21. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Curación de un leproso


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


A.- HASTA LA ELECCIÓN DE LOS APÓSTOLES


21.- CURACION DE UN LEPROSO


TEXTOS


Mateo 8, 1-4

Cuando bajó del monte, le fue siguiendo una gran muchedumbre. En esto, un leproso se le acerca y se postra ante El diciendo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". El extendió la mano, le tocó y dijo: "Quiero, queda limpio". Y al instante quedó limpio de su lepra. Dícele entonces Jesús: "Mira, no se lo di­gas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio".

Marcos 1, 40-45

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: "Si quie­res, puedes limpiarme". Compadecido de él, Jesús extendió su mano, le tocó y le dijo: "Quiero, queda limpio". Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Entonces Jesús le despidió ordenándole severamente: "Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purifica­ción la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio. Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a El de todas partes.

Lucas 5, 12-16

Sucedió que estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que al ver a Jesús, se echó rostro en tierra y le rogó diciendo:

"Señor, si quieres, puedes limpiarme". El extendió la mano, le tocó, y dijo: "Quiero, queda limpio". Y al instante le desapareció la lepra. Y El le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: "Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de tes­timonio".

Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero El se retiraba a los lugares solita­rios, donde oraba.


INTRODUCCIÓN

Siguiendo a Marcos y Lucas, lo que precede a este milagro es la primera co­rrería apostólica de Jesús por Galilea, considerada en la meditación anterior. El Señor predica y hace milagros, pero los Evangelistas nos narran estos he­chos de una manera muy escueta y general, sin descender a detalles. Una excepción es la narración del milagro de la curación de un leproso, narrada de manera muy concreta. Es muy probable que este milagro impactase muy especialmente a los apóstoles y al pueblo.

Es conocida la situación del leproso en Palestina. En el Levítico, en los caps. 13 y 14, se contiene una amplia legislación acerca de la lepra y de los lepro­sos. Son los sacerdotes los que han de juzgar si alguien la tiene o no, y para ello se les da largas instrucciones. Comprobada la lepra, se manda observar lo siguiente: "El leproso, manchado de lepra, llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su rostro; e ira clamando: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su mora­da". (Lev 13, 45-46)

La Ley se refiere literalmente al tiempo de la peregrinación por el desierto, según lo da a entender muy claro la frase "fuera del campamento tendrá su morada". Pero una vez ya establecidos en Palestina, todas estas prescrip­ciones continuaron siendo válidas, menos la última. Se atenuó el aislamiento en cuanto, si bien los leprosos tenían que vivir fuera de las ciudades amura­lladas, podían vivir en las otras, con tal que viviesen solos.

Todas estas prescripciones respondían al concepto que se tenía de la lepra. Era, además de una enfermedad contagiosa, una impureza legal, y quien to­caba a un leproso, quedaba impuro. Para algunos rabinos, el leproso era un hombre maldito de Dios, y de esta mentalidad participaba el pueblo.


MEDITACIÓN

1) Actitud del leproso.

Con toda seguridad, el leproso ha oído hablar de la bondad de Jesús y de los milagros que hacía, y se despierta en él una gran fe y esperanza. Jesús pasa por la ciudad donde él vivía aislado, y decide, desafiando la intransigencia de los fariseos y el repudio del pueblo, acudir a Jesús, acercársele.

"Se le acercó": ahí estuvo su salvación.

Acercarse a Jesús es el único remedio para todas las miserias del alma y del cuerpo. "No se ha dado a los hombres sobre la tierra otro nombre por el cual podamos ser salvados". (Hech 4,12)

Y se le acercó con profunda humildad: "Se arrodilló", "Se postró en tie­rra". Y con una oración llena de fe en la bondad y poder del Señor le implo­ra. "Si quieres, puedes limpiarme".

2) Actitud de Jesús.

El pueblo, y más todavía, si había fariseos, ya estaría maldiciendo a este le­proso que se atrevía a quebrantar las leyes judías. Pero para Jesús no hay in­tocables ni pecadores empedernidos que no se puedan acercar a El. Todos encontrarán en El misericordia y ninguno será despedido por el Señor.

Marcos nos dice que Jesús tuvo compasión de él. Y en el Señor la compa­sión siempre se traduce en una compasión efectiva y no meramente senti­mental. Por eso, sin temer la prescripción judía de quedar impuro al ser toca­do por un leproso, el mismo Jesús es quien le toca y, con una palabra de au­toridad divina, le dice: "Quiero, queda limpio".

El Señor no obró el milagro ni mecánica ni fríamente.

Lo hizo "compadecido", es decir, sintiendo en su corazón una profunda y do­lorosa compasión de aquel desaventurado. Comparte el dolor que el leproso llevaba en su alma.

Le recibe sabiendo que se va a ganar las críticas de los fariseos y no mues­tra la menor repugnancia ante la enfermedad tan asquerosa de la lepra.

La oración humilde y llena de fe ha movido profundamente su corazón y rea­liza el milagro con sólo su palabra: "Quiero, queda limpio". "Le tocó": Cuán­tas veces se nos dice en el Evangelio que la gente se esforzaba por tocar a Jesús (Cfr. Mt 14, 35-36; Me 6, 53-56; Lc 8, 44), porque de su persona salía un poder admirable que curaba toda enfermedad.

Jesús "toca" el alma y el cuerpo de cada uno de nosotros cuando le recibimos en la sagrada comunión. Si no nos cura, ¿no será que en verdad no quere­mos ser curados de nuestras lepras, sobre todo, lepras morales y e ritua­les? ¿No será que no se lo pedimos con la fe y humildad del leproso?

3) El milagro.

Al instante se le quitó la lepra y quedó purificado. Podemos imaginarnos el gozo y el consuelo del leproso. Era como nacer de nuevo. Y la alegría del mismo Señor al haber liberado a aquel pobre ser de su miseria y tormento.

La lepra era considerada en el Antiguo Testamento como castigo por los pe­cados. De ahí, que la lepra siempre ha simbolizado también la lepra del alma, los pecados. Y es un milagro que Cristo quiere realizar continuamente con el hombre pecador. Sólo Cristo puede llevar a cabo la purificación total del alma; su misión redentora no tuvo otra finalidad que la de perdonar los peca­dos de la humanidad. Y el pecador arrepentido que siente la misericordia del Señor sobre él y experimenta el perdón total que le concede Cristo, siente también la alegría infinita, de sentirse plenamente reconciliado con Dios. Y la alegría es mutua, la del pecador y la del Señor (Cfr. las parábolas de la oveja perdida y de la dracma perdida. Lc 15, 3-10)

Vivamos siempre en la actitud humilde y confiada del leproso y sea jaculato­ria nuestra la petición del leproso: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Y sin duda escucharemos también la respuesta de Cristo: "Quiero, queda lim­pio". No importa la gravedad del pecado. Lo que importa es que nuestra oración sea llena de confianza y de profundo arrepentimiento de nuestros pe­cados.

4) "No se lo digas a nadie".

Era necesario guardar el secreto mesiánico. De lo contrario el pueblo, como sucedió más adelante, hubiera querido proclamar a Cristo rey y mesías políti­co, todo lo contrario de la misión del Señor.

También le indicó el Señor que se presentase a los sacerdotes y cumpliese con lo prescrito en la ley. Era la única manera de que el leproso pudiese in­corporarse de nuevo a la comunidad del pueblo de Dios.

Sin embargo el leproso, no pudo contener su alegría y su agradecimiento al Señor, y empezó a contar el milagro que se había realizado en él. Sin duda alguna, lo haría con buena fe, movido por la admiración a Jesús. Jesús perdonaría su desobediencia.

Ya la fama de Jesús crecía más y más y era buscado por las multitudes. No le dejaban tiempo ni para tener un merecido descanso.

5) "Pero él se retiraba a lugares solitarios y allí se ponía a orar".

Es Lucas quien nos hace esta revelación sobre Jesús. En medio de su traba­jo apostólico, a pesar de todo su cansancio, aunque la gente le siguiese bus­cando "para oírle y ser curados de sus enfermedades", Jesús juzga, necesa­rio dedicar largos ratos a la oración con su Padre. Aquí Lucas nos habla del hábito de Jesús de su oración diaria al Padre, de la búsqueda de la soledad para vivir en la intimidad de diálogo con su Padre. El apostolado le lleva a la oración, y la oración le lleva al apostolado.

Sobre el sentido de la oración de Jesús consideramos los motivos profundos en la meditación anterior.

Pero que los muchos ejemplos que encontramos en el Evangelio de la ora­ción de Cristo, nos lleve a una profunda estima de la oración, del diálogo per­sonal con Cristo y con su Padre, y a una práctica cotidiana de esta oración. Y ella será el medio que dará eficacia a nuestra vida de santidad y a nuestra vida apostólica.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.








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