P. Fernando Martínez Galdeano, jesuita
En primer lugar, los dos evangelistas Mateo y Lucas destacan la aparición de Jesús en este mundo como “salvador” ante el Padre: “Y cuando dé a luz a su hijo, tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21); “En la ciudad de David os ha nacido hoy un salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). Mediante bastantes signos de curaciones y de perdón de los pecados, de fe en su persona, Jesús se manifiesta como el único salvador: “¿Está permitido en día festivo hacer el bien o hacer el mal? ¿salvar una vida o destruirla?” (Mc 3,4); “Mi hija se está muriendo; pero, si tú vienes y pones tus manos sobre ella, se salvará y vivirá” (Mc 5,23); “¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!” (Mt 8,25); “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es descendiente de Abraham. ¡Y el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido!” (Lc 19,9-10). La salvación, en definitiva, es lo que posee un valor de fin primordial en la misión de Jesús: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que, por causa mía, la pierda, ése la salvará” (Mt 10,39).
Y lo esencial de la salvación cristiana reside en la fe. Jesucristo es salvador cuando se da la fe en él (fe cristiana): “No tengas miedo. ¡Sólo ten fe, y ella se curará!” (Lc 8,50); “Jesús, tendiéndole en seguida la mano, le sujetó y le dijo: —¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué has dudado?” (Mt 14,31); “—¿Qué quieres que haga por tí? —Señor, que vuelva a ver. —Recobra la vista. Por tu fe quedas curado” (Lc 18,41-42). Pero la fe en Cristo entraña una disponibilidad radical, un desasimiento radical del propio “yo”: “Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz y seguirme” (Mt 16,24); “Me encuentro ahora profundamente turbado, pero ¿qué puede decir? ¿Diré al Padre que me libre de lo que en esta hora va a venir sobre mí? ¡Pero si precisamente he venido para aceptarlo!” (Jn 12,27).
Sólo la misericordia del Señor es lo que salva: “Así, pues, ¿por qué queréis ahora poner a prueba a Dios, imponiendo a los creyentes tina carga que ni nuestros antepasados ni nosotros mismos hemos podido soportar? No ha de ser así, pues estamos seguros de que es la gracia de Jesús, el Señor, la que nos salva tanto a nosotros como a ellos” (Hch 15,10-11). Vivimos unos tiempos de gozosa salvación: “Es Dios mismo quien dice: tengo un tiempo propicio para escucharte, un día en que vendré en tu ayuda para salvarte. Pues bien, éste es el tiempo especialmente propicio, éste es el día de la salvación” (2Cor 6,2).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
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