agregado también al himno de Isaías unas palabras del salmo 118 citadas por San Mateo (21,9):
‘‘Hosanna en las alturas,Bendito el que viene en nombre del Señor,Hosanna en las alturas".
“Hosanna” es expresión de alabanza y de alegría. Con ella la liturgia nos indica que la comunidad alaba al Señor Resucitado presente en el cielo y presente también en la tierra mediante el misterio litúrgico.
Esta breve explicación nos muestra el movimiento oracional que se realiza al final del Prefacio y en el Santo:
“.. .Por eso con los ángeles y santos te alabamos, proclamando sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor,Dios del Universo,Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.Hosanna en el cielo.Bendito el que viene en nombre del Señor.Hosanna en el cielo”.
Con las manos extendidas y los brazos levantados, actitud de súplica humilde y confiada, continúa el sacerdote la Plegaria Eucarística implorando el poder divino, a fin de que los dones presentados por los hombres se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo y sirvan para la salvación de los que los reciben.
Esta invocación, llamada la Epíclesis, desemboca en la narración de la institución de la Eucaristía: en ella, mientras el celebrante repite las palabras y gestos de Jesús, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando bajo la apariencia de pan y de vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y se los dio a los Apóstoles en forma de comida y de bebida, y les encargó repetir este mismo misterio como memorial suyo.
Terminadas las consagraciones del pan y del vino el sacerdote muestra a los fieles el sacramento, uso establecido en el siglo XII y nacido de la piedad popular deseosa de contemplar el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Durante la consagración, la Ordenación General aconseja que los fieles se arrodillen en señal de adoración, y en las rúbricas del Misal se dice que el sacerdote, al terminar la consagración del pan y del vino, los adore haciendo genuflexión.
El rito de mostrar a los fieles el Pan y el Vino Consagrados y el de arrodillarse ante el Sacramento, simboliza la confesión de fe de que Cristo Dios y Hombre está presente en el Pan y Vino de la Eucaristía.
Por eso los fieles y el sacerdote cumplen con el mandato del Señor de recordar a través de la celebración de la Misa su pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión y su venida gloriosa al final de los siglos:
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección.¡Ven, Señor Jesús!
“Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.
“Por su cruz y resurrección, nos has salvado, Señor.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, completa la Anámnesis, recordando la muerte de Cristo, su descenso al lugar de los muertos, su resurrección, su ascensión, su vuelta al final de los tiempos, que de modo misterioso se hacen presentes en la celebración del memorial litúrgico.
Recita luego el sacerdote la oración de la Oblación. Por ella la comunidad, reunida para la celebración del memorial del Señor, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la Víctima Inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la Víctima Inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos como sacrificio espiritual al Padre por Cristo en el Espíritu.
Vienen a continuación las Intercesiones. Con ellas se da a, entender que la Misa se celebra' en unión con toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por todos sus miembros, vivos y difuntos necesitados de la misericordia de Dios.
La Plegaria Eucarística termina con la doxología final trinitaria y cristológica a la vez:
"Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”.
El pueblo aclama: Amén. Pues al ser la plegaria Eucarística oración del sacerdote, el pueblo debe escucharla con reverencia y en silencio y sólo ha de tomar parte en las aclamaciones previstas por el rito (Ordenación General, 55).
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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Santísima Trinidad: 17° Parte - Las Relaciones Divinas
P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
3. LAS RELACIONES DIVINAS
Ya hemos visto en el capítulo anterior el misterio de las procesiones divinas; más precisamente, la naturaleza del origen de las personas divinas: de la generación del Hijo por el Padre y la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo como de un solo principio.
Así tenemos un único Dios que, por su misma plenitud de ser, posee inefable fecundidad que da lugar a un dinamismo divino o comunicación intratrinitaria del Padre al Hijo y, del Padre e Hijo al Espíritu Santo. Comunicación infinita del principio al término que se incluyen en el Ser de Dios de un modo natural. Tenemos, entonces, un único Dios y tres Personas divinas que en cuanto tal deben de ser distintas. Por tanto, luego de haber considerado cómo se originan estas personas divinas, es preciso buscar en qué se distinguen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Sabemos que la comunicación intratrinitaria se realiza de un modo total: el Padre comunica al Hijo íntegramente la única y simple Esencia divina y, del mismo modo, junto al Hijo, la comunica al Espíritu Santo. Como dice Jesús en su relación al Padre: "todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío", Jn 17, 10.
Por otra parte, es necesario afirmar una distinción real entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para que en verdad creamos en tres Personas distintas que son un único Dios. Pero, nos preguntamos, si la comunicación es de toda la Esencia divina, ¿qué distinción real podemos hallar en el misterio de Dios?
Los santos Padres responderán, fundados en los datos de la Sagrada Escritura, que la única diferencia es que el Padre es Padre del Hijo; y el Hijo es Hijo del Padre, que el Espíritu Santo es Espíritu del Padre y del Hijo, siendo todo lo demás único y común a las tres Personas divinas.
Veremos, por tanto, en primer lugar, que no existe diferencia alguna por parte de la Esencia divina común a los Tres; y en segundo lugar, que el único principio de distinción real son las relaciones de origen. Por eso Padre, Hijo y Espíritu Santo no se distinguen por aquello que tienen, sino en el modo por el cual tienen o adquieren aquello que tienen, es decir, se distinguen únicamente por las relaciones de origen.
La relación puede definirse: "como el orden de una cosa con respecto a otra". Santo Tomás dice que la relación en el mundo creado, es el accidente cuya naturaleza consiste en la referencia u ordenación de una substancia a otra substancia.
1º.- La relación es únicamente una referencia a otro, una ordenación de un sujeto hacia otros sujetos distintos de él: es un ser hacia otro, es un modo de ser que cualifica a un ser en orden a otro ser.
2º.- La relación no se detiene en ninguna característica interna del sujeto que afecta, sino que se piensa únicamente en una correspondencia o correlatividad. Así cuando digo: padre, se está designando una persona determinada no por una propia característica interna, sino en cuanto a una correspondencia con un otro, el hijo, que está fuera de él.
3º.- Las relaciones tienen un fundamento por el que se originan y se trata de relaciones reales; la relación resulta del hecho de ejercitar o sufrir una acción sobre otro, así por ejemplo, lo que hace que el hijo esté relacionado con sus padres es el haber sido engendrado por ellos.
4º.- Por tanto, en toda relación real encontramos los siguientes elementos:
- El sujeto, que es la persona que inhiere la relación, es el Padre, el sujeto en relación a la "paternidad"
- El término con el cual el sujeto se relaciona, el Hijo, es el término en relación a la "filiación"
- Un fundamento de la ordenación entre ambos, la "generación", en virtud de la cual el "sujeto" es el Padre y el "término" es el Hijo.
- La "relación" misma, o vínculo que liga a una persona con otra: Paternidad, Filiación, Procesión.
Elementos que componen la "relación": Son cuatro: sujeto, término y fundamento y la relación misma.
- Sujeto: El Padre es el sujeto en relación a la "paternidad".
- Término: El Hijo, es el término en relación a la "filiación".
- Fundamento: La "generación", en virtud de la cual el "sujeto" es el Padre y el "término" el Hijo.
- Relación: como el vínculo que liga a una persona con otra: paternidad, filiación, procesión.
Según hemos visto en el capítulo anterior, en Dios hay dos procesiones reales inmanentes: la generación del Hijo (por el Padre) y la espiración del Espíritu Santo (por el Padre y el Hijo como de un único principio). En las siguientes tesis vamos a ver cómo en el caso de la Trinidad se dan, pues, cuatro relaciones:
1. Generación activa o paternidad, (generare): La relación del Padre al Hijo.
2. Generación pasiva o filiación, (generari): La relación del Hijo al Padre.
3. Espiración activa o espiración (spirare): La relación del Padre y del Hijo al Espíritu Santo.
4. Espiración pasiva o procesión (spirari): La relación del Espíritu Santo al Padre y al Hijo.
También nos puede servir esta imagen en sentido dinámico: Veamos:
De todo lo dicho se concluye que "la relación puede existir en Dios". De entre todas las categorías del ser, sólo la "substancia" y la "relación" puede darse en Dios. La "sustancia" porque expresa un modo perfecto de ser. La "relación" porque no se refiere al sujeto sino a su término, y por eso es extrínseca a aquél.
Con lo expuesto también podemos afirmar: "Las Personas divinas se distinguen realmente por las "relaciones". La única distinción real que existe y puede existir entre las divinas Personas es la distinción real de relación.
TESIS 1°: "En virtud de las procesiones, en Dios se dan cuatro relaciones reales: engendrar, ser engendrado, espirar y ser espirado"
A. Explicación
Conocidos todos los términos de "relación" y sus clases de relación, exponemos ahora cuántas relaciones reales se dan en Dios. La respuesta viene dada en la tesis: en Dios solamente hay cuatro relaciones reales, a saber, la paternidad (generare), la filiación (generari), la espiración activa (spirare) y la espiración pasiva (spirari).
B. Magisterio de la Iglesia:
Concilio XI de Toledo: "... Diciéndose por "relación" tres Personas, en una sola naturaleza o substancia ... porque lo que el Padre es, no lo es con relación a sí, sino al Hijo; y lo que el Hijo es, no lo es con relación a sí, sino al Padre; y de modo semejante, el Espíritu Santo no a sí mismo, sino al Padre y al Hijo se refiere en su relación .... Porque el número se ve en la relación de las Personas; pero en la substancia de la divinidad, no se puede comprender lo que es objeto del número".
C. Adversarios:
Nominalistas: que negaron o pusieron en duda que la espiración activa fuera relación, al menos real.
D. Sagrada Escritura:
La Sagrada Escritura enseña que la primera Persona divina es verdaderamente Padre y la segunda Persona verdaderamente Hijo. Ahora bien, la paternidad y la filiación son relaciones reales, porque "la razón de llamar a alguien padre, es precisamente la paternidad, y la de llamarlo hijo, es la filiación". Si, pues, no hay en Dios paternidad y filiación real, síguese que Dios no es realmente Padre, ni el Hijo, sino sólo según nuestro modo de concebir, este es el error de Sabelio.
E. Argumento teológico:
Sto. Tomás razona así: "Las procesiones (divinas) no son más que dos, según hemos visto: una que sigue a la operación del entendimiento y es la procesión del Verbo; otra, que sigue al acto de la voluntad, que es la procesión del Amor; y por cada una de estas procesiones hallamos dos "relaciones opuestas", una, de lo que procede a su principio, y otra, del principio a lo procedente.
La procesión del Verbo se llama "generación" (generare), conforme a la razón propia con que la generación compete a los vivientes, y la relación de principio de generación en los vivientes perfectos se llama "paternidad" (generare), así como la relación de lo que procede de principio se llama "filiación" (generari). En cuanto a la procesión del Amor, se le llama "espiración" (spirare) a la relación de principio de esta procesión. Y a la de término, se le llama "procesión" (spirari), aunque estos dos nombres se refieren a las mismas procesiones u orígenes, y no a las relaciones".
La razón última por la cual se prueba que sólo haya en Dios cuatro relaciones reales (generare, generari, spirare, spirari), es el hecho de que las relaciones son subsistentes, y éstas son únicamente las que se fundamentan en origen.
TESIS 2°. "De estas cuatro relaciones reales, solamente tres son las que se oponen y son realmente distintas entre sí: Paternidad, Filiación y Espiración pasiva"
A. Explicación
Del dogma de la Trinidad de Personas en Dios, deducimos que en Dios las relaciones mutuas no son puramente lógicas o conceptuales, sino que son reales. De lo contrario, la Trinidad de Personas se reduciría a mera trinidad lógica. Ya que la distinción de las tres Personas divinas no se fundan en la esencia divina, sino en las relaciones mutuas de oposición entre las Personas divinas.
La tesis afirma que en Dios hay tres relaciones realmente opuestas distintas entre sí. De las cuatro relaciones reales divinas inmanentes, tres se hallan en mutua oposición y son por tanto, realmente distintas entre sí; tales relaciones son la "paternidad" (generare), "filiación" (generari) y espiración pasiva (spirari), llamada "procesión".
NOTA: La espiración activa (spirare) la que procede del Padre y del Hijo como de un único principio, solamente se opone a la espiración pasiva (spirari), la del Espíritu Santo al Padre y al Hijo, pero no a la "paternidad" ni a la "filiación", sino que tan sólo media entre ellas (spirare y spirari) una distinción virtual.
B. Magisterio de la Iglesia
Concilio XI de Toledo: Porque el número se ve en la relación de las Personas ... luego sólo indican número en cuanto están relacionadas entre sí".
Concilio de Florencia: Estas tres Personas son un solo Dios ... y todo es uno, donde no obsta la oposición de relación".
C. Argumento Teológico
La Iglesia enseña que en Dios solamente existen tres relaciones reales opuestas entre sí; y, por lo mismo, hay en El tres Personas divinas realmente distintas entre sí. La razón es porque la "espiración activa" (spirare), de la que procede el Espíritu Santo, es común al Padre y al Hijo como de un único principio, y, por lo mismo, no establece una relación "opuesta" entre el Padre y el Hijo, sino únicamente entre el Padre y el Hijo con relación al Espíritu Santo. De ahí, que aunque las relaciones reales en Dios sean cuatro: (generare, generari, spirare, spirari) sólo tres son "opuestas entre si" : generare, generari, spirari.
Ahora bien, lo que constituye las Personas en Dios son precisamente las "relaciones opuestas", no las comunes (como es la espiración activa (spirare) del Padre y del Hijo). Luego, es manifiesto que las divinas Personas son tres, aunque las relaciones reales en Dios son cuatro: generare, generari, spirare, spirari.
Sto. Tomás dice: "Si bien en Dios hay cuatro relaciones, como hemos explicado, sin embargo una de ellas, o sea, la "espiración activa (spirare), no separa de la Persona del Padre ni de la del Hijo, sino que conviene a las dos. Por eso, aunque sea relación, no se llama "propiedad" porque no conviene a una sola Persona (en este caso son dos Personas, el Padre y el Hijo); ni tampoco es relación personal, o sea, constitutiva de Persona, (pues son dos Personas).
En cambio, estas tres relaciones: paternidad (generare), filiación (generari) y procesión (spirari), se llaman "propiedades personales" o constitutivas de Personas; pues la "paternidad" (generare) es la Persona del Padre; la "filiación" (generari) es la Persona del Hijo; y la "procesión" (spirari) es la Persona del Espíritu Santo que procede (del Padre y del Hijo)". Sto. Tomás. I,30,2,ad,I.
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¡BIENVENIDO PAPA FRANCISCO!
SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO TENDRÁ UN ENCUENTRO PRIVADO CON LOS JESUITAS DEL PERÚ EN LA SACRISTÍA DE LA IGLESIA DE SAN PEDRO
ESPECIAL: PREPARÁNDONOS PARA LA VISITA DEL PAPA FRANCISCO
VISITA AL PERÚ
18 AL 21 DE ENERO 2018
"PEREGRINO DE ESPERANZA"
CANCIÓN DE BIENVENIDA AL PERÚ
"CON FRANCISCO A CAMINAR"
HIMNO DEL PAPA EN SU VISITA AL PERÚ 2018
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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A CHILE Y PERÚ
15-22 DE ENERO DE 2018
PROGRAMA, DISCURSOS Y HOMILÍAS
DOCUMENTOS DEL PAPA FRANCISCO:
El llamado de los primeros discípulos
El P. Adolfo Franco S.J. nos comparte su reflexión del domingo 21 de enero: "La conversión que nos pide el Señor es un proceso que no termina nunca; siempre hay algo más que convertir." Escuche el audio o descárguelo en MP3. Acceda AQUÍ.
La vocación de los primeros discípulos
El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión del domingo 14 de enero: "La vocación de los primeros seguidores adelanta la historia de todos los que dejarán todo para seguir a Jesús." Escuche el audio o descárguelo en MP3. Acceda AQUÍ.
Epifanía del Señor
P. Adolfo Franco S.J. nos comparte su reflexión del Evangelio del domingo 7 de enero: "La fiesta de la Epifanía del Señor; significa la “manifestación” (eso significa epifanía) del Señor a todos los pueblos de la tierra, significados por estos misteriosos magos venidos del oriente." Escuche el audio o descárguelo en MP3. Acceda AQUÍ.
La Santa Misa - La canción de la "Gloria" y la oración colecta
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 10 de enero de 2018
Miércoles, 10 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el recorrido de catequesis sobre la celebración eucarística hemos visto que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos a Dios como somos realmente, conscientes de ser pecadores, en la esperanza de ser perdonados. Precisamente del encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina toma vida la gratitud expresada en el «Gloria», «un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero» (Ordenamiento General del Misal Romano, 53).
La introducción de este himno —«Gloria a Dios en el cielo»— retoma el canto de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, alegre anuncio del abrazo entre cielo y tierra. Este canto también nos involucra reunidos en la oración: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz a los hombres que ama el Señor».
Después del «Gloria», o cuando este no está, inmediatamente después del Acto penitencial, la oración toma forma particular en la oración denominada «colecta», por medio de la cual se expresa el carácter propio de la celebración, variable según los días y los tiempos del año (cf Ibíd., 54). Con la invitación «oremos», el sacerdote insta al pueblo a recogerse con él en un momento de silencio, con el fin de tomar conciencia de estar en presencia de Dios y hacer emerger, a cada uno en su corazón, las intenciones personales con las que participa en la misa (cf. Ibíd., 54). El sacerdote dice «oremos»; y después, viene un momento de silencio y cada uno piensa en las cosas que necesita, que quiere pedir en la oración.
El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino a la disposición a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del sagrado silencio depende del momento en el que tiene lugar: «Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la comunión, alaban a Dios en su corazón y oran» (Ibíd., 45). Por lo tanto, antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogerse en nosotros mismos y a pensar en por qué estamos allí. He ahí entonces la importancia de escuchar nuestro ánimo para abrirlo después al Señor. Tal vez venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor, y queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedir que nos esté cercano; tenemos amigos o familiares enfermos o que atraviesan pruebas difíciles; deseamos confiar a Dios el destino de la Iglesia y del mundo. Y para esto sirve el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción haciendo de hecho «la colecta» de las intenciones. Recomiendo vivamente a los sacerdotes observar este momento de silencio y no ir deprisa: «oremos» y que se haga el silencio. Recomiendo esto a los sacerdotes. Sin este silencio, corremos el riesgo de descuidar el recogimiento del alma. El sacerdote recita esta súplica, esta oración de colecta, con los brazos extendidos y la actitud del orante, asumida por los cristianos desde el final de los primeros siglos —como dan testimonio los frescos de las catacumbas romanas— para imitar al Cristo con los brazos abiertos sobre la madera de la cruz. Y allí, Cristo es el Orante y es también la oración. En el crucifijo reconocemos al Sacerdote que ofrece a Dios la oración que desea, es decir, la obediencia filial.
En el Rito Romano, las oraciones son concisas pero ricas de significado: se pueden hacer tantas meditaciones hermosas sobre estas oraciones. ¡Muy hermosas! Volver a meditar los textos, incluso fuera de la misa puede ayudarnos a aprender cómo dirigirnos a Dios, qué pedir, qué palabras usar. Que la liturgia pueda convertirse para todos nosotros en una verdadera escuela de oración.
Tomado de:
http://w2.vatican.va/
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